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Lucia Berlin: el mejor secreto de la literatura estadounidense

Hace cinco años Manual para mujeres de la limpieza convirtió en fenómeno a una autora hasta entonces poco conocida que había fallecido una década antes y que hoy es de culto
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04 de febrero de 2020 a las 05:00

Cuando el mundo de las letras redescubrió a Lucia Berlin no solo redescubrió a una gran escritora, cuya obra había permanecido extraviada durante varias décadas por razones desconocidas, sino también a una mujer con una historia atractiva en sí misma, llena de auges, caídas y resurrecciones. Berlin nació en Alaska en 1936 y vivió una infancia nómade entre lugares tan distintos como Idaho, Kentucky, Arizona, Montana y Texas, siguiendo los pasos de su padre, ingeniero en minería. En la adolescencia vivió en Chile y más tarde estudió escritura en la Universidad de Nuevo México. Esa vida itinerante, que más tarde la llevó a otros lugares, desde Nueva York hasta Guatemala, trajo consigo tres maridos y cuatro hijos, una lucha constante contra el alcohol y múltiples empleos, como ayudante de enfermería y limpiadora, entre otros, antes de recalar en la Universidad de Colorado como escritora visitante. Hacia el final de su vida, Berlin se mudó al garaje de uno de sus hijos en California y murió el día de su cumpleaños número 68. Escribió en total unos ochenta cuentos distribuidos en ocho libros publicados entre 1977 y 1999.

Berlin parecía destinada al club de los escritores para escritores; autores reconocidos entre cierto círculo intelectual pero con muy poca visibilidad entre el público masivo. Había ganado el National Book Award en 1991 y había sido incluida en un número de la revista de Saul Bellow, The Noble Savage. Pero por alguna razón era una autora casi olvidada. En nuestro idioma, de hecho, era una completa desconocida. Así se mantuvo hasta diez años después de su muerte, cuando la prestigiosa editorial Farrar, Straus & Giroux ejecutó su relanzamiento póstumo con Manual para mujeres de la limpieza (traducido al español en 2015 por Alfaguara) y que actualmente va por su decimoséptima reedición, con traducciones a más de treinta idiomas.

En un principio, cuando el sello de David R. Godine compró el catálogo de Black Sparrow Press, la agencia que tenía los derechos de los viejos libros de Berlin, le ofreció a los herederos de la escritora venderles todos los títulos por “un dólar el tomo” para así poder hacer espacio en sus estanterías. Berlin, según los editores, cargaba con el estigma de ser una de otro tiempo y además escribía solamente cuentos, un género que suele venderse con mayor dificultad que la novela. Así lo recuerda Jeff Berlin, uno de los hijos de la autora, en una célebre entrevista reciente con la revista Vogue. Pero alguien tuvo una corazonada o un lúcido sentido del nuevo mercado editorial y decidió jugársela por la obra de Berlin. Manual para mujeres de la limpieza, publicado originalmente en 1977 bajo el título A Manual for Cleaning Ladies, marcó el debut absoluto de Berlin en la literatura, pero tuvieron que pasar casi cuatro décadas para que lograra una merecida resonancia. La historia posterior es conocida por todos: Manual para mujeres de la limpieza demostró ser un libro resistente al tiempo y completamente vigente, un éxito mundial de nuestro tiempo escrito cuarenta años atrás, hecho de temas universales, dramas personales, personajes tan insólitos como queribles, siempre narrado bajo una delicada sustracción en la que lo no dicho viene atravesado por frases de alta carga lírica. La crítica y el público coincidieron, palabras más, palabras menos, tarde pero con justicia: Berlin tiene estilo. 

La aparición de Una noche en el paraíso (2018) continuó con la euforia, aunque con una irregularidad mayor respecto de su antecesor, y hace poco se sumó a la constelación el volumen de textos autobiográficos titulado Bienvenida a casa (2020), donde la autora se descubre por primera vez y sin ocultamientos a sí misma y cuenta directamente muchos de aquellos vericuetos personales que la prensa especializada había intentado decodificar en el iceberg de sus ficciones. Si Bienvenida a casa es otro hit literario la explicación es bastante simple: Berlin, además de una escritora indiscutible, funciona a la perfección como objeto de marketing por el misticismo que rodea su accidentada biografía, por el look sesentero cuasi hollywoodense que muestra en las fotos que circulan por ahí –cierto aire inevitable a Liz Taylor–, por su condición de autora desaparecida en acción durante décadas y ahora reconvertida en pieza de culto. En la figura de Berlin confluyen el aura maldita de J.D. Salinger, la precisión del fraseo de Raymond Carver, la novedad del hallazgo del John Williams de Stoner y el eco fantasmal de Greta Garbo.

La berlinmanía del último lustro fue tan grande, hasta desmedida, que generó frases como esta: “Creo que nunca he leído a una mujer más inteligente, sensible, tierna y valiente que Lucia Berlin” (José María Guelbenzu, Babelia, El País). O también esta: “Lucia Berlin puede ser la mejor escritora de la que hayas oído hablar nunca” (Publishers Weekly). Incluso si Berlin fuera la mujer más inteligente, sensible, tierna, valiente y todos los atributos del mundo, e incluso si fuera la mejor escritora de la que hayas oído hablar nunca, ante todo cabría ubicarla en un mapa histórico en el que existen tantas otras autoras que llevan décadas en las páginas, que piden ser leídas y releídas, desde Alice Munro hasta Amy Hempel, desde Flannery O’Connor hasta Carson McCullers, por mencionar tan solo un puñado de escritoras anglosajonas que practican el cuento breve al igual que Berlin. Esta manía industrial de convertir todo nuevo hallazgo en objeto de culto instantáneo bien podría haberla estrellado contra una realidad menos brillante que esa ficción; podría haber ocurrido que Berlin no estuviera a la altura del propio mito construido a su alrededor. Sin embargo, los cuentos de Berlin, cuentos notables y felices, incluso cuando hablan de la tristeza más cruda, cuentos plagados de mujeres y hombres de clase media baja, ambientados en la precariedad absoluta pero nunca deprimentes, trascienden la ola mediática, como la buena literatura. Y eso no es poca cosa. 

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