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Macron en el “Valle de la Muerte”

El mandatario francés ha enfrentado los años más violentos y caóticos de la Francia moderna. ¿Qué es lo que lo impulsa a seguir al frente del Eliseo?
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07 de julio de 2023 a las 05:03

Cuando a fines de 2019, tras las revueltas de los Chalecos Amarillos, le preguntaron a Emmanuel Macron cómo hacía para mantener la compostura ante tanta adversidad y violencia en su contra, el presidente francés contestó que sinceramente no le importaba. Que él había sido “elegido por la ciudadanía para ser el líder de Francia” –le dijo a Vivienne Walt en una nota de tapa para TIME– y que seguiría ejerciendo ese liderazgo a cabalidad.

“Es como el Valle de la Muerte”, explicó Macron entonces, aludiendo al inexpugnable desierto californiano tantas veces invocado como metáfora de una durísima adversidad a atravesar. “Yo estoy en este Valle de la Muerte. Cuando uno pone fin al viejo sistema, entra en un nuevo camino. Pero al final del Valle de la Muerte es cuando ves los resultados y puedes demostrar que has cumplido”, añadió.

El mandatario galo acaba de sobrevivir a una nueva ola de disturbios, los más violentos y destructivos de que se tenga registro en Francia. El motivo: la muerte de un adolescente en Nanterre a manos de un policía de tránsito, lo que puso en un primer plano de indignación la discriminación y “perfil racial” de que son objeto en los banlieues (los suburbios de Francia) los jóvenes de origen africano y norafricano.

La parte social, o sociológica, del asunto no me corresponde analizarla a mí desde este lugar. Sí diría que en principio no parece tener una única explicación, ni soluciones simplistas, como se ha pretendido desde uno y otro extremo del espectro político. No fue un estallido por temas solamente raciales, ni solamente religiosos (no se trató de un levantamiento musulmán por el uso del velo, o contra un profesor que mostró caricaturas de Mohoma en posición humillante), ni tampoco los disturbios tuvieron un móvil meramente político. En todo caso, por el perfil de los manifestantes, su edad y la suma de agravios históricos de Francia hacia su gente de origen, más –y sobre todo– las condiciones de la emigración a la metrópoli, parecería que un sentimiento anti-francés está en la base de tanto resentimiento y deseo de destrucción; amén claro del futuro que esos adolescentes ven para sí mismos en un país rico que no los ha integrado, que ellos sienten que no los ve como franceses –a pesar de haber nacido en Francia–, y donde sus perspectivas son o la delincuencia o la precariedad, o ambas cosas. Tener hoy 13 o 14 años y vivir en los banlieues, ha de ser una realidad un poco dura de digerir, un horizonte social un tanto asfixiante. Ya lo era hace 15 años, no quiero pensar lo que ha de ser ahora.

Macron hizo un llamado a los padres de esos chicos para que los contengan y se hagan responsables de sus actos; luego culpó de la violencia a los videojuegos. Como otras veces, el mandatario galo no parece entender muy bien qué le sucede a un sector de la población; como dice un amigo francés, no tiene buen oído para la fonética del descontento.

Pero yo creo que va más allá de una simple desconexión con los gobernados.

Macron tiene un alto sentido de la grandeur propia. Está convencido –y así se ha promovido a sí mismo– de que es el gran líder europeo (el sucesor de Angela Merkel con acento francés y trajes de Jonas et Cie), más aun, se percibe a sí mismo como un gran líder mundial, el gran mediador llamado a preservar la paz amenazada entre Oriente y Occidente.

Pero a nivel interno de Francia, a los Gilets Jaunes, siguió la crisis –esta sí religiosa– por las caricaturas de Mohama en un salón de clase y el trágico desenlace del profesor asesinado salvajemente. Luego, las protestas por la reforma jubilatoria, que Macron impuso por decreto a pesar de que había sido rechazada en el Parlamento. Y ahora estos disturbios descomunales que han convertido a Francia en un escenario dantesco y han dejado pérdidas por más de 1.000 millones de euros. Podemos decir con toda certeza que Macron ha presidido sobre los años más violentos y caóticos de la Francia moderna; no hay comparación con ninguno de sus predecesores, desde Giscard d’Estaing hasta Hollande.

Sin embargo, la sensación que da, tal vez por su propia confianza en sí mismo y su sentido de grandeza, es que todo está bajo control y nada le afecta; siempre impecable, ya sea en algunos de sus escritorios del Eliseo o en sus viajes y actos oficiales. Parecería un gobernante imperturbable, tanto en lo emocional como en lo filosófico, un hombre que –aunque no lo parezca– debe de ser el presidente más culto que ha tenido Francia desde François Mitterrand, que tiene de cabecera a Stendhal y a Conrad, entre muchos otros grandes autores.

En todo caso, el presidente francés parece creer que su misión es más grande que todas las coyunturas juntas, por muy violentas, caóticas y angustiantes que estas se presenten.

El Valle de la Muerte parece ya demasiado largo para Macron. Pero nada parece moverlo, ni siquiera hacerlo rever su posición. Que va para adelante, como se dice en forma coloquial, quiero decir, que tiene un enorme coraje, no cabe duda. Pero tal vez sea hora de revisar un poco sus políticas y las de Francia, admitir donde se haya equivocado, corregir donde haya que corregir y tratar de subsanar agravios, a ver si logra enderezar el rumbo. Después de todo, si él ve a su presidencia como un calvario similar al Valle de la Muerte, no tiene por qué serlo también para el resto de los franceses.

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