Camilo Dos Santos

Marianella Morena: "(Pasar por el juzgado) fue como viajar a la Edad Media y tener que explicar al teatro" 

Marianella Morena, directora de Muñecas de piel, la obra basada en la Operación Océano, habló del estreno y de el paso por los juzgados: "Fue como tener que defender al teatro ante la Inquisición"

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31 de julio de 2021 a las 05:03

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Dice que todavía siente el vértigo. Que se le mezcla la euforia del estreno del jueves, la adrenalina de ver su texto en escena, y los dolores de cabeza y el desconcierto provocado por una semana que, para ella y la producción de la obra Muñecas de piel, estuvo marcada por los juzgados. La dramaturga Marianella Morena, una de las exponentes más destacadas de las artes escénicas nacionales, finalmente pudo llevar al escenario la obra que se basa en la Operación Océano —el proceso judicial que investiga los casos de explotación sexual a menores y que tiene a más de treinta hombres imputados—, que además de varias cancelaciones por la pandemia tuvo que surcar un recurso de amparo presentado a la Justicia de parte de los familiares de una de las víctimas. Entre declaraciones, comunicados, la palabra "censura" sobrevolando la situación y, finalmente, la desestimación por parte de la Justicia del pedido de la familia, Morena suma con Muñecas de piel —que va en la Sala Hugo Balzo hasta el 8 de agosto y agotó funciones— otro mojón a una carrera que ya ha coqueteado con la realidad, con polémicas diferentes, y que, según ella misma, siempre busca el camino de la incomodidad. Eso sucede porque para Morena el arte debe cuestionar, remover, hacer chocar los discursos y elevarse entre las cenizas. Sino ¿para qué está?

Con esta obra sucedió que el arte, en algún sentido, se empezó a jugar en la previa y en canchas que usualmente no suele tocar. ¿Cómo lo viviste?

Hace poco una colega me mandó un mensaje que decía “Marianella, estrenaste varias obras; una en la Balzo, y otras que están sucediendo y que casi ya no te pertenecen”. La ramificación de esta ficción ha sido insólita, porque creemos que la ficción que trabajamos solo nos pertenece a quienes la hacemos, y cuando se encuentra en espacios legales, empiezan a aparecer otras cosas. El universo conocido se desdibuja, y ahí es cuando uno puede recibir ciertos impactos. Yo tuve una experiencia muy cortita con esto, pero por lo menos es un panorama general de lo que puede llegar a ser, la locura que se genera. También me parece insólito que, desde Shakespeare hasta Netflix, esta sea la historia de la ficción. No hubiéramos conocido ni el Guernica de Picasso, ni otras grandes obras contemporáneas de la literatura o del teatro, si hubiese existido una contemplación de este estilo, un censor, como sí hubo en cierto momento de la historia en que el arte era lo primero que se censuraba porque alguien consideraba que lo atacaba, perjudicaba o lesionaba. Es la peligrosidad que conocemos todos. Si mañana considerás que el color rojo te afecta porque lo relacionás con la muerte de tu madre, y no soportás que aparezca, vas a querer suprimirlo. Así se abre una puerta de entrada a todo lo que no queremos. En este caso, se ha mezclado con el dolor de una familia, y eso ha generado una competencia horrorosa y que fue lo menos indicado. Nos pusieron en lugares opuestos. Lo que plantearon las abogadas es insólito. Mi trabajo artístico siempre ha estado relacionado con las víctimas, con las poblaciones vulnerables, desde Antígona oriental a Naturaleza trans. Esas obras también fueron muy polémicas, y en Antígona oriental tuve hasta personas cercanas diciéndome que no era ético, que estaba revictimizando. Me encantaría que alguien definiera qué significa revictimizar en el arte. Una obra de arte no responde a las reglas de una organización social o un colectivo activista, o de la política. Es una disciplina en sí misma, que tiene sus libertades y que no es dos más dos, cuatro. Por eso es tan importante la libertad. Sin ella, no estás haciendo arte, estás haciendo otra cosa. 

Está, además, la dimensión crítica y cuestionadora del arte, en este caso del teatro.

El arte interpela. No es algo cómodo. El Guernica no nos incomoda hoy porque tenemos distancia, porque no estamos involucrados en esa guerra, porque pasó mucho tiempo. Pero en su momento lo hizo. Lo mismo pasa con Roberto Zucco de (Bernard-Marie) Koltés, que es una de las grandes obras de las últimas décadas. Cuando uno pierde la perspectiva de lo que ha sido el arte, pasa esto. El arte que ha sido revulsivo, revolucionario, transgrede su tiempo y por eso permanece; sale de una situación polémica, de la discusión y el rechazo, y transforma el contexto hasta llevarlo a la luz. Cuando vos perdés eso, entrás en un lugar reduccionista y oscurantista, aparece el peligro. Me parece importante traer a colación la obra Jauría, una obra española sobre el caso de La Manada. Eso es teatro documental, algo que mi obra no es, porque toman el texto literal del primer juicio a ese grupo de violadores. Fue un caso tremendo, donde tenés a una chica que es víctima y todavía está viva, que todo el país sabe quién es, y con la que los creadores no quisieron tomar contacto. Fue muy polémico, pero nunca se llegó a la justicia. Ellos no hicieron nada por fuera de la ley. El caso fue muy mediático y, la suma de todo el impacto posterior a la obra generó que se volviera a hacer otro juicio y que la víctima ganara. Por ende, es muy relativo. Quedarse con la bandera única de la verdad, de lo que le sirve entre comillas a las víctimas, es una mirada muy sesgada. Muy autoritaria. Es decir “lo que yo pienso, lo que yo hago y digo es lo que de verdad le sirve a las víctimas". Es imponer la mirada. Históricamente el arte, cuando trabaja sobre un tema que es lava caliente, genera debate. 

Algo de eso, de la manera de trabajar la realidad en el teatro, decía la periodista Macarena Langleib de La Diaria cuando te entrevistó por la obra: el teatro no es periodismo.

No. La herramienta teatral, ficcional, te habilita a mover continuamente las piezas de lugar. En otros rubros no podes hacerlo, pero acá sí. Porque de lo contrario, no podrías matar a nadie en escena porque harías apología del delito. Si entrás con las reglas de la vida en escena, no podés hacer nada.

¿Cómo se sintió el momento en que la obra comenzó, luego de toda la semana que pasó y, además, las múltiples cancelaciones por la pandemia?

No sé si bajé todavía del estado en el que quedé. Creo que estoy levitando. Hubo varios accidentes y obstáculos en todo el proceso de la obra. El primer estreno iba a ser en (el festival chileno) Santiago a mil, y se cayó. Luego se cayeron tres estrenos más. Y luego pudimos encontrar una fecha con el Sodre. En el medio varios del equipo se enfermaron de covid, y los ensayos se hicieron muy complicados. Además, ensayar esta obra significó un rigor, una entrega y una rigurosidad en la investigación sobre las decisiones artísticas y estéticas, y sobre el límite del cuerpo de cada actor y actriz, que fue trabajado con mucha intensidad y profesionalismo. Conversamos mucho en el equipo. Tuvimos nuestras crisis, nuestros conflictos, porque estás todo el tiempo en el límite, en la incomodidad de ellos también.

Imagino ensayos muy cargados. ¿Fue así?

Sí, nos hundimos en el abismo muchas veces. Y esos ensayos no solo fueron físicos, de lenguaje o improvisaciones, sino también charlas, compartíamos la investigación, discutíamos el material, buscábamos la manera de traducir las entrevistas o el material de prensa al escenario. Después, también, se trató de ver hasta dónde podía llegar un personaje, cuándo se pulverizaba a partir de una emoción. Trabajamos con mucha presión e intensidad. Además de la que había por la propia carga del tema, obvio. No se puede hacer esta obra si no estás en un lugar de incomodidad, si no están interpelados ellos como actores. Pasamos por todo y creo que esta última peripecia judicial fue el broche de oro para dar un salto de defensa, de que estamos muy convencidos de que este trabajo va a ayudar, de que es un puente a la ciudadanía, que tira luz desde el arte y no desde la ley.

¿Qué reacciones te han llegado en estas horas tras el estreno?

Escuché a varios hombres decir “sentí vergüenza de ser hombre”, o “me interpeló como varón”. Pero también una chica me dijo “a mí me interpeló como ser humano” y se salió de la cuestión del género. Eso me interesa mucho, estoy un poco cansada del mal enfocado en la genitalidad. La cuestión está en las personas, en si elegimos el bien o no. Si somos feministas, lo ponemos en práctica en nuestro cotidiano, no tenemos que generar acciones públicas. El asunto, al final, se trata de si elegís ser buena persona o no. Y cómo lo aplicás en tu vida, cómo revisás los prejuicios que tenés acumulados encima.

¿Cómo se conjugó la investigación y el trabajo de archivo con el hecho artístico?

Todas las obras nacen de manera diferente, no hay una receta o línea de trabajo. Acá pasó que la noticia se me instaló en la cabeza, me hizo ruido, creció y no hubo manera de sacarla de mí. Se convirtió poéticamente, empezó a tener una imagen propia. Se fue alojando, y fue inevitable. No fue una decisión política, no decidí hablar de esto porque es un tema social que importa, ni fue una decisión oportunista como han dicho por ahí, tampoco gano dinero con esta obra. No tuve casi opción, y cuando eso te pasa, porque no muchas veces sucede, sabés que es muy fuerte e inevitable, y que hay una responsabilidad y un compromiso como artista y contigo misma. Eso fue lo que me pasó. No lo quería hacer porque con la pandemia era un caos pensar lo teatral, pero empecé a traducir imágenes que tenía en texto, que no iban a ningún lado, y decidí iniciar una investigación. Ahí contacté a Antonio Ladra, el periodista que blanqueó los nombres de los victimarios. Empezamos sin idea hacia donde ir. Fue un año y pico de trabajo. En un proceso como este, tenés que tomar decisiones todo el tiempo, y fue muy exigente.

¿Exigente emocionalmente, también?

El recorrido sensible que una hace para escribir es un laberinto entre lo interno y lo externo, y llega un momento en que sentís que tenés que poner todo tu potencial a disposición, no importa si estás pasando bien o mal. Queda en segundo lugar si sufrís o no. Lo que necesita la obra, vos se lo das. Sos como una especie de cantera. Luego llega el momento donde tengo que estar fortalecida, y los que empiezan a estar en crisis emocional son los actores. Porque tienen que poner literalmente el cuerpo vivo en escena, y con un trabajo bestial. 

Muñecas de piel se estrenó este jueves

¿En algún momento del proceso creativo imaginaste el costado judicial que se desató en la última semana?

Nunca, porque estaba muy bien asesorada, tenía claro que no estaba haciendo nada ilegal. No quise tener contacto con la familia porque no quería tener ningún dato personal de las víctimas. Y como no estaba haciendo nada ilegal, y como, por ejemplo, con Antígona oriental hice cosas peores que de verdad transgredían límites y no sucedió nada, nunca se me cruzó por la cabeza. Sí tengo clarísimo el dolor. Cuando vos trabajás con la realidad se mueven cosas. Esto es una tragedia contemporánea. Vos hacés Sófocles y a nadie se le mueve un pelo, es una experiencia estética. En la tragedia griega podés encontrar textos preciosos, pero el dolor que la atravesó ya no tiene el pulso vivo que tenía. Y el teatro es presente, entonces cuanto más presente sea la obra, es más fuerte el latido que se genera. Obviamente sabía que iba a generar polémica, rechazos, que iban a aparecer los fundamentalistas de la ética, y me parece maravilloso que suceda, estamos en democracia. Pero no imaginé terminar en un juzgado. Estuve varios días sin entender. Fue muy feo, muy extraño. Como una dimensión paralela. Fue como retroceder a la edad media y tener que explicar qué es el teatro otra vez. Esa es la sensación literal que tuve. 

Al teatro como lugar con múltiples manifestaciones y resonancias.

En el teatro contemporáneo la representación no está colocada en un único lugar. Vos estás sentado en la platea, y uno llora y el del al lado ríe. Y otro se va. Y otro grita. Y otro está fascinado. Y el otro dice que es una porquería. Hemos trabajado para generar libertad de pensamiento en los espectadores, para salir de la estructura que dice “esto es para reír y esto es para llorar”. Transgredimos el género para dar libertad al espectador, para no señalar en la entrada que venis a ver una comedia donde te vas a reir. No. Venís a ver una obra donde hay una experiencia, donde vas a reaccionar cómo quieras y sientas. No hay un solo sentido. Y en temáticas como estas, me interesa todavía menos pararme en el lugar de jueza. 

Cambiando de tema, en los últimos años has viajado con frecuencia a diferentes partes del mundo con tus propuestas, y también para dirigir obras foráneas. ¿Qué te ha dado como creadora tu trayectoria? 

Ha fortalecido mi libertad. Uruguay tiene cosas muy buenas a la hora de crear, pero al ser una sociedad más chica, a veces se vuelve pacata, conservadora, no valora al que tiene al lado y necesita siempre la distancia, que venga de afuera. Eso es algo con lo que todos luchamos, y hemos logrado salir un poco de ese esquema, pero a veces se mantiene. El reconocimiento afuera y la valoración que tienen los artistas en otros países tiene más fuerza, un reconocimiento o prestigio que viene por todos lados, no solo poder trabajar, sino también por una economía acorde. Tenés un caché, para decirlo en términos claros, que acá jamás podrías tener. El mundo cultural no tiene los mismos estratos, y quizás hay cargos acá a los que sí se accede a ello, pero nosotros como creadores todavía no hemos podido. No sé si es un tema social o gubernamental o qué pero pasa. Y eso ha hecho que, por ejemplo, yo viaje mucho y viva de lo que genero en el exterior. Nunca se me cruzó por la cabeza irme a vivir afuera, sino que lo viví como fue surgiendo. No lo planifiqué, no lo armé, no lo diseñé: cuando sucedió, vi la oportunidad y no la desaproveché. 

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