Predomina el agua. En el piso, en una bañera, en el escenario. Y sobre el agua: los personajes, los papeles, las denuncias, la violencia y la brutalidad, el sexo, la violación. La explotación. Monstruos y víctimas. Dolor. Sobre el agua que se derrama está la impotencia. Nombres que ya no están. Y también los demás detalles de una puesta en escena, la de Muñecas de piel, que estremece, cala en los huesos, golpea. Sí: es la última obra de la dramaturga Marianella Morena, la que se basa en la Operación Océano, la que pasó por los juzgados, la que llegó a los medios a caballo de la polémica, la que finalmente se hizo, y la que, al final y en su estreno, se aplaudió de pie.
Muñecas de piel tiene todas sus funciones agotadas, en parte debido al aforo que, con su limitado 30%, es particularmente acotado. Serán diez e irán hasta el 8 de agosto en la sala Hugo Balzo del Auditorio Nacional del Sodre. Está protagonizada por Mané Pérez, Álvaro Armand Ugón y Sofía Lara, y cuenta con la investigación periodística de Antonio Ladra, que fue quien facilitó, entre otras cosas, el cruce entre Morena y la fiscal Darviña Viera, principal investigadora del caso de explotación sexual de menores más grande y mediático de la historia judicial uruguaya.
Muñecas de piel, como sucede con buena parte de la obra de una de las dramaturgas más inquietas que tiene Uruguay hoy, es difícil de bajar al papel. Lo es por su arranque, demoledor y brutal, que te deja pegado al asiento intentando acomodar una violencia que flota en el aire y en los espejos de agua que cubren el escenario. Pero también por su estructura, por la fragmentación de su discurso, por las capas que se entretejen entre los tres personajes y por la sombra de una operación que sí, se nombra con nombre y apellido, pero que sobrevuela como un fantasma más etéreo y hace preguntas que incomodan y cuestionan.
En la obra hay datos, hay hechos, hay puntos de apoyo, pero también deja libertad a la interpretación. El discurso hegemónico choca contra el otro, pasa a importar más cómo resuena el tema en cada uno y al final, por más de que la evidencia está a la vista y lo que ha sucedido en escena es lo suficientemente pesado como para que la balanza se incline para un lado, la respuesta está en el público. Otra vez, Morena prefiere indagar, más que responder. Ella ha dicho que es uno de sus motores y lo mantiene. Y en temas ásperos y moralmente delicados, eso siempre es preferible.
Por el bombo, la publicidad “judicial” y la reciente polémica —recordemos: la familia de una de las víctimas elevó un recurso de amparo contra la obra, que fue desestimado este mismo jueves del estreno por la Justicia—, varios han declamado en el ágora de las redes que la directora no sabía en qué se metía cuando decidió trabajar la Operación Océano en su teatro. Pero es un error: Morena ha fusionado arte y realidad a partir de su mirada afilada e inquisitiva desde hace tiempo, y la prueba está en obras como Antígona oriental, Naturaleza trans, Elena Quinteros presente o, sin ir más lejos, una de sus últimas puestas: Enemigo del pueblo, hecha para la Comedia Nacional y una reversión del clásico de Henrik Ibsen en clave local y con en conflicto de UPM como eje.
En el estreno del jueves, entre los aplausos, Morena apareció en el escenario y más allá de que no dijo una sola palabra, debajo del tapabocas negro se notaba la sonrisa. La directora pudo mostrar en escena que tenía cosas para decir, que su trabajo va más allá de la discusión corta, de los discursos que se imponen, y que, con las preguntas sobre la mesa, es hora de pensar, de discutir, y de esta manera, de remover. Que, a fin de cuentas, es una de las tantas cosas por las que el arte existe.
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