No hubo nadie igual. Ninguno que hubiera ganado tanto con la selección uruguaya y sin jugar, simplemente con ser amigo de los futbolistas y trabajar absolutamente de todo con la celeste. Ese fue Ernesto “Matucho” Fígoli, quien este viernes 21 de agosto hubiera cumplido 132 años.
Es tan grande su legado que estuvo con todos los cracks que se puedan nombrar desde los albores del fútbol uruguayo hasta su fallecimiento en 1951.
“Por los campos de Coya pasó una ráfaga olímpica”, la frase que escribió Hándicap en el Faro de Vigo en 1924 poco antes de Colombes en la gira previa que jugaron los celestes venciendo 3-0 y 4-1 a Celta. Los campos de Ñuñoa cuando Uruguay ganó la Copa América de 1926 que quedó inmortalizada en la letra de Omar Odriozola con el “Uruguayos campeones” cantada por los Patos Cabreros, el “Tuya Héctor” de la final olímpica de 1928 en Ámsterdam, la despedida de Mazali y el título del Mundial de 1930, la amistad con José Nasazzi y la anécdota de Santa Beatriz, en la Copa América de 1935, la salida nocturna después de la final de Maracaná con Obdulio –otro amigo– en 1950. Todas esas cosas y más tienen un punto de contacto, un común denominador que estuvo en todos esos lugares y más: Matucho.
Su idilio con la selección comenzó en 1920, cuando comenzaron a pavimentarse las calles de Montevideo y se votó el descanso semanal obligatorio para los trabajadores. Allí, en aquella Copa América de la que se cumplen 100 años, estuvo por primera vez y ya ganó un título.
Fue el único representante del fútbol uruguayo que participó de los cuatro títulos mundiales: 1924, 1928, 1930 y 1950.
Pero no solo eso. También fue parte de los planteles que ganaron con Uruguay las Copas América de 1920, 1923, 1924, 1935 y 1942.
Matucho hacía de todo. Era confidente, cocinero, utilero, masajista, hacía mandados para comprar lo que iba a cocinarle a los celestes. Es decir, una de las más auténticas expresiones del fútbol uruguayo.
La lista de jugadores que pasaron por sus manos mágicas y que fueron sus amigos es interminable. Solo por nombrar a algunos de los fenómenos se pueden citar a Nasazzi, Héctor Scarone, Ángel Romano, Isabelino Gradín, Piendibene, Lorenzo Fernández, José Leandro Andrade, el Manco Castro, Tito Borjas, Roberto Porta, Obdulio, Schiaffino, Ghiggia… Y así se puede seguir con una pléyade de cracks.
Siempre estuvo ligado a Peñarol y si habrá sido importante que los aurinegros, en aquel entonces en pleno cisma, integrantes de la Federación Uruguaya de Fútbol (FUF) y fuera de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) –por lo que no pudo ir ningún futbolista de ese club–, le dieron la autorización para que acompañara a la delegación a los Juegos Olímpicos de París en Colombes 1924, debido también a que percibía un sueldo de la AUF.
Matucho “era masajista de una sociedad médica y se ofreció a Peñarol en 1907”, según se desprende del Libro de Oro del club de 1945 que mostró a Referí el historiador aurinegro Eduardo Cicala. Fue aceptado y a partir de allí comenzó una historia tremenda ligada a ese club y a los títulos más importantes que ganó la selección nacional.
Cuando llegaron a París, “Matucho hacía los mandados, cocinaba, daba masajes. Se dieron cuenta que la Villa Olímpica era muy mala para permanecer allí, incluso él no podía cocinar porque no tenía ni el espacio necesario. Entonces el propio Fígoli salió con el arquitecto Leónidas Chiappara –delantero del equipo, quien no jugó ningún partido– a recorrer lugares cerca de la villa. Vieron el castillito de Madame Pain y les encantó. Arreglaron con la viejita para comprar algunas camas, ahí dieron una mano Asdrúbal Casas y Casto Martínez Laguarda y arreglaron el castillo para mudarse”, recordó a Referí el periodista e historiador Atilio Garrido.
Y añadió: “Se alojaron por la tarde y de noche Matucho hizo de comer pastas con tallarines con tuco y pollo, un plato tradicional como se hacía acá y allí dijo: ‘Ahora sí no nos gana nadie, llegamos a la final y seremos campeones”.
Y allí estuvo en la primera vuelta olímpica cuando los celestes la inventaron en 1924 dentro de la cancha con sus amigos, los jugadores.
Ya a esa altura, había ganado las Copas América de 1920, 1923 y a la vuelta de Colombes, ganaría la de 1924.
Nadie sabía más que él de todos los jugadores. De todos. No había ninguno que se peleara con Matucho o que no le comentara alguna intimidad.
Dos años después, en Chile –como en 1920–, Uruguay volvió a ser campeón de la Copa América “en los campos de Ñuñoa” que inspiraron a Odriozola.
Fue tanta su prédica que incluso en algunas páginas figura como director técnico de la celeste, puesto que nunca ocupó. Si bien era confidente de los futbolistas, en materia técnica y de estrategia no se metía.
Obviamente que también tomó parte del espectacular título conseguido en Ámsterdam en los Juegos Olímpicos de 1928 luego de dos finales infartantes contra Argentina.
Cuando llegó el Mundial de 1930 en Montevideo, le tocó participar de la visita del Mago Carlos Gardel a la concentración del Olimpia Park (la actual sede de River Plate al lado del Saroldi), quien le cantó a los futbolistas.
También le tocaron las malas, porque estuvo cuando desde esa misma casona fue eliminado del grupo el arquero Andrés Mazali –campeón olímpico y mundial en 1924 y 1928–, debido a que se escapó con una joven, quien posteriormente sería su esposa.
Era de esos personajes de antes que hoy ya no hay. Hoy todas las selecciones tienen a dos personas en cada uno de esos puestos que él cubría.
El otro título que llegó después de 1930, fue la Copa América de 1935 en Santa Beatriz, Lima, cuando los celestes no fueron celestes y ganaron jugando de rojo.
Uruguay venía de ganarle apenas al local Perú 1-0 sobre el final con gol del Manco Castro –el mismo que había anotado el 1-0 contra dicho rival en la inauguración del Estadio Centenario el 18 de julio de 1930– y 2-1 con lo justo a Chile.
Mientras tanto, Argentina, el otro que participó, les ganó a ambos 4-1 y era para todos el favorito a llevarse la final contra la selección uruguaya.
Recuerda Garrido que le comentó el periodista uruguayo Diego Lucero, quien cubrió dicho evento: “Argentina había goleado en los dos partidos y Uruguay había ganado pero venía complicado. Todo el mundo daba favorito fácil a los argentinos. Diego Lucero comentó que antes de la final, en la mañana, alojados en una pensión, en un hotel de esos de antes, Nasazzi le dijo a Matucho: ‘Hoy vas a llorar Matucho’, porque cada vez que salían campeones Matucho lloraba y fue así”.
Con el Vasco Cea, quien fuera “atendido” por él en los títulos de las Copas América de 1923 y 1924, en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928, y en el Mundial de 1930, volvió a encontrarse en la Copa América organizada por Uruguay en 1942. Allí el Vasco ya era el técnico, y volvieron a conseguir la consagración.
Pero la vida le tenía deparada una de las mejores conquistas: la de 1950 en el Mundial de Brasil, con la victoria ante los dueños de casa en Maracaná.
Matucho posó con el equipo, como hacía siempre, y luego observó atentamente –y con mucha ansiedad– el encuentro desde la boca del túnel.
Explotó al final con todos los futbolistas en la cancha y cuando llegaron al camarín, ya tenía pronta más de una botella de caña brasileña para brindar desde la mismísima Copa Jules Rimet, gusto que se dieron varios y que quedó reflejada en la imagen de Schubert Gambetta con el propio Matucho a su lado.
Por la noche, luego de varias horas esperando en Maracaná, llegaron bastante tarde al Hotel Paysandu de Río. Los dirigentes dispusieron que nadie de la delegación saliera del mismo. Pero Obdulio no estaba de acuerdo y se fue caminando con su amigo Matucho a tomar unas cervezas. Al rato llegaron al boliche en el que estaban, unos brasileños que hablaban maravillas del volante uruguayo. El dueño les señaló que Obdulio era ese que estaba en el mostrador y los hombres lo abrazaron, lo felicitaron y comenzaron a llorar. Matucho vivió todo eso en primera persona.
Amante de la fotografía, Cicala explica que “a cada viaje que iba, llevaba una máquina de fotos y tenía una colección muy buena”.
Sería su última alegría celeste y de las últimas en el fútbol ya que fallecería poco más de un año después de la última gran gesta uruguaya cuando estaba por cumplir 63 años.
Sus restos fueron velados y el féretro se trasladó hasta la vieja sede de Peñarol en la calle Maldonado que se llenó de gente. Luego fue enterrado en el Cementerio Central.
El consejo directivo de Peñarol decidió “entregarle a la viuda el equivalente a las asignaciones mensuales que le hubiesen correspondido percibir en su carácter de funcionario hasta el 31 de diciembre de 1951”, según publicó El Diario.
El mismo vespertino, informó: “El consejo directivo aurinegro también resolvió agradecer a Club Nacional de Football las atenciones dispensadas con motivo del fallecimiento de ‘Matucho’. Los albos enviaron varias ofrendas florales y sus jugadores hicieron guardia de honor ante el féretro”.
En tanto, el diario El Plata, para el cual escribió reseñas del Mundial de Brasil de 1950 desde la propia Copa del Mundo, lo recordó así el día de su muerte: “No queremos (...) trazar detalladamente la biografía de este auténtico prócer del mejor fútbol del mundo, pero basta decir que no solo fue el popularísimo y prestigioso kinesiólogo el único celeste que vivió, como un protagonista más, entre los más encumbrados, la vibrante emoción de las consagraciones gloriosas de Colombes, Ámsterdam, Montevideo y Maracaná –lo que para él constituía magnífico tesoro espiritual, milagro casi del destino, según nos dijera en cierta oportunidad– sino que en realidad no fue ajeno a ninguna de las reiteradas proezas que nuestros futbolistas internacionales llevaron a cabo en el proceso de este último cuarto de siglo. (…) Siguió firme en la brecha y hasta la pareció ‘irreverente’ que se le estimara como una reliquia de oro del fútbol celeste”.
En los avisos fúnebres al otro día de su fallecimiento y posteriores, curiosamente no aparece ninguno de la AUF.
Tres días después de su muerte, el 29 de julio, se jugó un clásico en el Centenario y allí se le rindió un minuto de silencio. Peñarol ganó 1-0 y Peñalva le atajó un penal a Obdulio.
No ha sido nunca reivindicado. No tiene monumentos, ni plaquetas en ningún lugar. El único reconocimiento uruguayo es una calle en la ciudad de Maldonado.
Su hermano Héctor, quien trabajaba en radio Sport, “fue el encargado de organizar una colecta para los campeones del mundo de Maracaná y consiguió el triple del dinero que la AUF le pagó a los futbolistas”, dijo Garrido.
A su vez, tiempo después realizó la colecta “del vintén” para poder construir una escuela en el Centenario, la misma que hoy sigue en pie y que lleva su nombre.
Matucho Fígoli es de esos personajes entrañables que quedan en la historia. De los que no existen más. De los que dejan recuerdos y que son queridos por todos. El fútbol uruguayo le debe un homenaje.
LAS CIFRAS
1920. Campeón de la Copa América disputada en Chile.
1923. Campeón de la Copa América disputada en Montevideo.
1924. Campeón de los Juegos Olímpicos de París disputados en Colombes.
1924. Campeón de la Copa América disputada en Montevideo.
1928. Campeón de los Juegos Olímpicos de Ámsterdam.
1930. Campeón de la Copa del Mundo de Uruguay.
1935. Campeón de la Copa América disputada en Santa Beatriz, Lima.
1942. Campeón de la Copa América disputada en Montevideo.
1950. Campeón de la Copa del Mundo de Brasil.
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