Mentiras debilitan a Rusia en prueba de fuerza con Occidente

EEUU y sus aliados se especializan en la hipocresía, pero sus sistemas abiertos permiten descubrir verdades dolorosas

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26 de mayo de 2022 a las 17:22

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Gideon Rachman

Vladimir Putin tiene un nombre para Occidente. Lo llama el "imperio de la mentira". El anuncio del líder ruso de su "operación militar especial" en Ucrania estuvo salpicado de airadas referencias a la duplicidad occidental en Kosovo, Irak, Libia y otros lugares.
La ira de Putin no es fingida. Como observa el comentarista político Ivan Krastev: "La hipocresía de Occidente se ha convertido en una obsesión para él".

Pero la hipocresía y la mentira no son exactamente lo mismo. La distinción puede parecer semántica, incluso frívola, pero es importante. El gobierno ruso se especializa en mentiras descaradas, insistiendo en que no ha invadido Ucrania, no envenenó al líder de la oposición Alexei Navalny, no tuvo nada que ver con el derribo del vuelo MH17 y su ejército no ha cometido crímenes de guerra.

En cambio, EEUU y sus aliados se especializan en hipocresía. El vicio característico de Occidente es proclamar un ideal o una política y luego aplicarlo de forma incoherente. De esta manera, los países occidentales se proclaman defensores de los derechos humanos pero compiten por venderle armas a Arabia Saudita.

Están a favor de la soberanía de los Estados, pero EEUU, el Reino Unido y Francia apoyaron una intervención humanitaria en Libia que condujo directamente, y quizá deliberadamente, al cambio de régimen y a la muerte violenta del líder libio, Muamar el Gadafi. Los países occidentales se proclaman firmemente en contra de la proliferación nuclear, pero hacen una excepción en los casos de Israel e India, aunque no de Irán.

Occidente es un "imperio de la hipocresía". El verdadero "imperio de la mentira" es Rusia. Y cuando se trata de una prueba de fuerza entre sistemas, la hipocresía funciona mejor que las mentiras descaradas.

En un imperio de la hipocresía, todavía es posible el debate abierto y la crítica. Se cometen errores y delitos. Pero esos delitos pueden señalarse, ya sea mediante investigaciones oficiales o en la prensa libre. El New York Times acaba de ganar un premio Pulitzer por una minuciosa investigación sobre el uso de drones por parte de EEUU y su horrible número de víctimas civiles. La respuesta del Pentágono fue agradecer al periódico y prometer cambios. ¿Más hipocresía? Quizás, pero no habría ninguna perspectiva de reforma sin investigación y denuncia.

Nadie en Rusia ganará ningún premio por una investigación sobre los crímenes de guerra cometidos en Bucha o la destrucción de Mariúpol. Cualquier periodista lo suficientemente valiente como para intentarlo acabaría en la cárcel o muerto. En su lugar, el gobierno ruso lanza mentiras, como la afirmación de que los cadáveres maniatados en las calles de Bucha fueron colocados allí por los ucranianos.

Una sociedad que puede enfrentar verdades dolorosas no sólo es moralmente preferible. También es más eficiente. Un imperio de la mentira existe en un estado de disonancia cognitiva constante. Hay algunos ámbitos de la vida social bajo un sistema represivo en los que sigue siendo necesario decir la verdad: ¿a qué hora sale mi tren? ¿Tengo cáncer? Hay otros ámbitos en los que es crucial ocultar la verdad: ¿estaban amañadas las elecciones? ¿Cuántos rusos han muerto en Ucrania?

Los problemas surgen cuando la política exige una mentira, pero una sociedad que funciona exige la verdad. Los efectos socialmente corrosivos de la mentira quedaron plasmados en el famoso dicho soviético: "Hacemos como que trabajamos y ellos hacen como que nos pagan".

El peligro de basar una política en la mentira ha quedado ampliamente demostrado en Ucrania. Hasta el último momento, el Kremlin negó que se planeaba una invasión. Al parecer, incluso los altos funcionarios rusos sólo se enteraron de la verdad unas horas antes de que los tanques se pusieran en marcha. Incluso ahora, una guerra a gran escala tiene que llamarse "operación militar especial".

Pero Putin y Rusia están pagando ahora un alto precio por las mentiras que el Kremlin dijo al mundo y a sí mismo. Resulta que el gobierno ucraniano no está dirigido por neonazis drogadictos. Los habitantes del este de Ucrania no estaban desesperados por ser "liberados" por el ejército ruso. Los sueños de Putin de una victoria rápida se desmoronaron cuando chocaron con la realidad.

Sin embargo, Occidente no puede confiarse en su capacidad para resistir la política de las grandes mentiras. La invasión a Irak se justificó con la falsa afirmación de que el régimen de Sadam Huseín estaba desarrollando armas de destrucción masiva. EEUU parece haberse convencido de que esto era cierto. El director de la CIA le dijo de forma notoria al presidente George W. Bush que las pruebas sobre las armas de destrucción masiva eran "contundentes". La presión política para justificar una invasión contribuyó a crear una narrativa falsa, con efectos desastrosos.

Más grave aún, Donald Trump ha llevado la política de las "grandes mentiras" al corazón de la política doméstica estadounidense. Trump sigue insistiendo en que le "robaron" las elecciones presidenciales de 2020. Gran parte del partido republicano ha secundado esta mentira. Y parece que Trump se postulará de nuevo a la presidencia en 2024 y tiene muchas posibilidades de ganar.

Las distinciones más claras entre el imperio de la mentira de Rusia y el imperio de la hipocresía de EEUU se encuentran a menudo no tanto en su comportamiento más allá de sus fronteras, sino en los sistemas internos que defienden. El sistema de Putin se basa cada vez más en la mentira y la represión. EEUU es aún un país libre.

La libertad de expresión está tan arraigada en EEUU que ni siquiera Trump, si resultara reelegido, podría insistir — como hace Putin — en que todos los ciudadanos de su país deben avalar su mentira o enfrentarse a la cárcel. Pero si la política de las grandes mentiras vuelve a diseminarse descaradamente desde la Casa Blanca, degradaría a EEUU y pondría en peligro al mundo.

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