Luis Barrios Tassano, primero de la izquierda, junto al presidente Sanguinetti inaugurando la sede de la embajada en China en 1988

Nacional > Capítulo II: 35 años con China

Negociaciones secretas con China: la misión de Barrios Tassano y las gestiones de Enrique Iglesias

Uruguay y China se casaron de forma secreta en Buenos Aires cuatro meses antes de hacerlo público. Este es el segundo capítulo del especial que cuenta la trama de las negociaciones con China a 35 años del establecimiento de las relaciones diplomáticas
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08 de febrero de 2023 a las 05:04

Las cosas no lucían sencillas en Beijing ese agosto. A pesar de la euforia y el optimismo con el que había llegado, el embajador Luis Barrios Tassano había chocado sus expectativas contra una muralla de 21.196 kilómetros de extensión, lo cual evidenciaba que a pese a su largo e insistente cortejo sobre Uruguay, el dragón era un feroz negociador. 

El 10 de agosto de 1987, Barrios Tassano se había levantado con los ruidos de la aurora en su enorme dormitorio en Diayoutai, la casa de huéspedes del gobierno chino. Estaba ansioso por iniciar las conversaciones oficiales que le habían organizado su contraparte el embajador chino en Buenos Aires Shen Yunao y el consejero Guillermo Valles.

El embajador uruguayo en Buenos Aires  estaba en la capital china en misión secreta, encomendada por el presidente Julio María Sanguinetti y el canciller Enrique Iglesias. El objetivo era poner punto final a una negociación de ocho meses e intercambio de proyectos de textos, pero fundamentalmente recoger la voluntad compradora de China para que el presidente pudiera atender el frente de presión interna protaiwanés con elementos concretos. 

Los documentos eran básicamente cuatro acuerdos: una declaración política conjunta, un convenio comercial, un acuerdo de cooperación científico-técnica y un acuerdo cultural. Los borradores habían sido elaborados a lo largo del último año por un equipo muy restringido formado, en Montevideo, por el canciller Iglesias, su director general de Asuntos Económicos, Carlos Pérez del Castillo, y apoyados por el ministro de Economía, Ricardo Zerbino, y el director general de Comercio Exterior, Isidoro Hodara.  La negociación de los textos se llevaba a cabo en Buenos Aires, a donde se había destinado a Valles en octubre de 1986  con ese propósito exclusivo. 

La participación de las misiones diplomáticas y los embajadores de Uruguay en Buenos Aires y en Brasil, con sus informes reservados y sus opiniones sobre el tema, venía de muchos años atrás y aún desde la época militar. No en vano, según dicta la más larga tradición, estos son dos de los puestos diplomáticos más privilegiados de inteligencia e interlocución, para la construcción y ejecución de la política exterior nacional. 

Pero ahora, esta estrategia había sido explícitamente reforzada por Enrique Iglesias, quien al trasladar el eje de la negociación a Buenos Aires abría el juego y con Barrios Tassano a la cabeza introducía en ella al interlocutor de la más estrecha confianza y amistad personal del presidente Sanguinetti.  

Llevar la negociación a Buenos Aires también tenía una ventaja que había sido advertida en un informe del embajador Pérez del Castillo en 1985, luego de la primera misión a Beijing. En la capital porteña, China tenía una misión con la cual los vínculos podrían ser personales, permanentes y continuos. Sanguinetti también lo sabía: toda negociación  requiere método, constancia y regularidad. Estas características no eran irrelevantes en tiempos en que apenas se comenzaba a usar el fax y los medios de comunicación no tenían la inmediatez del presente. 

La misión china en Buenos Aires, por otra parte, estaba compuesta con tres elementos claves: la representación diplomática, una representación del Ministerio de Comercio y también una integrante del Comité de enlace internacional del Partido Comunista chino, la señora Liu, que cumplió un rol fundamental. 

Por último y no menor, llevar a cabo esas conversaciones en Buenos Aires permitía a Uruguay evadir la constante vigilancia taiwanesa, que no ahorraba esfuerzos de monitoreo y lobby, pero que su penetración de la administración nacional a veces bordeaba el espionaje.

Luis Barrios Tassano, primero de la izquierda, junto al presidente Sanguinetti inaugurando la sede de la embajada en China en 1988

Barrios Tassano era precedido de una fama bien ganada de talentoso negociador, con experiencia pública como exsecretario de la Presidencia y sobre todo representante en el Fondo Monetario Internacional. Era reconocido por su agudeza de líder empresarial y por ser muy duro y directo. 

Todas estas cualidades fueron puestas a prueba cuando defendió en soledad las “exigencias” uruguayas en largas y continuadas reuniones con el Ministerio de Relaciones Exteriores, el de Relaciones Económicas y Comercio Exterior, la Corporación de Exportación e Importación de Materias Primas y fundamentalmente ante el canciller chino, miembro del Politburó de la época.

Barrios tenía la buena disciplina de dictar notas en un pequeño aparato de bolsillo que luego su secretaría transcribía. Unos meses antes de morir, se las entregó a Valles, quien las custodia con particular cariño. Ellas constituyen un testimonio de cuán desafiantes fueron las jornadas de Beijing y cuán frustrantes y difíciles debieron ser esos días de agosto, aun tratándose de un negociador ducho.

El final de la primera reunión sostenida con los funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores fue realmente desalentadora por cuanto resultó evidente que a pesar del interés que tenían por establecer relaciones diplomáticas con Uruguay y de comprender nuestra situación y agradecer el hecho de que estuviera negociando con ellos en las actuales circunstancias, su posición con respecto al convenio comercial que nosotros aspirábamos, era absoluta y definitivamente negativa.

Las negociaciones habían arrancado cuesta arriba en la capital china.

La amenaza de Barrios Tassano ante la negativa china

Los textos de los acuerdos se habían ido puliendo a lo largo de los meses, siguiendo un diálogo que transcurría entre Beijing-Buenos Aires y Montevideo. Pero quedaba un punto muy importante. Uruguay buscaba obtener las máximas garantías que su reconocimiento de Beijing (y la consecuente y jurídicamente obligada ruptura con Taiwán) no supondrían daños comerciales, en especial para su economía que todavía sufría las consecuencias de la crisis financiera de 1993. 

Para ello procuraba un convenio comercial que estipulara dos cosas. 

En primer lugar, el tratamiento de nación más favorecida para sus exportaciones a China. Con ello, Uruguay evitaría el pago de un arancel extra de 10% por encima del arancel normal que se cobraba a los países con los cuales Beijing tenía relaciones diplomáticas.

La Cámara de Comercio Uruguay-China recientemente instalada lo recordaba en forma constante: sus ventas al gigante económico chino, que comenzaba a despertar, estaban sujetas a una incertidumbre legal sobre cuál serían las condiciones de acceso a dicho mercado. Así las cosas, los productos uruguayos enfrentaban una desventaja antes de salir del puerto, algo que 35 años después sigue ocurriendo en virtud de las condiciones preferenciales de acceso a ese mercado que lograron los competidores de los productos uruguayos. 

Presidente de la República Popular China Yang Shankun y el líder empresarial uruguayo Antonio Otegui, inspirador de la Cámara de Comercio Uruguay-China, 1988

En segundo lugar, el gobierno uruguayo pretendía que en el convenio comercial se establecieran para China obligaciones firmes de compra de productos uruguayos para los próximos años, en el que se fijaran montos fijos en volumen para cada rubro de exportación nacional. 

Pero los negociadores chinos estaban duros. 

En sus notas, Barrios Tassano detalla su insistencia pero no podía salirse de “la sensación de haber fracasado completamente en el intento de lograr un convenio en los términos” en los que había sido instruido. 

La tensión se había elevado tanto hasta el punto de poner en cuestión el objetivo mayor que las dos partes, pero fundamentalmente China, perseguía.

“Ante esta actitud completamente negativa para las proposiciones uruguayas, el suscrito dio por terminada la reunión y dijo que bajo estas condiciones era imposible implementar desde el lado uruguayo el establecimiento de relaciones diplomáticas”, dijo en otra reunión. 

Y concluyó: “Dicho esto, la reunión terminó con un gran desaliento por parte de todos los integrantes, lo cual provocó la inmediata reacción del Viceministro de Relaciones Exteriores para asuntos latinoamericanos, quien convocó a su staff a una reunión con el Ministro de Relaciones Exteriores”. 

“La demanda uruguaya era tan legítima como descabellada”, valora Guillermo Valles con el beneficio del tiempo.  China no podía tomar una obligación unilateral y de mediano plazo para comprar montos fijos, que Uruguay por otra parte no garantizaría en caso de suba de precios y ante la aparición de otros clientes internacionales.

“La solución final sin embargo no fue mala para el país y ya había sido explorada como plan B entre los negociadores en Buenos Aires”, afirma Valles. Barrios Tassano volvió con ella. 

En primer lugar, obtuvo que para los años 87 y 88 Uruguay se beneficiaría de los aranceles más bajos, propios de los países que ya tenían relaciones diplomáticas con China. Ese “waiver” informal se consagraría luego en un convenio comercial a ser firmado al momento de establecer relaciones diplomáticas. Asimismo, se instalaría una comisión mixta que habría de vigilar el cumplimiento de un “Memorándum de Entendimiento de Intenciones” comerciales, que también se firmaría al normalizar las relaciones.

Esa fórmula, si bien volitiva, fue la hoja de ruta para que el comercio bilateral creciera y las exportaciones tuvieran cabida para prácticamente todos los productos competitivos de la oferta uruguaya. Llevó a que anualmente se discutieran, como es normal en el comercio internacional; precios, calidades y condiciones.

“Los productos y montos-objetivo que integrarían dicho memorándum de entendimiento costó mucho negociarlos internamente” recuerda Valles, quien evoca un momento culminante cuando se le instruyó viajar en setiembre a Montevideo para recoger la última decisión del Ministro de Economía y Finanzas Ricardo Zerbino. Este, asesorado por Hodara y Pérez del Castillo y luego de innumerables consultas con el sector privado y la cámara bilateral, llegó a un borrador que fue finalmente refrendado por el gobierno. 

El casamiento secreto en Buenos Aires y un gesto que China nunca olvidó

Con un acuerdo encaminado, Enrique Iglesias  se reunió nuevamente en Nueva York con su par chino Wu Xue Quian al margen de la Asamblea General de Naciones Unidas en setiembre de 1987 y procuró, una vez más, asegurar las condiciones contractuales con las que Uruguay tomaría uno de los pasos más importantes de su política exterior en muchos años.

Ya había sembrado la idea en 1985 en similares circunstancias. En aquel entonces Sanguinetti había realizado una extensa y significativa intervención en Naciones Unidas sobre la restauración democrática de Uruguay y su convicción de llevar adelante una política exterior de Estado, de firme defensa del Derecho Internacional, de promoción y protección de los derechos humanos y también de buscar un multilateralismo comercial más justo y equilibrado.

En este último terreno, la actuación de un equipo dirigido por Iglesias y compuesto por Pérez del Castillo acompañados de Zerbino y Hodara en Montevideo y el brillante embajador Julio Lacarte Muró con el consejero Elbio Rosselli en Ginebra lograron promover en el marco del GATT lo que se denominó la Ronda Uruguay.

Este fue un hito en la historia del sistema multilateral del comercio. Y también lo fue –aunque es poco conocido– para China. En setiembre de 1986, en Punta del Este, se comenzó la última macro negociación exitosa a nivel global. Por ese entonces China comenzaba apenas su proceso de apertura económica y no integraba el sistema multilateral del GATT. 

Iglesias aprovechó junto a su equipo esa oportunidad e invitó a China al lanzamiento de las negociaciones en Punta del Este, apoyado por toda la organización. Fue así que, a pesar de no tener relaciones diplomáticas con Beijing, Uruguay se las arregló para tener entre sus huéspedes oficiales en la inauguración, al Ministro de Relaciones Económicas y Comercio Exterior Shen Jueren y una importante delegación. China jamás olvidó el gesto y el apoyo uruguayo para reintegrarse al sistema global de comercio, algo que concretó en el año 2000. Esa invitación había desnudado las intenciones uruguayas aunque todavía no hubiera una normalización formal de las relaciones. 

Para 1987, China hacía evidente su interés en avanzar sus relaciones diplomáticas y económicas con América Latina. En esos años había logrado sumar a Bolivia y Nicaragua dentro de la larga lista de países que reconocían a Beijing y ese año había despachado al primer ministro Zhao Ziyang a una serie de visitas de gobierno a la región. También había visitado el país una delegación comercial china muy importante que había realizado compras para el año en curso y que había impulsado el conocimiento empresarial con Uruguay.

Todo esto provocaba la indeclinable necesidad de avanzar, para lo cual, se requería el cierre de etapas. Eso fue lo que le propuso Iglesias a Sanguinetti: firmar los acuerdos hasta allí alcanzados. 

El cierre del proceso negociador se concretó con el encuentro del 14 de octubre de 1987 en Buenos Aires, entre el canciller uruguayo  y el vicecanciller chino Qian Qizhen que luego sería elevado a ministro y quien detentaría dicho cargo por diez años. Allí se rubricaron todos los acuerdos y ya no se reabriría la negociación.

Memorándum de entendimiento de intenciones, 1988

Fue así que reservadamente se cerró la negociación en octubre en Buenos Aires e Iglesias inicialó todos los convenios, dejándolos preparados para su firma en Naciones Unidas cuatro meses después.

Uruguay y China se habían casado en secreto en la embajada de Uruguay en Buenos Aires. La pregunta, entonces, era por qué no cerrar todo el paquete en ese mismo acto y comunicar el establecimiento de las relaciones diplomáticas de una vez. 

La respuesta se encontraba en lo que Barrios Tassano le había comunicado a los chinos en Beijing durante su misión secreta de agosto. 

Les agregué que Uruguay era un país en transición democrática en la cual el Gobierno no contaba con la mayoría necesaria para gobernar y que en tren de mantener los equilibrios necesarios para poder continuar gobernando el país, durante ese momento de transición, era necesario no promover nuevos factores de división y discusión dentro de los diversos sectores con opinión dentro del país.

A los efectos de lograr el mayor consenso interno del gobierno de “entonación nacional y de cambio en paz”, como lo denominaba Sanguinetti, era necesario contar con el respaldo mayoritario del Partido Nacional y de –al menos– algunos elementos del Frente Amplio.

Wilson Ferreira Aldunate había solicitado unos meses más de tiempo para terminar de aunar voluntades y convencer algunos dirigentes del interior. Su hijo Raúl, junto a Roberto Asiaín y Hugo Batalla se transformaron en la fuerza para procurar el consenso y habían participado de misiones parlamentarias a China. 

Cuando ese compás de espera se terminara había que marcar un día D. 

Barrios Tassano le preguntó a Valles: “Tenemos que ponerle fecha exacta a la firma, no puede quedar simplemente para febrero y en puntos suspensivos. ¿Qué idea tenés?” 

Valles un poco sorprendido, pero convencido como su jefe que había que ser preciso, le respondió: “¿Qué tal el 3 de febrero? Yo vivo en Sucre y 3 de febrero y a la vuelta de casa está el mejor restaurante chino de Belgrano; eso nos traerá suerte”. 

“Fantástico” respondió Barrios Tassano. “El 4 de febrero se casa mi hija Gabriela así que la vísperas es un buen augurio”.

Pero para el canciller Iglesias aún faltaba una conversación que jamás pudo olvidar.

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