Encuentro de trabajo durante la primera misión comercial de Uruguay a China en 1985

Nacional > Capítulo 1: Los prolegómenos

La trama de las negociaciones secretas con China: a 35 años del establecimiento de las relaciones diplomáticas

Este es el primer capítulo de una serie de tres notas que revelan la trama de las negociaciones con China en el cumplimiento de los 35 años de las relaciones diplomáticas
Tiempo de lectura: -'
03 de febrero de 2023 a las 05:01

“Día hoy hora 05 am arribaron a Beijing en misión preparatoria Embajador Pérez del Castillo y secretario Valles, siendo recibidos por funcionarios del Ministerio de Relaciones Económicas Internacionales y Comercio”.

El primer telex enviado por la diplomacia uruguaya desde Beijing a las 21:34 del 18 de noviembre de 1985 tenía dos páginas, siete puntos y un elemento informativo fundamental: los enviados del canciller Enrique Iglesias habían cumplido cabalmente con su instrucción reservada.

Los diplomáticos Carlos Pérez del Castillo y Guillermo Valles -en ese entonces director general de Asuntos Económicos Internacionales de la cancillería y subjefe del Departamento de Relaciones Económicas Bilaterales respectivamente- habían llegado esa madrugada a la capital de la República Popular China con el pretexto oficial de adelantarse a la primera misión comercial uruguaya en suelo chino, que estaba encabezada por el ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca, Roberto Vázquez Platero.

Pero la verdadera razón que había llevado a Pérez del Castillo y a Valles a hacer la avanzada en Beijing en secreto era transmitir un mensaje político al Ministerio de Relaciones Exteriores chino: la disposición de Uruguay de encaminarse al establecimiento de relaciones diplomáticas.

Habían llegado molidos luego de un viaje extenuante que, para Guillermo Valles, había comenzado incluso antes de partir, cuando una tormenta bíblica lo agarró cruzando en avión desde Buenos Aires a Montevideo con las visas que necesitaban para ingresar en territorio chino. Tras cuatro cruces endemoniados sobre el Río de la Plata sin poder aterrizar, el avión de Aerolíneas Argentinas terminó volviendo a Aeroparque.

Finalmente pudo cruzar gracias a la gauchada de un piloto de Pluna que con toda la confianza del mundo le dijo que lo aterrizaría en Carrasco sano y salvo. 

Dos días después y tras pasar una noche en Japón, los diplomáticos desembarcaron en la madrugada del 18 de noviembre en una Beijing entonces pobre y en un aeropuerto lúgubre y solitario. 

Se instalaron en las habitaciones 1206 y 1826 del Hotel Great Wall Sheraton, se dieron un baño renovador y comieron algo antes de partir al Ministerio de Relaciones Exteriores. Allí lo esperaban Huan Shikang, director de Américas y Oceanía, y He Zhenghua, subjefe de la División Sudamérica de dicha dirección, quien recién había sido designado embajador en Chile. 

Los diplomáticos chinos comenzaron con el discurso esperable. Dijeron que creían que el desarrollo de las relaciones entre ambos países debería ser necesariamente íntegro. Esto es que, existiendo el mutuo deseo de fortalecer los vínculos, “no se deberían excluir las relaciones diplomáticas”. En efecto, el establecimiento de las relaciones oficiales entre ambos países fue en todo momento resaltado como el “marco natural” y “necesario” para una mayor cooperación, anotó Valles en sus apuntes.

Más aún, los funcionarios de la cancillería china expresaron que su gobierno entendía que el establecimiento de las relaciones diplomáticos entre ambos países era “inevitable desde una perspectiva histórica”, que China estaba “decidida” a entablar relaciones “en cualquier momento”, pero que entendían que Uruguay estaba en una etapa distinta del proceso de decisión y que comprendían y respetaban el tiempo que pudiera llevar. 

Por último, los funcionarios chinos transmitieron que esperan que Uruguay solo reconociera al gobierno de Beijing como única autoridad en el territorio chino, lo cual tenía una implicancia directa: romper relaciones diplomáticas con Taiwán.

A su turno, los uruguayos respondieron de acuerdo al mandato secreto que habían recibido de Iglesias con un mensaje político: que el gobierno que encabezaba Julio María Sanguinetti estaba en camino al reconocimiento de Beijing, aunque les podía llevar más tiempo. 

Carlos Pérez del Castillo transmitió asi en la propia sede de la Cancillería china la clara pretensión uruguaya de normalizar las relaciones entre ambos países. Ese era el premio. Pero también hablaron de incentivos: si la misión comercial que se desplegaría al día siguiente era exitosa, esto seguramente tendría efectos en el proceso de estrechamiento bilateral. 

Pérez del Castillo destacó que era necesario preparar “bases más sólidas” entre ambos países que facilitaran la decisión final, como un convenio comercial con un horizonte de mediano plazo. Este proyecto ya había sido estudiado por un equipo de análisis a su cargo, denominado el “grupo perfiles”.

Rápidamente los diplomáticos chinos entendieron el mensaje y señalaron que habrían de colaborar en ese punto. Y así fue: las cosas habían ido tan bien que, contrario a lo que estaba planificado, Pérez del Castillo y Valles se terminaron entrevistando con el vicecanciller.

La piedra fundacional estaba colocada en su lugar. Aún quedaba un largo camino por recorrer. Pero como suele suceder, ese encuentro fundamental no se había originado del vacío sino que estaba precedida de una cuidadosa y progresiva hoja de ruta que incluso había generado encuentros de alto nivel.

***

La decisión del gobierno de Sanguinetti de establecer relaciones diplomáticas con China obedece a esa lógica: un momento fermental de la historia del país en el que confluyeron circunstancias, actores, ideas y necesidades con una fuerza única empujaron esa agenda. Pero también respondía a la necesidad de subsanar una realidad histórica que ahora golpeaba en la cara a los uruguayos.

En 1985, cuando Uruguay volvió a oxigenarse con democracia, había 135 países del sistema de Naciones Unidas que ya habían establecido relaciones diplomáticas con la República Popular de China, fundada el 1 de octubre de 1949.

El primero en establecer relaciones había sido la Unión Soviética y su ejemplo había sido seguido por los países comunistas. En los 50 lo hicieron los países fronterizos, algunos occidentales neutrales y varios de Medio Oriente, mientras que en la década de 1960 el reconocimiento se extendió por África y pequeños estados socialistas.

Pero el gran parteaguas había sido la resolución 2758 de la Asamblea General de Naciones Unidas del 21 de octubre de 1971 que con 76 adhesiones restituyó el gobierno de Beijing como el legítimo de China en Naciones Unidas y expulsó a los representantes de Taiwán. En ese momento, el gobierno uruguayo fue uno de los 35 estados que rechazó el proyecto de resolución.

La línea del presidente Jorge Pacheco Areco que instruyó en 1971 a la delegación en Nueva York era apoyar la “propuesta dual”, que se basaba en el derecho de “las dos chinas” a estar representadas en Naciones Unidas.

“Esperemos que la conciliación de los intereses políticos y jurídicos permita una consideración realista de la situación y que se imponga una solución concertada que permita la coexistencia que aparecía hasta ayer como imposible. De nuestra parte agrego que en las fórmulas que surjan nos opondremos a la expulsión de la República de China (Taiwán), país que no ha violados ninguno de los principios de la Carta de las Naciones Unidas, tal como lo exige el Artículo 6 para admitir un caso de expulsión”, expresó el ministro de Relaciones Exterior, José Mora Otero en la inauguración del XXVI período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas. 

Aunque con otros argumentos, Uruguay ya se había expresado de esa forma en Naciones Unidas desde el inicio de la discusión internacional. 

En 1950, el colorado Enrique Armand Ugón había argumentado aludiendo a la “política de reconocimiento de gobiernos” que la República Popular de China se había establecido en forma contraria al derecho internacional, que eso aún estaba pendiente de discusión en ese foro y por ese motivo no estaban en condiciones de reconocer al régimen comunista chino o votar su admisión.

Dieciséis años después, el blanco Luis Vidal Zaglio había rechazado la posibilidad del ingreso de la República Popular de China por “no ser amante de la paz” y por “renegar públicamente de los propósitos y principios de la organización”. También dudaba de la competencia de Naciones Unidas para “dirimir, por propia iniciativa, de la situación de la legítima representación” de China en la organización. 

Sin embargo, dentro de la cancillería había voces disonantes que entendían que la votación de 1971 había significado un cambio geopolítico ineludible. 

Una de ellas era la de Mario Real de Azúa, que desde el Consulado General en Ciudad Victoria (Hong Kong) informaba en 1971 de los últimos sucesos con un evidente sesgo prochino. 

“Debemos entender que la reciente restauración de los legítimos derechos del gobierno de Pekín a ocupar el sitio que le corresponde, amén de otras importantes razones, es un fuerte respaldo –y quizás celoso guardián– de los intereses soberanos de los pequeños estados”, escribió el 20 de noviembre de 1971 al subrayar el agradecimiento de China en Naciones Unidas por el apoyo de los países latinoamericanos que -como Uruguay- sostenían la tesis de las doscientas millas marinas de mar territorial, en referencia a Chile, Perú y Ecuador. 

Obviamente la posición oficial solía reforzarse desde la Embajada de Uruguay en Taipei. “Debe adelantar el suscrito al señor ministro que miembros del gobierno y jerarcas del servicio Exterior de esta República, le han expresado su afecto y en forma muy cálida, por la decisión tomada por el gobierno de nuestro país en la referida Asamblea de las Naciones Unida”, informó Edison Bouchaton, encargado de negocios uruguayos en Taiwán, tras la votación. El diplomático había vuelto a Taipei en abril de 1971, luego de que el gobierno de Pacheco decidiera reabrir la embajada que había sido cerrada en 1968 por “razones económicas”.

Pero Real de Azúa siguió con su cruzada desde Hong Kong, incluso insistiendo al primer canciller de la dictadura, Juan Carlos Blanco. El 23 de octubre de 1973 informó que ya eran 92 países los que tenían relaciones diplomáticas con la República Popular de China y que, en oposición, era “escaso” el número de sedes diplomáticas abiertas en Taiwán. Sugería explícitamente reconocer que el único gobierno legítimo de China era el de Beijing, establecer relaciones, abrir una sede diplomática y crear una “oficina de enlace” en Taipei o en Kaohsiung para “mantener el intercambio comercial”. 

“Ningún país importante tiene misión diplomática en la isla, salvo Estados Unidos”, escribió. “El apoyo al gobierno de Taiwán significó -y significa- el manoseo del derecho internacional y además la intervención en un largo y cruento pleito interno de otro país. Además, desluce, desacredita. No es una posición seria; de la cual cuanto antes se salga, mejor”, redundó. 

Pero el gobierno militar no encontró ningún incentivo para hacerlo, a pesar del creciente número de naciones latinoamericanas que le daban un giro a su política y reconocían a Beijing.  

Que la dictadura que gobernó Uruguay durante 12 años tuviera un marcado perfil anti-comunista tampoco era determinante. En definitiva, esa misma dictadura había continuado relaciones con el bloque soviético (con siete embajadas al oriente de la cortina de hierro) y varios regímenes de derecha en América Latina ya habían oficializado relaciones con China.

Ese era el caso, por ejemplo, de Argentina (1972) y Brasil (1974). Chile había establecido relaciones diplomáticas en 1970 y la dictadura de Pinochet las había continuado sin sobresaltos. 

La existencia de regímenes militares de derecha tampoco era un impedimento para China, quien impulsó contactos oficiales con Uruguay en esa época, a través de acercamientos canalizados por sus embajadas en Brasilia, Buenos Aires y Santiago de Chile. 

En enero de 1980 el embajador de China en Brasil ofreció un almuerzo para homenajear a todos los jefes de misión de América y del Caribe. Según el informe que el embajador Eduardo Zubía envió a cancillería, China llamó con insistencia para lograr su presencia. 

El embajador no asistió y tampoco su segundo. En representación de Uruguay fue el consejero José María Alzamora quien fue “sentado en lugar de honor, a la derecha del Consejero de China, estando mejor ubicado que muchos jefes de misión”. 

“Al retirarse fue abrazado efusivamente y por largo tiempo por el embajador de China, quien hizo comentarios sobre el alto honor que representaba el tener en su casa y en la de su país a un diplomático”, informó. 

Y concluyó: “la citada invitación demuestra un evidente deseo por parte del representante de China de procurar un acercamiento con nuestro país”. 

El 15 de mayo de 1980, el ministro de la embajada en Brasilia se entrevistó con el consejero de la embajada China, Chen Dehe. El diplomático asiático le transmitió el deseo de “incrementar relaciones, a nivel personal, con los funcionarios diplomáticos” de Uruguay y su disposición a mantener “intercambios de informaciones en materia económico-comercial con el Uruguay” a través de las embajadas. 

Chen Dehe hizo un mapa de los países que tenían relaciones con China en la región, dejando fuera de ese grupo solo a Uruguay, Paraguay y Bolivia.

“Surgió claramente el deseo de incrementar las relaciones con esta embajada, a través de la exploración de posibilidades de establecer una corriente comercial con el evidente objetivo de iniciar un proceso de contactos que eventualmente pudiera concretarse en un posible establecimiento de relaciones diplomáticas con nuestro país”, escribió el general Zubía, embajador ante Brasil, con la solicitud de instrucciones “precisas”. 

La respuesta del Ministerio de Relaciones Exteriores de julio de 1980 fue cautelosa: “acrecentar relaciones a nivel personal y mantener intercambio de informaciones en materia económica-comercial”.

Lo mismo sucedía en Buenos Aires, tal como consigna un informe del embajador Walter Ravenna de setiembre de 1982. “En reiteradas ocasiones, funcionarios diplomáticos de este país han invitado, y dado muestras de inequívoco interés en trabar relación con funcionarios de nuestra embajada, los que hasta ahora se han abstenido de responderles”.

Pero lo más interesante había sucedido en Chile, el segundo país de las Américas en reconocer a China, luego de Cuba. En una visita, el vicecanciller chino le había solicitado a su par chileno que transmitiera el interés de Beijing de “iniciar gestiones” para el establecimiento de las relaciones diplomáticas con Uruguay “sobre la base del rompimiento de relaciones diplomáticas con Taiwán, dejando una oficina comercial”, tal como detalló el télex confidencial C525 desde Santiago.

Los chilenos le habían transmitido el mismo mensaje al vicecanciller Heber Arbuet Vignali durante una reunión de trabajo en Santiago en diciembre de 1982. 

Entre fines de 1982 y el primer semestre de 1983 Chile actuó como intermediario para la tramitación de visas para el Ballet de Shanghai (que finalmente no pudo viajar a Montevideo) y el Conjunto de Danza de Guizhov.  La intención de China era establecer un vínculo “pueblo a pueblo” que abriría las vías a otros contactos.

Esos contactos también se dieron en Nueva York, tal como reportó la misión de Uruguay ante Naciones Unidas en enero de 1983 al detallar “gestos y actitudes de cortesía que implican una aproximación, aunque sin referencia a la cuestión de las relaciones recíprocas”.

Ese mensaje detallaba de forma importante que China había adoptado una posición política “más moderada” que en el período maoísta a través de su “declarada oposición a los hegemonismos” y que había asumido una “actitud independiente”, tratando de asimilarse a los países en vías de desarrollo y a los No Alineado. De ahí su aproximación en Naciones Unidas al Grupo de los 77.

Esto provocaba, según el informe de la delegación uruguaya, que su voto se distinguiera de los países comunistas y que en sus discursos criticara tanto a Estados Unidos como a la Unión Soviética. “Su estrategia parece ser tratar de lograr crecientes apoyo y popularidad entre los países del llamado Tercer Mundo, mostrando una política moderada y confiable, incluso separada de la ideología”. 

El cortejo chino no fue en vano. En 1983 se abrió una rendija de duda en la cancillería que procuró generar opinión acerca de la necesidad de dar el paso. Este movimiento se expresó, en particular a través del Memorándum “Consideraciones sobre posible acercamiento y establecimiento de las relaciones diplomáticas entre el Uruguay y la República Popular de China” que discutió el Consejo de Seguridad Nacional presidido por Gregorio Álvarez en febrero de ese año. 

Ese trabajo de 18 páginas tenía una pregunta relevante: “¿Resulta realista o tiene algún sentido que el Uruguay llegue a ser el último país en apearse de una posición que ha perdido vigencia histórica, al seguir manteniendo relaciones con el Gobierno de Taiwán, en vez de establecerlas con la República Popular China?”

La descripción analítica del informe tenía una conclusión inequívoca: “las ventajas tanto del acercamiento como del posible establecimiento en relaciones con China Continental superan ampliamente los inconvenientes de una decisión en tal sentido, por cuanto solo tendrían consecuencias sobre las actuales relaciones diplomáticas con Taiwán pero sin afectar las corrientes económico-comerciales existentes”. 

El memo también ofrecía acciones y una hoja de ruta inspirada en un trabajo anterior de 1978.

Un informe confidencial firmado por el embajador Adolfo Silva Delgado y fechado el 3 de agosto de 1983 en Seúl, reforzó esas ideas al sugerir la necesidad de romper el status quo en virtud de la creciente gravitación económica de China y de la revolución cultural que hacía “muy difícil, por no decir imposible, que el comunismo chino pueda retroceder hacia el maoísmo nuevamente”

“En tales condiciones y sin dejar de tener en cuenta las diferencias ideológicas existentes, entiendo que ha llegado el momento de buscar medios aptos para intensificar nuestras relaciones económicas con la República Popular de China”, afirmó y sugirió mirar el ejemplo de Ecuador que había establecido relaciones pero mantenía oficinas comerciales con Taiwán. 

Pero más allá de dichos análisis y propuestas, en Uruguay no había una visión estratégica sobre el asunto y, en cambio, había una preeminencia de lobbies pro taiwaneses con intereses políticos y económicos sectoriales. 

Los taiwaneses hacían su juego y presionaban al gobierno con una retórica ideológica enmarcada en la guerra fría que echaba dudas sobre los propósitos reales de Beijing. “Tenga a bien limitar firmemente las actividades de los agentes de Pekín a específico contactos comerciales y evitar cualquier intriga política”, demandaba la embajada de Taiwán en Montevideo en una nota verbal enviada el 23 de noviembre de 1982, ante lo que se presentaba como la llegada de una delegación de China comunista a comprar tops de lana.

Viajes a Taiwán con ida por Hawai y vuelta en París compraba el corazón de algunos miembros del Consejo de Estado sobre los que, en el mejor de los casos, permeaba la falsa y anti jurídica noción de tener relaciones con dos chinas que se disputaban la autoridad sobre un solo territorio. 

Este fue el racional en la cancillería uruguaya hasta la segunda mitad de la década de 1980 cuando la confluencia de actores con una mirada afín y un país que renacía a la vida democrática y a la credibilidad internacional, comenzaron a mover la montaña de la irresolución. 

***

Muchas veces las ideas no tienen una única madre sino que son hijas de un tiempo y por eso también tienen varios hermanos.

Entre 1984 y 1985 coincidieron en el Palacio Santos (y en la embajada de Buenos Aires) varios diplomáticos que pensaban en un mismo norte. 

Guillermo Valles había vuelto en abril de 1984 de un quinquenio en Japón, su primer destino, impresionado por el acercamiento sino-nipón. Junto a su jefe en Económicos, José María Araneo, quien había retornado de ser el jefe de misión en Corea del Sur, miraban con entusiasmo ese mismo horizonte.

Desde Hong Kong, el Cónsul General Alcides Cendoya escribía por esa época: “El gran mercado está en Asia; esperar para trabajar en él puede ser un error”, al analizar el histórico acuerdo sino-británico sobre el futuro de Hong Kong.

Con esas visiones coincidían los productores y exportadores de lana peinada (tops) que expresaban la necesidad de tener una mayor previsibilidad en el comercio. En 1984 las exportaciones uruguayas a la República Popular de China superaban por primera vez a Taiwán en US$ 13 millones y este era uno de los principales rubros de exportación nacional.

En buena medida ese impulso activó acercamientos importantes entre autoridades de Uruguay y China. La embajada de China en Argentina le hizo saber al embajador uruguayo que estaba a disposición para agendar un encuentro bilateral en el marco de la visita del canciller chino a Buenos Aires.

El encuentro entre el director de Política, Mateo Marques Seré, y Araneo con el vicecanciiler y director para América y Oceanía, Zhu Qizhen, se concretó el 8 de agosto en la Embajada de China en Argentina. 

Zhu, que a la postre resultó ser el canciller chino, expresó su interés de incrementar y diversificar las compras a Uruguay y el interés de su gobierno de poder lograr mediante “la suficiente maduración” el establecimiento de las relaciones diplomáticas. 

“Principios tienen las cosas”, respondieron los uruguayos, según el informe de Araneo del día posterior, y puntualizaron que ese plazo de “maduración” debería verse “robustecido con la intensificación de corrientes comerciales de exportaciones uruguayas”. Los chinos respondieron que eso no constituía un problema para ellos.

Para los enviados de Beijing fue necesario subrayar la política de “una sola China” y se mostraron dispuestos a “indemnizar” al gobierno uruguayo por cualquier deterioro en las relaciones comerciales o cooperación técnica que recibía de Taiwán como consecuencia de la decisión de la ruptura que estaba en el horizonte. 

Casi un mes después se encontraron los cancilleres Carlos Maeso y Wu Xueqian en Nueva York al margen de la Asamblea General de Naciones Unidas. La entrevista tuvo lugar a las 11 del 25 de setiembre en el despacho 531 del Edificio de la Secretaría General de las Naciones Unidas. 

El ministro chino inició el diálogo concentrado en el establecimiento de las relaciones diplomáticas a la mayor brevedad. Maeso respondió que “no era oportuno analizar el tema por encontrar el Uruguay al final de un período de gobierno”. Sin embargo, el jefe de la diplomacia uruguaya dijo que veía como “muy positivos los acercamientos en áreas tan trascendentes como la comercial”, resumió un Memorándum sobre el encuentro. 

Ambos coincidieron en la conveniencia de intercambiar misiones comerciales y seguidamente contemplar la instalación de oficinas comerciales.

China reiteró que en caso de establecer relaciones diplomáticas no se verían afectadas las relaciones y corrientes comerciales con Taiwán, tal como había sucedido con otros países del cono sur. Pero en caso que así fuera por decisión de Taipei, China desplegaría su generosidad para subsanar el daño económico que esa decisión generara.

Media hora después de saludarse acordaron que las embajadas en Buenos Aires harían seguimiento y coordinación de los temas tratados, en particular las visitas de las misiones comerciales. 

Fue así que una delegación comercial china con nueve integrantes fue despachada a Montevideo en noviembre de 1984. La misión estaba encabezada por funcionarios con cargos de relativa jerarquía del Ministerio de Relaciones Económica y Comerciales con el Extranjero y de la Cancillería. Asimismo, en Uruguay los recibieron directores del Ministerio de Relaciones Exteriores y del Ministerio de Economía y también tuvieron posibilidad de entrevistarse con el canciller interino, Jorge Álvarez Olloniego, y el ministro de Economía Alejandro Vegh Villegas. 

El foco de la visita fue comercial, pero los delegados chinos formularon, en varias oportunidades, apreciaciones relacionadas con la política exterior de ambos países y las relaciones bilaterales, según consta en el Memorándum elaborado por el Departamento de Asuntos Políticos Bilaterales.

“Estamos dispuestos a desarrollar las relaciones y la colaboración con todos los países latinoamericanos”, subrayó el presidente de la delegación China, Liu Zepu, resaltando el el apoyo mutuo “en el campo económico comercial”. 

“Debido a que son pocos los contactos que hemos mantenido hasta el momento deseamos un incremento de los mismos para fomentar la compresión y llegar a resultados positivos y concretos”, dijo el funcionario chino.

Luego tomó la palabra el diplomático Huan Shikang quien afirmó que “habiendo tantos puntos comunes” no habría “obstáculo alguno para desarrollar las relaciones bilaterales en todos los terrenos”.

En una conversación informal, Shikang le dijo a Valles, quien había coordinado visita, que valoraba el encuentro de forma positiv, aunque él “hubiera deseado la iniciación de relaciones diplomática ya, como resultado de la visita de la misión que integra”.

El funcionario de la cancillería china, que hablaba un perfecto español, entendía que “cualquier de los partidos políticos uruguayos con posibilidad de triunfar en las elecciones a llevarse a cabo a fin de mes tomarían decisiones en favor de la apertura de relaciones diplomáticas con su país”.

Los próximos pasos entonces estaban claros: Uruguay tomando la iniciativa, contactos a través de las misiones en Buenos Aires y Nueva York y una visita de una delegación comercial a Beijing para el próximo año, anotó Valles. La invitación formal llegó los últimos días de diciembre a través de la embajada en Argentina.

Pero el avance en las relaciones bilaterales no correspondía a un régimen que caducaba. Había que esperar por la resolución y la legitimidad del futuro gobierno y así fue.

La parte china hizo su oportuno juego y dio una muestra más de interés el 10 de enero de 1985, cuando representantes del Partido Comunista chino se reunieron en el Hotel Columbia con integrantes del Partido Colorado, en particular con el legislador Roberto Asiaín que quedó como uno de los referentes y quien luego daría la lucha desde el Parlamento. 

***

El nuevo gobierno y su cancillería tenían el desafío de la restauración democrática y la reinserción internacional. Sanguinetti e Iglesias decidieron tomarlo como parte de un mismo proceso. 

El reintegro del Uruguay democrático a Naciones Unidas implicaba necesariamente superar una contradicción, Uruguay no reconocía al legítimo gobierno del país más poblado del mundo y miembro permanente del Consejo de Seguridad. Eso ponía en juego la credibilidad que se buscaba construir hacia afuera e Iglesias, con su bagaje internacional, lo sabía perfectamente.

En tanto, China comenzaba a acaparar casi el 5% de las exportaciones globales de Uruguay, pero fundamentalmente de lana. El problema era que, al no tener relaciones, no había convenios comerciales que establecieran las condiciones de intercambio. El comercio bilateral no estaba enmarcado en ningún estatuto internacional ni en ningún marco normativo. Más aún, al China no ser miembro del GATT, no tenía con Uruguay tratados multilaterales que obligaran en común a ambas partes. 

Esto tenía implicaciones, por ejemplo, en el régimen arancelario que se aplicaba, que podía ser arbitrario y, por ende, dejar al Uruguay en una posición de desventaja competitiva frente a los otros oferentes que le vendían a China. 

Varios de esos elementos jugaban en la mente de Carlos Pérez del Castillo cuando asumió la Dirección de Asuntos Económicos de la cancillería con rango de embajador en 1985. Durante sus primeras conversaciones con Iglesias le transmitió que creía que no tener un relacionamiento con China era una carencia de la política exterior y un riesgo comercial.

El tema estaba planteado en el Ejecutivo, pero no había sido madura suficientemente por lo que corría por un carril lento. Las sensibilidades políticas internas hacían su contrapeso. Sin ir más lejos, el ministro del Interior Antonio Marchesano era el presidente de la Comisión de amistad Uruguay Taiwán. Eso hacía que el tema no estuviera nítidamente definido a nivel del Ejecutivo. Aunque Sanguinetti e Iglesias  tenían claro cual era el horizonte, la falta de consenso político interno, en una etapa de delicada transición política doméstica, obstaculizaba el camino. 

Pérez del Castillo, quien tenía el objetivo de multiplicar las exportaciones por tres, le dijo a Iglesias que creía que lo único que podía generar un salto de velocidad era un fuerte acuerdo comercial con China. El ministro le dio luz verde y luego de un tiempo de trabajo llegó a un esbozo de acuerdo comercial por US$ 86 millones que contemplaba tanto productos tradicionales como no tradicionales. 

Mientras este proceso goteaba hacia adentro, las conversaciones de aproximación seguían generando hitos. En julio de 1985, miembros del comité de enlace del Partido Comunista chino visitaron confidencialmente la cancillería y fueron recibidos por Iglesias, quien reconoció las acciones bilaterales como tendientes a una normalización de las relaciones. Pero aclaró que ello suponía la consolidación de los lazos económicos como etapa previa e imprescindible. 

El 1 de setiembre Iglesias estrechó la mano de su par chino en Nueva York y nueve días después, el embajador uruguayo en Argentina, Luis Barrios Tassano, se encontró con el jefe de misión chino en Buenos Aires, Wei Baoshan, a fin de descartar que China fuera a hacer una discriminación arancelaria sobre los productos uruguayos. 

Wei Baoshan le recordó que las conversaciones para el establecimiento de las relaciones diplomáticas habían comenzado con la dictadura, aunque no habían obtenido progresos concretos. 

El diplomático chino le envió un mensaje claro que Barrios Tassano no dudó en reenviar a su cancillería con celeridad. 

“Que a su juicio cuanto más rápido se restablezcan las relaciones será mejor para ambos países, aunque reconoció que si nosotros teníamos dificultades ellos como buenos amigos estaban dispuestos a seguir esperando. Pero que les resultaba esencial tener demostraciones de nuestra sinceridad de propósitos dando algún paso concreto, para evitar que se pudiera pensar que estamos en el doble juego de usar a Taiwán como palanca con China Popular y viceversa, consiguiendo así mayores ventajas para ambos”.

Entonces Iglesias supo lo que debía hacer: sugerir una misión comercial a Beijing encabezada nada más ni nada menos que por un ministro para dar garantías de que el país estaba considerando seriamente ese camino. 

***

La gran vorágine negociadora que desató el Ministerio de Relaciones Exteriores durante el primer gobierno de Sanguinetti tenían método, impulso y poco descanso. El PEC, el CAUCE, el primer TLC con México, la reanudación de relaciones plenas con Europa y la ampliación por un año de cuotas de carnes allí, eran alguno de los ejemplos de ese impulso. 

En cuestión de meses se había anudado la primera misión comercial uruguaya en territorio chino que tenía como principal objetivo definir el programa de compras de China y el régimen arancelario en que eso sucedería.

“No hay duda que había una decisión política muy sólida de moverse en ese sentido vinculada a Iglesias”, afirma el entonces ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, Roberto Vázquez Platero, quien también entendía que era importante atender ese mercado.

Roberto Vázquez Platero durante la primera misión comercial de Uruguay a China

Tres días después de los contactos políticos-diplomáticos que de forma secreta y separada se habían dado en la cancillería de la mano de Pérez del Castillo y Valles, llegó la delegación uruguaya encabezada por Vázquez Platero y secundada por el director general de Comercio Exterior, Isidoro Hodara. 

Junto a ellos había diez empresarios: cuatro del sector lanas, dos del sector cueros, un textil, dos del rubro de la pesca y un importador de herramientas y artículos de escritorio. Por una empresa de cueros viajaba el excanciller, Juan Carlos Blanco, vinculado al pachequismo y por una de preparados de pescado lo hacía José Radiccioni, hombre de Ferreira Aldunate. 

Todos se alojaron en la casa de huéspedes oficiales del Estado chino, en un símbolo de respeto y prestigio. 

“Para nosotros y para el sector lanero era muy importante poder adquirir ese mercado porque iba declinando la Unión Soviética, que era otro de los mercados en los que vendíamos mucho”, recordó Jorge Stainfeld, que en ese momento viajó en representación de Paycueros. 

A los exportadores uruguayos les fue bien en la medida que las compras centralizadas (y dirigidas) de los chinos los dejaron satisfechos, incluso a los productores de frazadas (La Aurora) que tras sufrir siete días sin cerrar ninguna operación tuvieron una buena nueva el último día.

Stainfeld recuerda las conversaciones del sector privado con el gobierno en las que acentuaban que el futuro estaba en China.  

“Lo que ha sido el relacionamiento de Uruguay con China es muy buen ejemplo de lo que es una política de estado”, opina Pedro Otegui, quien fue uno de los fundadores de la Cámara de Comercio Uruguay-China en 1986 y por muchos años su presidente. 

Para el empresario la estrategia de Uruguay ha sido un juego de equipo público-privado. Como en aquellos años que motivaron al gobierno a movilizarse, Otegui cree que el acceso a mercado sigue siendo un norte inclaudicable de cualquier gobierno uruguayo sobre todo porque el que exporta “vende lo que puede”. 

Visita de la delegación uruguaya a la gran muralla en 1985

La misión comercial dejó buenas sensaciones de un lado, tanto que ya se proyectaba una nueva visita china para setiembre de 1986. 

En las acciones que sugerían Perez del Castillo y Valles en su informe al canciller Iglesias estaba la creación de un grupo interinstitucional ad hoc que tuviera como principal cometido “preparar las bases de un convenio económico comercial de 3 a 5 años”. 

Para el joven diplomático también era necesario hacer un “seguimiento permanente” y todas las partes coincidieron en que Buenos Aires sería el lugar para intensificar los intercambios y dar permanencia al vínculo con los diplomáticos chinos y los representantes del comité de enlace del Partido Comunista allí instalados.

Se acercaba el tiempo de la negociación formal.

Comentarios

Registrate gratis y seguí navegando.

¿Ya estás registrado? iniciá sesión aquí.

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 345 / mes

Elegí tu plan

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Te quedan 3 notas gratuitas.

Accedé ilimitado desde US$ 345 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 345 / mes

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Elegí tu plan y accedé sin límites.

Ver planes

Contenido exclusivo de

Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.

Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá

Cargando...