Sanguinetti en el Mausoleo de Qin Shi Huang, 1988

Nacional > CAPÍTULO III: 35 años con China

Negociaciones secretas con China: la ruptura con Taiwán y la primera visita de Sanguinetti

El tercer y último capítulo de esta serie centrada en la historia de las negociaciones con China cuenta la difícil reunión de Iglesias con el embajador taiwanés y recuerda la audiencia entre Sanguinetti y Deng Xiaoping
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17 de febrero de 2023 a las 05:02

Había llegado el momento más delicado para el canciller Enrique Iglesias. De todas las subidas y bajadas que marcaron el largo proceso de la negociación para el establecimiento de las relaciones diplomáticas, esa reunión era la que desvelaba al jefe de la diplomacia uruguaya en el amanecer de 1988.

Quería tener un último acto de gentileza para quienes habían sido buenos socios del Uruguay en los años precedentes y por eso citó al embajador taiwanés en Montevideo al Palacio Santos en la noche del 2 de febrero, pocas horas antes de que la noticia se hiciera pública. 

La comunicación solía ser en inglés pero el representante de Taipei le pidió para hablar en sus propios idiomas. El hombre ya se dio cuenta de lo que venía.  

Entonces Iglesias procedió a decirle que el gobierno uruguayo había resuelto reconocer al gobierno de Beijing como el legítimo representante del pueblo chino, aunque le adelantó que querían mantener la relación en otros planos. 

El taiwanés, colérico, explotó con valoraciones que quedaron para siempre en la mente de Iglesias como un momento desagradable

El canciller acompañó al embajador a la puerta quien, ya de vuelta en inglés, le preguntó cuántas horas tenía para dejar el país. 

“Embajador, ¿cómo horas? Tiene todos los días que quiera”, le contestó Iglesias, fiel a su estilo caballeroso y al que ahora necesariamente acudía para salvar la stiuación. 

“No, no”, lo cortó el taiwanés. “¿Cuarenta y ocho horas está bien?”, le consultó como si ya tuviera las valijas prontas. 

Dar vuelta el teléfono si se mira desde un dispositivo móvil

Lo que Iglesias había adelantado por vía oral quedó en negro sobre blanco en una misiva dirigida al embajador y fechada el 3 de febrero de 1988 en la que le informaba formalmente que el gobierno uruguayo había reconocido legalmente al gobierno de la República Popular de China. 

“Esta circunstancia impide jurídicamente que nuestro gobierno pueda continuar manteniendo una representación oficial en Taipei habiendo decidido su cierre. El gobierno del Uruguay espera y confía que Taiwán adoptará por su parte idénticas medidas”, decía la carta. 

Sin embargo, Iglesias manifestó que el gobierno uruguayo deseaba dejar “claramente expresado” que ello no significaba “su voluntad de suspender toda vinculación Taiwán” y manifestó su aspiración a establecer una relación comercial.

“En ese sentido el gobierno uruguayo ratifica su intención de permitir y fomentar que se mantengan y estrechen entre los habitantes de la República Oriental del Uruguay y de Taiwán, no sólo los vínculos comerciales, sino también los correspondientes a otras actividades, particularmente las culturales, excepto las de carácter oficial”, escribió.

Por eso le informó que seguirían aceptando los pasaportes taiwaneses para el otorgamiento de visas y, en segundo lugar, que estaba dispuesto a que se instalara una oficina comercial en Montevideo. 

“Para que todo aquello pueda llegar a feliz término nuestro gobierno considera indispensable que el cese de las relaciones diplomáticas se considere, como es, un hecho condicionado a la particularidad jurídica y política de la situación, y nunca a una actitud inamistosa”.

La firma era la de Enrique V. Iglesias. 

Mientras la secretaría de Iglesias despachaba la carta de ruptura, el embajador uruguayo ante Naciones Unidas, Felipe Paolillo, y su par chino Li Luye celebraban con un banquete ofrecido por la delegación china en Naciones Unidas. 

Las partes ya habían firmado los seis documentos bilaterales que habían rubricado e inicialado los cancilleres de forma secreta el 14 de octubre de 1987 en Buenos Aires y que el consejero de la embajada en Buenos Aires, Guillermo Valles, había trasladado hasta Nueva York como quien custodia un bien supremo. 

El comunicado conjunto, acordado los días previos, también se despachó enseguida. 

Informaba que los gobiernos habían decidido establecer relaciones diplomáticas “en conformidad con los intereses y los deseos de los pueblos”

En el segundo párrafo señalaba que el gobierno uruguayo reconocía que el Gobierno de la República Popular China era “el único gobierno legal de China”, en tanto que el gobierno chino reafirmaba que Taiwán era “parte inalienable” de su territorio, de lo cual Uruguay tomaba nota. 

Asimismo se anunciaba la apertura de embajadas dentro del “más breve plazo posible” y en prestarse “toda la asistencia necesaria para la instalación y el funcionamiento de las embajadas”. 

Las réplicas del terremoto taiwanés en Montevideo tuvieron lugar en el Palacio Legislativo. No en vano, los taiwaneses se habían preocupado en cultivar vínculos durante varios años. El lobby había dilatado la decisión crucial con relativo éxito pero ahora, que ya estaba todo perdido, solo quedaba la posibilidad de molestar. 

El legislador pachequista Nelson Arredondo (Unión Colorada y Batllista) fue uno de los portavoces del malhumor de Taipei ese febrero. 

“Ha sido una medida antipática porque está divorciada de la opinión mayoritaria del pueblo”, dijo al comentar el asunto en la Comisión Permanente. 

“La mayoría de los legisladores, los intendentes, la prensa, los encuestados por distintos organismos, los productores -sobre todo los vinculados al comercio exterior internacional- todos, sin excepción, era contrario a esta medida”, agregó.

El diputado afirmó que el gobierno no gozaba de consenso interno y nombró sectores del Partido Nacional y de su propio partido. 

“Lo que nos choca más como orientales es que esta resolución hiere y lesiona desde todo punto de vista la dignidad nacional porque con la iniciación de relaciones con Pekín se nos impone romper relaciones con Taiwán”.

Sin embargo, el gobierno ya había cruzado el Rubicón. 

Para Guillermo Valles la sensación era de alivio. Pensó que tras un breve descanso podría concentrarse en los asuntos bilaterales del siempre tormentoso Río de la Plata. Pero su jefe en la embajada, que luego pasaría a ser el máximo responsable de la cancillería, tenía otros planes para él.

Una mañana de sol en el Tayuan Bagun

El establecimiento de las relaciones diplomáticas con China fue de las últimas acciones de Iglesias en la cancillería y otro hombre íntimamente ligado con ese proceso asumió su lugar.

Una de las primeras decisiones de Luis Barrios Tassano como ministro de Relaciones Exteriores fue ofrecerle la embajada en Beijing a Guillermo Valles. 

El diplomático asumió la jefatura de misión como encargado de negocios y con el tiempo se volvería el primer embajador de Uruguay en China. 

Valles saluda a Deng Xiaoping, 1988

Llegó con el desafío de abrir la embajada en el mismo momento en que se encargaba de organizar la primera visita oficial de un presidente uruguayo a China. 

Pocos meses después, en julio de 1988, China pidió al gobierno uruguayo el beneplácito por Yang Xuqiang, quien había trabajo en la oficina de enlace de China en Estados Unidos y como director de asuntos administrativos y financieros de su cancillería. 

Valles y su esposa Sachiyo ingresaron por Hong Kong, que se volvió la base de apoyo desde el punto de vista logístico y fuente de abastecimiento para montar la embajada. En el consulado de la ciudad que aún administraban los británicos estaban sus colegas Álvaro Moerzinger y Marta Pizzanelli. 

Estuvieron una semana allí y el desembarco en Beijing fue en un hotel en donde vivieron y trabajaron durante cuatro o cinco largos meses. En una habitación dormían y la otra usaban de oficina mientras lidiaban con el centralismo y las arbitrariedades del Buró de Servicios y Vivienda, propio de un estado que aún conservaba en su administración pública los vestigios de otro régimen. 

La primera embajada de Uruguay en Beijing estaba ubicada en el séptimo piso del Tayuan Bagun, un edificio relativamente nuevo en el que también funcionaban las oficinas del Banco Mundial y del gobierno español.

En estas últimas trabajaba Pablo Rovetta, un uruguayo que había llegado a China junto a su familia en 1975 y con 17 años, luego de que su padre, un militante exmilitante comunista que se había inclinado por el modelo chino, tuviera que ir al exilio. 

“La llegada de Valles fue un motivo de muchísima alegría para mí porque por primera vez tenía la posibilidad de hablar con un compatriota. Fue un cambio en mi vida”, recuerda Rovetta ahora desde España.

Rovetta aún conserva los registros fílmicos del día en el que por primera vez se izó el pabellón nacional en China. Allí se ve a Valles, su esposa, personal chino de la embajada y su hermana Laura quien terminó de llevar la bandera hacia arriba esa mañana soleada. Valles todavía se emociona al recordar ese momento. 

Inauguración de la embajada, 1988

Pero las cosas no fueron sencillas. Nunca lo son. 

Además de lidiar con compra del mobiliario (los primeros muebles que compraron llegaron en tren totalmente desechos), el objetivo de Valles era naturalmente establecer vínculo con todos los ministerios y con el círculo diplomático.

Pero el gran desafío a corto plazo era la visita presidencial que, en total, movía a un centenar de personas. Para ello Valles recibió la ayuda del consejero Eduardo Añón que cumplía funciones en Japón.

Uno de los asuntos que más preocupaba al encargado de negocios en la previa estaba vinculado con algunos problemas serios que se habían suscitado con la compra de soja. Desde el inicio de las negociaciones, la soja había sido sumada a la lista de compras chinas como producto no tradicional para calmar las preocupaciones de los productores, en la medida de que era algo que Taiwán compraba (de forma subsidiada) y porque también estaba en el mapa de posibilidades de importación chino.

En los meses anteriores a la visita de Sanguinetti llegaron dos misiones a Montevideo y una de ellas estaba encabezada por el presidente de la Corporación Nacional China de Granos y Oleaginosos. Los uruguayos querían garantizarse la compra de soja antes del viaje presidencial, pero además aprovecharon para renegociar en las dos ocasiones el precio de compra que había establecido el memorándum.

Los chinos habían accedido de buena gana a la solicitud pero estallaron en punto de hervor cuando supieron que el barco que transportaba 35 mil toneladas llevaba soja de origen paraguayo que, para peor, estaba podrida. 

La primera delegación diplomática uruguaya en suelo chino recién se estaba instalando y ya había un problema comercial que, si bien era un diferendo privado, había tenido una fuerte intervención de los estados para celebrar el contrato.

A pesar del enojo cósmico de Barrios Tassano, y de las justificaciones escolares del gerente de la empresa exportadora, el tema aún no estaba resuelto cuando se abrió la puerta del avión que llevó al primer presidente uruguayo a Beijing.

El discurso de la libertad en una universidad en Cantón

A Sanguinetti lo estaba esperando en el tubo de desembarque el ministro de Asuntos Civiles, Cui Nai Fu, el viceministro de Relaciones Exteriores, directivos de la Cámara de Comercio China, jerarcas de la cancillería china y personal de la embajada de Uruguay ese 1 de noviembre de 1988. 

Dos niñas le entregaron un bouquet de flores a él y su esposa Marta Canessa y marcharon. 

Arribo de Sanguinetti a Beijing, 1988

La constitución de la comitiva oficial demostraba que era una verdadera visita de estado. Estaba el presidente de la Suprema Corte de Justicia, ministros y directores ministeriales, legisladores de varios partidos, militares, presidentes de las cámaras y empresarios.

Pese a todo el fervor que suscitaba esa primera visita, en las reuniones de negocios, que se celebran al margen de los encuentros entre gobiernos, había un pulso bajo. En la contraparte china pocos querían hablar y menos aún resolver. Olía a soja podrida. 

El asunto llevó a una reunión ministerial de urgencia y a una instrucción inequívoca del presidente: había que explicar y arreglar el asunto porque la visita no podía fracasar.

La investigación posterior del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca determinó responsabilidades de la empresa exportadora. Pero pasó un buen tiempo para que Uruguay le pudiera volver a vender soja a China.

De todos modos la misión no se frustró.

Sanguinetti con el presidente Yang Shangkun, 1988

El himno nacional sonó en el Gran Palacio del Pueblo en donde lo recibió el presidente Yang Shangkun, la corona floral fue colocada en el monumento a los héroes del pueblo en la Plaza Tiananmen en donde aún había un enorme retrato de Mao y los chinos ofrecieron el tradicional banquete con el que agasajan a todos los huéspedes de honor. 

Sanguinetti con el presidente Yang Shangkun, 1988

Sanguinetti también tuvo una audiencia con el primer ministro Li Peng con quien intercambió sobre asuntos globales, como la distensión internacional que en ese momento auspiciaba la cumbre entre Estados Unidos y la Unión Soviética, sobre el proceso político chino y también habló del fortalecimiento de la relación  bilateral.

Pero el plato fuerte fue el encuentro con Deng Xiaoping, “el arquitecto de la China moderna”, quien en ese momento era presidente de la Comisión Militar Central. 

La conversación entre ambos se extendió por una hora y media en uno de los enormes salones que caracterizaba a la arquitectura comunista.

Hablaron del acuerdo con el Reino Unido para la devolución de Hong Kong. Sanguinetti evocó lo que implicaba para él la recuperación definitiva de la soberanía y le prometió que lo acompañaría ese día, algo que no pudo suceder porque el líder chino murió antes. 

Sanguinetti reunido con Deng Xiaoping, 1988

En el libro La Reconquista, Sanguinetti recuerda que le preguntó por Gorbachov mientras Deng Xiaoping le daba largas pitadas a su "omnipresente cigarrillo".

Está perdido y aún no lo advierte. Él cree que es posible hacer la reforma económica y la reforma política al mismo tiempo. La reforma política se comerá a la económica y luego se comerá a sí misma, profetizó el líder chino.

Y siguió con su visión: Aquí en China será todo distinto. Seguiremos con la reforma económica emprendida y ello nos permitirá, en torno al año 2000, haber superado el hambre, en el 2020 poseer un ingreso medio y en torno al 2040 alcanzar un desarrollo que permita discutir el tema de la compatibilidad de nuestro socialismo con la economía de mercado, recuerda Sanguinetti en su libro.

Deng Xiaoping no lo hizo, pero seguramente también hubiera podido profetizar que al cabo de 35 años China se convertiría en el receptor de casi un tercio de las exportaciones de bienes uruguayos al mundo. 

Discurso de Sanguinetti en la Universidad de Cantón, 1988

Estudiantes de la Universidad de Cantón saludan a Sanguinetti, 1988

Antes de partir de Canton a Hong Kong para iniciar el viaje de vuelta, Sanguinetti dio un discurso en una universidad. Los estudiantes le dieron muestras de afecto.

Él les había hablado sobre la libertad.

Era noviembre de 1988.

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