Ni el derrochador Brewster, ni el avaro Harpagón

El gobierno de Luis Lacalle Pou está terminando su plan presupuestal y antes de ver los números ya hay debate político sobre el criterio general

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27 de agosto de 2020 a las 17:09

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Harpagón y Brewster son los extremos de actitud en el manejo del dinero; uno es un tacaño por excelencia y el otro es un gran derrochador, no por voluntad propia sino llevado por las circunstancias.

Los millones de Brewster es una novela de 1902 escrita por George Barr McCutcheon, (EEUU 1866-1928), llevada al cine en 1985 (traducida en Uruguay como Lluvia de dólares). El protagonista de la novela, Monty Brewster, recibe una doble herencia cuando cumple los 25 años: un millón de dólares de su difunto padre, y otros siete millones de su tío, pero para recibirla tiene una condición curiosa. Monty deberá “aprender” el gusto al dinero y para recibir los US$ 7 millones deberá gastar el primer millón en un año, hasta el último centavo, sin hacer donaciones o hacer inversiones. Para el filme, ochenta años después de la novela, el monto de la herencia fue de US$ 300 millones y ese premio lo alcanzaba solo si despilfarraba millones en poco tiempo.

O sea que el protagonista Brewster debía gastar, gastar, casi quemar dinero.

El avaro (1668) es la comedia de “Molière” (Jean-Baptiste Poquelin, Francia, 1622-1673), que gira en torno al personaje Harpagón, un viejo molesto, egoísta, que no expresa cariño hacia sus hijos, pero sí cuida con obsesión una cajita en la que guarda su dinero. Su hija Elisa está enamorada de Valerio pero sabe que no tendrá el aval de su padre para casarse, porque “el avaro” quiere que ella lo haga con alguien de dinero. La avaricia del personaje está exagerada hasta el extremo y cae en el ridículo.

Harpagón, personaje de El avaro de Molière, es la antítesis de Monty Brewster, millonario creado por George Barr McCutcheon

Son dos vicios, el de despilfarrar sin límite y el de ahorrar sin excepción. Uno guarda, guarda, guarda, no gasta, y su placer está en saber que tiene ese dinero bien guardado y sin usar. El otro gasta, gasta, y gasta sin freno, como si el dinero no se acabara nunca. En el medio de ambos extremos, hay muchas opciones y ahora que comienza a levantarse el telón de la discusión quinquenal sobre el Presupuesto, podremos ver qué papel asumirá el presidente Lacalle Pou.

El gobierno está terminando su plan presupuestal y antes de ver los números ya hay debate político sobre el criterio general: la oposición critica al oficialismo por considerar que se comporta como un avaro, y el gobierno responde con críticas a la oposición, a la que se responsabiliza de haber despilfarrado y dejado una herencia que obliga a ajustar las cuentas.

Lacalle Pou ha querido despegarse de la imagen de gobiernos blancos o colorados anteriores, que hicieron ajustes fiscales con una combinación de suba de impuestos y recorte de gastos, y también quiere desligarse de la imagen que el Frente asignó a su padre en la campaña electoral de 2009, sobre la “motosierra” contra el exceso de gasto público.

La oposición critica al oficialismo por considerar que se comporta como un avaro, y el gobierno responde con críticas a la oposición, a la que se responsabiliza de haber despilfarrado y dejado una herencia que obliga a ajustar las cuentas

Quizás por eso el presidente ponga acento en que la estrategia fiscal es de “ahorros” y no de “recortes”, aun cuando esa imagen no tenga nada que ver con lo que este gobierno deba hacer.

Ahorrar es posible cuando hay exceso de ingreso, no de gastos: ahorra el que tiene un excedente o que prefiere limitarse de hacer algunos gastos, para guardar para más adelante. Eso no es lo que le pasa al fisco uruguayo, sino todo lo contrario.

El déficit financiero del Estado es una obscenidad, en volumen y en la forma en que se ha generado, porque no es por un gasto extraordinario causado por una crisis (o una pandemia), sino que se generó durante la etapa de bonanza espectacular e inusual.

No es fácil encontrar en la historia económica de este país una era de aumento del ingreso per capita tan alto y tan largo como el que se dio entre fines de 2003 y principios de 2015.

Ahorrar es posible cuando hay exceso de ingreso, no de gastos: ahorra el que tiene un excedente o que prefiere limitarse de hacer algunos gastos, para guardar para más adelante

Además, este año aumenta ese saldo en rojo por el impacto de la pandemia, que obligó a más gasto social y a retracción de recaudación de impuestos. Pero el déficit previo al shock de coronavirus ya era del orden de US$ 3.000 millones anuales.

Empeñado en cumplir la promesa de no aumentar impuestos, el gobierno anuncia una baja sustancial del déficit lo que se debe dar con recorte de gasto público, que deberá hacerse con mucho ingenio para no afectar cuestiones esenciales que hay que mantener, como educación, protección social, seguridad pública, salud, entre otros.

El recorte de gasto público no es un fin en sí mismo, sino algo necesario para que el país genere condiciones para más inversión, para que haya más actividad económica y eso derive en más empleo y mejor ingreso de los hogares: eso no es nada fácil.

El déficit financiero del Estado es una obscenidad, en volumen y en la forma en que se ha generado

El empleo viene en baja desde 2005: fue 60,4% en 2004 y a febrero –antes del coronavirus– había llegado a 56,4%; lo que cayó mucho por la paralización de economía. El ingreso familiar lleva dos años de caída de poder adquisitivo y obviamente este año será el tercero. Lo mismo pasa con la pobreza, aumento en 2018, 2019 y 2020. Nada de eso es casualidad y se visualiza en la evolución de la inversión privada, que en definitiva es la que se vincula con la generación de empleo genuino.

Tras la caída de fin de la dictadura (crisis de 1982), la inversión privada se recuperó en la restauración de la democracia, pero eso se frenó cuando la economía uruguaya entró en recesión en la primavera de 1998 (poco después que lo hiciera Argentina), lo que se agudizó en verano de 1999 tras el crac brasileño por el fin del Plan Real, y se hizo más dramático en 2002. Ese fue un período de caída de la inversión privada.

Luego la inversión retomó impulso con el crecimiento económico, lo que se frenó en 2013 y ha estado en baja desde 2014. Sin crisis, ni recesión, fueron más de 5 años de caída de la inversión, lo que sólo tuvo mejora a fin del año pasado por UPM 2 (importaciones para la planta y luego obras para el ferrocarril y otras conexas).

El recorte de gasto público no es un fin en sí mismo, sino algo necesario para que el país genere condiciones para más inversión, para que haya más actividad económica y eso derive en más empleo y mejor ingreso de los hogares

Ese repunte fue puntual y se dio por una empresa en zona franca, con un proyecto que ya venía encaminado, lo que demuestra que sin amplios beneficios impositivos y otros apoyos– no hubo interés real de invertir en Uruguay, en todos esos años.

El Presupuesto 2021-2025 llega en ese contexto, de economía estancada, mercado laboral deprimido y falta de inversión privada.

Con el gasto público no se podrá ser avaro, porque hay demasiadas demandas fundamentadas en áreas claves del Estado, y tampoco podrá ser derrochador, porque es alto el riesgo reputacional y perder el “grado inversor”.

Ni el avaro de Molière, ni el derrochador de McCutcheon. Lacalle Pou deberá ser cuidadoso en el fisco, y generar condiciones para que valga la pena invertir. Nada fácil.

Soy Nelson Fernández, periodista y analista económico, columnista de El Observador. Hasta aquí esta nueva entrega de Rincón y Misiones, la newsletter exclusivo para suscriptores Member de El Observador para entender mejor la realidad económica y los temas que tocan nuestro bolsillo, y contar con mejor información para tomar decisiones.

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