Las protestas de abril de 2018: el punto bisagra.

Nacional > Dictadura es dictadura

Nicaragua: “el país secuestrado” visto desde el exilio y la crítica al FA

Dos periodistas nicaragüenses cuentan desde el destierro cómo la dictadura de Daniel Ortega acabó con las libertades en su país y el “desconocimiento” que hay en Uruguay
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03 de abril de 2023 a las 05:00

Aquella noche, antes de abrir el portón del garaje de su casa, Octavio Enríquez abrazó el volante de su auto y se puso a llorar. Sus hijos estaban dentro de la vivienda, con las luces apagadas, durmiendo. Pero Octavio no podía sacarse de la cabeza las imágenes que había visto —y evaluado— horas antes, mientras armaban la portada del La Prensa —el periódico más antiguo de Nicaragua y en el que trabajaba— ni era capaz de evadir la sola idea de que sus hijos podrían haber sido parte de la dantesca escena.

El sábado 16 de junio en la mañana Enríquez —43 años, más de la mitad de ellos como periodista— recibió la llamada de uno de sus reporteros. Le contó que en el barrio Carlos Marx de Managua una familia fue calcinada y todos los testigos apuntaban contra agentes paraestatales y la policía oficial del régimen de Daniel Ortega.

Las fotos, esas que Octavio miró una y otra vez para seleccionar la menos morbosa que ilustrase la portada, evidenciaban una escalada de violencia que había tenido su génesis en abril de 2018, cuando el gobierno de Ortega reprimió y asesinó a varios de los veteranos que se habían manifestado contra una reforma de la seguridad social que les quitaba 5% de sus ingresos.

Los jóvenes salieron a las calles a defender a los viejos y, a cambio, también les devolvieron balas y muertes. “La cotidianeidad se trasformó en un obituario: entrabas al muro de Facebook de un amigo y lamentaba un muerto, y al rato lo mismo en otro, en otro…”. Un lustro después, Enríquez todavía se atraganta de dolor.

Ortega está en el poder junto a su esposa Murillo.

A la reprimenda de las manifestaciones —el punto bisagra del deterioro de un régimen que había alcanzado el poder solo con algo más de un tercio de los votos y que llevaba años castigando a la oposición y el acceso a la información— le siguió el allanamiento a medios de comunicación, las expropiaciones, el encarcelamiento de líderes de la sociedad civil, de la política y “todos los síntomas de un país secuestrado”.

Nicaragua es el segundo país más pobre de América Latina y el Caribe. Según las estadísticas del Banco Mundial, solo lo supera Haití. Por eso la expulsión de su población —mucha de la cual tiene la ilusión de cumplir el sueño americano— era estructural incluso antes del régimen de Ortega. Pero tras las protestas de abril de 2018, el “secuestro” de un país empezó a evidenciarse en un éxodo: huyeron unos 300.000 nicaragüenses, el 5% de la población.

Enríquez no pensaba irse. Ya era un periodista consagrado, ganó el premio Rey de España, el Ortega y Gasset, fue finalista del Premio Gabo, y sentía “la obligación de arrojar luz entre tanta oscuridad”. Por eso a mediados de 2021, cuando la Fiscalía lo llamó a declarar tras allanar en mayo la Fundación Violeta Barrios de Chamorro en la que dictaba clases de periodismo, dijo: “La mejor respuesta que podemos dar como reporteros es seguir fiscalizando al poder (…) Nicaragua lo necesita”.

Su colega Elmer Rivas —28 años, voz de locutor, mirada seria e integrante del medio Confidencial— tampoco pensaba irse. Pero en la mañana del 20 de mayo de 2021, cuando todavía vivía en Nicaragua, iba camino a la redacción de su periódico digital cuando supo que el régimen de Ortega había allanado por segunda vez la redacción para encarcelar a los líderes de opinión. Se salvó por unos minutos. Uno de sus compañeros, que había madrugado, fue preso. 

Naciones Unidas y la CIDH reconocieron que en Nicaragua hay presos políticos.

“Había mucha hostilidad y persecución, por lo que decidí salir al exilio para continuar trabajando, en libertad. Hasta entonces yo era uno de los rostros visibles del medio, y productor de los formatos televisivos que producimos. Eso me ponía en una situación de amenaza y vulnerabilidad”, dice este joven que, pese al sacrificio, se resiste a abandonar la profesión que acuñó hace casi una década y que espera volver a ejercer dentro de las fronteras nicaragüenses.

Octavio aguantó unas semanas más. Estaba en medio de una investigación sobre el patrimonio y el enriquecimiento ilícito de la familia presidencial. “Me acuerdo que le digo a la Gloria (su esposa): ‘cuando tenga que llamar a Murillo (pareja de Ortega y vicepresidenta) para darle el debido derecho a que explique los hallazgos, la policía me va a venir a buscar´”. 

La respuesta de Gloria fue contundente: “Te prefiero lejos antes que preso”.

El 23 de junio de 2021, el mismo día en que Nicaragua celebra el Día del Padre, Octavio llevó a sus hijos a cenar la pizza favorita. Le explicó a su hija que no se avergonzara de su padre, quien estaba “del lado correcto de la historia”.

Ya en su casa, Enríquez armó una mochila, se puso como camuflaje una camisa celeste a cuadros que nunca usaba, una gorra y en la oscuridad de la madrugada partió al exilio.

Como Rivas y Enríquez, hay más de 150 periodistas nicaragüenses exiliados en menos de cinco años. 

A lo lejos

En Uruguay, la declaración del Frente Amplio sobre lo que ocurre en Nicaragua “denota desconocimiento: hay partidos políticos de izquierda en América Latina que se resisten a condenar a dictaduras que se definen de izquierda, y se ven obligados a pronunciarse por presión pública, pero sus llamados no tienen relación a la realidad que sufren estos países”. Así lo entiende el periodista Elmer Rivas, exiliado en Costa Rica.

Rivas, a diferencia de su colega Enríquez, logró escapar por la frontera de manera regular —con pasaporte en mano—. Consiguió que saliera también su pareja y después, tiempo después, supo que si lo hubiesen detenido en el allanamiento del medio de comunicación en el que trabajaba —y sigue trabajando a la distancia— en mayo de 2020 “con seguridad acabaría preso”. 

Por eso cuando leyó la declaración del Frente Amplio de Uruguay —que llegó esta semana tras largas discusiones internas y que no nombra en ningún momento la palabra “dictadura”— sintió que una parte de la realidad, de su realidad, no estaba llegando a la sociedad uruguaya.

“Nombrar al Ministerio Público como el responsable de desterrar y despojar de su nacionalidad a más de 300 nicaragüenses es eximir de la responsabilidad a la pareja gobernante de Nicaragua, quienes son los exclusivos artífices de estas medidas represivas. Daniel Ortega y (su esposa y vicepresidenta) Rosario Murillo instrumentalizan al Estado como una arma política contra disidentes y opositores y han impuesto un Estado de terror”, señala.

Enríquez, ahora también periodista de El Confidencial exiliado en Costa Rica aunque su escapada fue en la clandestinidad aquella madrugada tras el Día del Padre, conoce ese “Estado de terror” en carne propia. Tal como lo anticipaba, cuando fue a consultar al oficialismo por la investigación del patrimonio de la familia Ortega, ya desde el exilio, la policía fue a buscarlo a su vieja casa. Por fortuna sus hijos y su esposa ya habían huido a otro lugar.

“Recién en la Navidad los pude sacar: recuerdo que mi esposa no quería siquiera desarmar la valija porque pensaba que era cuestión de pocos días y nos regresábamos a Nicaragua”.

Pero no. “El exilio es un castigo tan violento como la muerte porque te ausenta de tu ser”, decía el periodista Tomás Eloy Martínez quien, al igual que Rivas y Enríquez,  padeció el castigo del exilio, en su caso perpetrado por la ultraderecha.

¿Derecha, izquierda? Cuando Nicaragua estuvo bajo otra dictadura (de derecha, bajo el régimen de Anastasio Somoza) “se había acuñado el término periodismo de catacumbas: porque se usaban las penumbras de las iglesias para informar a la población”, recuerda Enríquez. Ahora, bajo una dictadura “de izquierda”, se está hablando de “un nuevo periodismo de catacumbas, solo que en vez de iglesias se usan redes sociales y medios por internet desde el exilio… eso no lo pueden silenciar”.

Rivas concluye: “Las dictaduras no tienen ideología, solo se alzan y se creen con el derecho de secuestrar un país y sus libertades, y lo hacen en nombre de principios o ideologías, pero actúan contrario a todo eso. Ortega se llama de izquierda, pero actúa como fascista, y su programa de gobierno no es socialista. En Nicaragua decimos que Ortega y Somoza son la misma cosa”.

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