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No nos une el amor sino el espanto

El debate Astori-Mujica es una parábola sobre el mito del Estado y las luchas de poder en los partidos cuasi monopólicos
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19 de diciembre de 2015 a las 02:59

La principal batalla pública por las deudas de ANCAP se libra entre dos hombres principales de la izquierda uruguaya: el expresidente José Mujica, de 80 años, tan popular como cuestionado por los resultados de su gobierno, y su exvicepresidente y actual ministro de Economía, Danilo Astori, de 75, tal vez el líder más importante del país, junto a Tabaré Vázquez, de los últimos tres lustros.

Raúl Fernando Sendic, presidente de ANCAP en el período bajo examen y actual vicepresidente de la República gracias a la visibilidad que le dio esa empresa, la echa la culpa… al gobierno. Es una alegoría perfecta. El debate y las luchas de poder se libran en el seno del Frente Amplio, el partido dominante y todavía sin rivales a su altura, que se adueñó del Estado y que cada día se parece más al Partido Colorado, que predominó por 175 años.

Astori-Mujica expresan dos visiones ideológicas sobre la conducción de la cosa pública, que podría abreviarse en un modo “tecnocrático” y otro “populista”. También ocurre porque el Frente Amplio aún no ha resuelto la sucesión de los viejos líderes, lo que estimula las riñas y el exhibicionismo de los nuevos candidatos. Y es otra señal clara de que la tormenta económica que se yergue sobre Uruguay, que el gobierno percibe claramente, no es pequeña. El agujero de ANCAP se agrega en mal momento.

Durante ocho décadas el Estado uruguayo malgastó gigantescas sumas de dinero en una refinería de petróleo que no necesita, recargada de empleados y de negocios laterales ruinosos, como malgastó montañas de dinero desde 1940 en una compañía aérea de bandera que no necesitaba, o en producir azúcar y whisky, faenar vacunos, enlatar dulce de membrillo, explotar trolebuses, pescar merluza y tantas cosas más.

Las pérdidas se socializan a través de tarifas desmesuradas. Un litro de gasoil, insumo básico del transporte, la industria y la agricultura, cuesta entre 40% y 60% más en Uruguay que en los países vecinos. Lo mismo sucede con la gasolina 95 octanos. Pero ANCAP ni siquiera ganó plata con esos precios, que son de los más elevados del mundo y reducen la productividad, la competitividad y la calidad de vida general.

Solo subsiste porque tiene el monopolio de la importación y refinación de petróleo. No podría sobrevivir a una integración regional más o menos seria, en régimen de competencia (ya se sabe lo que pasó con los negocios que ANCAP inició en Argentina en los años 90), salvo que realice cambios drásticos o se asocie con petroleras más eficientes.

Hoy a Uruguay le alcanzaría con comprar combustible y lubricantes baratos en el exterior, y usar su infraestructura de descarga en el Atlántico (“boya petrolera”) y de almacenamiento y distribución en tierra. Que agregue al plato los impuestos que desee y lo sirva frío. Nueva Zelanda, por ejemplo, no tiene compañía petrolera monopólica y no por ello es más pobre y menos libre. Pero ANCAP está metida en la matriz cultural de muchos uruguayos, que no imaginan un mundo diferente. Además, las empresas públicas son desde siempre una vidriera para muchos políticos, que “hacen obra” que no les compete e incluso se erigen grandes monumentos, desde torres a estadios.

Los políticos usan con ligereza palabras como “estratégico” o conceptos como “fines sociales”. Desde la Onda al ferrocarril, desde Pluna a Amdet, del Frigonal al Soyp y hasta el diario El Día: todo parecía “estratégico”. Pero lo único realmente estratégico para un Estado pequeño, además de un buen gobierno y buenas leyes, son la enseñanza, la salud, la seguridad social, la seguridad pública, cierta infraestructura básica y poco más. Si se hace bien, el resto viene por añadidura. ANCAP creó puestos de trabajo pero abortó muchos más por producir un combustible caro y por los déficits que hay que cubrir. Un Estado moderno recauda y redistribuye; no se mete a producir ni a comerciar. Los programas sociales, todos los que se quieran y puedan, son cumplidos por organismos especializados y con balances transparentes, sujetos a escrutinio público.

En el Frente Amplio temen que el caso ANCAP, que se suma al escándalo por Pluna, mezclado con una economía lánguida, comprometa su permanencia en el poder, como los desastres de Petrobras y Pdvsa simbolizan los sueños rotos del PT y del chavismo.

Algunos justifican el manejo de ANCAP entre 2010 y 2015 como un caso de errores en cadena, de administración a la ligera, e incluso de incompetencia, aunque no de corrupción. Pero el mal manejo de las cosas públicas es una forma agravada de corrupción. En asuntos públicos, la ignorancia no es excusa. Y creer que no existieron burradas, podredumbre y sentido de impunidad es creer que las personas que conducen las empresas públicas uruguayas están hechas de una calidad intelectual y moral superior a las del resto del mundo.

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