Daniel Roland - AFP

Nuevos desafíos para los bancos centrales de Europa

Las tasas de interés por el suelo, el euro apreciado y una inflación negativa generan una difícil combinación para la política monetaria en el viejo continente

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16 de octubre de 2020 a las 10:00

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En el marco recesivo causado por la pandemia, la economía de la eurozona tiene dos problemas adicionales: la deflación y la apreciación del euro. En setiembre, la eurozona entró en deflación por segundo mes consecutivo, con una baja de los precios de consumo de 0,3%, el mayor retroceso de los últimos cuatro años. Más aún, es la primera vez desde 2016 que hay dos meses seguidos con baja de precios.

La deflación es una mala noticia, en tanto desincentiva el consumo y la inversión y –además– frena la demanda de créditos, puesto que favorece la transferencia de riqueza desde los deudores a los acreedores.

Varios factores explican la baja de precios de esos dos meses, tales como el agudo descenso de la actividad económica, la caída del precio del petróleo y la fortaleza del euro. En particular, la caída del turismo ha agregado un efecto a la baja sobre los precios de los hoteles y restaurantes, los pasajes de avión y las excursiones.

Ante esta realidad, el Banco Central Europeo (BCE) no tiene mucho margen para aplicar una política correctiva. La tasa de interés ya está en un nivel negativo de –0,5% anual, que difícilmente admite nuevas bajas teniendo en cuenta su efecto adverso sobre los fondos de inversión y el nivel de ahorro. En cambio, es posible un aumento de la compra de valores, que ahora es de € 1,35 billones. Hay opiniones de que, posiblemente en diciembre, el BCE podría agregar un monto de compras del orden de los US$ 400.000 millones, extendiendo el programa por seis meses más, hasta fines de 2021.

Uno de los problemas de estos meses para Europa es la apreciación del euro con relación al dólar

Además, de concretarse la recuperación de la economía que se insinúa en estos meses, ella podría neutralizar en parte el registro deflacionario. Por ahora, la proyección de baja del PIB de la eurozona para este año es de un 7,9%, con una inflación de 0,3% que podrá subir hasta 1,1% el año próximo.

Un segundo problema de estos meses es la apreciación del euro con relación al dólar. Desde marzo, la relación entre ambas monedas ha pasado de US$ 1,06 por euro a cerca de US$ 1,20 en estos días. Dos causas principales incidieron en esta evolución: el cambio de política de la Reserva Federal a favor de un aumento de la inflación y la mayor confianza generada por la aprobación del programa de la Unión Europea de € 750.000 millones en apoyo a la recuperación de la economía.

No es que esta relación entre el euro y el dólar esté en niveles críticos. A vía de ejemplo, en el inicio del euro en 1999 ella fue de US$ 1,17 y en los años posteriores a la crisis de 2008 alcanzó a US$ 1,50.

YANN SCHREIBER / AFP
La tasa de interés de referencia en Europa está en un nivel negativo de –0,5% anual

El problema es más que nada el ritmo de la apreciación en tan pocos meses, puesto que atenta contra la incipiente recuperación de la economía, en tanto perjudica las exportaciones y acentúa la deflación vía menores precios de las importaciones. Es por ello que el BCE sigue con atención la evolución del euro, pese a que no tiene un camino fácil para su solución. De hecho, hasta ahora su intervención cambiaria más exitosa fue en el año 2000, cuando pudo neutralizar la debilidad del euro, que había bajado a US$ 0,87 en su primer año de vida, pero con la coordinación de la Fed y otros bancos centrales.

En la actualidad, los bancos centrales son muy cuidadosos en sus acciones cambiarias para no desencadenar una guerra de monedas. Ya en 2013 el G20 acordó evitar las movidas que busquen una ventaja competitiva. Y en los dos últimos años, mientras el euro pasó por un período de relativa estabilidad, el BCE se abstuvo de intervenir.

Además, ahora la Fed está haciendo las cosas más difíciles para los otros bancos centrales del mundo. Vistas las acciones unilaterales del gobierno de Trump, es difícil imaginar una acción conjunta con otros bancos centrales como la de años anteriores. Además, ya se ha señalado la incidencia de la nueva política monetaria, más tolerante con la inflación. Para peor, la incertidumbre sobre la próxima elección presidencial le agrega volatilidad al dólar.

Estas dificultades también están rigen para otros bancos centrales europeos, como es el caso del Banco Nacional de Suiza (BNS).

El franco suizo es considerado por muchos inversores como un refugio frente a tiempos inciertos y por tanto tiene una tendencia a apreciarse en ellos. Así, en mayo pasado estuvo en el pico más alto contra el euro en cinco años, aunque después registró un cierto descenso. Se estima que en el primer semestre del año en curso, el BNS vendió más de US$ 98.000 millones para contener esa tendencia alcista, en especial buscando prevenir un ascenso rápido de su valor.

Vistas las acciones unilaterales del gobierno de Trump, es difícil imaginar una acción conjunta con otros bancos centrales como la de años anteriores

Pero esta política ha creado una fricción con el Tesoro de Estados Unidos, que desde principios de este año ha puesto a Suiza en una lista de “vigilancia” de los países que manipulan su moneda.

La política monetaria tampoco tiene mucho margen para incidir en esa realidad. En la actualidad, la tasa de interés es de –0,75% anual, en un terreno negativo que viene desde 2014 y con un nivel que ahora es el menor del mundo. Al igual que en el caso del BCE, es una política que no tiene mucho margen para una nueva baja.

A la vez, la acumulación de monedas de otros países tiene sus límites, puesto que el BNS ya es uno de los mayores inversores del mundo, con un portafolio de valores que es mayor que el de algunos países petroleros.

Todo indica, en consecuencia, que por ahora tanto el euro como el franco suizo difícilmente podrán revertir la apreciación de estos meses.

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