A los 16 años Obdulio Trasante se negó a jugar en Peñarol y le costó el desalojo. A los 27 fue campeón de la Copa Libertadores con los aurinegros. Durante más de una hora de charla con Referí, el exfutbolista repasó su carrera: desde las penurias económicas en Central Español, el trabajo de portero en el Banco Pan de Azúcar que mantuvo hasta 1988, las discusiones con Óscar Washington Tabárez, las provocaciones a los rivales y su momento actual, dedicado al ciclismo.
Trasante dejó Juan Lacaze y se instaló en el barrio Sur y Palermo, de Montevideo, cuando tenía 17 años. Pero no lo hizo para jugar al fútbol, sino para trabajar. Antes, había rechazado una propuesta de Peñarol para integrarse a la Quinta división, porque su deseo era jugar en Primera.
“Peñarol me quería traer con 16 años a la Quinta, pero yo quería jugar en la Primera. Allá afuera escuchaba los partidos por la radio y veía los clásicos por televisión y quería jugar como William Martínez, como Luis Varela, como el Indio Olivera, como Elías Ricardo Figueroa. Me encantaba Rocha. Entonces decía, ‘tengo que jugar de 2, de 3 o de 8. De 5 no, porque al Tito Goncálvez tiene que correr mucho’. Cuando le dije que no, mi viejo, que era fanático de Peñarol, me corrió para la casa de mi abuela”, recordó Trasante (62 años), hoy instalado en Atlántida.
Con aquella edad se tenía confianza para pelearle un puesto a Luis Garisto, a Ramón Silva y a Nelson Acosta. Desde los 14 años jugaba en el primer equipo de Peñarol de Juan Lacaze. “Soy el primer varón de 15 hermanos y mi padre, Homero Trasante, y mi vieja, Margarita Molina, me criaron para que llegara a jugar en Peñarol”, dijo a Referí.
En el año 1977 se fue a trabajar al campo, juntó algo de plata y con un amigo llegaron a Montevideo a buscar trabajo. “Caímos en barrio Sur y Palermo. La poca plata que trajimos la gastamos en dos días; nos hicimos los cracks y pedíamos pizza, sándwiches, alguna cervecita. Hasta que mi amigo consiguió trabajo en un taller de chapa y pintura. Después empezamos a jugar en un equipo que se llamaba Talleres Unidos”, relató.
A Trasante lo invitaron a ir a la Cuarta de Central, pero dijo que no. Los fines de semana eran de puro fútbol. Jugaba en la Liga Palermo, viajaba para jugar los domingos en Peñarol de Juan Lacaze y el lunes volvía a trabajar. “Hoy con 18 años se quejan del cansancio muscular. Yo llegué a jugar 5 partidos un fin de semana, con una buceca y unos vinos entre medio. Trabajaba en un horno de ladrillos y el lunes no podía con la carretilla”.
Talleres Unidos fue campeón de la liga Palermo y junto a 5 compañeros se presentaron en el verano de 1979 como aspirantes en Central Español. Héctor “Ciengramos” Rodríguez y Eliseo Álvarez eran los técnicos. Jugaron contra el primer equipo y perdieron feo. “Agarré el bolso y me iba, recaliente”, contó Trasante. Pero alguien lo detuvo: “Me agarró Eliseo Alvarez, un negro grandote, no estaba para hacerse el loco. Me dijo que no me podía ir hasta que él no me diera permiso. Me metió el gaucho mal. Después también me rezongó Ciengramos Rodríguez y junto a otro compañero nos pusieron a jugar con los suplentes de Central, contra otro cuadro de aspirantes”.
A los tres días de aquel entrenamiento en el Palermo, estaba pidiendo pase de Peñarol de Juan Lacaze a Central. Así empezó su historia con el conjunto palermitano, donde tuvo capítulos oscuros, hasta alcanzar la gloria.
Trasante vivía en una pensión y no podía abonar el alquiler porque el club se atrasaba cuatro y cinco meses en el pago de los sueldos. Él trabajaba, pero lo despedían seguido porque se tenía que ir a entrenar. “Me fui a laburar al puerto, al pescado de noche, al frío. Entraba a las 9 de la noche y salía a las 10 de la mañana. Dormía dos o tres horas y me iba a entrenar”.
Cuando estaba a punto de abandonar el fútbol porque el puerto le servía más económicamente, y después de que en Central le pagaran con dos paquetitos de monedas, “como los que tenían los guardas de los ómnibus” y que agarrara a patadas una silla, el dirigente Carlos María Di Giovanni le dio una gran mano.
“Me dio $ 4.000 para que pagara el alquiler y como era presidente del Banco Pan de Azúcar le pedí trabajo, aunque fuera para barrer o limpiar los vidrios”. Lo citó en el banco al día siguiente y llegó media hora antes. Di Giovanni le dio otros $ 3.000 para que se comprara pantalón de vestir y zapatos, y al otro día empezó a trabajar como portero y realizando tareas de fotocopiado y gestiones en la calle.
Ingresó como supernumerario, adaptando el horario a los entrenamientos. Ahí se tranquilizó. Abandonó el refuerzo de mortadela diario y alquiló un apartamento. Mantuvo el trabajo en el Banco hasta 1988, aún después de haber ganado la Copa Libertadores con Peñarol.
Roberto Fleitas asumió como técnico de Central en 1982 y al principio discutió con Trasante porque éste llegaba tarde a los entrenamientos ya que económicamente le servía quedarse unas horas más en el Banco. “Fleitas puso orden, nos peleamos un poco y no fui dos días a entrenar”.
Después las aguas volvieron a su cauce. “Veníamos penúltimos y empezamos a ganar. Además Fleitas arregló para que cobráramos medio sueldo el 10 y medio el 20, y todos los martes nos pagaban el premio del fin de semana. Así empezamos a armar el grupo. Yo formaba pareja de back con el gran Ariel Sandoval y aprendí mucho a su lado. En 1983 ya estábamos más fuertes. Hicimos una buena pretemporada y salimos campeones invictos de la B”.
Líber Arispe sustituyó a Fleitas en 1984. Al plantel del año anterior se sumaron jugadores como Villarreal, Falero, Tolosa, Berriel, César Pereira, Antúnez, Operti, más algunos juveniles, y quedó armado el equipo que salió campeón uruguayo. Empezaron con el objetivo de salvarse del descenso y terminaron dando la vuelta olímpica en el Parque Central.
Aquella gran campaña depositó a Trasante en Peñarol en 1985, cumpliendo el sueño de su familia. “Lo más lindo que me pasó en Peñarol cuando llegué fue encontrarme con el Tano Gutiérrez, Fernando Alvez, Saralegui, Bossio, Coquito Rodríguez, Walkir Silva, campeones del Mundo en 1982. Me acuerdo que me agarraron Saralegui y Bossio y me dijeron, ‘Trasante venga, mire que acá estamos en Peñarol, pero usted tiene que jugar como lo hacía en Central, nada de asustarse’. Mi cabeza andaba a mil, estaba en el más grande del mundo”.
Al principio, llegar a Peñarol tampoco fue la panacea. “Fueron dos años difíciles. Había dejado Cataldi y el presidente era Lecueder. En el club no había dinero, nos debían 4 o 5 meses y tuvimos que pelearla con los dirigentes. Saralegui decía, ‘podemos discutir, pelear, pero el domingo tenemos que ganar como sea, por el grupo y por la gente que nos viene a ver’”.
En 1985, el aurinegro se fue de gira a Italia para “juntar unos pesos” y participó de un cuadrangular con otros tres campeones mundiales: Independiente de Argentina, Inter de Italia y Santos de Brasil. “En el Inter estaban Tardelli, Berti, Altobelli, campeones del Mundo, Rummenigge que había sido el mejor jugador del Mundial de 1982. Empatamos 0-0 y les ganamos por penales. La final fue contra Independiente de Bochini y Marangoni, y les ganamos 3-1 después de comernos un baile bárbaro en el primer tiempo”.
Esos dos partidos sirvieron para que el equipo empezara a agarrar confianza. Trasante se rompió los meniscos ese año y no pudo jugar contra Deportivo Cali y Atlético Nacional por la Libertadores. Antes de empezar la Copa el plantel hizo 20 días de paro por las deudas. Al final del año ganaron el Campeonato Uruguayo, título que se repitió en 1986 en una final extra contra Nacional.
Para la temporada 1987 se fue Roque Máspoli y asumió Tabárez como entrenador. “Nos costó agarrar el sistema que quería el Maestro. Tuvimos problemas con él. Había jugadores que él no quería, pero se quedaron porque tenían contrato. Trajo un 9 para sacar a Diego Aguirre porque no le gustaba como jugaba Diego. Perdimos tres clásicos seguidos, 3-0, 3-1 y 3-0”.
Un comienzo tétrico, agravado por medidas que Tabárez trató de imponer y que no cayeron bien en el grupo. “Quería que nos fuéramos a la cama a las 10 y media de la noche. Le dijimos que nosotros estábamos acostumbrados a jugar al billar, al ping pong (tenis de mes), al truco, y a tomarnos un vasito de vino con la cena, para dormir tranquilos antes de los partidos. Él no quería nada, nos cortó el vino”.
Recordó Trasante que el día previo al famoso clásico de los “8 contra 11”, jugado el 23 de abril de 1987, el ambiente estuvo tenso en Los Aromos. “Le dije, ‘Maestro, si no nos deja tomar un vinito, usted se va’. Al rato llegó el intendente con tres botellas de vino. En esa época éramos siete en cada mesa con una jarrita de vino; no era nada. Cuando quisimos acordarnos estábamos tomando la sopa, llegó el profe y nos sirvió medio vasito de vino; se ganó un aplauso. El Maestro estaba blanco. Cuando llegaron los ravioles, nos sirven otro medio vasito de vino. Y ahí empezamos ‘Peñarol, Peñarol’. Al otro día ganamos (2-1) el clásico 8 contra 11”.
Por si hacía falta aclararlo, Trasante dijo que no tiene una gran relación con Tabárez, pero que en algún momento le dijo: “Cómo lo salvó un vasito de vino, Maestro”.
Después de aquel partido se jugó la Copa América de selecciones en Argentina, y Uruguay fue campeón. El técnico Fleitas convocó a varios jugadores de Peñarol, entre ellos a Trasante. “Estuvimos un mes entrenando para ganarle a Argentina. Los únicos repatriados fueron el Tano (Gutiérrez), Francescoli, Ruben Sosa y Alzamendi. Se unieron al grupo, al principio costó un poco porque estaban acostumbrados a otras selecciones, tuvimos discusiones con ellos, pero salimos adelante. El grupo se unió y era un partido solo, había que ganarle a Argentina. Y el Cono Caminatti, gran preparador físico, y lo bien que trabajaba Roberto Fleitas, nos llevaron a lograr el objetivo. Después había que jugar contra quien fuera la final; cuando a los uruguayos nos dan una chance no la desperdiciamos”.
Eso fue en julio (en la final Uruguay venció a Chile) y en octubre, Peñarol ganó la Copa Libertadores. “Fue un año espectacular, Peñarol cosechó lo que había sembrado, porque todo el mundo dice ‘el Peñarol de los milagros’, pero yo digo que no, fue el fruto de lo que sembró Peñarol. El Pollo Vidal, el Pepe Herrera, el Flaco Rotti, eran jóvenes pero estaban en Peñarol desde 1981/82. Después Domínguez que era joven, Da Silva, el Zurdo Viera, Eduardo Pereyra”, expresó Trasante.
Ese año tuvo su momento de tristeza para Trasante ya que falleció su padre, que no lo pudo ver campeón de América con el equipo de su vida.
En diciembre, otro infortunio, esta vez adentro de la cancha, no le permitió ganar la Copa Intercontinental frente al Porto. Peñarol perdió 2-1 y Trasante fue protagonista de la jugada que terminó en el segundo gol del conjunto portugués. Un pase atrás que quedó corto, producto de la nieve y de que el defensa estaba lesionado. “Fue un año muy cargado, y nunca era de acalambrarme ni tener problemas musculares”, recordó.
A los 32 años dejó de jugar al fútbol después de ganar todo y de haberse perdido un pase a Argentinos Juniors –adonde lo había recomendado César Luis Menotti–, por volver a Peñarol. “Ya venía mal porque el Maestro Tabárez no me llevó a la Copa del Mundo del 90 cuando me había prometido llevarme de suplente, y después no me llevó. No fui a Argentina en 1992 por buen dinero y Peñarol contrató a Gregorio Pérez, con el que yo no me llevaba bien. Me calenté y no jugué más”. Su carrera terminó en el Interior, donde empezó.
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