Federico Bergara se levanta todos los días a las tres de la mañana, apronta el mate y se va a laburar. Es chofer de un camión que reparte carne de cerdo en Montevideo y Canelones. Tiene 50 años, una hija pequeña (Micaela, de 9) con su segunda esposa y sigue viviendo en Lezica, su barrio de toda la vida. Los fines de semana juega al fútbol en la categoría +40 de la Liga Montevideo en un cuadro de hinchas de Nacional del que también participan Horacio Peralta y Diego Tito.
Atrás, bastante lejos en el tiempo, quedó aquel lateral izquierdo que marcó una época en Nacional porque formó parte del equipo que cortó el sexenio de Peñarol en 1998. También jugó en la selección uruguaya y fue vicecampeón de América en 1999 frente a una selección impresionante de Brasil: “A Cafú lo tuve todo el partido de puntero y a Rivaldo, con la rodilla como la tenía, no le podía pegar una patada porque cuando yo llegaba ya no tenía la pelota”, contó a Referí.
Pero qué le van a hablar de sacrificios a Bergara, si cuando jugaba en Rampla Juniors se levantaba a las cinco de la mañana para trabajar en un reparto de pan, volvía a su casa a comer algo y después se tomaba el 409 hasta Agraciada y el 125 al Cerro para entrenar. Y más adelante iba a practicar a la Cuarta de Racing en bicicleta, ida y vuelta pedaleando hasta Sayago. “No podés venir en bicicleta, te van a quedar los músculos duros”, le decía el entrenador. El regreso, después del entrenamiento, era fatal.
Aquel pibe nacido en una familia de puros futbolistas (sobrino de Mariolo, Alberto y Nacho, todos surgidos en Racing) se acostaba de noche, cerraba los ojos y se imaginaba jugando con las camisetas de Nacional y de la selección uruguaya. Cumplió los dos sueños y es lo que le quedó del fútbol.
Nació a una cuadra del Colegio Pío, zona de la familia Bergara después que la abuela se mudó desde Rocha. Jugó en el Aviación Lezica y cuando terminó el baby fútbol un profesor de gimnasia del colegio lo llevó junto a otros cuatro gurises a Bella Vista. Federico estuvo seis meses y se fue a Villa Teresa. De ahí pasó a Rampla Juniors con un primo suyo, en 1986.
En 1987 dejó de jugar un año para quedar libre, porque en Rampla había un técnico que no lo ponía. Su primo se fue a Progreso y él al Centro Cristóbal Colón de la Liga Universitaria. En ese equipo universitario jugó en 1988 por primera vez en el Estadio Centenario, en un preliminar de Defensor-Peñarol. Recuerda que ganaron 1-0 y ascendieron de categoría.
En 1990 se presentó a un llamado de aspirantes de Racing y quedó. A mitad de año ya jugaba en Tercera y a fin de año lo llevaron junto a Darío Larrosa a la pretemporada con Primera. Debutó en 1991. “Siempre le digo a los gurises y a un sobrino que ahora está en Racing, que lo que aprendí ahí fue a estar siempre preparado para cuando te toque jugar. En mi caso también fue clave el apoyo de mis padres”, admitió.
Compartió aquella pretemporada del plantel que dirigía Miguel Piazza con jugadores como Alberto Bica, Rafael Villazán, el Bomba Cáceres, Julio De Souza, Claudio Morena y Julio Acuña.
Federico concurrió al liceo hasta cuarto año y dejó el Bachillerato por la mitad. “No quería estudiar más, empecé a jugar al fútbol y empecé a trabajar en un reparto de pan. El dueño del reparto era el técnico de todas mis categorías en el baby fútbol, Héctor Rosano. Tenía que hacerme unos pesos para sustentarme y para ir a practicar. Cuando estaba en Rampla me levantaba a las cinco de la mañana para ir a las panaderías a repartir pan, volvía a casa, comía algo y me tomaba dos ómnibus al Cerro. Volvía como a las siete de la tarde”.
“De chico yo soñaba con jugar al fútbol. Me acostaba y me veía con la camiseta de Nacional y de la selección. Me imaginaba con la camiseta puesta. Ahí en Racing, yo iba con los zapatitos, me ponían media hora y cuando me decían vení mañana, ya quedaba contento. Siempre tenés que estar preparado y si te gusta y le ponés ganas, siempre la oportunidad la vas a tener. Después hay que aprovecharla. Es lo que trato de transmitirle a los jóvenes”.
Eso fue lo que trató de hacer cuando le surgió la posibilidad de jugar en Peñarol, siendo tan hincha de Nacional. “No fue fácil la decisión de ir a Peñarol porque en mi familia son todos de Nacional, menos mi madre. Pero en 1992 yo había ido a hablar a Nacional, cuando estaban Ceferino Rodríguez y Della Valle. Fui con mis tíos Mariolo (exjugador tricolor) y José Pedro Martínez. Ese año me borraron mal. Yo tenía un contratista (Nelson Alagüich) que me dijo, hay posibilidades para Peñarol. Yo me estaba por casar, tenía 20 años y fue difícil. Se armó un quilombo bárbaro porque mi viejo le dijo de todo al representante, cómo me iba a llevar a Peñarol. Ahora van y vienen y no pasa nada”, recordó.
Aquel pase marcó el distanciamiento con Alagüich a raíz de que el padre de Federico lo llamaba para insultarlo porque lo había llevado a Peñarol. “Fue algo raro, porque yo soñaba con jugar en Nacional y no quería ir a Peñarol, pero se dio esa situación. No iba a esperar a que me llamaran de Nacional, capaz que nunca pasaba y necesitaba crecer. Después te mentalizás, sos profesional y tenés que jugar”.
En Peñarol solo actuó en nueve partidos y no jugó clásicos. Fue campeón de la Copa Parmalat en 1993 y a raíz de un problema con el técnico Gregorio Pérez, no jugó más.
“En un partido con Colo Colo por la Conmebol en el Estadio. Íbamos ganando 2-0, saqué un ‘out ball’ para Marujo Otero, lo anticiparon y nos metieron un contragolpe. No pasó nada, pero Gregorio me gritó. Él es muy temperamental y yo era un gurí; le contesté que a mi no me gritara, que yo no iba a estar jugando para atrás. Después de eso me hizo la cruz. Al Marujo le pasó lo mismo, lo tenía colgado, pero claro, él era de Paco y si no lo ponía no lo vendía a Italia”.
Contó Federico que Pablo Bengoechea, el Chueco Perdomo y Mario Saralegui, jugadores experimentados de aquel plantel aurinegro, le fueron a golpear la puerta de Los Aromos al entrenador para hablar sobre el tema y Gregorio les contestó: “Si me vienen a hablar de Bergara, no voy a salir”.
Peñarol no hizo uso de la opción y en 1994 regresó a Racing. Pasó de salir campeón Uruguayo con el aurinegro (primer año del quinquenio) a jugar en la B, porque ese año Racing perdió la categoría. “Fue duro. Subimos con Bañales en el 96 y en el 97 vino un técnico argentino que me ponía de volante; ahí fue cuando le hice goles a Peñarol y a Nacional en el Estadio. Con Peñarol empatamos y con Nacional perdimos porque nos hicieron un gol que fue terrible off side”.
En 1998 Federico volvió a hablar en Nacional. Su tío Mariolo era conocido del presidente Dante Iocco y en esa oportunidad se hizo el pase. Era un año complicado para jugar en el equipo tricolor. Peñarol iba por el sexto título consecutivo, algo jamás logrado en el fútbol uruguayo y la camiseta pesaba un montón. “Fue un año re difícil. (Oscar) Magurno metía plata como loco. Un día llevó regadores nuevos y el Hugo (De León) nos sentó así y dijo ‘ven todos estos regadores; los compró Magurno, si no salimos campeones se los va a meter a cada uno en el culo’. Así nos decía. El Hugo hablaba lo justo y se hacía entender”.
Bergara es consciente que cuando llegó a Nacional el técnico no lo había pedido. “En la lista de la Libertadores yo tenía el 22, Morquio el 23 y Soca el 24. Éramos los últimos. Cuando jugamos el clásico en Maldonado yo no estaba ni en el banco. Recién me dijo, ‘mirá que mañana concentrás’ cuando empezó el Uruguayo. Pero por la Copa había probado a Regueiro de lateral, a Guigou, porque Soca se había lesionado”
La historia es conocida. Nacional ganó el Apertura y el Clausura y fue campeón Uruguayo en 1998. Repitió en el Apertura 1999, perdió con Peñarol la final del Uruguayo de ese año y volvió a ganar el título local en 2000. Luego, al lateral le surgió la chance de jugar en Argentina, aunque antes de cruzar el Río de la Plata hizo un último intento por quedarse en el equipo de su corazón.
“El representante que yo tenía (Adrián Troche) era muy amigo del técnico Zapata que estaba en Estudiantes y me dijo que allá iba a cobrar US$ 120.000 de prima con unos pagarés y US$ 8.000 por mes. En Nacional yo cobraba US$ 5.500. Antes de irme hablé para quedarme en Nacional, pero había agarrado Eduardo Ache de presidente y me decía que yo quería ganar más que el técnico, que yo no era hincha de Nacional. Salí dos veces campeón Uruguayo con Nacional, juego todos los partidos y no me querés pagar US$ 2.000 más. Le dije págame US$ 7.500 y me quedo acá. Trajeron jugadores como el colombiano Gallegol Ramírez por seis meses, se llevó US$ 600.000 y solo hizo un gol, a Huracán Buceo cuando íbamos 5-0. No seas malo. Me puse a llorar de la bronca que tenía. Estaba pidiendo lo mismo que me iban a pagar en Argentina, sin la prima”.
Se fue a Estudiantes, pero no la pasó bien. “Cuando me fui me estaba separando de mi primera esposa. Llegué y a los seis meses viene la devaluación. Yo había firmado en pesos argentinos porque un peso era un dólar. O sea que de US$ 8.000 que iba a cobrar, no llegaba a cobrar US$ 4.000. Encima al representante no lo vi más y de los US$ 120.000 cobré solo US$ 5.000. Fui a hablar con los dirigentes, me dijeron que él se quedó con todos los pagarés. Se ve que estaba arreglado. Me fue como el traste, me quedé sin ganas de jugar”.
Permaneció en el Pincha hasta 2003. “Querían que me fuera y les dije que si me pagaban el contrato me iba. Me querían pagar en cuotas y les dije que no. Me mandaron a entrenar aparte, cobraba el sueldo, pero no jugaba”.
Cuando terminó el contrato volvió a Nacional. El técnico era Daniel Carreño, pero Bergara fue a entrenar con la Tercera que dirigía Daniel Revelez. Sin chance de jugar en los tricolores, en 2004 retornó a Racing, pero ya no era lo mismo: “Estaba jodida la cosa para cobrar, pagaban de a $500 y me retiré”.
A lo largo de su carrera como futbolista, Bergara enfrentó a una generación de futbolistas brasileños formidables. Con Nacional jugó contra Ronaldinho, que tenía 17 años y empezaba en Gremio.
“Era puro diente, tenía unas morras, una potencia, arrancaba y no lo tirabas así nomás. Me la jopeó para un lado, para el otro y le metí una plancha en el pecho como los de Camerún a Maradona y me dieron cinco partidos de sanción. El juez era el paraguayo Aquino. Nos dieron un baile bárbaro”, recordó sobre aquel partido de 1998 por la Libertadores.
También enfrentó a una generación maravillosa de la selección brasileña en la final de la Copa América de 1999. “Jugar esa Copa fue inolvidable para mi. Era lo que había soñado desde chico. Jugué todos los partidos, pero no sé si era por cábala o que, pero Púa siempre me cambiaba faltando 10 minutos por Guigou”.
Eran tiempos difíciles de la selección. “No teníamos ni espónsor, la camiseta parecía comprada en la feria de Tristán Narvaja como me dijo alguien. No nos dejaban cambiarla: ‘No vayan a cambiarla que no tenemos más’, decía el Tano Gutiérrez”.
Bergara tuvo que lidiar contra jugadores de enorme jerarquía: “A Cafú lo tuve de puntero todo el partido y Roberto Carlos se la cruzaba desde el otro lado y se la ponía en el pecho al lado mio. A Rivaldo, con la rodilla como la tenía, no le podía ni pegar porque cada vez que llegaba no la tenía. Además estaban Dunga, Vampeta, Ronaldo. Tenían terrible cuadro”.
Desde 2006 se dedica a las ocho horas, trabajando como chofer. Del fútbol le quedan amigos, anécdotas y la camiseta roja de alternativa de la Copa América.
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