Enrique Peña tiene un programa de radio, es actor de teatro, participa en MasterChef, fue campeón de América con la selección, cumplió el sueño de jugar en Nacional y le marcó un gol a Peñarol. Provocó una gresca descomunal en un clásico junto a Obdulio Trasante, pero más se dieron luego en un ring de boxeo, contó a Referí durante una charla donde repasó momentos de su trayectoria deportiva que lo consolidaron como ídolo de los hinchas tricolores. Dice que todavía se emociona cuando por la calle le cantan “Peeelaaado, Peeelaaado”.
Debutó con 15 años en Primera división jugando para Huracán Buceo en un partido contra Sud América en 1979, pero pocos recuerdan que su primer club fue Bella Vista. “Me puso Mario Patrón. Yo tenía altura, tenía físico. La gente no sabe, pero mi primer fichaje fue en Bella Vista. En aquella época vos jugabas cinco partidos y quedabas enganchado. Entonces como jugué cuatro, Huracán Buceo me sacó de Bella Vista y como no podía jugar, practicaba con el primero. Eso hizo que a las dos semanas de estar practicando era uno más del plantel. Fue importante que me dieran la oportunidad a los 15 años, porque practicar todo ese año con Primera me dio la posibilidad de terminar jugando”, recordó.
Sobre Mario Patrón, el entrenador que lo ascendió, expresó: “Fue un técnico de mucho espíritu y empuje, gritaba mucho, trabajaba mucho, a su manera, a su estilo. Sus frases son una marca registrada. Aparte era de estar en la tribuna, patear y que el zapato volara a la cancha”.
Luego Peña contrajo hepatitis, pero aquella experiencia de Primera división le sirvió para integrar la selección juvenil en el Sudamericano de 1980 y en el Mundial de Australia 1981.
Peñarol intentó contratarlo en 1982, pero él se negó a ir. “Huracán Buceo me debía seis meses, yo estaba con gran chance de ir a Nacional y el pase no se hizo. Peñarol contrató a (José Ignacio) Villarreal, en paquete querían llevarme a mí y les dije que no, porque era hincha de Nacional. Mi viejo siempre dijo que la opción de elegir es del jugador, después profesional es cuidarse, entrenar, llegar en hora, ser respetuoso, tolerante, cosas que marcan a la persona”.
Una noche estaba disfrutando del carnaval en el tablado del Jardín de la Mutual, cuando lo llamaron por el altoparlante: “En esa época se hacían los pases en enero y febrero. En los últimos días de febrero Huracán Buceo me estaba buscando porque se hacía el pase de Villarreal a Peñarol y yo estaba en el tablado. Entonces por los parlantes piden que si estaba ahí fuera al castillo de Huracán Buceo. Me acuerdo que Eduardo Mega, uno de los hijos de José Mega, dueño del tablado, se creyó que era para Nacional, porque era lo que se había hablado. Cuando llego estaba mi viejo en la moto Vespa que él tenía y la sorpresa era que estaban (Amadís) Errico y algún dirigente más de Peñarol. No quise ir. Y Huracán me debía seis meses de sueldo, no estaba bien y necesitaba los pases. Fue una de las cosas que los dirigentes me recriminaron, porque con eso iban a pagar los sueldos a los compañeros. Ahora todo el mundo llega a Nacional y dice que es hincha del club, pero yo sí que puedo demostrar mi amor por Nacional. Yo sabía que en algún momento iba a llegar”.
Tenía esa convicción porque “si jugás bien, metés y te dedicás, el sueño se cumple”, dijo. “Además, no fui por respeto, porque soy muy respetuoso de los hinchas de Peñarol y de Peñarol mismo. Si no tenés el sentimiento de ir a un lugar, mejor no hacerlo. Me había hecho muchas ilusiones de jugar en Nacional desde el año anterior, y tenía mi cabeza que iba a ir”.
Fue así que dos empresarios compraron su pase a Huracán y Peña llegó a Wanderers. “Me iban a llevar al fútbol de Miami, y mi hermano mayor Nelson, mi referente, y mi viejo, no quisieron. Me decían que iba a desaparecer en el fútbol americano y por suerte Raúl Bentancur, el técnico del Mundial de Australia, fue a Wanderers y me pidió. Wanderers compró primero la mitad del pase y después el 100% en 1984”.
Roberto Fleitas lo convocó a la selección que ganó la Copa América en 1987. Peña jugó 10 minutos contra Argentina que venía de salir campeón del mundo en México y los últimos cinco en la final frente a Chile.
“En los partidos previos a la Copa yo era el capitán del equipo, pero después fue una sorpresa de Fleitas. Pasó de jugar con tres volantes de marca, a jugar con Bengoechea, Alzamendi, Francescoli y Sosa; ahí sorprendimos a Argentina y fue una buena idea del técnico de dejar en el banco a Matosas y Perdomo, que venían jugando juntos en Peñarol, y a mí. Todos pensaban que yo iba a jugar porque era el capitán de esa selección, y del Preolímpico, pero estuvo bien lo que hizo, como estrategia fue muy buena”, manifestó el exfutbolista.
Nacional se coronó campeón de América y del Mundo en 1988 y a principios de 1989, Enrique Peña cumplió su sueño.
“Fueron a mi casa Ramón Porcile que dirigía en inferiores de Nacional y el Chongo Escalada, porque el Pichón Núñez me quería. Wanderers me había puesto casi intransferible, no me quería vender. Yo ya había jugado dos copas Libertadores, en 1986 y 1988, y tenía ganas de ir a jugar en un equipo que tuviera la oportunidad de salir campeón. Wanderers la tenía, pero vendía mucho. Yo embromaba con mis compañeros, ‘los vendo a todos’ les decía. Se fueron Luis Noé, la China Báez, Bengoechea, Pelleti, Di Pascua, el Pollo Madrid, Rebollo, el Loco Acosta, Carreño… todos se vendían y yo quedaba”.
Entonces cuando surgió la chance de ir a Nacional -por segunda vez en su carrera-, “le pedí a los dirigentes que me dejaran ir”. Se integró así a un equipo que siguió ganando trofeos: la Copa Interamericana, la Recopa y otros torneos en el exterior.
Además se iba a ser realidad lo que imaginaba cuando corría por los canteros de Avenida Italia desde Propios a Carrasco: “Jugar un clásico con la camiseta de Nacional era un sueño que tenía. Corría por el cantero, que era mi gimnasio al aire libre, y soñaba con entrar a la cancha, con hacer un gol. Después, increíblemente lo viví”.
El 29 de noviembre de 1989 jugó su primer clásico por el Campeonato Uruguayo. Nacional ganó 2-0 y el primer gol lo hizo él. El segundo fue del panameño Julio Dely Valdez con su participación: “Me acuerdo que le quité la pelota a Jorge Goncalvez, se la dí a Luis Noé y él se la pasó a Dely. Fue el sueño del pibe”.
Al año siguiente el clásico por el Competencia terminó en un escándalo, con una pelea descomunal en la cancha y todos los jugadores expulsados, menos Jorge Seré y Venancio Ramos. La mecha la habían encendido Peña y Trasante con sus declaraciones en los programas de televisión Estadio Uno y de radio Hora 25. “Yo había dicho que íbamos a ganar porque éramos más hombres. Pero esa pelea quedó como una marca registrada, por el hecho de que Obdulio era el capitán de Peñarol y yo el capitán de Nacional. Éramos rivales, pero no enemigos. Porque fuimos campeones de América en el 87 también. Pero él defendía a Peñarol y yo a Nacional. Nosotros fuimos campeones de América y eso te marca para toda la vida. Todos los que fueron campeones de algo importante quedan marcados como hermanos de la vida aunque no los veas. Cuando nos encontramos tenemos esa gloria que es única de los jugadores de esa época”, contó Peña.
Y recordó que después de aquel episodio, se pelearon en serio adentro de un ring de boxeo: “Nos peleamos en el Palacio Peñarol, nos pegamos en serio ahí. En una preliminar de Chris Namús. En principio iba a ser de exhibición, pero terminamos pegando en serio, porque era como un respeto para la gente que fue. Si hacíamos una exhibición quedaba ridículo, un capitán de Peñarol y un capitán de Nacional después de esa pelea clásica en el Estadio. Y ahí nos dimos bastante”.
¿Quién ganó esa vez? “Fue empate, pero todo el mundo dice que gané yo”.
Otro hecho recordado en la carrera de Peña fue la fractura del costarricense Roy Myers en un clásico de la Supercopa de 1992, tras un trancazo con él. “Lo que pasó fue que en la cancha yo le dije ‘salí de acá porque te voy a partir al medio’, pero eso uno lo dice habitualmente. En realidad, lo pisé, él se tiró para atrás y se fracturó el quinto metatarsiano, que eso es por estrés. Vas corriendo y te fracturás solo; a mi hijo Álvaro le pasó. No fue por una patada ni porque lo pisé”, dijo el exfutbolista.
Contó que habló con su compañero de equipo Paulo Wanchope, también de Costa Rica, para ir a verlo a Myers. Pero no llegó a hacerlo. “Como la mujer salió a hablar en los informativos la dejé pasar, que pensaran lo que quisieran. Nunca me preocupó lo que piensan los demás, siempre soy consciente de quien soy, y lo que quiero para mÍ; después, que cada uno se haga sus opiniones”.
En el primer semestre de ese año Peña se fue a jugar al Deportes Temuco de Chile: “Gracias a ese pase compré mi casa”, admitió. Volvió para disputar los partidos contra Peñarol por la Supercopa. Nacional eliminó a los aurinegros y clasificó a cuartos de final, pero no pudo seguir compitiendo por la huelga de futbolistas. “Yo pedí que nos dejaran jugar por lo menos a nivel internacional, como pasa en cualquier parte del mundo. Creo que fue esa la única vez que no se dejó. La Mutual no quiso y nosotros acatamos. Yo creo que tenían que habernos dejado, porque hoy si hacen una huelga, los jugadores de la selección juegan, los equipos juegan internacionalmente. Aparte Nacional estaba fuerte, esa Copa la ganábamos”, aventuró.
En 1993, el año que comenzó el quinquenio de Peñarol, Peña partió a fines de julio a Chaco For Ever de Argentina y luego defendió a San Martín de Tucumán.
“En 1995 me fui a jugar al Nacional de Maldonado. Fui goleador del campeonato con 8 goles, salimos campeones y el equipo subió a Primera después de 20 años. Después dejé de jugar, empecé a sacar la revista Todos los Deportes y me comí el quinquenio de Peñarol. Volví en el 98 para pegarle una patada a Bengoechea, para mostrarles cómo le tenían que jugar”, señaló.
“Engordé, pesaba 17 kilos más, y el Hugo González que era presidente de Huracán, que había clasificado por primera vez a una copa internacional, me pidió que fuera porque el plantel estaba integrado por muchos jugadores jóvenes. Me dijo que que iba a ser importante y como yo venía sacando la revista y Bengoechea venía jugando, y se podía dar el sexenio, volví. Puse el partido con Peñarol (en la cuarta jornada) como fecha para volver a jugar. Hice la pretemporada, bajé de peso y cuando llegó el partido, Beethoven Javier que era el técnico me puso en el segundo tiempo. Le pegué una patada a Pablo y (el árbitro Gustavo Gallesio) me tenía que haber sacado amarilla; si me la sacaba no me echaban porque me iba a controlar, pero como no me la sacó tenía otra más”.
Se la dio en el minuto 89 y ahí fue expulsado: “Ojo que con Pablo somos muy amigos, somos hermanos de la vida, jugamos en Wanderers muchos años, campeón de América en el 87, pero yo tenía la ilusión que jugando más o menos fuerte y ganándole ese partido, capaz que volvía a Nacional. Aparte el Hugo (De León) después mandó a Camejo a marcarlo fuerte. Pero nunca me dieron tantos partidos de suspensión como en esa fecha y no jugué más. Le entregué las camisetas de los partidos contra River Plate en el Charrúa por la Copa Conmebol a mis hijos mellizos, Agustín y Álvaro, y me retiré”.
El fútbol le dejó el respeto y el cariño de la gente porque “todo lo que hago, lo hago con amor”, dijo.
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