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Moda sustentable: obstáculos y oportunidades de hacer slow fashion en Uruguay

Costos altos, públicos de nicho y foco en el exterior, tres emprendedoras dedicadas a la moda sustentable cuentan sus experiencias en un rubro del que cada vez se habla más

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09 de septiembre de 2021 a las 12:00

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Emprender en Uruguay es difícil. Emprender en moda en Uruguay es más difícil y hacerlo en moda sustentable todavía más. Es que el movimiento que aboga por una industria de la moda más consciente y responsable con el medioambiente y con las personas que forman parte de la producción implica unos tiempos, costos y procesos que no todos los consumidores pueden pagar.

“Si uno quiere producir con materiales de mejor calidad, con procesos que cuiden los tiempos, e incorporen lo artesanal y también quiere cuidar la sostenibilidad desde lo social —lo que implica sueldos justos y fomentar la formalización de los trabajadores—, los costos suben”, dice Alice Otegui, de la firma Calmo, para quien el desafío está, por un lado, en poder afrontar esos costos y por otro, en lograr vender el producto y que los clientes entiendan que es más caro por el valor agregado intrínseco.

Los precios de las prendas varían por marca, modelo y material. Hay vestidos entre los $ 2500 y los $ 12.000, bufandas por $ 5000, chaquetas por $ 15.000 y pantalones desde los $ 4000 a los $ 11.000.

Por eso la comunicación es un aliado clave para este tipo de emprendimientos, que deben explicarle al consumidor el “tras bambalinas” de cada prenda, además de hacer un producto atractivo en sí mismo, más allá de la sustentabilidad.

Otro obstáculo que enfrenta el rubro es el acceso limitado a las materias primas en Uruguay en cuanto a la variedad y la calidad, que lleva a que, en algunos casos, los diseñadores tengan que importar los insumos, lo que encarece aún más el producto final.

Pero pese a los desafíos, el slow fashion va ganando terreno y las nuevas generaciones de diseñadoras y diseñadores ya salen de las carreras con el chip de que es posible pensar la moda desde una perspectiva sustentable.

En Uruguay, el mercado es pequeño pero está en crecimiento y, a su vez, es posible diseñar y confeccionar con mano de obra local para exportar. Tal es el caso de los emprendimientos María Bouvier, Calmo y Clara Aguayo.

María Alejandra Bouvier

María Bouvier

A María Alejandra Bouvier siempre le fascinó la creación de colores y con eso en mente se fue a Nueva York a hacer una especialización en Color en FIT (Fashion Institute of Technology), luego de graduarse de la licenciatura en Diseño de Modas de la Universidad ORT.

A través de un libro que compró por casualidad en Brooklyn se acercó a los teñidos naturales y ese hecho fue un punto de inflexión en su carrera. Era el año 2014 y todavía se hablaba poco sobre moda sustentable en Uruguay, por eso, estando en Nueva York aprovechó para formarse en teñidos naturales, hizo una pasantía en el estudio de la diseñadora Cara Marie Piazza que se dedicaba a ello y se dio cuenta de que era algo que quería desarrollar al volver al país.

“Quería tener mi propia marca y enfocarla hacia ese lado más sustentable. Siempre fui muy manual, de bordar, de tejer, de hacer cosas de proceso más lentos. El teñido natural era una técnica que podía hacer yo, crear mis colores y, a su vez, iba de la mano del medioambiente, que siempre había sido un interés personal que no había vinculado hasta ese momento con mi profesión”, dijo a El Observador.

Los teñidos naturales tienen que hacerse sobre fibras naturales y pensando en qué material utilizar para su emprendimiento, Bouvier terminó optando por el algodón. “Era un material bastante versátil que me permitía trabajar con distintas estructuras de tela y me daba la posibilidad de hacer desde un tapado hasta una remera o una blusa”, dice, pero como el algodón común tiene aparejado el uso de agroquímicos contaminantes, se decidió por utilizar algodón orgánico certificado.

Dar con una fábrica que produjera diferentes tipos de tela a partir de algodón orgánico no fue un proceso sencillo para la emprendedora. Comenzó importando el material desde Perú, pero el vínculo no funcionó y lo terminó importando desde Alemania.

A principios de 2017 lanzó la marca María Bouvier y en 2019, con la ayuda de Uruguay XXI viajó a Nueva York a la feria de diseño Capsule de venta al por mayor. “Se vende una temporada por adelantado, confirmás órdenes y producís en base a ellas. Esto implica que no tenés desperdicios ni de stock ni de telas”, detalla.

Diseño de María Bouvier

A partir de esa primera experiencia se enfocó en ese formato de ventas hacia el exterior, en ferias donde los compradores son tiendas boutique multimarca de EEUU, Canadá, Japón y Europa. Así fue que llegó a marcas globales como Free People y Anthropologie, para quienes produce. “Si bien para ellos son volúmenes chicos los que me compran, para mí son interesantes, porque mi producción es superartesanal”, señala Bouvier, quien recibe órdenes de compra de estas marcas de entre 50 a 100 prendas.

Pero también vende de forma individual a través de su propio ecommerce. “Quienes me compran directo son personas a las que les encanta la técnica que hay detrás, que se enamoran del proceso y por eso eligen la marca. Yo siento que se logra otra conexión. Generalmente son clientes que vuelven a comprar porque realmente les gusta el producto”. En Uruguay vende poco y solo por encargo, lo que le permite customizar el diseño de las prendas a gusto de la clienta.

Como empresaria, ve difícil que pueda bajar los costos de sus productos, ya que son con telas naturales orgánicas de muy buena calidad —“el origen de la tela ya es más caro”—, con procesos artesanales y de confección local. “También me parece que está bueno reconocer el valor de cada uno de esos pasos. Pero sí creo que hay otras formas de hacer moda sustentable más económicas, por ejemplo, haciendo prendas con plásticos reciclados”.

Como emprendedora, Bouvier se encarga de todo, menos de la confección que terceriza. Tiene su propio taller de teñido, al que ahora sumó uno de confección, y una persona que la ayuda a teñir las telas. Su plan a futuro es hacer crecer al proyecto, mejorar la comunicación y continuar en el camino de la internacionalización, con foco en el mercado europeo.

Clara Aguayo

Clara Aguayo

En 2013 el mundo se vio conmocionado por una de las peores tragedias sufridas en el sector textil. En la capital de Bangladés, el edificio Rana Plaza, que albergaba cinco talleres de ropa que producía para marcas de Europa y EEUU, colapsó, dejando un saldo de 1134 fallecidos y 2000 heridos. El accidente dejó al descubierto las terribles condiciones en las que trabajaban las empleadas y mostró el lado B del glamour de la moda.

Ese hecho también marcó un antes y un después en la vida profesional de la diseñadora uruguaya Clara Aguayo, que en ese momento estaba cursando su último año en la carrera de diseño textil en la Escuela Universitaria Centro de Diseño. “Fueron años en los que se hicieron públicos los horrores ocultos de la moda; el costo ambiental y humano que hay detrás de lo que se llama fast fashion”.

Al egresar de la carrera, Aguayo se sumó como diseñadora junior al estudio Ana Livni, donde entró en contacto directo con el slow fashion. Allí trabajó tres años y, desde entonces, la producción responsable y a escala pequeña es la única forma en la que concibe hacer moda.

En 2016, como ganadora de la décima edición del concurso de diseño de moda Lúmina (que organizaba Punta Carretas Shopping), Aguayo accedió a una beca de Fashion Marketing en el Instituto Europeo di Design en Milán. Ese mismo año lanzó su primera marca de diseño sustentable, estudio Null, junto a la diseñadora Renata Casanova. Con Null ganaron los fondos concursables para jóvenes innovadores de la ANII y fueron finalista del International Fashion Showcase del British Fashion Council, el London College of Fashion y el Somerset House de Londres.

Esos reconocimientos la llevaron a participar un año del programa Business Development en la London College of Fashion y al regresar de Londres en marzo de 2019, Aguayo comenzó a hacer sus propias prendas para vender en ferias, pop-ups y eventos locales. “Fue en mayo del 2020, con pandemia, una tremenda crisis personal, mis clases canceladas y mis planes de viajar a Europa suspendidos, que tuve que empezar a producir para vivir exclusivamente de mis prendas”, cuenta la diseñadora que lanzó la marca que lleva su nombre.

Diseño de Clara Aguayo

Tenía solo dos modelos de prenda —un buzo y una campera— y comenzó vendiendo por encargo a través de Instagram. “A los pocos días ya tenía suficientes pedidos para sentirme segura de que el proyecto iba a funcionar y desde entonces no he parado”.

Ahora cuenta con una línea deportiva y con prendas estilo sastrería que produce con telas vintage uruguayas, producidas en la época dorada de la industria textil nacional. Los buzos, las camperas y los pantalones son los productos que tienen más salida y si bien trabaja con moldería, para aquellas prendas que requieren un calce determinado trabaja a medida. “Me gusta diseñar prendas que puedan elevar a quien las use sin comprometer en absoluto su comodidad y confort”.

En el proceso de producción busca reducir al mínimo los desperdicios, por lo que, todos los sobrantes de tela que quedan de cada prenda son clasificados y guardados en el estudio. “Luego diseño modelos que aprovechen esa tela para hacer nuevas prendas”, dice.

Su público son en su mayoría mujeres de entre 25 y 35 años que valoran el diseño de autor y a las que les gusta ser parte de los procesos. “Les gusta saber qué hay detrás de las prendas que usan, valoran el tiempo, respetan a las personas involucradas en la fabricación de lo que usan y por eso considero que son personas con consciencia social y ambiental. No es un público enorme pero sí es muy fiel y con el que es muy agradable trabajar”.

A futuro quiere crecer como marca, consolidar el equipo y comenzar a comercializar en el exterior. Considera que Uruguay es el país perfecto para el slow fashion. “El valor del tiempo forma parte de nuestra cultura. Supimos tener una industria textil de primera calidad y, por lo tanto, hay herencia y oficio, pero es necesario el apoyo del Estado para que pueda crecer y desarrollarse. Se tiene que dejar de incentivar el consumo de fast fashion y cuidar la producción y el diseño local; entender que el slow fashion es una fuente de trabajo digno para muchas personas”.

Alice Otegui de Calmo

Calmo

Alice Otegui siempre quiso hacer algo que pudiera vender en el exterior y tenía ganas de emprender pero no sabía bien en qué. “Siempre me gustaron las técnicas manuales, lo artesanal, lo que haga al producto único, y desde que arranqué la carrera tuve la inquietud de qué era la moda sostenible”, dijo la emprendedora a El Observador.

Mientras cursaba Diseño de Modas en la Universidad ORT realizó un programa de intercambio en 2010 en la Parsons School Design en Nueva York, donde tomó contacto con el mundo del slow fashion, en el que enfocó su carrera una vez de vuelta en Uruguay.

En 2016 conoció la técnica del ecoprint, que utiliza los pigmentos naturales de hojas y flores para estampar tejidos aplicando partes de las plantas directamente sobre la tela, y decidió que tenía que hacer algo con ella siguiendo la línea del slow fashion. Como material para aplicarla escogió la lana Merino uruguaya, por su calidad y por ser local. “Creo que tenemos técnicas artesanales heredadas súper ricas y materiales como la lana merino muy buenos, pero sentía que faltaban propuestas comerciales que le agregaran diseño competitivo a esas técnicas, sobre todo, pensando en un mercado internacional”, señala Otegui. 

A lo largo del 2016 bajó a tierra la idea inicial de su emprendimiento, que pasaría a llamarse Calmo, recibió preincubación de Socialab y se postuló a los fondos semilla de ANDE que ganó.

En enero de 2017 abrió formalmente la empresa y ese mismo verano decidió probar suerte con sus productos para ver cómo eran recibidos en el mercado.

Enfocada en el público extranjero que visitaba Uruguay, llevó sus productos a diferentes concept stores de Garzón, José Ignacia y La Barra. La experiencia fue más que positiva y ese mismo año sumó a su línea de prendas femeninas una línea de decoración, a través de la confección de almohadones, que se convirtieron en uno de sus caballitos de batalla. “Encontré un producto que daba caja y que me permitía seguir haciendo otros productos que eran más difíciles de vender, pero que le daban una buena imagen a la marca”, cuenta la diseñadora.

Pero su plan no era llegarle solo al público extranjero que venía a Uruguay, sino que quería exportar. En 2019 aplicó y ganó el fondo de internacionalización de la ANII para proyectos que ya habían sido apoyados por ANDE, pero la pandemia enlenteció el programa y recién en marzo de 2020 terminó de ejecutarlo. “Pudimos incluir en nuestra web una tienda online, con todo lo que implica vender al exterior. Participamos de ferias internacionales de forma virtual y logramos tener publicaciones en revistas como Vogue y Elle”, cuenta Otegui.

Para captar al público extranjero, Calmo apela a comunicar muy bien cuál es el valor agregado de sus prendas, “la historia que hace que el producto tenga sentido y que se entienda su valor, su costo”. Tanto su página web cono sus redes sociales están en inglés y en español y lo que transmite, aparte de los atributos del producto, es su historia.

Diseño de Calmo

Sus productos son hechos todos en Uruguay, de forma 100% artesanal con seda pura, lino y lana Merino. “Nuestros métodos de crianza y esquilado están alineados con los standards de ética, y nuestra lana es certificada RWS. No hay daño o maltrato de animales durante nuestros procesos de producción”, explica Otegui en la web y agrega que en cada producto incluyen el nombre del artesano que lo realizó junto con una nota sobre los textiles y los métodos de teñido utilizados.

El packaging de las prendas también refleja la visión de sustentabilidad: cajas de madera de eucaliptus, con algodón y tintas a base de agua reutilizables. “También estamos comprometidos a crear productos concebidos para que nos sobrevivan. Una prenda con diseño atemporal, hecha a consciencia y bien cuidada no termina en el basurero, y eso es a lo que apuntamos”.

Otegui es la directora y única persona de Calmo dedicada a tiempo completo al proyecto. Dos empleadas freelance completan el equipo de diseño y gestión de la marca, y la confección es tercerizada con artesanas. Como empresa que trabaja a pequeña escala, busca posicionarse en el exterior bajo un modelo de producción por pedido, ya sea para tiendas multimarca o directamente para la consumidora final.

La emprendedora percibe que está creciendo la conciencia sobre esta forma más lenta y consciente de consumir. “Algo que empezó con los pequeños emprendedores ya se ve en empresas más grandes. Está el que realmente siente que es la única manera de hacer las cosas y el que se suma porque se lo pide el mercado y si no, se queda atrás, pero sea por la razón que sea, está buenísimo que esté creciendo“.

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