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Pandemias, tapabocas y paranoia: ¿qué hay detrás del miedo al contagio del coronavirus?

En tiempos de hiperconexión y redes sociales, el temor se puede propagar más rápido que el propio virus

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31 de enero de 2020 a las 05:03

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Se reproducen a ritmo bacteriano. Los tapabocas ya no cubren narices asiáticas; son ojos occidentales, uruguayos, los que encabezan esos tapones de cartón blanco. Es julio del 2009, la Influenza H1N1 se expande por el mundo desde su epicentro chino y en las ciudades de este país, bastante lejano y cercano a la vez, cada tos, cada estornudo es una señal de alerta. Las reglas sanitarias piden evitar las grandes concentraciones de personas, pero hay casos en los que eso es inevitable, hay fenómenos que ni siquiera la gripe porcina puede frenar, y uno de ellos es Harry Potter y el príncipe mestizo, la sexta parte de la saga. El estreno de la esperada película es simultáneo en todo el país –miento: en varios países– y la sala, la alicaída sala de Paysandú, está llena. Y entre el terciopelo rojo de los asientos y el olor a pop medio viejo aparecen ellas, las manchas blancas de los tapabocas, el miedo al contagio que ni el joven mago inglés puede aplacar. Hay un grupo de adolescentes, entre los que se encuentra quien escribe, que hace caso omiso a las advertencias y se piensan inmunes; los tapabocas, dicen, son para viejas. Viejas y paranoicos. Pero hay un tema: uno de ellos, que resulta que también es quien escribe, no puede sacarse de encima una tos de perro infernal. No es gripe, es solo una tos seca y molesta, pero explíquenle a ellos, a los que miran con ojos desquiciados desde las filas de más abajo, que no hay peligro. En cada tos se dan vuelta, en cada tos condenan con sus miradas y con esos hocicos artificiales que despersonalizan cualquier emoción. En esa sala de cine del 2009, el que tose es el diablo. El que tose trae el miedo.

Aquella gripe dejó enfermos, internados y muertos –once en Uruguay y más de 18 mil personas en el mundo, dicen los reportes–, y después se fue. Pero también dejó otra cosa. En un mundo conectado al extremo, recargado de información y siempre en la cornisa de la cordura, la influenza H1N1 dejó un rastro de miedo en el camino. Los diarios amontonaron títulos dignos de una película apocalíptica, los informativos activaron el contador de infectados y el mundo bajó a las profundidades de una locura que se contagiaba por el aire. El miedo en la gente se olía, se escuchaba. Y si todo eso pasó en épocas del primer Facebook y el Fotolog, imaginen ahora, que la vida se mide y se proyecta a medida en las redes sociales y que la información está, verdaderamente, a una flexión del pulgar sobre la pantalla del celular.

ANTHONY WALLACE / AFP

El coronavirus, la cepa de gripe que explotó en la momentáneamente clausurada ciudad china de Wuhan, se ha extendido por el mundo con una rapidez que recuerda a otras infecciones similares y hace pensar, claro, en un posible rebrote de aquella paranoia que marcó también al Uruguay de 2009. De ser así, es probable que su alcance sea mayor: hoy tenemos la posibilidad de saber, minuto a minuto, que tan extendido está el virus. La Universidad Johns Hopkins de Estados Unidos creó, por ejemplo, una página interactiva en la que el usuario puede monitorear en tiempo real la cantidad de infecciones, dónde están los focos y cuántos muertos van hasta el momento. Atentos a esos puntos rojos que crecen y crecen en el mapa cuál mancha de vino en una remera, ¿cómo no va a aparecer el temor? Es, de alguna manera, inevitable.

Contagiados

El miedo al coronavirus, sea débil o fuerte, ya infectó a una parte importante de la población mundial. Y la verdad, no es para menos: a fines de esta semana, la Organización Mundial de la Salud emitió una alerta de emergencia sanitaria internacional. Si alguien no lo entendió, lo resumimos: la cosa es grave.

Y no son pocas las personas que se han dado cuenta de que la situación viene complicada, y los resultados se ven aleatoriamente y tocan todos los rubros. Según publicó The Guardian este jueves, la película del 2011 Contagio, que dirigió el cineasta Steven Soderbergh, que tiene a una pandemia global como foco y a Gwyneth Paltrow de protagonista, se metió entre las más alquiladas en el ranking británico de Itunes por estos días. Y un ingreso ese mismo jueves al portal de Babelia de El País de Madrid marcaba que el virus también había aterrizado en las recomendaciones culturales de la semana: esa sección del prestigioso medio español proponía una nota titulada “Lecturas víricas: cinco lecturas para entender una pandemia”.

EFE

Todo marca que de alguna manera la paranoia se está instalando de a poco y otra vez. Si llegará o no a los niveles del 2009 está por verse, pero algo está sucediendo. La pregunta, de todas maneras, es a qué responde. ¿Por qué este miedo irracional a extinguirnos por una enfermedad siendo que, hasta ahora y a pesar de los golpes, hemos resistido a más de una pandemia? ¿La tecnología es la gran causante de este nuevo miedo global? ¿O es culpa del cine y las películas como Contagio y El planeta de los simios?

Para empezar, hay que hacer un alto en la palabra y corregir: paranoia es una palabra usada demasiado a la ligera, porque refiere a un trastorno delirante que se acerca a la psicopatía y que dista del uso que hacemos del término de manera recurrente. Y además, para el psicólogo uruguayo Jorge Bafico, la respuesta a las preguntas anteriores es en realidad mucho más singular de lo que parece: responde, en realidad, a qué tipo de construcciones mentales tiene cada uno. Y esto significa que cada uno va a reaccionar diferente ante una eventual emergencia sanitaria como la del coronavirus.  

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“Desde el psicoanálisis de orientación lacaniana siempre pensamos los casos de uno en uno. Eso significa que frente a un estímulo puntual, que puede ser una enfermedad viral que genera alarma social, cada uno responde de manera diferente en base a su estructura. El que es hipocondríaco puede pensar que se puede haber enfermado; el que es paranoico podría empezar a generar un delirio con esto y pensar que alguien quiere envenenarlo o que el vecino se lo trajo; el que es fóbico podría llegar a tomar medidas más extremas, como por ejemplo no salir de la casa. Lo importante es que cada uno va a reaccionar en base a la estructura de su personalidad y va a enfrentar al estímulo de una forma singular”, explica Bafico.

De todas formas, y más allá de cómo lo procese cada uno, está claro que el contexto ayuda. Y que, de nuevo, este mundo hiperconectado alguna responsabilidad tiene a la hora de propagar el miedo. Así lo analiza Bafico: “En estas cosas la alarma social genera un efecto de identificación. Pensemos que los psicoanalistas, cuando hablan de la envoltura formal del síntoma, se refieren a que la sintomatología toma elementos de la actualidad. Nosotros estamos en contacto con lo que nos pasa en lo cotidiano. Entonces, no deliramos con Napoleón porque ya no es un significante de la época, pero sí podemos hacerlo con el coronavirus porque es un elemento que se introduce en la cultura y en nuestra cotidianidad. Resumiendo: cada uno hace lo que puede con esos estímulos que nos atraviesan en un tiempo que, además, es tan mediático y que estamos especialmente informados y sabemos de todo lo que sucede día a día”.

EFE

Queda claro que el miedo a estas pandemias, entonces, se procesa de maneras muy diferentes. Pero sin embargo existe. Y ante la imposibilidad de hacer algo más que seguir las reglas sanitarias que estipulan las autoridades para evitar cualquier tipo de propagación, lo mejor es prevenir. Y si hay que usar tapabocas, pues eso hay que hacer. Incluidos aquellos adolescentes que, como en el 2009, tosen en una sala cerrada, creyéndose inmortales e inmunes.

Otros sustos globales
Las pandemias siempre nos asustaron en masa, pero no ha sido lo único que ha puesto nuestros nervios a flor de piel. Más de uno recordará, por ejemplo, el temor ante el cambio de siglo y el supuesto apagón que se iba a dar. No pasó nada y todo siguió su curso, pero más de uno lo pensó bien. Algo parecido sucedió antes del 21 de diciembre del 2012, fecha del supuesto apocalipsis maya que se nos iba a caer encima. Es 2020 y acá seguimos, tirando, pero en aquel momento hubo hasta gente que se construyó bunkers especiales ante la inminente catástrofe. Una locura que, en su momento y ante los presagios, tampoco parecía tan loca.
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