Leonardo Carreño

Para la renovación, nada como los clásicos

Es clave que los partidos se vigoricen con la apertura a nuevas figuras

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08 de mayo de 2021 a las 05:01

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Aristóteles afirmaba que el fin fundamental de la política era promover la virtud en los ciudadanos. En una actividad donde se ha generado una obsesión materialista de redistribución del ingreso, él y otros clásicos solían poner en el centro la redistribución de honores y recompensas. La aplicación más evidente de este principio es honrar a individuos que lo merecen (ya sea por sabiduría técnica, como enfatizaba Platón, o por virtudes de carácter, como enfatizaba el propio Aristóteles) con puestos dirigentes. Además de mejorar la calidad de las políticas, ello motivaría a otros ciudadanos a capacitarse y cultivar virtudes. 

Durante la campaña, Lacalle Pou hizo una apuesta importante en este sentido, convocando a algunos ciudadanos eminentemente meritorios, priorizando la valoración de sus competencias, logros y virtudes por encima de la lealtad al partido, eje tradicional de la política. Esa apuesta sirvió para cimentar su imagen de renovación y de abandono del clientelismo, quizá el factor de desprestigio más contundente de los partidos tradicionales. 

En la campaña también jugó un rol igualmente clave, aunque insólitamente ignorado, la proyección de virtudes de carácter del propio Lacalle Pou. Su aplomo, por ejemplo para responder a las políticas innovadoramente sucias de integrantes de su propio partido, contrastó también con Daniel Martínez y con Talvi, que se quejaba por quedarse fuera de un debate. La humildad de Lacalle en dar mucho espacio a su equipo, a su propia mujer, contrastaba con el evidente personalismo de algunos de sus rivales. Su sinceridad, admitiendo contra sus intereses su consumo de drogas en su juventud, contrastó con los alardes que otros hacían de sus supuestas hazañas pasadas. 

Una vez en el poder, Lacalle cumplió con promesas nombrando a los miembros de su respetado equipo técnico en posiciones claves, con Bartol a cargo del Ministerio de Desarrollo Social. 

Sin embargo, ese reflejo fue luego perdiendo algo de vigor. Los nombramientos en empresas públicas tuvieron algunos ejemplos de appáratchiks (hombres leales a los partidos) sin competencias necesarias para cargos, a pesar de la creciente presión social por que se profesionalicen. En algunos ministerios claves, los nombramientos supusieron un recambio con menores credenciales que sus antecesores. 

Luego, la primera caída de gabinete fue Talvi, probablemente el miembro de mayores credenciales profesionales. Y ahora se da la abrupta salida de Bartol, uno de sus bastiones en la apuesta por renovar la política recurriendo a gente externa a esta con base en sus sólidas credenciales. Al margen de las posibles razones idiosincráticas de estos cambios, y sin entrar en una valoración individual de los ministros salientes ni entrantes, estos parecen reducir nuevamente el compromiso con los merecimientos del cargo sobre la base de la solidez técnica y trayectoria. 

Todavía no hay una masa crítica de decisiones contrarias a la impronta de los clásicos como para que alguien pueda argumentar, con credibilidad, que ha sido simplemente abandonada. Sin embargo, son pasos que deberían ser compensados a tiempo con acciones firmes para evitar el riesgo de que la población perciba que está siendo gobernada por una clase política endogámica. Es ese tipo de percepción que podría acelerar la ya peligrosa caída de la confianza en los partidos políticos que las encuestas han venido mostrando en Uruguay y el mundo. Para evitarla es clave que los partidos se vigoricen con la apertura a nuevas figuras, ideas y comportamientos que encuentren nuevas soluciones y formas de inspirar al ciudadano. La experiencia de otros países es un potente recordatorio de que si el sistema político no muestra esa flexibilidad, lo nuevo aparece de todas maneras, pero fuera de los partidos, en forma de mesías rupturistas con escasa vocación democrática.

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