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Peker: "Si el Papa no hubiera sido argentino, se hubiera aprobado el aborto legal"

La periodista y militante feminista argentina pasó por Uruguay a presentar "La revolución de las hijas"
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15 de octubre de 2019 a las 05:03

Cálida y multicolor –labial rosa, pelo rojizo y uñas verdes–, de discurso contundente pero sencillo en su expresión. Luciana Peker (45), periodista argentina especializada en género desde hace más de 20 años, es de las voces más valoradas puertas adentro y afuera del movimiento feminista rioplatense. Pero lejos de pararse sobre un pedestal emancipador o vanagloriar su lucha, escribe sobre las nuevas feministas. Celebra a esas jóvenes que militan en el aula, salen a la calle bañadas en purpurina y levantan, con alegría, su puño verde en alto reclamando por sus derechos, libertad y goce. Con títulos como Putita golosa (Galerna, 2018) y La revolución de las hijas (2019, Editorial Planeta, $640), Peker lideró rankings en venta, colocó conceptos que terminaron siendo frases repetidas y colaboró en alimentar la incansable inquietud de las nuevas y viejas feministas que se arman de argumentos para salir al mundo.

En su paso por Montevideo, donde vino a presentar su último libro, Peker –que escribió en publicaciones como Luna, Para ti, Página12 y desde esta semana en Infobae– habló con El Observador de la deconstrucción de madres y padres gracias a sus hijas, de la incidencia de la iglesia en la lucha feminista en Argentina, del derecho al goce y de cómo están hoy los feminismos en América Latina. Además, defendió a la revolución feminista como la “revolución del amor”.

¿Existen buenas y malas feministas? ¿Qué pensás de esa "policía del feminismo" que está instalada desde que la militancia se masificó?

Todo lo que es la policía del feminismo y el feminómetro no me gusta. Más allá de que me parecen válidas distintas posturas y tengo las mías para cada situación, esto muy en contra de seguir acrecentando las internas dentro del feminismo. Creo mucho más en la sororidad y unidad.

En La revolución de las hijas se habla bastante de la correlación entre la Iglesia y el Estado en Argentina. ¿Incidió en la lucha feminista de los últimos años que el Papa fuera argentino?

Si el papa no hubiera sido argentino, se hubiera aprobado el aborto legal seguro y gratuito. La incidencia es del 100% y el lobby fue directamente del Vaticano y de Francisco. De hecho, la influencia de la Iglesia Católica en Argentina en las leyes fue muy fuerte. Cuando estaba en debate la ley de anticoncepción gratuita, políticas me contaban que los curas las perseguían para que no se aprobara. Pero eso se rompe en 2002. Por un lado, por la crisis política y económica de 2001. Por otro, por la crisis en la iglesia que tenía casos de abusos sexuales sistemáticos, con encubrimientos por parte de las autoridades (en Argentina eso está representado por el caso del cura César Grassi).

Después que se aprobó la ley de anticoncepción, empieza un avance de leyes con el que la iglesia pierde la incidencia legislativa. Se aprueba la ley de Educación Sexual Integral (ESI), la de matrimonio igualitario, de fertilización asistida y de identidad de género. Pero cuando Bergoglio ocupó un lugar en el Vaticano, su incidencia fue mucho más alta y su costo político si se aprobaba el aborto, también.

En tu libro afirmás que "los sectores conservadores impulsan un retroceso que atrasa hasta la época previa al inicio de la era democrática” ¿A qué te referís?

Después de la derrota que implica el aborto legal empieza la organización de los sectores antiderechos, que logran rearmarse y viene todo un proceso de retroceso. Dicen que no se necesita el aborto, porque hay educación sexual. Pero se intenta avanzar en la ley de educación sexual para que sea una materia obligatoria y se actualicen sus contenidos y la paran en comisión porque los antiderechos empiezan a manifestarse. Después, hubo por lo menos dos situaciones de niñas violadas –en Jujuy y Tucumán– que fueron obligadas a tenerlo igual, fueron torturadas y no fueron respetadas.

“Con mis hijos no”, se ha repetido mucho en este tiempo en Uruguay y Argentina. ¿Qué ideas crees que están detrás de esa frase?

La propiedad sobre los hijos. Por una postura conservadora, y porque literalmente detrás de esa frase se esconde la posibilidad de seguir abusando de hijos e hijas en las familias. Los grandes abusadores sexuales son los padres, padrastros, padrinos, abuelos y curas. Y la frase lo que quiere es que no haya un Estado, una escuela presente, que no haya educación sexual.

Las realidades son diversas en los distintos países en materia de género ¿Cómo trazarías la cartografía feminista en América Latina?

Indudablemente en leyes, Uruguay hoy es el país más avanzado. Porque tiene aborto legal, seguro y gratuito y, además, tiene mortalidad materna cero bajo este sistema. Estas cifras son contundentes y demuestran que, simplemente, te podés morir o no por estar a un lado u otro del Río de la Plata. Por otro lado, tienen un sistema público de cuidados pionero, la ley de identidad de género que superó a la de Argentina y el matrimonio igualitario. En movilización popular, sin duda Argentina. Por la masividad y el nivel de manifestaciones ha sido punta de lanza en América Latina y en todo el mundo.

En otros países, existe un nuevo Plan Cóndor de los sectores antiderechos, que tienen un plan económico, de retroceso del Estado, con menos democracia, más represión y de ensañamiento con los derechos sexuales. Creo que hay países donde las herencias de las dictaduras militares han sido más cruentas y mucho más complejas en sus conflictos armados. Las herencias del narcotráfico han maximizado el machismo y potenciando la violencia hacia las mujeres. Están matando a lideresas de derechos humanos, ambientales y feministas.  Asesinaron a Marielle Franco en Brasil, a Berta Cáceres en Honduras. Veo mucha conciencia en esos países, pero marcos de represión muchos más altos de los que conocemos en Uruguay y Argentina. En ese sentido, es más difícil que en esos lugares aparezca masividad en la protesta, porque los costos son mucho más altos. Es un escenario complicado, por eso, hay que volver a leer con mirada latinoamericana y empujar a las mujeres del resto del continente desde los países con mayor posibilidad de salir a la calle. 

¿Cómo se dan los diálogos entre padres e hijas en esta revolución? ¿Cómo conviven las tensiones generacionales?

Ni el feminismo ni la revolución son color de rosa. Los sectores conservadores dicen que defienden a las familias. Creo que la familia está defendida por los feminismos. Pero no desde un lugar de autoritarismo, donde padre y madre son autoridad y la hija baja la cabeza, sino desde un conflicto positivo donde hay debate, discusión, enojos, abrazos y acompañamiento. Son familias donde hay una interpelación de las hijas y las madres las escuchan. Porque las queremos libres, cuidadas, porque nos superan y porque las disfrutamos. Antes querían una maternidad sumisa. Nosotras queremos una maternidad deseada y disfrutada. Y también padres que son machistas en otros ámbitos, han escuchado a sus hijas más que a ninguna mujer porque les importa lo que dice, la quieren y quieren estar presentes y llevarse bien. Eso ha generado, más allá del cliché de “pensalo por tu hija”, que se produzca una interpelación real donde las pibas les plantean debates y los retan y los padres las escuchan y se modifican.

“Dan portazos con argumentos que a nosotras nos llevaron décadas armar y abrazar”, dice una mujer en tu libro, en relación a la generación de las hijas. ¿Por qué crees que pasa eso?

Como proceso político, indudablemente la ley de Educación Sexual Integral las llenó de argumentos. Después, porque tienen una curiosidad intelectual que es maravillosa. Graciela Morgade, decana de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, dice que por primera vez el reclamo de que haya educación sexual pos Ni una menos, hizo que los pibes pidan más y no menos educación en los colegios.

Aún en formatos de humor, memes y todo lo que publican en las redes, están muy formadas y muy seguras de lo que piensan y de que deben ser escuchadas. Están plantadas y dan portazos no por una rebeldía de “me quiero ir de acá, les interesa disputar ese poder en la mesa de sus casas y escuelas. Les interesan esos lugares. La inquietud de las chicas superó todos nuestros sueños. Yo siento que mi hija en muchas cosas me supera completamente y tiene la interpelación al filo de la lengua.

¿Cómo fue en tu caso el diálogo con tus padres y cómo lo vivís ahora con tus hijos?

Yo soy muy afortunada de tener a mis hijos. Después de todos los obstáculos y maltratos laborales, quienes me empujaron a pelear fueron ellos. Somos una familia de cooperación, de amor y acompañamiento. En el caso de mi familia, fui la hija que se peleaba. Con menos final feliz. Por eso tal vez me emociona tanto ver hoy unidas a madres e hijas. El mayor premio de la vida es que una madre pueda acompañar a su hija y viceversa. Yo no lo pude terminar de construir, me hubiera encantado y creo que ese amor es algo que te planta con una enorme raíz para toda la vida y para pelear por la libertad.

¿Molesta el deseo de la mujer? ¿Por qué necesitaste escribir del goce en tu primer título?

Lo que jode es el deseo y casi cualquier situación que podamos analizar. Desde el micromachismo más chiquito hasta el femicidio más brutal, están todo el tiempo atravesado por eso. Jode mucho el deseo de las mujeres. Hay una reacción enorme a ese deseo que es político y sexual.

Las opiniones en torno al escrache tienen defensoras y detractoras desde el feminismo, ¿en qué lugar te parás?

Es una herramienta válida del feminismo que no se puede descartar. Las adolescentes lo usan mucho con docentes o adultos y en, algunos casos, con sus propios pares. Por supuesto que en lo personal intento plantear alternativas que no sean linchadoras de los varones. Pero eso no quita que haya escraches necesarios. Tiene que existir una pedagogía de la confianza con la que las chicas puedan confiar en las escuelas para generar redes alternativas en la resolución de conflictos con sus compañeros. Nunca se puede volver a callar a las pibas. Entre callarlas y escrache: escrache. Entre escrache y nuevas resoluciones, lo segundo.

 En La revolución de las hijas defendés la idea de que las mujeres se hagan piecito entre sí ¿Qué pasa con las que acceden a puestos de poder y en lugar de apoyar a las que están abajo, las miran desde arriba?

Si no hay sororidad, no hay. Tradicionalmente lo que pasó desde el empoderamiento de las mujeres es que las que llegaban, lo hacían para ser las únicas y cerrarles la puerta en la cara a otras. Si entre todas nos preguntamos, ¿quién tuvo una jefa villana? Todas. Porque solo llegaban las mujeres con ese entrenamiento. Ahora, lo importante no es que llegue una mujer por ser mujer, sino que llegue para abriles la puerta otras.

En la publicación también cuestionás que la edad mínima para ser senadora en Argentina sea de treinta. ¿Por qué?

Yo habilitaría que desde que esté permitido el voto se pueda llegar a cargos electivos de senadora y diputada. Hubo muchas críticas en el caso de Ofelia Fernández, que solo podía acceder a una candidatura en la legislatura de la ciudad. Para mí la diferencia entre esa candidatura y ser diputada es la incidencia concreta. Me parece que tienen experiencia, vienen de militancias secundarias, son voces necesarias y la verdadera democracia no puede excluir a las jóvenes. Hoy el promedio de edad de senadores y senadoras es de 57 años. Una chica de 18 tiene que vivir tres veces su propia vida para llegar a ese cargo. Creo que tiene que haber una democratización etaria de los cargos de representación más importantes.  

Hace unas semanas publicaste una columna en Página12 sobre la contradicción en cómo Amalia Granata llegó a ser una figura pública (dio a conocer que había mantenido relaciones sexuales con Robbie Williams) y cómo se convirtió ahora en voz cantante de un grupo más conservador ¿Por qué poner ese tema sobre el tapete?

El caso de Amalia Granata hay que decirlo con todas las letras. A mí me decían, “¿cómo vas  a criticar a una mujer por tener sexo?”. Yo nunca critico a una mujer ni por ser del mundo del espectáculo ni por llegar a un lugar de poder por tener o no sexo. Que cada cual haga con su cuerpo lo que quiera y llegue como quiera. Lo que sí critico –y no nos podemos callar porque si no es como pedirle al movimiento feminista que deje de hacer análisis político y ser ingenuas cuando los sectores anti derechos van a arrasar con nuestros derechos– es que existen distintos tipos de conceptos en torno al sexo. El sexo como monopolio, que es solo de los varones: cuándo, con quién y cómo ellos quieren. El sexo como meritocracia, que es eso de “yo lo puedo hacer y tener porque me lo merezco, pero vos no porque abrís las piernas y si tenés sexo, morite en un aborto clandestino” –cómo le dice Granata  a las jóvenes–. Y el sexo como derecho, que tiene que ver con un sexo que pueda ser de todas y para todas.

Si una mujer llega a un lugar de poder después de haber tenido sexo oral con un cantante famoso, perfecto. Ahora, si llega a ocupar un lugar de poder por tener sexo y lo que está pidiendo es que las demás no puedan tenerlo y que, si lo tienen, se puedan morir en la clandestinidad: de ninguna manera me voy a callar. Porque ahí hay una idea del sexo como privilegio y nosotras queremos sexo como derecho.

¿Sentís que los medios argentinos le dieron igual tiempo de cámara a ella que a las feministas?

Para nada. Uno de los factores que aportaron para que el aborto legal se pudiera debatir fue cuando Intrusos nos dio lugar y tiempo a una serie de feministas para ir a hablar. Pero cuando llegó la votación del Senado, nos prohibieron en canales de televisión. En programas muy claves de la tevé argentina hubo mesas solo con varones y en los programas de chismes no nos permitieron hablar. El otro tema es que personas como Granata, que viene de programas muy mediáticos, tienen mucha cancha en la crueldad televisiva, en el barro típico de las vedettes. Entonces, me lo han contado hasta las actrices argentinas,  si vos vas  a un programa con alguien que te empieza a gritar “¡asesina, asesina!”, tus costos son muy altos y te enfrentan con alguien con quién es muy difícil discutir y está dispuesta a todo.  

En una lucha con tanto glitter, ¿cuál es el rol del maquillaje en la revolución de las hijas?

El glitter es el brillo, el estallido de la visibilidad, es una forma de goce y alegría. Por supuesto, nunca impuesta. Como expresión política, tiene que ver con la protesta lúdica y gozosa. Por eso sobrevive al neoliberalismo, que lo que quiere es la apatía o pasarla mal.

¿Qué lugar deberían ocupar varones en la lucha feminista? Uno de los temas que se discute mucho acá es sobre su participación en las marchas del 8M, ¿qué pensás de eso?

Soy absolutamente inflexible frente a la violencia y el abuso sexual. No hay que tener tolerancia en eso si no todo lo contrario. En otras situaciones, creo en un feminismo inclusivo de los varones, que no sean protagonistas, que estén dispuestos al cambio, que puedan escuchar. Creo en el feminismo como movimiento político y eso requiere de una participación más plena. Y la verdad que en el 8M no tienen nada que hacer, es una marcha del día de las mujeres. Sí pueden participar, por ejemplo, en las vigilias del aborto legal. Pero además, ¿qué les pasa que están desesperados por estar en la marcha? Hay tantas cosas para hacer.

Aprovechando que en breve vas a dar una charla con Darío Sztajnszrajber sobre este tema, ¿qué es para vos el amor?

El amor es súper importante y esta es una revolución del amor. Al amor de pareja, lo vivo en lo personal desde el fracaso. Para mí, hoy, es un lugar de dolor. Sobreviví a muchas amenazas, machismos o situaciones de violencia. Los varones, especialmente te cobran en el desprecio amoroso y sexual, y eso para mí es doloroso. Creo que hay un enorme desafío. Claro que esto no es homogéneo. Aspiro a un lugar de encuentro, donde los varones puedan disfrutar de las mujeres deseantes y no humillarlas. Y por supuesto que las relaciones son mucho más amplias de las heterosexuales.

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