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Treinta y tres cosas que no sabías de los 33 orientales

La amplia mayoría de los uruguayos retiene en su memoria un concepto escolar de la Cruzada Libertadora de 1825. Aquí van algunos datos curiosos de la gesta
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19 de abril de 2024 a las 12:29

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No se sabe a ciencia cierta cuántos eran los Treinta y Tres Orientales. Según una investigación de Jacinto Carranza durante la década de 1940, existen 16 listas diferentes de nombres y en total se menciona a 59 personas.

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La organización de la cruzada comenzó mucho antes de 1825. Ya en 1823 un grupo de orientales en Buenos Aires se reunía de forma secreta para planear el cruce y la revuelta contra los brasileños.

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En 1823, el empresario de saladeros Pedro Trápani, asesor y amigo de Juan Antonio Lavalleja, gestionó un préstamo de 100.000 pesos fuertes para la cruzada.

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También en 1823, Ana Monterroso, esposa de Lavalleja, llegó a Montevideo desde Buenos Aires con espías para organizar la revolución luego de la cruzada.

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Si los “cruzados” no fueron 33, tampoco fueron todos orientales. Según el historiador Aníbal Barrios Pintos, hubo cuatro argentinos, cuatro paraguayos y uno nacido en Mozambique. Se trataba de Joaquín Artigas, liberto que era criado del cruzado Pantaleón Artigas, sobrino del prócer. El cordobés Simón del Pino fue el único de los cruzados que estampó su firma en el acta de la Declaratoria de la Independencia.

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Luis Ceferino de la Torre fue quien confeccionó las banderas que portaron los cruzados el 19 de abril en el desembarco. El pintor suizo Jean Philippe Goulou fue quien pintó la inscripción “Libertad o muerte” en la ropería de Luis Latorre, y una mujer de la sastrería Pérez y Villanueva de Buenos Aires fue quien bordó las letras. Pudo estar inspirada en la frase: “Independencia o muerte”, del Grito de Ipiranga. Latorre la donó luego al Museo Nacional, de donde la robó en 1969 el grupo anarquista OPR33.

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No hay una certeza de cuántos lanchones (o gánguiles o chalanas) participaron en el cruce. Pudieron ser dos, tres o más, según las diferentes versiones.

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Los cruzados se embarcaron en dos grupos que salieron desde la costa en San Isidro. El primer grupo partió el 1.º de abril e hizo alto en las islas del delta del Paraná a la espera del segundo grupo. Allí se sumaron los paraguayos Felipe Patiño –alias “Carapé”–, Pedro Areguatí y los hermanos Romero.

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La idea original era desembarcar el 12 de abril, pero una fuerte tormenta retrasó el segundo lanchón.

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El oriental Tomás Gómez los esperaba con caballos, pero al no llegar los cruzados y ante las sospechas de los brasileños debió huir y abandonar la caballada.

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El 17 de abril se encontraron los dos grupos en la llamada isla de la Paciencia. Ese mismo día, tres orientales llegaron a la costa y se entrevistaron con un carbonero austríaco, Albarchán, que les dijo que los hermanos Ruiz tenían los caballos prontos.

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El 18 de abril los hermanos Ruiz prendieron una fogata para avisar que el río estaba despejado. Esa era la señal para navegar. En su diario, Juan Spikerman anotó que pasaron tan cerca de una lancha brasileña que vieron sus faroles. Los cruzados desembarcaron el 19 de abril. No se sabe si fue de mañana o en plena noche. Las crónicas difieren de forma tan extrema.

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El 25 de agosto de 1825 se firmó en Florida la Declaratoria de la Independencia de la Provincia Oriental y el 12 de octubre los orientales vencieron a los brasileños en Sarandí.

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En 1828, Lavalleja confeccionó una lista de los cruzados, que en 1830 fue corregida por Manuel Oribe con motivo del cobro de las pensiones para quienes participaron en 1825.

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En octubre de 1831, el argentino Tiburcio Gómez reclamó que él también había sido uno de los Treinta y Tres. Como se creía que había muerto, no estuvo en la lista de 1830. En su lugar se había incluido a Basilio Araujo. En 1832, Lavalleja reconoció que Gómez sí había estado y cobró la pensión. No obstante, luego se le suspendió el pago porque adhirió a la revolución de Lavalleja contra el presidente Fructuoso Rivera.

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José Leguisamón, alias “Palomo”, se había unido a los Treinta y Tres en el Paraná. Como murió en la batalla de Ituzaingó, en 1827, no recibió reconocimiento alguno.

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Muchos de los cruzados habían participado de la revolución oriental junto a José Artigas. La mayoría acompañó a Lavalleja en su puja contra Rivera. La mayoría, salvo excepciones, luego se hicieron blancos, con Oribe.

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Santiago Gadea es una de las excepciones. Apoyó al presidente Rivera y luchó contra Lavalleja, su antiguo jefe, durante las revoluciones del primer gobierno de aquel.

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Varios de los cruzados orientales nacieron en Las Piedras o alrededores: Manuel Meléndez, Ramón Ortiz, Juan Rosas, Andrés Cheveste, Atanasio Sierra.

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Manuel Meléndez murió de tifus y su pensión como cruzado fue cobrada por su madre, que gestionó el trámite.

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Cuando Sierra murió, en 1862, la bandera de los Treinta y Tres que se había utilizado en la Agraciada cubrió su féretro.

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El cruzado Juan Acosta quedó ciego y mendigaba de la mano de un niño por Montevideo. Se lo nombró teniente para que cobrara la pensión.

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Avelino Miranda fue herido en 1827 y quedó inválido, pero se hizo soldado de Rivera. Cobró su pensión. Lo asesinaron dos hermanos, uno de ellos cuñado de una mujer a la que Miranda quiso violar. Matías Álvarez murió en una riña a finales de 1825 y su viuda nunca cobró la pensión.

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Por tener abierta una causa criminal, a Andrés Spikerman, hijo de un carpintero holandés y hermano del cruzado Juan, se lo excluyó del premio. Lo desterraron en 1832 y fue soldado de Oribe.

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El cruzado Tiburcio Gómez murió en 1882, con 102 años, “entre la indiferencia del gobierno y del pueblo”, según anotó Carlos María Ramírez. La familia no pudo comprarle un ataúd. El cruzado Gregorio Sanabria, que peleó con valor en Sarandí, en 1829 se había declarado como indigente.

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En 1831, el cruzado Felipe Carapé (apodo que en guaraní significa ‘enano’) era leñador sobre el río Uruguay. Lo acusaron de matar a un soldado en una pulpería. Su defensor fue Carlos Villademoros, autor de una obra de teatro en verso sobre los Treinta y Tres Orientales. Carapé estuvo un año preso. Murió en 1835.

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Dionisio Oribe era uno de los dos negros que participaron en la Cruzada Libertadora. Era criado de Manuel Oribe. Gestionó la pensión y cobró el premio. Acompañó a su patrón durante la Guerra Grande y murió en la Unión en 1857, el mismo año que él.

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El pintor Juan Manuel Blanes no fue el primer artista que retrató el desembarco en la playa de la Agraciada. Este honor le correspondió a la pintora Josefa Palacios, apodada como “Pepita” y oriunda de Colonia. Palacios pintó a los Treinta y Tres Orientales en 1854. El cuadro está en el Museo Histórico Nacional, en la Ciudad Vieja. Blanes pintó su emblemático y gigantesco cuadro en 1878. Para documentarse, viajó hasta la Agraciada y llevó a Montevideo arena de la playa para acentuar el realismo. Cuando se inauguró la obra, Blanes enfrascó la arena y la vendía como suvenir al público, que la adquirió con avidez.

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Hasta 1855 la plaza ubicada actualmente entre 18 de Julio, Colonia, Minas y Magallanes se llamó plaza Artola. Al año siguiente, se decretó que se la bautizara como plaza de los Treinta y Tres Orientales. Tiene una estatua ecuestre de Lavalleja. A escasos metros está la doble estatua del filósofo Carlos Vaz Ferreira y el físico Albert Einstein, quienes se reunieron a conversar en esa plaza en abril de 1925, a un siglo exacto del desembarco.

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En 1952 el cineasta Miguel Ángel Melino filmó una película sobre la gesta de 1825. El filme se llama El desembarco de los Treinta y Tres Orientales, dura unos 50 minutos y está disponible en YouTube.

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Como parte de los festejos de los 150 años de la Agraciada, en 1975 el historiador Aníbal Barrios Pintos investigó la vida de cada uno de los cruzados en un libro que publicó Banda Oriental.

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Hoy se puede encontrar los nombres de los cruzados de 1825 en el nomenclátor de las ciudades uruguayas. Todos, incluso los polémicos, tienen una calle que los recuerda.

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El número 33 es considerado como una cifra perfecta por la masonería internacional. Como muchos de los orientales pertenecían a la logia, decidieron que el grupo tuviera esa cantidad de forma simbólica.

 

* El autor de la nota, publicada el 17 de abril de 2015, fue periodista de El Observador entre 2005 y 2015. Actualmente, Valentín Trujillo es director de la Biblioteca Nacional.

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