En 2100 la mitad de la población uruguaya tendrá más de 53 años.

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La población de Uruguay disminuyó por primera vez y para 2100 se prevé un millón de habitantes menos

La pandemia de covid-19 aceleró la caída y produjo una pérdida de tres años de la esperanza de vida al nacer, según la estimación de Naciones Unidas
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19 de julio de 2022 a las 05:01

Naciones Unidas reportó que en Uruguay la población disminuyó. Por primera vez desde que hay registros habitan en el país menos personas que el año anterior. Si en 2020, cuando la pandemia todavía no había hecho mella, había 3.429.084 pobladores, en 2021, con la emergencia sanitaria en su máxima expresión, hubo 2.828 personas menos. Y en este 2022 continuará el descenso: 3.469 menos que el año anterior.

Los demógrafos explican que era un proceso inevitable. Los pocos nacimientos que hay en el país y un saldo migratorio que tiende a cero —porque los que llegan se compensan con los que se van— hacen que, más tarde o más temprano, la población uruguaya descienda. La pandemia de covid-19 aceleró ese proceso que, según las proyecciones que acaba de actualizar Naciones Unidas, harán que a fin de este siglo la población uruguaya descienda en casi un millón de habitantes (o, lo que es lo mismo, retrocedería a niveles que no se observaban desde 1956).

“Las proyecciones poblacionales no son ciencia exacta, sino que toman como base los datos existentes y usan las hipótesis más razonables”, aclaró el demógrafo Juan José Calvo, quien explicó que el censo poblacional 2023 “podrá arrojar más luz sobre este fenómeno”.

Esto se debe a que  hay dos incógnitas de la marcha de la población uruguaya que los demógrafos no logran desentrañar: “hay que esperar unos años para saber si la caída reciente de la fecundidad es una baja real o es simplemente que se corrió la edad en la que se tiene a los hijos”. Y, por otro lado, “hay que ver cómo se comporta la migración internacional”.

Calvo tiende a pensar que en el censo 2023 se confirmará que los uruguayos son menos de lo que se proyectaba. Él, que trabajó en el censo anterior, explicó que “el descenso de los nacimientos fue tan brusco, en especial entre las adolescentes, que sorprendió… nadie lo podía prever”. Tampoco se podía estimar “la migración masiva de venezolanos que convirtió a ese país en uno de los principales éxodos modernos”.

Pero así como al país llegaron nuevos inmigrantes, hubo uruguayos que se fueron. “Cuando hay una crisis en Uruguay la población tiende a migrar con gran velocidad, al punto que a veces se anticipan a la propia crisis”, dice.

Efecto covid-19

Asi como la guerra de la Triple Alianza redujo a la mitad a la población paraguaya (aunque hay cálculos que estiman un daño aún mayor), o la bomba atómica de Hiroshima mató en un instante a más de la cuarta parte de los habitantes de esa ciudad,  la pandemia de covid-19 dejó su herida demográfica. Una huella que, a diferencia de lo acontecido en Paraguay desde fines de 1864 o en Japón en 1945, los expertos estiman que se recuperará en el corto plazo.

Con covid-19 hubo un exceso de muertes en un período específico y que se centró es una población específica (sobre todo adultos mayores), por lo cual el impacto es a corto plazo, no repercute en la reproducción y enseguida se recupera”, señaló el demógrafo Calvo, quien acaba de regresar de Chile donde se desarrolló el congreso regional de población.

Esa cicatriz que no perdura en el tiempo tiene la forma de un pequeño pozo en la línea que traza el crecimiento de la esperanza de vida al nacer. Gracias a la mejora en las condiciones de vida —en especial el acceso al agua potable, los antibióticos y las vacunas— la humanidad fue aumentando su expectativa de vida. En Uruguay la pandemia significó una pérdida de tres años de la esperanza de vida, como si se hubiese retrocedido a valores de 2003, pero las propias estimaciones de Naciones Unidas muestran que “enseguida se recupera y vuelve al curso normal”.

Los varones uruguayos perdieron más esperanza de vida que las mujeres. Mientras ellas descendieron en 2,65 años, ellos lo hicieron en 3,03. Y eso hace que se agrande todavía más la brecha histórica: los hombres siempre viven un poco menos, aunque Naciones Unidas proyecta que la distancia se irá acortando poco a poco.

“La pérdida de tres años de esperanza de vida al nacer es un montón, y es otra manera de ver la enorme mortalidad que trajo la pandemia, pero es un golpe fuerte con poco impacto a largo plazo”, dijo Calvo.

Según Simone Cecchini, director de la división de población de la Cepal, en la pandemia “América Latina y el Caribe perdió 2,9 años de esperanza de vida al nacer respecto a 2019”. Eso significa que la región “retrocedió 18 años (aunque) se estima que la esperanza de vida volverá a subir en el futuro”.

Uruguay tuvo una merma de la esperanza de vida al nacer mayor que Argentina (1,9 años), Brasil (2,5) o Chile (1,4). Incluso fue más grave que el promedio mundial (1,75). Pero, a la vez, fue menor que en Perú (3,8), Colombia (4,0) y Ecuador (3,6).

El estadístico y magíster en Demografía Gonzalo De Armas calculó que en Uruguay se perdieron el año pasado 77.795 años potenciales de vida a causa de los fallecidos por covid-19. Es decir, personas que murieron a causa de esa infección a una edad inferior a la esperanza de vida que les quedaba según su edad.

La buena noticia para Uruguay es que, según las proyecciones oficiales, a partir de 2023 la esperanza de vida al nacer ya se recuperaría, y eso va decantando, en parte, en que la sociedad sea cada vez más envejecida.

¿Un país de viejos?

Cuando los uruguayos salieron a festejar el Maracanazo, en 1950, la mitad de la población tenía menos de 27 años. Ahora —salgan los uruguayos o no a celebrar el Mundial de Qatar—, la mitad de los habitantes tienen más de 35 años. Y en 2100, la mitad contará con más de 53 años.

“El envejecimiento poblacional es, en el fondo, una buena noticia: envejecemos porque mejoramos nuestras condiciones de vida, vivimos más, con más desarrollo, más salud y las familias deciden cuántos hijos quieren tener y cuándo”, explicó el demógrafo Calvo.

Pero por más positivo que sea el fenómeno, no está exento de desafíos. Desde una mirada economicista, los técnicos hablan de que el envejecimiento agrega estrés en el sistema de jubilaciones y pensiones (menos población en edad activa), carga al sistema de salud (los más viejos tienen gastos mayores de medicamentos y tratamientos), y fatiga al sistema de cuidados (más personas dependientes).

También transforma la familia y la ciudad. “Hay que aprender a convivir entre muchas generaciones, respetar al niño y al adulto más mayor”, ejemplificó Calvo, quien advirtió que “esto implica cambios en el condicionamiento urbano, el transporte, las construcciones de las viviendas”.

En Uruguay ese proceso es tan acelerado —al que se suma la coyuntura de un sistema de jubilaciones deficitario y un proceso de reforma de la seguridad social que está en discusión— que llevó a que en el Parlamento confluyeran iniciativas pro-natalistas o madre friendly.

La academia, sin embargo, discrepa. Al respecto, Calvo sentenció: “Poner el foco en la natalidad es ineficaz. La experiencia internacional muestra que las medidas pronatalistas —por más deseables y positivas— no mueven la aguja de la fecundidad. La extensión de las licencias paternales y maternales es muy buena idea y hay que hacerlo. También el subsidio de viviendas a parejas jóvenes. Pero hay que saber que eso es para que la gente ejercite mejor sus derechos reproductivos y no porque mueva la aguja de la natalidad”.

Calvo dijo que “los movimientos nacionalistas, y a veces xenófobos, están reflotando las metas demográficas que quedaron obsoletas. El derecho sería que las personas puedan tener el número de hijos que quieren tener, y no intentar que las mujeres sean meros objetos reproductivos y que vuelvan a quedarse encerradas en sus hogares para cuidar a los hijos”.

Esos mismos movimientos, agregó, son los que defienden que “hay que preservar el ADN oriental es racista y xenófobo, como si existiese un ADN uruguayo que sea mejor que el resto”. Para el demógrafo, en cambio, habría que seguir el modelo de países como “Canadá, Australia o Nueva Zelanda en que la migración se produce de manera ordenada, legal, segura, respetando al migrante. El modelo canadiense tiene estimaciones robustas de las necesidades a cubrir en el mercado de trabajo. Qué empleos o profesiones requieren mano de obra migrante porque no hay en el país. Entonces facilita la llegada de esos perfiles. Las personas se registran, como que postulan, para inmigrar”.

Al mismo tiempo, los pedagogos insisten en que este envejecimiento poblacional acelera en Uruguay la necesidad de una reforma educativa: hacer que cada persona sea más productiva en su etapa laboral. 

El envejecimiento poblacional está en marcha, el debate también.

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