El poder del bordado

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Revolución, arte y memoria: un libro que reivindica el bordado como un acto revolucionario

La publicación, que se presenta como el primer libro de bordado uruguayo, se adentra en una investigación histórica y social de una técnica milenaria
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28 de junio de 2023 a las 05:03

La aguja perfora la tela. El hilo se abre paso entre las fibras. Las hebras se acumulan. Puntada a puntada van formando un patrón, del derecho y el revés. La aguja perfora la tela. Un acto tan doméstico como silencioso puede convertirse en una pequeña –o una gran– revolución.

“Bordar en tiempos modernos es un acto de resistencia”. Así lo entiende Virginia Sosa Santos, profesora, artista textil, diseñadora escénica y bordadora de oficio. La autora de El poder del bordado (Grijalbo) vuelca en 221 páginas una investigación histórica y social de una técnica milenaria y las claves para adentrarse en la práctica de un lenguaje textil tan ancestral como contemporáneo.

Virginia Sosa Santos publicó El poder del bordado

Cuenta que su vínculo nace desde una necesidad de una exploración interna de un cambio de técnica para expresarse: salir de la pintura, de la calle y lo colectivo para pasar a un espacio más íntimo, más conectado, más lento. Una exploración que la llevó de pintar murales en las calles de Montevideo a involucrarse en una búsqueda de un lenguaje vinculado a lo textil y alejado de los preconceptos que guardaba desde niña, cuando su abuela quiso enseñarle a bordar pero el estereotipo de mujer bordadora no resonaba con su construcción de lo femenino.

Su formación como artista textil poco a poco fue introduciendo la curiosidad por la técnica, los materiales y las posibilidades de expresión del bordado. Empezó a estudiar en mercerías de Buenos Aires antes de viajar a México donde aprendió técnicas antiguas y recolectó textiles en diferentes poblados. "Volví sumamente motivada porque allá el textil es una parte integral de su comunicación y  su cosmovisión, entonces volví muy segura de que era un lenguaje. Pasó de ser una técnica a un lenguaje y ahí me terminó como de enganchar absolutamente”, recuerda mientras conversa con El Observador.

Un descubrimiento de algo que siente que conocía desde siempre. Una conexión material pero también espiritual, en la que la aguja –como dice en le libro– se convirtió en su voz.

Alma, materia y ritmo

“Bordar es un ritual que nos ayuda a conectar con nuestro espacio interno y que, en la repetición de esos gestos ancestrales, nos vincula genealógicamente con todos los tiempos. Es un acto artístico político y simbólico que nos muestra la capacidad de cambio sobre el devenir histórico esperado. Un lenguaje vivo que desafía la vorágine moderna para invitarnos a recuperar un tiempo primordial y sagrado: el presente” – Manifiesto

La metodología pedagógica de su autora está vinculada a tres aspectos indivisibles: alma, materia y ritmo. Una tríada que le da cuerpo al libro que están vinculadas a conocer la historia, entender la materialidad misma con la que trabaja y la práctica desde una dimensión más amplia, conectada con un mundo interior.

El libro llevó tres veranos en los que el proceso fue análogo a la experiencia del bordado: una tarea lenta, comprometida y de revisiones permanentes. De investigación, escritura y revisión. 

Este es el primer libro de Sosa Santos, pero tenía muy claro lo que no quería que fuera: un manual práctico. En cambio pensaba en un libro-objeto, que acompañara los tiempos del bordado y permitiera un intercambio con el lector o la lectora de ida y vuelta. Una retroalimentación entre la práctica y el texto que trascendiera los límites de las páginas. 

El poder del bordado

“Ascendente Géminis. Se reduce a eso. Soy muy curiosa”, dice, y se ríe cuando se le pregunta por esa necesidad de adentrarse en el campo de la investigación. Un camino teórico que ocupa un tercio del libro mientras fundamenta y resignifica la experiencia del bordado final. El alma, al fin y al cabo, es la base de lo que vendrá.

Un camino que lleva a quien lee desde los orígenes, sus usos sociales, la domesticación del bordado, la resignificación como hecho artístico y herramienta política, así como una vía de reparación emocional y colectiva. Un mapa de lo que está detrás de la técnica: su significado para las sociedades que la adoptaron.

El libro hace también un repaso detallado por la materia: las herramientas y los materiales utilizados en los procesos de bordado. También los colores y las técnicas. 

La experiencia de Virginia Sosa Santos está vinculada también al costado más místico de la técnica. La conexión con la astrología, el tarot y el ritual con la práctica del bordado fue casi la génesis de la experiencia de la bordadora. “Comenzaron bastante juntas para mí las prácticas y entendí que tenían una matriz muy similar y eso ya no lo pude desentramar más".

El poder del bordado

"A veces a las personas, sobre todo en una sociedad tan secular como la nuestra, le cuesta conectar con espacios más místicos", señala y reconoce con simpatía que carga con algunas etiquetas que "son muy difíciles de remar". "Entre que soy mujer, bordadora y mística… incluso dentro de los espacios más académicos me siento bastante como un bichito raro porque traigo estas temáticas. Pero son espacios que ahora se reformulan, porque por algo estoy ahí y siento que tengo algo que decir", sostiene.

Esa vinculación está presente también en el libro, en la última parte, cuando se plantean los ejercicios. El ritmo. Porque, según explica, es una experiencia que se comprende exclusivamente en la práctica. "Tu mente lo puede procesar, pero la mayoría de las veces la experiencia de cuando la aguja atraviesa la tela solo la podés tener cuando lo estás haciendo y entendés que algo te pasó, como una transformación personal".

Que sepa coser, que sepa bordar

La bordadora explica que parte de lo que la enamoró de la técnica fue la comprensión de que su prejuicio estaba equivocado. "Mi asociación con lo femenino estaba mal construida y eso es producto de la sociedad en la que vivo. Por eso de chica no quería aprender, por eso prefería estar haciendo cosas más masculinas, porque me prometían más libertad. Cuando empiezo a abordar me di cuenta de que yo no me sentía una mujer victoriana, ama de casa; yo venía a la calle, del rock, del under", recuerda. 

Esa disociación entre el preconcepto y la experiencia la llevó a la investigación histórica, a historiadoras de arte y antropólogas feministas que la ayudaron a trazar una genealogía de la herencia social. Una herencia que vinculaba el bordado –como tantas tareas que se restringieron al ámbito doméstico– con la sumisión. "Es lo que se llama una tecnología de género". 

“Por muchos años hubo un uso de la técnica en pos del adoctrinamiento de una feminidad. Es muy poquito, es muy europeo, pero es lo que más heredamos. Eso me llevó a investigar. Parte de lo que a mí más me interesa del bordado es reflexionar sobre la técnica y sus analogías, porque lees a Rozsika Parker que es una historiadora feminista que escribe sobre específicamente esto dice 'ver la historia del bordado es ver la historia de la mujer'. Cuando vos vas hilando una técnica, te vas dando cuenta de la historia en sí misma”, sostiene. 

Virginia Sosa Santos

Sosa explica que el bordado es una técnica que fue cargándose de contenido social. Al ser una técnica que expresa lo que sucede en la época, como todo símbolo, hay muchas interpretaciones y eso genera tensión. "La aguja, el hilo, la tela, son tecnologías originarias. Ahora es muy difícil pensarlo, pero son un cúmulo de experiencias que hicieron acelerar procesos para determinado resultado", sostiene.

La idea de la "tecnología de género" viene del ámbito de la antropología y está vinculada a los procesos de disciplinamiento. "En este caso es de género, porque los hombres toda la vida bordaron, de hecho en el medioevo los talleres eran de hombres. Lo que sucedió con las mujeres es que dejan de ser remuneradas. Entonces en ese proceso, que se llama la domesticación del bordado, lo que sucede es que empieza a utilizarse el bordado para reforzar el género y lo femenino. Y es lo que heredamos, hay toda una trayectoria de enseñar el bordado a las niñas", sostiene. 

Una práctica ampliamente extendida en Latinoamérica, tanto en la educación de las niñas como en su valor socio-cultura. "Hasta la década del 60 se dio en la escuela. Eso es algo heredado además de la escuela francesa. En México realmente fue una herramienta no solo de género sino de jerarquización social, también en Brasil, acá no tanto. Nosotros somos muy particulares de hecho, no tenemos una historia de textil como la encontrás en Brasil, Paraguay, Chile o Argentina. Tiene que ver, ni hablar que con el genocidio de los pueblos originarios", explica Sosa Santos.

Y señala también que cada vez que se aborda la temática del textil y la historia en realidad lo que está atrás, como en todo objeto, es una relación social. "Las relaciones sociales e históricas son complejas".

El bordado político y social

La artista textil explica que hay un resurgir del bordado, que lleva ya varios años pero que actualmente está cobrando una dimensión más amplia. Una revalorización de la técnica que trasciende lo decorativo y se adentra en los ámbitos artísticos y políticos. Valoraciones que Sosa Santos destaca en su libro desde la arpillera de Violeta Parra en el Museo de Artes Decorativas del Louvre hasta los pañuelos de las Madres de Plaza de Mayo y los diseños de Zuzu Angel.

“Siento que en Uruguay llegó en su momento más político el bordado, cuando se instaura acá la moda llega con un valor bastante menos decorativo y mucho más político, social y simbólico. Y siento que lo necesitamos porque como sociedad nos estamos reparando, estamos reparando heridas muy grandes”, considera Sosa.

Una reparación del tejido social que viene a hilarse en el momento adecuado. “A 50 años en la dictadura estamos abriendo ventanas y puertas y desenterrando cosas que no habían sucedido. Somos una sociedad que está en un acto de reparación emocional muy grande. La técnica viene de alguna manera analógica a contribuir en esta reparación como tejido social. Me parece muy hermoso y veo que está sucediendo en varios ámbitos, en colectivas como Del Oeste cuando bordaron todos los nombres de los desaparecidos o en las marchas del 8M. Hay una cuestión ahí que me parece que también tiene que ver con nuestra propia historia", sostiene la autora.

El textil siempre ha sido el portador de la memoria. Tocar una tela, sentir su textura, las fibras, los patrones puede ser una forma de recordar. Desde los diseños de los pueblos precolombinos para conservar su historia o las molas que se convirtieron en una segunda piel hasta la tarea de los bordadores reales. Una tela carga con una historia propia.

La autora del libro rescata el uso político y social de un hilo y una aguja. No solo como técnica que desafía los tiempos feroces y agitados en los que vivimos en la contemporaneidad ni como herramienta de expresión, sino como un espacio de diálogo interseccional como el que se establece en las mesas de bordado colectivo. 

"Las mesas de bordado son en espacios públicos con gente muy heterogénea, que viene de diferentes lugares, que no precisamente borda, pero cuando se sientan alrededor de esa mesa se produce un diálogo muy personal, necesario y muy sensible. En una sociedad donde la otredad pasa a tener una carga casi que de enemiga y cada vez nos polarizamos, más me parece que cualquier cosa que acerque a esos puntos del medio son muy valorables. El bordado para mí tiene eso históricamente".

Este libro para su autora es un acto de honra y revolución. "Hay una reivindicación también a las mujeres, que siempre sintieron que no hacían algo ni artístico ni trascendental cuando bordaban. Por ejemplo las abuelas, mujeres que de repente vivían en un espacio doméstico reducido, con vivencias también reducidas a ese espacio, obviamente sin recibir retribuciones económicas que le permitieran independencia, donde su apellido no trascendía, donde nada de su existencia trascendía, bordar un mantel, que sabías que con suerte iba a llegar a tus nietos, era una manera de trascender", sostiene.

El poder del bordado

"Antes lo revolucionario realmente era salir a la calle y reclamar espacios públicos, reclamar espacios de derecho, reclamar ser sujetos de derecho como mujer. Pero ahora siento que tiene que ver mucho más con nuestra manera de habitar el mundo. Muchas veces en la costura de un bordado llegás a un punto donde decís 'acá se armó un nudo y por eso todo se desconfiguró'. Me parece muy necesario hacer esas puntadas hacia atrás. Creo que ahí viene lo revolucionario. Pero lo revolucionario suena mucho más amplio que los gestos mínimos que yo propongo", concluye Sosa Santos.

Los gestos mínimos pueden ser revolucionarios. Como la aguja que perfora la tela.

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