Aún persiste el miedo de hablar sobre temas familiares en el trabajo

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Por qué las mujeres profesionales no hablan sobre sus hijos en el trabajo

La vida doméstica sigue siendo un tema tabú para algunas madres profesionales en el ámbito laboral
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20 de diciembre de 2017 a las 05:00
Por Pilita Clark
Financial Times

Hace poco en una cena londinense, la directora ejecutiva de una organización muy respetable contó una anécdota que dejó atónitos a todos los que estaban sentados a su alrededor.

Relató que recientemente tuvo que salir rápidamente del trabajo para recoger a sus hijos en la escuela por lo que le pidió a un subalterno que le ayudara con una tarea mundana. El subalterno se quedó asombrado porque resultaba que nadie en la oficina sabía que ella tenía hijos, a pesar de que llevaba años dirigiendo el sitio. Entonces ella dijo algo que me pareció aún más desalentador. Estaba encantada de que nadie lo supiera. Se había impuesto la regla de nunca hablar de sus hijos en el trabajo en base de que ser madre era irrelevante y que no quería que la gente pensara que su familia afectaba cómo desempeñaba su cargo.

Pensé que este comentario era tan desalentador porque, aunque no tengo hijos, dudo que tendría la fuerza de voluntad para callarme sobre un aspecto tan central de mi vida doméstica. He aburrido hasta la insensatez a mis colegas con noticias domésticas mucho menos vitales: la deprimente mudanza de apartamento, El Gran Desastre de la Renovación de la Cocina, el vecino que seguía robándose el periódico del domingo y devolviéndolo con el crucigrama completado. No puedo imaginar cómo yo podría borrar a hijos de tal parloteo y cuando miro en la oficina a las madres con quienes he trabajado por años, me alegra saber que ninguna de ellas se ha destacado por mantener silencio sobre su cría.

Pero ninguna de nosotras aspira a un alto cargo ejecutivo, que yo sepa. Tal vez si hubiéramos tenido tales aspiraciones, hubiésemos reconsiderado nuestra actitud, porque lo que realmente me dejó estupefacta en esa cena fue lo que esa historia decía sobre las mujeres en la fuerza laboral actual.

Por un lado, rara vez ha habido otro momento en que tantos gobiernos y empresas estén haciendo tanto por mejorar la situación de las mujeres que trabajan. En el Reino Unido, los negocios con 250 o más empleados se verán legalmente obligados a publicar las cifras de diferencia de compensación entre los géneros comenzando en abril del próximo año, y el grupo de seguros Avida acaba de introducir seis meses de licencia parental con pago completo para sus 16.000 empleados en el Reino Unido, tanto hombres como mujeres.

EEUU podrá ser el único país de la OCDE sin licencia de maternidad remunerada nacionalmente garantizada, pero también es la sede de empresas como Salesforce, el grupo de software en línea valorado en US$ 75.000 millones que mide la diferencia de pago entre los géneros y ha gastado casi US$ 3 millones al año para eliminarla.

Hay indicios de que las prácticas sexistas de contratación culpadas de bloquear a las mujeres académicas en las ciencias han menguado, según estudios que sugieren que las universidades estadounidenses prefieren a las mujeres sobre los hombres igualmente cualificados en algunos campos.

Además, las mujeres están dirigiéndolo todo, desde el Fondo Monetario Internacional hasta General Motors y Alemania. Entonces, ¿deberían preocuparse de que alguien sepa que son madres? Quizás no. Pero es obvio por qué todavía algunas sí tienen que preocuparse.

Uno de los estudios más notables que he visto sobre este tema se hizo hace más de una década en EEUU, donde investigadores de Cornell University inventaron currículum vitae falsos para hombres y mujeres igualmente cualificados, con y sin hijos. Descubrieron que no sólo era mucho menos probable que las madres fueran contratadas que las mujeres sin hijos, sino que podrían esperar US$ 11.000 menos en un salario inicial promedio. Sin embargo, los padres podrían recibir una oferta de
US$ 6.000 más que los candidatos que no eran padres, ya que estos últimos eran vistos como menos comprometidos con sus empleos que los papás. En otras palabras, literalmente tener hijos era un beneficio si eras hombre, y una desventaja si eras mujer. Dudo que esta vergonzosa penalización de la maternidad haya totalmente desaparecido desde entonces. Pero está claro que las cosas están cambiando.

La semana pasada hablé con Haruno Yoshida, la presidenta de BT en Japón, un país con un penoso récord de desigualdad entre los géneros. Hace unos años, poco después de haber comenzado en BT, se perdió la graduación de secundaria de su hija porque caía en el mismo día que una gran recepción para los principales ejecutivos en el grupo de telecomunicaciones. Cuando se lo contó a su jefe británico -esperando ser elogiada- obtuvo la reacción opuesta. “Él dijo: ‘¿Cómo te atreves? Has hecho algo que nunca podrás cambiar’”. Esto es en parte un caso de diferencias culturales. Pero también sugiere un mundo que está avanzando. Yoshida dice que nunca dejaría que una empleada haga lo que ella hizo, y al haber más empresas dirigidas por personas como ella, me agrada pensar que habrá menos empleadas que sientanla necesidad de ocultar que son madres.

Copyright The Financial Times Limited 2017

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