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Por qué los gobiernos deben apoyar el rescate de empresas

Las medidas para paliar la emergencia económica llevan tiempo para implementarse. Y compran tiempo

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11 de junio de 2020 a las 13:07

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La lista de empresas a nivel global que está quebrando o reestructurando sus pasivos está en aumento. Son mayormente compañías que ya venían experimentando dificultades económicas y a quienes el coronavirus terminó de –valga la redundancia– liquidar. Pero hay otras millones de empresas alrededor del mundo con modelos de negocios que eran viables antes del advenimiento de la pandemia, pero sin suficiente efectivo para transitar la crisis, que corren riesgo de quebrar debido al caos producido por el covid-19. Justamente estas son las empresas que gobiernos están buscando auxiliar.

"Ninguna empresa saludable debe quebrar debido al corona", afirmó el ministro de economía alemán a mediados de marzo, al anunciar líneas de crédito, garantías y subsidios para empresas alemanas por más de US$ 800 mil millones. Fueron varios los países que desplegaron un batería de políticas para extender a las empresas paquetes de ayuda financiera y crediticia.

La situación que enfrentaban las corporaciones en la crisis financiera global de 2008 dista mucho de la actual. Entonces, el sistema bancario era parte del problema, los bancos americanos y europeos no estaban en condiciones de prestar. El credit crunch (restricción del crédito) derivó en un elevado número de quiebras corporativas.

Esta crisis encuentra al sistema bancario mucho más sólido. En particular en Uruguay los bancos están llamados a ser "parte de la solución", como ellos mismos y el regulador (BCU) han manifestado.

Desafíos de implementación

Así, las acciones conjuntas de los gobiernos, bancos centrales y bancos comerciales posibilitaron que empresas tengan a disposición elevados niveles de liquidez.

Pero estas medidas focalizadas -direccionadas para que la ayuda llegue a quien lo precisa- tienen un gran desafío: son de difícil implementación.

A nivel global, hay empresas –sobre todo pequeñas y medianas– que por falta de información, falta de sofisticación o cuellos de botella en la implementación, no están pudiendo beneficiarse de la ayuda que tienen a disposición, y quiebran. Hay quienes advierten que esto tendrá por consecuencia que las compañías más grandes -con mayor liquidez y mayores recursos financieros- ganarán aún más participación de mercado y reforzarán su posición dominante.

pixabay

Otra característica de esta crisis refiere a la incertidumbre. Incertidumbre en relación al disruptor subyacente -el coronavirus-, a la extensión del daño económico, el impacto que tendrán las medidas, el potencialmente largo y sinuoso proceso de recuperación y cómo quedara el mundo luego de todo esto. El horizonte de visibilidad es muy reducido: hay que monitorear las cosas semana a semana, mes a mes, porque la situación puede cambiar rápida y dramáticamente.

La OCDE presentó este miércoles 10 sus nuevas proyecciones. Prevé una contracción global de 6% en 2020 y, en caso de haber una segunda ola de contagios, una caída de 7,6%. Una verdadera debacle económica.

"Es importante sostener el apoyo en la transición hasta retomar el crecimiento y el empleo", resaltó la economista jefe de esta institución Laurence Boone. 

Ciertamente un gran desafío para los gobiernos que han gastado miles de millones de dólares para sostener empresas y familias.

Rodeados de zombies

Otro de los retos a los que nos enfrenta esta crisis es el riesgo que la red de contención desplegada mantenga con vida compañías zombie –firmas que aún en condiciones normales no tienen ingresos suficientes para cubrir sus pagos de deuda– con las consecuencias para la productividad y el crecimiento potencial de las economías.

El término compañías zombie comenzó a utilizarse en Japón en la década de los 90', cuando en lo que luego se denominó la década perdida, el gobierno mantuvo con vida por un tiempo prolongado a compañías que no eran viables, desplazando inversión, crecimiento y empleo de compañías saludables.

La ola de quiebras corporativas de esta crisis –que podría superar a la de la crisis financiera global de 2008 según advierte la agencia calificadora Moody's– seguramente haya sido postergada por las medidas de los gobiernos.

Todo esto conlleva, también, implicancias importantes para un sector que tiene un rol importante a jugar: los bancos. Extender crédito a una compañía que se quedó sin ingresos y que no tiene visibilidad acerca de su futuro y no puede proyectar un flujo de fondos que muestre que puede repagar el crédito, es por demás arriesgado.

El hacerlo expone a las instituciones financieras a un elevado riesgo crediticio, a pérdidas y a terminar siendo parte del problema. Por ello son tan importantes las medidas del gobierno. En este caso, con garantías para mantener el riesgo crediticio al que se enfrentan los bancos a la hora de prestar en un nivel aceptable.

Las medidas para paliar la emergencia económica llevan tiempo para implementarse. Y compran tiempo. Los costos y repercusiones de todas estas acciones se conocerán con el paso de los meses y años. Mientras, el gobierno y los agentes transitarán en "modo exploración", avanzando con cautela y permanentemente reevaluando la situación.

Un modo de operar que no nos es cómodo y en el que la probabilidad de cometer errores es elevada.

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