Taliban fighters

Qué le espera ahora a Afganistán

Cómo será el nuevo régimen Talibán y quiénes serán los grandes jugadores en la reconstrucción del país: el papel de Catar, Pakistán y las grandes potencias: China, UE, EEUU

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03 de septiembre de 2021 a las 05:01

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A diez días de que se cumplan los 20 años de la caída de las Torres Gemelas, el Talibán ejerce otra vez el control total en Afganistán. De nada sirvieron los 300 millones de dólares que el gobierno de Estados Unidos volcó cada día a esta eterna aventura como a un agujero negro que todo se lo traga; de nada sirvieron los más de 200 mil muertos, de nada las bombas, los Humvees, los helicópteros.

Todo quedó allí, tirado y destrozado por los propios marines antes de partir, como testimonio de una crisis moral que, evidentemente, no afectó solo a los efectivos de las fuerzas afganas que salieron disparando antes que llegaran los talibanes.

La corrupción había hecho metástasis en una sociedad afgana herida en su autoestima.

Cuando al día siguiente de que el último soldado norteamericano partiera de Afganistán, un periodista de Al Jazeera les preguntó a unos civiles afganos que festejaban en la ciudad de Jalalabad por qué lo hacían, uno de ellos contestó: “Al menos ahora podemos circular libremente, sin que cada veinte cuadras nos estén deteniendo en un retén militar y pidiendo coima”. 

Ese era el pan de cada día en las ciudades afganas. De ahí hasta arriba, con un presidente que huye con un botín de 160 millones de dólares, ya podrá usted hacerse una idea de lo que habrá sido vivir en Kabul los últimos veinte años.

Ahora lo que importa, sin embargo, es el futuro. ¿Qué le espera realmente a Afganistán en manos de los talibanes? ¿Se les puede creer cuando dicen que conformarán un gobierno “inclusivo”, que respetarán los derechos de las mujeres, los derechos humanos en general y que no devolverán al país otra vez a la Edad de Piedra, como hicieron hace 25 años?

En cuanto a lo primero, se sabe que están en conversaciones con el expresidente Hamid Karzai, con el dirigente Abdulá Abdulá –ambos de gobiernos bajo la ocupación– y con varios exmandatarios locales, funcionarios y tecnócratas de gobiernos anteriores para formar “un gobierno de ancha base”. 

Qué tan ancha y qué tan satisfactorio puede ser para los afganos, todavía está por verse. Pero lo sabremos en los próximos días.

En lo que respecta a los derechos de las mujeres, es cierto que en 1996, cuando tomaron Kabul por primera vez, los talibanes habían hecho las mismas promesas que ahora –que las mujeres podrían trabajar y estudiar normalmente y hasta ocupar cargos en la administración–, solo para terminar implantando luego la más draconiana interpretación de la sharía, la ley islámica, con la que sometían a las mujeres a lapidaciones y ejecuciones, cuando no, a un estado de sumisión permanente.

¿Podemos creerles esta vez? Esta es una pregunta quemante para cualquier analista; sobre todo por dos razones: primero, porque atañe a un paradigma fundamental hoy en Occidente, una condición sine qua non de la sociedad moderna, como es el derecho de la mujer. Y segundo, porque es el asunto sobre el cual los voceros talibanes han sido más ambiguos. Hagamos votos porque los avances logrados por la mujer afgana –acaso lo más rescatable en veinte años de ocupación– sean, cuando menos, preservados.

Con relación a los derechos humanos de la población en general (en particular, de los opositores al régimen), es más fácil creerles. A fin de cuentas, hasta ahora los talibanes han cumplido con todo lo que han prometido: dejar pasar a la gente hacia el aeropuerto, garantizar la seguridad, no desatar persecuciones ni atacar opositores, a pesar de todos los disparates que se decían en los medios masivos estadounidenses y británicos sobre este particular, y que acá en América Latina y en España repetían como loros.

No sé cuántas veces escuché decir a varios periodistas de televisión de varios países, durante varios días y varias veces al día, que “los talibanes van puerta por puerta buscando a quienes hayan colaborado para matarlos”. Se cansaron de repetir esa frase.

Y sin embargo ni una sola imagen de ello mostraron. Nadie chequeaba la información. Ellos no sé si creían, o inventaban, o alguien dijo y quisieron creer, o alguien inventó y decidieron repetir el bolazo. Por lo que sea, el papel de los medios de información en esta retirada de EEUU de Afganistán ha sido nefasto. Casi tan nefasto como al comienzo de las “forever wars”; solo que más deprimente.

Por último, Afganistán tiene ahora serios problemas de abastecimiento y de circulante. ¿Quién los va a ayudar con esa crisis humanitaria en ciernes? Y, sobre todo, ¿quién los ayudará con la reconstrucción del país?

Se sabe que Catar jugará un papel clave por su proximidad tanto a Washington como al Talibán, lo mismo que Pakistán por sus vínculos históricos con los talibanes y con los afganos pastunes en general. Pero en el subtexto de todos estos movimientos, lo que ahora se inicia es un nuevo “Great Game” (gran juego) de las grandes potencias, como se le llamó en el siglo XIX a la disputa entre el Imperio Ruso y el Imperio Británico por Afganistán y otros bastiones de la gran masa continental euroasiática.

Esta vez es China la mejor posicionada para llenar el vacío que deja Estados Unidos y seguir disputándole influencia en la región. Los estrategas chinos ya se plantean varios megaproyectos de infraestructura en Afganistán, incluso incorporarlo a la nueva Ruta de la Seda con una réplica del Corredor Económico China-Pakistán que les dé salida al Mar Arábigo también por el puerto de Chabahar, en Irán, a través del territorio afgano. Amén de su interés en los recursos minerales y energéticos del país, por supuesto.
Pero sobre todo eso y el nuevo “Great Game” ahondaré en la próxima entrega de esta tribuna.

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