Chris DELMAS / AFP

Redes sociales e involución democrática

Las redes se dedican a echar sal en la herida

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20 de noviembre de 2021 a las 05:01

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No tengo redes sociales. Y trato de mantenerme lo más alejado posible de ese mundo. Pero, de un tiempo a esta parte, las redes se han convertido en una realidad política insoslayable. Es probable que todavía no tengan la influencia que han demostrado tener en la política norteamericana o en la “grieta” argentina. Pero todo indica que su importancia va camino a aumentar también en nuestra pequeña polis. En un mundo en que la democracia está enviando señales de recesión, las redes sociales, tal como están diseñadas y tal como suelen ser usadas, se dedican a echar sal en las heridas. 

No soy experto en el tema. Natalia Aruguete y Ernesto Calvo sí lo son. Ambos son argentinos y publicaron el año pasado Fake news, trolls y otros encantos: cómo funcionan (para bien y para mal) las redes sociales (Siglo XXI). Es un libro excepcional. Aruguete es investigadora del Conicet y docente universitaria de ciencias de la comunicación Ernesto Calvo es politólogo y profesor de la Universidad de Maryland. Vienen trabajando juntos en el tema redes desde hace varios años. En este último libro demuestran otra vez un profundo dominio de los distintos pliegues teóricos del asunto y manejan abundante evidencia empírica. No pretendo hacer una reseña completa de la obra. Me voy a limitar, a continuación, a presentar algunos de sus argumentos y a pensar en voz alta sobre otros. 

El libro explica con toda claridad por qué algunos de nosotros preferimos no estar en las redes. Los autores afirman que las redes nacieron portando la promesa de una “comunicación irrestricta, horizontal y democrática”. Pero mutaron: “¿Cómo se derribó la ilusión de un diálogo transparente y libre de manipulación, liderado por el buen usuario, para construir este mundo #hobessiano donde cada troll es enemigo de otro troll?” Las redes son un mundo #hobessiano. En lugar de unir, separan. En lugar de invitar a la reflexión, estimulan la emoción. En lugar de moderar, polarizan. 

Los autores construyen su argumentación sobre tres conceptos: atención selectiva, activación en cascada y elementos de encuadre. Atención selectiva: “prestamos atención a usuarios y contenidos que son consistentes con nuestra cosmovisión”. Los usuarios “siguen” preferentemente a quienes comparten contenidos congruentes con sus creencias. Activación en cascada: “habilitamos contenidos con los que acordamos para que aparezcan en los muros de nuestros contactos”. De este modo, “modificamos la frecuencia y velocidad con la que esos contenidos circulan”. Elementos de encuadre: “la combinación de contenidos habilitados en nuestro muro” genera marcos interpretativos que refuerzan alineamientos previos. El resultado, dicho en criollo: los usuarios de las redes, tarde o temprano, terminan cocinándose en su propia salsa. Día tras día, tuit tras tuit, refuerzan sus creencias previas y “activan” las de quienes integran su propia burbuja. Todo esto, de por sí, es muy problemático. Pero hasta acá no hay dolo, para decirlo estirando el concepto jurídico. Al fin de cuentas, “todos hacemos un esfuerzo cognitivo considerable para defender nuestras creencias previas”. Pero las redes sociales facilitan de modo extraordinario la difusión de contenidos falsos que buscan intencionalmente generar daño a un oponente: “el troll, más que defender su interpretación de los acontecimientos, intenta dañar”. El militante de un partido, al atender selectivamente los contenidos congruentes con sus creencias, “protege su placer cognitivo”. El troll, en cambio, “percibe una recompensa política –o económica– por agraviar a otros”. 

Las redes sociales fueron creadas para acercar a los que piensan igual. Esto, en principio no tiene nada de malo. Pero, al mismo tiempo, tiende a reforzar las creencias de los usuarios y, de ese modo, a dividir la comunidad política en burbujas separadas. Esto ya es bastante peor. Además, son utilizadas con demasiada frecuencia sin frenos éticos. La combinación de todo esto enturbia el debate público. La polarización que estamos padeciendo es distinta a la de los tiempos de la guerra fría. Cuando Giovanni Sartori se alarmaba por la polarización pensaba en la distancia ideológica entre izquierda y derecha. Calvo y Aruguete lo dicen muy bien: “Podemos hoy pensar lo mismo que pensábamos ayer y, sin embargo, modificar nuestra evaluación de la distancia relativa que existe entre dos políticos”. La polarización, además de ideológica, es “simbólica”. Los navegantes de una burbuja terminan percibiendo a los de las demás más lejos de lo que realmente están en el plano estrictamente ideológico. En el plano de las ideas programáticas no están tan lejos. En el de los afectos, en trincheras opuestas.

De todos modos, los autores analizan algunos eventos en los que las redes sociales, en vez de “alimentar la grieta”, construyeron una “ancha avenida del medio” entre “individuos que habitan distintas comunidades”. Los casos “virtuosos” fueron aquellos en los que el debate público fue “profundamente político y a la vez muy poco partidario”. Al mismo tiempo, se muestran escépticos respecto al papel de cada ciudadano en el uso de las redes: no alcanza con decirle a los usuarios “que dejen de postear mensajes violentos”. Debo decir que, cuando llego a este punto, me invaden las dudas. No hay democracias fuertes sin partidos poderosos, capaces de liderar el debate público. No hay democracias fuertes sin dirigentes políticos serios y ciudadanos responsables. El martes que viene, en la Máquina de Aprender (evoluciondemocratica.uy), nos daremos el lujo de conversar sobre esto, entre otros, con Natalia Aruguete. 

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Adolfo Garcé es doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República. Contacto: adolfogarce@gmail.com 

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