Los baños de realidad familiar siempre vienen bien. Te mantienen la humildad activa y el ego a raya. Y cuando son en las fiestas, todavía mejor. Y eso mismo es lo que le está pasando al muchacho de la escena que abre esta nota, que tiene unos 27 o 28 años, que está en una fiesta de Navidad y que se enfrenta a toda la artillería pesada que un primo segundo, de la misma edad, guardó durante todo el año para soltarle ahí mismo. Hay de todo: críticas a su trabajo, comentarios de parientes, y otras humillaciones varias que caen en el vacío, porque en realidad el muchacho mucho caso no le hace. Pero para el final, casi con despreocupación, casi como si no fuera esa la ofensa máxima a la que podría aspirar, el primo suelta lo peor y se va. Activa la bomba del Zar, hace reventar el atolón y huye entre tambaleos de alcohol y cansancio. El primo dice: “Y ponete una camisa como la gente. De manga larga y te la arremangás. De manga corta no. No seas malo”.
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