HANNIBAL HANSCHKE / POOL / AFP

Se la va a extrañar

Angela Merkel era el teléfono al cual se podía llamar cuando se prendían las luces rojas tanto en lo económico como en lo geopolítico o en lo sanitario, ya que el de Bruselas no daba respuestas concretas

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03 de octubre de 2021 a las 05:00

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El pasado domingo los alemanes fueron a las urnas para elegir al sucesor de Angela Merkel, que gobernó su país desde 2005, cuando derrotó al socialdemócrata Gerard Schroeder en una reñida elección, hasta el domingo pasado. Aunque quizá tenga que permanecer en el cargo un poco más hasta que se forme el gobierno de coalición.

Con todo se la va a extrañar y mucho. En su partido -que perdió casi 9 puntos porcentuales de votos desde la elección de 2017-, en su país -que salió de la grave crisis económica que atravesaba en 2005 y se convirtió en el timón y eje de la Unión Europea-, en la propia Europa, donde Alemania marcaba y marca los tiempos y las grandes políticas ante el declinar de Francia e Italia y la salida de Gran Bretaña de la UE, y en el mundo, que encontró en esta sencilla y austera mujer una líder de fuste ante el ocaso de grandes gobernantes en las principales potencias occidentales. 

La heredera de Helmut Kohl al frente del partido Demócrata Cristiano deja un vacío difícil de llenar. Se retira con una popularidad en su país del 80% aunque su partido apenas cosechó un 24% de los votos. Y en Europa se siente su partida. Hasta el propio Joe Biden se lamentó de la derrota de los democristianos  aunque Merkel no estaba en carrera. Es que Merkel estaba siempre allí: en la crisis financiera de 2008, en los problemas con Rusia por Crimea, en las disputas con China, en la crisis griega que casi arrastra a otros países del Mediterráneo, en la crisis de los migrantes sirios, en el combate al terrorismo islámico, en la lucha contra la pandemia del covid-19. Siempre su tono pausado, su deseo de no acaparar las luces del escenario sino de buscar soluciones a los problemas del momento o del futuro, eran como un faro de luz que orientaba a los demás gobernantes del mundo, tanto de Occidente como de Oriente. Era la persona en la que se podía confiar. Era la artífice de la unidad europea o la persona que evitaba un mayor resquebrajamiento ante falta de liderazgos convincentes. Era el teléfono al cual se podía llamar cuando se prendían  las luces rojas tanto en lo económico como en lo geopolítico como en lo sanitario, ya que el de Bruselas no daba respuestas concretas y permanentes. Es cierto que en la época de Merkel, la Unión Europea fue más “germano céntrica” y no funcionaba tan bien el eje Berlín-París como en épocas anteriores. Pero es que los demás gobernantes no daban la talla y la economía alemana era y es la locomotora de Europa.

Ahora que esa señora que cocinaba en su casa y hacía cola en el supermercado sin exigir privilegios de ningún tipo por razón de su cargo, sale del escenario político se sentirá el vacío. Difícil que el presunto nuevo canciller alemán, el socialdemócrata Olaf Scholz, llene ese lugar. Y si lo hace será en buena parte por el peso de Alemania en el mundo y no por el peso propio. 

Por de pronto no ha hecho una buena elección. Apenas tiene el apoyo de un cuarto del electorado, donde aparte del desplome de los democristianos se nota el crecimiento de los partidos más chicos como los Verdes, que crecen casi un 7% en el voto popular -pasan del 8% en 2017 al 14.7% en 2021- pero duplican las 67 bancas que tenían y pasan tener 118 en el Bundestag de 734 bancas. La fragmentación política es notable. Los grandes partidos -los democristianos y los socialdemócratas combinados- vienen perdiendo hegemonía desde hace tres décadas con una votación algo superior al 82% en 1987 a menos del 50% hoy día y los partidos más pequeños como los Verdes crecen al 14.7% mientras los Liberales mantienen su buena votación del 11.5%, siendo ya en conjunto una fuerza equivalente a los grandes partidos.

El futuro de Alemania no cambiará sustancialmente porque su fortaleza institucional no permite muchas aventuras políticas y eso es bueno. Pero también hay un mensaje del electorado de deseos de cambio. Hacia dónde, aún no está claro. Y todo dependerá de la coalición que se forme. Con todo, el crecimiento del Partido Verde es significativo, casi tanto como la caída de los democristianos.
Lo que sí está claro es que la partida de Angela Merkel marcará un antes y un después en su país y en el mundo. Y el mundo buscará nuevos líderes con la misma ansiedad que Diógenes de Sinope deambulaba durante el día por Atenas con su farol buscando un hombre honesto. Difíciles de encontrar, tanto hombres honestos en la Atenas de Diógenes del 300 A.C. como líderes sensatos en la época actual. 

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