Vanessa es técnica en vestuario y asistente de función. Hace 20 años que trabaja en el sector cultural y su principal ingreso era como jornalera del Sodre, en funciones y giras nacionales del Ballet Nacional. La última vez que la convocaron fue en diciembre de 2019.
“En enero y febrero baja todo el sector en general, y cuando arrancó marzo de 2020 se cancelaron todos los espectáculos”, cuenta.
Además de sus horas en el Sodre, Vanessa trabajaba como jornalera de forma independiente en otros eventos y teatros.
“Somos una cantidad de jornaleros y empezamos a movilizarnos porque el seguro de paro no nos comprendía”, explica ya que la cantidad de horas de sus contratos no siempre llegaba al mínimo pedido, en ocasiones, por la informalidad que hay en el sector.
Fue por eso que los jornaleros decidieron reclamar su derecho al seguro de paro en conjunto con la Asociación de Técnicos del Auditorio Nacional del Sodre Dra. Adela Reta (Atanar), que nuclea iluminadores, vestuaristas, sonidistas, utileros, maquinistas, maquilladores y otros tantos oficios que trabajan tras bambalinas y hacen posible que un espectáculo se ponga en escena en dicha sala.
Fue así, que un grupo de unos 80 jornaleros lograron la excepcionalidad en la cantidad de jornales requeridos y los trabajadores pudieron acceder al seguro de paro, que aunque no solventaba sus necesidades, era una ayuda. Además, lograron un acuerdo con el consejo del Sodre para que a algunos se les adelantaran jornales.
Vanessa, al igual que muchos trabajadores de la cultura, vivía del multiempleo, pero siempre vinculado al sector cultural.
Con el cese de actividades en teatros y salas, espacios de cultura, escuelas de formación artística y eventos, la cadena de trabajo se rompió para cientos de personas.
Algunos resisten rebuscándose en otros rubros hasta que se reactive el sector, mientras que otros directamente tuvieron que cerrar y dedicarse a otra cosa.
En su caso, está haciendo arreglos como modista y trabajando en la docencia en el área de construcción, ya que también es ayudante de arquitecto, pero esta tarea no le alcanza para sustentar su hogar.
Marcelo es técnico iluminador, tiene 48 años y también trabajaba de forma independiente en eventos grandes y teatros. Hoy está haciendo “changas”, desde manejar un taxi hasta ayudar a su pareja con su emprendimiento de bolsos. “Tuvimos que reinventarnos. Recurrimos a canastas, subsidios de la intendencia, de cooperativas y sindicatos. Seguimos en la misma”, dice, pero asegura que ahora los trabajadores de la cultura están más unidos.
Alicia Dogliotti es presidenta de la Sociedad Uruguay de Actores (SUA), que nuclea a unos 2.200 socios entre los que además de los artistas están los técnicos que sustentan el acto escénico.
“Hemos aprovechado y aceptado todas las formas de ayuda por parte del gobierno central y de la Intendencia, eso no quiere decir que sea suficiente, porque no son apoyos constantes”, dice Dogliotti. Los subsidios han sido durante períodos puntuales y solo para algunos. “Lo más económico hubiera sido establecer una renta básica, así como el pago de algunos gastos que tienen las escuelas de arte y los teatros, sobre todo en tarifas públicas”.
Dogliotti hace hincapié en la característica del multiempleo y en la variedad de actividades que abarca el sector cultural más allá de una obra de teatro, un ballet o un espectáculo musical, como es el caso de los eventos o la publicidad.
“Hay gente que se ha reconvertido, he visto algunos que venden verdura. Muchos reciben una canasta nuestra o apoyo de otro lado. La reconversión es urgente, porque la gente tiene que comer”.
Para la presidenta de SUA, el retorno a la actividad será más un proceso que algo de un día para otro. “Los estrenos van a tener que ir al galope. Nosotros estamos siguiendo la situación día a día, pidiendo a los compañeros que se vacunen”.
Todos los entrevistados remarcaron que los espacios culturales y espectáculos públicos no han sido focos de contagio, sin embargo, fueron de las primeras actividades que se cerraron cuando se tomaron medidas para restringir la movilidad.
Para Héctor Guido, director del teatro El Galpón, “la pandemia ha sido un detonante pero el teatro arrastra problemas desde hace muchísimos años”. En ese sentido, como institución, abogan por una solución sistémica para los teatros independientes en general, que vaya más allá de la pandemia.
Los 60 artistas que conforman el elenco y la producción de El Galpón tienen otros trabajos, y una vez que alguien nuevo ingresa a la institución se le “advierte” que no va a poder vivir solo del teatro. Con la pandemia, la precariedad laboral se vio más acentuada y los 34 trabajadores fijos que tiene el teatro debieron pasar a seguro de paro.
Como solución temporal, el teatro comenzó a incursionar en la producción de contenido audiovisual en conjunto con canal 10. “El escenario se transformará en un set. Todo se hizo de forma austera y desinteresadamente. Creo que tenemos que incorporar en la rutina el que seamos productores audiovisuales”, dice Guido.
El viernes 13 de marzo de 2020, en La Escena estaban pasando muchas cosas. Una nueva generación había empezado las clases de actuación, se estaba exhibiendo un primer corte de un largometraje producido allí, se estaban terminando los últimos detalles de luces de la obra Anomalía, que se estrenaba al día siguiente, y se estaba trabajando en la escenografía de la obra El amor que nos tenemos, que se estrenaba el domingo.
En resumen, se preparaban para un fin de semana de estrenos luego de un año y medio de preparación. Pero todo quedó trunco con el comienzo de la emergencia sanitaria y sigue en espera hasta hoy.
“Como a todos les habrá pasado, se pensó que era algo del momento, pero al finalizar esa semana nos dimos cuenta de que iba para largo y que algo había que hacer”, dice Cecilia Caballero, codirectora de la escuela de actuación y oficios audiovisuales La Escena.
Cierre de presencialidad mediante, pase a la virtualidad, vuelta a abrir unos meses y vuelta a cerrar con el aumento de casos en noviembre, La Escena vio diezmar la cantidad de alumnos y de actividades a lo largo de todo un año sin poder hacer mucho más que esperar y adaptar las clases y talleres que pudieran hacerlo.
“Las obras de teatro no se pudieron estrenar y los reestrenos programados tampoco. En la agenda había 10 obras programadas para el 2020”, cuenta Caballero.
Algo similar le sucedió al productor, docente y bailarín Nacho Cardozo, que tuvo que cerrar su academia y dejar trunco un proceso de ensayos para un musical que pensaba estrenar en 2020, para el que ya tenía hasta el vestuario pronto, los derechos de autor comprados, fondos y sala.
“Más allá del tema económico, uno extraña su trabajo, su actividad”, dice Cardozo, de 65 años de vida y 45 de carrera artística. Su academia de danza este año cumple 25 años y actualmente está funcionando solo en formato virtual con tres profesores activos —incluyendo a Cardozo—, y el resto en seguro de paro. “La academia igual hay que sostenerla: pagar el alquiler, gastos fijos. Te dicen que tenés que cerrar, pero no te ayudan. El fútbol sigue, el shopping sigue, la iglesia sigue abierta”, puntualiza Cardozo.
“Tengo pánico de que se pierda esa necesidad de ir al teatro, de que el teatro muera, de que no haya más ballet”, agrega Cardozo, quien trato de no quedarse quieto y odia la palabra reinventarse.
Las bajas en grupos de niños y adolescentes es más acentuada, ya que es difícil de sostener una clase de danza online, en especial si no se tiene el espacio adecuado en casa y si se está todo el día frente a la computadora.
“Sobrevivo gracias a la permanente fidelidad de los alumnos, si no, hubiera sido imposible”.
Ubicado en el corazón del Prado, El Taller - Espacio de Arte es otra escuela de formación artística que debió pasarse a la virtualidad y que ha perdido a varios alumnos en el camino.
“Muchos colegas han tenido que cerrar y sin posibilidad de próxima apertura por las deudas que se generaron. Hace 13 años que estoy acá pero pensé en cerrar el taller. Un proyecto de vida que se ve truncado por una resolución del gobierno que nos prohíbe trabajar”, dice Daniela Zipitría, su directora, quien se siente desmotivada y angustiada por la situación que están viviendo.
La propuesta de los sindicatos del arte al gobierno es generar una renta básica para los trabajadores por el tiempo que se vean impedidos de ejercer el derecho a trabajar.
Según explica Andrea Degregori, presidenta de la Asociación de Danza del Uruguay (ADU), la respuesta el año pasado fueron solo dos meses de un subsidio de $ 6.800 y este año se está tramitando un subsidio por tres meses de $ 7.300.
“Obviamente, sabemos que eso no cubre las necesidades de un hogar, ni siquiera se paga el alquiler”, dice Degregori.
“Vemos que las medidas por parte del gobierno son insuficientes y escasas. No queremos subsidios tampoco, lo que queremos es trabajar, ejercer nuestro derecho al trabajo, esa es la necesidad que planteamos, y si no podemos hacerlo, necesitamos que esas necesidades básicas sean cubiertas”, agrega.
Otra de las preocupaciones de ADU es qué pasará con el futuro de aquellos artistas que se reinventaron e incursionaron en otras áreas laborales para poder sobrellevar la situación. “Nos preocupa que se pierda ese capital humano pasada la pandemia y que no vuelvan a insertarse en sus actividades artísticas”.
Todos están deseando que se habiliten los espacios para poder trabajar, pero también son conscientes de que necesitarán un tiempo para ensayar y volver a poner en marcha la maquinaria artística.
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