Diego Battiste

Sobre la normalidad en educación

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06 de agosto de 2020 a las 05:03

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Uno de los grandes desafíos que enfrentan los sistemas educativos a escala mundial radica en su voluntad y determinación de superar pensamientos y acciones concebidas en términos de disyuntivas. Entre otras, o son los conocimientos o las competencias, o es instruir y transmitir o facilitar aprendizajes, o es pautar y detallar procesos educativos o promover la flexibilidad, o es la disciplinariedad o la interdisciplinariedad, o son las asignaturas o los talleres.

El pensamiento binario es un mal consejero en educación ya que parte de la equivocada presunción que todos los alumnos pueden adaptarse a lo que se define desde el sistema educativo, como prescriptivo y homogéneo para todos por igual sin reparar en cada persona y sin diferenciar instrucciones.  Se va a contrapelo del concepto actual de la educación inclusiva (OEI/UNESCO-OIE, 2018) que es justamente reconocer que cada alumno es un ser especial que requiere de una atención personalizada a medida de sus expectativas y necesidades.

Tememos que el concepto de normalidad pueda llegar a visualizarse como parte de un pensamiento binario. La normalidad implica que lo que se desvía asumen la condición de atípico, especial, raro e inclusive ingobernable. Más aun, la normalidad puede asentarse en ofertas y propuestas educativas homogéneas y lineales que no toman nota de los contextos, las circunstancias, las capacidades, las expectativas y las necesidades de las personas. Asimismo, la normalidad puede reflejarse en una visión educativa que requiere que los alumnos y sus ciclos de aprendizaje se adapten a modalidades educativas fragmentadas en niveles que muchas veces no consideran la progresividad y fluidez de los aprendizajes.

La visualización de la nueva normalidad a la luz de la pandemia planetaria se asocia en buena medida a un cuestionamiento de la vieja normalidad basada en un voraz consumismo, un frenético ritmo de vida y una obsesión por el crecimiento económico como señala el ensayista Paul Kingsnorth (Diario El País, Madrid, 2020). No se trata de una construcción y/o hecho dado que se asume pasivamente como un retorno “con ajustes” al estadio pre Covid-19.

Por supuesto que, en relación a la educación, hay una imperiosa necesidad de lograr una mínima normalidad a través de un retorno progresivo y seguro a los centros educativos como lo ha venido liderando con solvencia las autoridades de la ANEP, sustentado en las evidencias científicas y en diálogo con diversidad de instituciones y actores.  Pero no nos podemos quedar solo en este aspecto ya que se ha evidenciado que la normalidad pre Covid-19 era fuente más de expulsión que de inclusión en oportunidades, procesos y resultados de aprendizaje, principalmente en la educación media y entre los sectores más vulnerables (EDUY21, 2018).

Entendemos necesario problematizar una idea de normalidad dada, ritual y aferrada al pasado inmediato. Más bien consideramos que la normalidad es una idea y un relato a construir, discutir y validar que requiere de la intersección de miradas y enfoques de dentro y fuera del sistema educativo. En efecto, la normalidad debiera ser transformacional, inspiracional y aspiracional de renovadas narrativas, mentalidades y prácticas en la educación y en el sistema educativo.

Veamos algunos de los aspectos implicados en lo que podría denominarse una normalidad transformacional que entendemos que se aplica a otras áreas de la vida ciudadana y en sociedad, así como de la concepción y gestión del estado. 

En primer lugar, situar claramente el debate programático e institucional sobre la normalidad en términos del eje ajuste del pasado inmediato o transformación del mismo. La opción tiene esencialmente que ver sobre la perentoriedad y profundidad sobre los para qué y qué de educar y aprender a la luz de renovadas formas de encarar la vida, el ejercicio ciudadano y el trabajo desafiados por un cúmulo de cambios disruptivos asociados en gran medida a una redefinición de las identidades humanas y a sus propósitos de vida.

Ya no es un tema solamente de formar en competencias que nos permitan responder proactivamente frente a desafíos asociados a la cuarta revolución industrial sino también de preguntarse sobre si queremos idear, construir y plasmar imaginarios de sociedad que nos fortalezcan en nuestras fortalezas para idear sociedades sostenibles en lo cultural, social, político y económico. Si la propuesta educativa da las espaldas a las temáticas vinculadas a la sostenibilidad, se tornará crecientemente irrelevante en las vidas de las personas y de las sociedades.

En segundo lugar, una nueva normalidad de ajuste en los marginales puede quedar afincada a modelos educativos presenciales en sus objetivos, contenidos y estrategias asumiendo que la educación a distancia es un recurso secundario más bien de carácter paliativo y surtidor de apoyos puntuales. Se estaría dejando de ver que ya previamente a la pandemia, la educación a distancia constituía un recurso potente para complementar a la presencialidad ya sea por lo que implica en entusiasmar a los alumnos en indagaciones sin umbrales regidas por sus propias motivaciones o bien ya sea porque multiplica las oportunidades personalizadas de aprendizaje que puedan ser ideadas por los educadores.

En tercer lugar, una nueva normalidad permeada por los ajustes quedaría limitada en sus recorridos institucionales y programáticos. Los avances significativos y prometedores que implica la Ley de Urgente Consideración (LUC, 2020) en el modelo de gobernanza dotando al Ministerio de Educación y Cultura (MEC) de mayor capacidad de conducción de la educación, así como fortaleciendo el mando unitario y ejecutivo de la ANEP, constituyen una condición necesaria pero no suficiente de una normalidad transformacional. Esta última implica nuevas modalidades compactas de organizar y gestionar los niveles y ciclos educativos removiendo barreras institucionales, curriculares, pedagógicas y docentes. Lógicamente la LUC no aborda estos temas por tratarse de cuestiones programáticas que debieran estar incluidas en una nueva ley de educación que podría considerarse y aprobarse por el parlamento nacional de acá a dos o tres años.

En cuarto lugar, una normalidad sustentada en una visión de corto plazo puede privarnos de dar un salto en calidad en oportunidades educativas en un doble sentido. Por un lado, en dejar de ver la profundidad y celeridad de las respuestas que se deben dar para intentar reducir las brechas culturales, sociales y educativas que nos hacen una sociedad extremadamente desigual e injusta. Por otro lado, las posibilidades de desarrollo que se le abren al Uruguay por su manejo ejemplar de la pandemia planetaria, reconocido a escala mundial, va a requerir de altas calificaciones y desempeños para apoyar emprendimientos de variada naturaleza.

En ciertos momentos por así decirlos únicos y privilegiados, las sociedades, y en especial sus líderes en diversos órdenes, se enfrentan a decisiones que marcan a fuego el futuro. Un espíritu transformacional, asumiendo oportunidades y riesgos, sustentada en una mirada de avanzada, puede marcar la diferencia en el bienestar y el desarrollo de nuestra sociedad. Esto implica, entre otras cosas fundamentales, calibrar, tomar y procesar decisiones en torno a qué priorizar y que impactos se buscan logran. Si todo es “prioritario” o bien si se trata de dejar a todos un “poco contentos”, o bien si se trata de reducir indiscriminadamente inversiones y gastos sin criterios explícitos y claros de política pública, vamos a recorrer indefectiblemente el camino de más de lo mismo.

En particular, la educación no debe ser un asunto prioritario para hacer más de lo mismo o ajustar en los marginales, sino para transformar decidida y transversalmente la educación en todos los niveles y dimensiones. No “arreglamos” la educación con solo decir que es prioridad por un valor “mágico” de inversión y de gasto y/o por ajustes cosméticos, sino por idear, convocar, discutir, validar y sostener una propuesta de transformación que requiere de liderazgo político sostenido, musculatura programática y masa crítica, así como de recursos que la sostengan. Dependiendo de la decisión que adoptemos como país nos jugamos buena parte de nuestro destino.

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