Dos tercios de los niños que consultaron por abuso sexual fueron internados.

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Lo que pasa después del abuso sexual infantil en Uruguay: el alarmante dato que refleja un estudio

De cada cuatro niños o adolescentes que fueron a la emergencia o internación del hospital Pereira Rossell por sospecha de abuso sexual, tres provenían de hogares con violencia de género
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26 de junio de 2023 a las 10:45

Pocas horas antes de que acabase el 2019, cuando iniciaba la transición para la alternancia del gobierno, el presidente Tabaré Vázquez declaró la “emergencia nacional en materia de violencia basada en género”. Desde entonces hubo una emergencia sanitaria por covid-19, emergencia agropecuaria y la actual emergencia hídrica en Montevideo y área metropolitana. Pero, en silencio y sin acaparar los titulares de prensa, aquella “vieja” declaración de fines de 2019 sigue vigente y haciendo estragos.

Un nuevo estudio de la cátedra de Psiquiatría Pediátrica así lo demuestra. De cada cuatro niños o adolescentes que fueron a la emergencia o internación del hospital Pereira Rossell por sospecha de abuso sexual, tres provenían de hogares en el que alguno de sus padres —más bien sus madres— había sido víctimas de violencia de género.

Una década más atrás, en un estudio similar y que permite la comparación, solo un tercio de los menores ingresados al hospital pediátrico de referencia nacional tenía antecedentes de violencia intrafamiliar. Y se trata de un aumento que va más allá de aquello que son capaces de verbalizar los niños: “se estudió directamente en los referentes adultos con un cuestionario que incluye situaciones de violencia física, sexual, patrimonial y psicológica”, explicó a El Observador la doctora Camilia Tomasina, autora de la investigación junto a su colega Daniela Noguera.

Su tutora, la catedrática Gabriela Garrido, ya había adelantado a El Observador que “los problemas de salud mental (que se están observando hoy día) no están separados de la violencia con la que se convive, ni de los problemas estructurales de pobreza centralizada en la infancia, ni de la falta de empleo de los adultos que repercute en todos los integrantes del hogar”. Y la pandemia —la de covid-19, pero también la emergencia de violencia de género— no hizo más que agravar el problema.

El resultado no es solo el malestar psíquico al momento de la consulta y las chances de replicar cuando sean grandes los mismos patrones que padecieron durante su crianza, sino que ese “espiral de violencia” —como le dicen los técnicos— está conduciendo a situaciones extremas.

Entre los niños y adolescentes que habían consultados por sospecha de abuso sexual —es decir que fueron derivados ya sea porque lo comentaron, porque tenían lesiones genitales o porque alguien de su entorno lo reconoció—, el 14% manifestaba ideas de muerte, el 9% se autolesionaba y en un caso ya había intentado suicidarse.

La gravedad de los casos es tal que dos tercios requirieron la internación hospitalaria estando, en promedio, 14 días internados. Dos semanas en un sanatorio, separados de sus amigos, de la escuela, del barrio, por la violencia sexual padecida.

“La infancia es un periodo crítico para el neurodesarrollo, por lo que una experiencia traumática como la violencia sexual puede determinar cambios neurobiológicos funcionales y estructurales permanentes, que aumentan la probabilidad de desarrollar enfermedades físicas, trastornos afectivos y repercusiones en los vínculos interpersonales”, reza la investigación a la que tuvo acceso El Observador.

De hecho, previo al abuso sexual el 100% de los niños y adolescentes estaban escolarizados. Al año siguiente de la intervención por la situación abusiva, el 7% desertó del sistema educativo formal.

Sucede que “ya previo a la consulta (mientras padecían la violencia) había un rendimiento educativo descendido. No solo la situación de abuso como tal, sino el estrés mantenido por la violencia genera repercusiones directas en el rendimiento académico y en la capacidad de mantener la atención… son niños en un estado de hiper-alerta”, señaló Tomasina.

Los psiquiatras pediátricos vienen advirtiendo que cada vez reciben más consultas por padecimientos psíquicos, más intentos de autoeliminación en niños y adolescentes, casos más graves e incluso desde edades más tempranas.

La estadística fría así lo refleja. Pero, a la vez, en cada caso “reparar el daño en un niño no funciona como la albañilería de una casa en que uno tapa una grieta a base de enduido. Hay niños que requieren apoyo en los aprendizajes, otros en lo motriz, terapia, referentes, un club social de niños, un sistema judicial que le dé seguimiento, apoyo estructural del Mides. Insisto: aunque nos llenemos de psicólogos y psiquiatras y le pongamos uno al lado de cada niño, esto no se soluciona solo”, había dicho la profesora Garrido, quien observa con preocupación que “el incremento de problemas de salud mental en la infancia y adolescencia no es solo como consecuencia de la violencia que padece el niño o el adolescente… sino en el resto de integrantes del hogar”.

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