Edmundo Canalda

Opinión > TRIBUNA

Un "extupa honesto" que fue un obrero de la democracia

Edmundo Canalda dejó de ser el director de la editorial Fin de Siglo luego de 32 años
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13 de abril de 2023 a las 05:00

Edmundo Canalda dejó de ser el director de la editorial Fin de Siglo luego de 32 años, informó la empresa en un comunicado.

Canalda pasará a ser ahora un “asesor externo especializado en textos de historia, periodismo y política”, mientras que la dirección de la editorial quedará a cargo de su hija Estefanía.

“Han sido más de tres décadas de descubrir autores, apostar por la calidad literaria, ganar toda clase de premios, publicar enormes éxitos comerciales y obras señeras en el desarrollo cultural y académico”, agregó el comunicado.

El mundo editorial uruguayo le debe mucho a Canalda. Entre quienes más le debemos estamos los autores de no ficción. Aun hoy, cuando una obra periodística ha ganado incluso el Premio Nobel de Literatura (“Voces de Chernobil”, de Svetlana Alexievich, en 2015), hay quienes miran a los libros de no ficción por encima del hombro. Hay editoriales y páginas culturales que los ignoran por completo.

Canalda, en cambio, hizo todo lo contrario. Desde su fundación en 1991, Fin de Siglo creció apostando a las investigaciones históricas, periodísticas, a los libros testimoniales y los ensayos. Uno de sus primeros grandes éxitos fue el libro “La locura uruguaya”, del psicólogo Gustavo Ekroth.

Fin de Siglo llevó adelante esa apuesta con rigor y con un enorme olfato editorial y comercial, pero también con un pluralismo y una actitud democrática totales.

Una historia personal ayudará a captar esta idea en toda su dimensión.

En 2008 yo había terminado de escribir “Historias tupamaras”. El libro recogía testimonios de extupamaros que cuestionaban frontalmente la historia oficial del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Cada uno de los seis capítulos era un mito oficial tupamaro (“El MLN nació para enfrentar el golpe de Estado”,

“EL MLN perdió por motivos ajenos a su propuesta política”, “El asesinato de Pascasio Báez fue un error”, etc.). Se recogía lo ya escrito y dicho sobre esos temas y luego una docena de extupamaros los discutían, rebatían y refutaban. 

El libro lo iba a publicar otra editorial. Pero su director de aquel momento tenía miedo. Temía por cómo sería recibida la obra cuando el gobierno era del Frente Amplio, Mujica y Bonomi eran ministros, Fernández Huidobro era el primer senador de la lista más votada y Rosencof director de Cultura de Montevideo. 

Una tarde, discutimos sobre la tapa. Él no quería que el título aludiera al MLN, ni que se viera ningún símbolo tupamaro. No quería levantar olas. Yo no estaba de acuerdo. No me importaba el gobierno ni había que pedir disculpas por publicar un libro honesto. Discutimos. El tono escaló rápido: “Sabés lo qué, no voy a publicar nada, llévate el libro”. 

Salí a la calle. No tenía editorial. 

Conocía a Canalda de un proyecto de muchos años atrás, que no había cristalizado. Me recibió y le narré lo que había pasado. Me preguntó cómo era el libro. Se lo resumí. Le dije que seguramente él no coincidiría con todo lo que decían mis entrevistados, pero sabría entender su interés y su valor.

La verdad era que tenía mil razones para no publicar “Historias tupamaras”, incluyendo su propia historia personal. Canalda fue tupamaro. Por su actividad en el MLN estuvo preso desde 1972 a 1981. Al regreso a la democracia dirigió el semanario Mate Amargo y la radio Panamericana, cuando fue del MLN.
Pero respondió que sí, sin dudarlo. Lo publicaría, tal como había hecho con otros que iban en sentido contrario y abonaban la historia más romántica de la guerrilla.

¿Cuántos están dispuestos a publicar visiones opuestas sobre temas importantes, incluyendo las que no coinciden con las propias o las que echan tierra sobre organizaciones de las que formaron parte?

El libro fue la génesis del siguiente: “Milicos y tupas”. Este no es una obra frontal sobre el MLN, sino más bien sobre la violencia y la lógica de una época oscura. Sin embargo, revela aspectos negados por el MLN, como que algunos de sus integrantes se prestaron a colaborar con los militares en la tortura de empresarios detenidos por supuestos ilícitos económicos.

A diferencia de “Historias tupamaras”, no le llevé a Canalda el paquete terminado. Recuerdo irle contando los detalles que iban emergiendo de las entrevistas. Nunca quiso torcer el rumbo de la investigación en ningún sentido. Si algún consejo dio, siempre fue para mejorar el texto y profundizar lo revelado.

Si “Historias tupamaras” fue recibido en silencio por el núcleo central que conserva la memoria del MLN, con “Milicos y tupas” ocurrió lo contrario. Hubo polémicas fuertes con Fernández Huidobro y Zabalza, entre otras. Revisando viejos correos para escribir esta nota encontré una carta crítica que Edmundo me trasladó de parte de un amigo y excompañero suyo que había leído “Milicos y tupas”. Al remitírmela, escribió: “No es ni para publicar ni calentarse. Es de un tipo sensato que leyó con cuidado tu libro. Es nada más que la opinión de un extupa honesto e inteligente”.

Ese ha sido siempre su tono: favorecer el debate, la suma de visiones diversas, no cancelar a nadie que –sin violentar los hechos- tenga una visión propia.
Las dos obras se siguen imprimiendo y figuran en el catálogo de la editorial, junto con otras que apuntan para otro lado.

Eso es pluralismo, eso es democracia. Hay que agradecérselo a Edmundo Canalda.
 

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