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G20: Impactante operativo de seguridad trastorna la rutina de los porteños

Se prevén jornadas de protestas de grupos antiglobalización pocos días después de los incidentes por el fútbol; el gobierno desplegará fuerzas policiales
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26 de noviembre de 2018 a las 05:03

Los grandes eventos mundiales son así: pueden ser un trampolín para difundir las bellezas naturales y las fortalezas económicas del país organizador o, al contrario, una caja de resonancia para que se conozcan globalmente sus debilidades y problemas internos. Pasa en los mundiales de fútbol, en los juegos olímpicos, en eventos artísticos, en las grandes ferias tecnológicas… y en las cumbres del G20.

Esto es lo que tiene en mente ahora mismo Mauricio Macri, que esta semana será anfitrión de los líderes de las naciones más poderosas del mundo. Sabe que oficiar de dueño de casa ante Donald Trump, Xi Xinping, Angela Merkel, Vladímir Putin y Theresa May, entre otros, lo coloca en el foco de atención global. Y eso puede significar un impulso a la agenda diplomática argentina, además de reforzar la imagen del presidente tanto a nivel interno como en términos de liderazgo regional.

Pero también conlleva sus riesgos: la conjunción de esos líderes es una tentación imposible de evitar para los “globalifóbicos” de la Argentina y del mundo, que verán en esta cumbre una ocasión inmejorable de expresar su repudio a los gobiernos y su reivindicación de una agenda política, ambiental y social de izquierda.

Los antecedentes del G20 en varios países marcan que esas protestas suelen terminar mal. Sin ir más lejos, en la anterior cumbre, en Hamburgo, hubo violentos choques y la policía reconoció que había sido “engañada” por los militantes: hasta el día de hoy no se explica cómo lograron burlar las vallas y alambres de púa para acercarse hasta la zona de la reunión de presidentes.

Buenos Aires tiene, además, características propias que la hacen particularmente vulnerable a las situaciones de violencia. Por si hiciera falta, el bochorno del “superclásico” postergado tras el apedreo al ómnibus de Boca Juniors cuando llegaba al estadio de River Plate fue un recordatorio contundente (más información en Referí).

De inmediato se puso una nota de duda sobre la capacidad real del gobierno para garantizar la seguridad. Muchos recordaron cómo antes del partido la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, había minimizado la gravedad de los posibles incidentes: “Imagínense que vamos a tener un G20... ¿No vamos a poder dominar un partido River-Boca?”.

La pregunta retórica, en tono desafiante, quería transmitir calma respecto de la capacidad para prevenir conflictos. Y ahora tuvo un verdadero efecto boomerang. El gobierno no fue capaz de contener a una barra brava ni pudo diseñar un trayecto seguro para el plantel de Boca. Las imágenes del bochorno dieron la vuelta al mundo y ya provocaron una interna en el propio gobierno: no por casualidad el intendente porteño, Horacio Rodríguez Larreta, tuvo que salir a declarar que él era el responsable político por lo que había sucedido.

Ese es el contexto en el que Argentina se prepara para recibir a los líderes del mundo.

Con Macri obsesionado por la seguridad, habrá 22.000 efectivos patrullando las calles, sin contar los agentes de inteligencia, las cámaras de seguridad, las lanchas rápidas surcando el Río de la Plata, los helicópteros sobrevolando Buenos Aires y los jueces con el teléfono abierto las 24 horas. Además, la ciudad estará monitoreada por cámaras de seguridad para poder identificar a los protagonistas de eventuales disturbios.

El plan diseñado por Bullrich previó que las manifestaciones se realicen en zonas alejadas de Costa Salguero, el punto donde se realizarán las reuniones de los líderes.

Pero el gobierno también es conciente de que no puede apostar todo a la capacidad represiva una vez que los incidentes ya se iniciaron, sino que debe poner foco en la prevención. Tiene bien presente que si, en una situación de refriega con la policía, llega a haber alguna muerte, ese hecho pasará a ser más importante que los propios documentos que se aprueben en el G20.

Está fresco en la memoria el antecedente de la reunión del G8 en Génova en 2001, que hoy es recordada por la muerte de un militante antiglobalización. Y lo último que quiere el gobierno argentino es que, en presencia de los líderes del mundo, la violencia sea quien tome el protagonismo del G20. Por eso, Bullrich apeló a mediadores que garanticen condiciones pacíficas en las protestas. Convocó a Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz y uno de los referentes en la convocatoria de los manifestantes. La ministra quiere que lo ayude a evitar la presencia de infiltrados violentos y, además, que no haya encapuchados en las calles.

Eventos inquietantes

El clima enrarecido de las últimas semanas en Buenos Aires pone una cuota de tensión adicional. Hubo dos atentados frustrados con bombas de fabricación casera realizado por un grupo anarquista.

Uno fue con una bomba que le explotó a una joven que quería hacer un atentado simbólico en la tumba de Ramón Falcón, el legendario jefe de policía que lideraba la represión contra los anarquistas de comienzos del siglo XX y que terminó sus vida, justamente, por la bomba de un anarquista. 

El mismo día, otro militante fue apresado luego de haber arrojado una bomba –que no explotó– en el domicilio del juez Claudio Bonadio, uno de los más destacados en las causas anticorrupción.

En las semanas siguientes hubo una verdadera histeria por falsas alarmas. El 20 de noviembre hubo cinco eventos que conmocionaron. El primero fue en los talleres del ferrocarril San Martín, en la zona oeste del conurbano: se encontraron seis granadas debajo de una de las formaciones. Luego se comprobó que los explosivos eran obsoletos, pero el peritaje obligó a suspender el servicio férreo por varias horas. El siguiente evento ocurrió en la sede del Banco Galicia, en pleno microcentro de Buenos Aires. Tras una llamada que amenazaba con una explosión se evacuaron 2.000 personas. Esto implicó todo un despliegue policial con corte temporario del tránsito.

Luego, la escena se repitió en la embajada de Estados Unidos, en Palermo. Se detectó un paquete sospechoso y se evacuó el edificio. Luego se comprobó que no se trataba de un explosivo. Pero el tema no quedó allí, porque a los pocos minutos hubo una amenaza en un hospital público de Flores.

Finalmente, el último evento afectó al mismísimo Congreso nacional. Hubo una llamada amenazante sobre un explosivo en el edificio anexo del Senado. Los peritos encontraron, escondida en un baño, una caja que contenía partes de un acondicionador de aire, con varios cables. No entrañaba peligro alguno, pero quedó evidente la intención de generar alarma al hacerlo aparecer como un explosivo real.

Más alterados que de costumbre

La agenda de protestas para esta semana del G20 incluirán una contracumbre frente al Congreso el miércoles y jueves, así como una protesta nacional el viernes, día que comienza la reunión.

El clima de protesta se verá acrecentado por medidas sindicales, incluyendo las de dos gremios cruciales: transportistas y aeronáuticos. El gobierno ya adiestró a los miembros de la policía aeroportuaria por si, ante una medida de fuerza gremial, tuvieran que tomar a su cargo la operación de las terminales aéreas durante la llegada o partida de las delegaciones.

En medio de todo ese ruido político, los porteños hacen lo posible por que la cumbre no les complique demasiado la vida, algo que parece difícil. Los más afortunados aprovecharán el feriado que rige en la ciudad para municipales y estatales. El resto tratará de sostener cierta normalidad, a pesar de las restricciones para circular por el centro, que serán totales a partir del jueves. La avenida 9 de Julio se cortará completamente porque Macri ofrecerá una cena de honor a sus huéspedes en el Teatro Colón.

Además, durante la reunión no habrá servicios de subte ni trenes. Estarán cerradas también las terminales portuarias de pasajeros y el Aeroparque.

Los porteños, ya habitualmente con el ánimo alterado, tendrán una semana difícil. Y sufrirán en carne propia la experiencia de ser anfitriones de Trump, Putin y compañía. 

 

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