Con 1,28 niños por mujer, Uruguay se encuentra entre los países con ultra-baja fecundidad.

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Un país sin hijos: los curiosos planes de otros países que pueden inspirar (o decepcionar) a Uruguay

Desde licencias remuneradas para abuelos como en Hungría, hasta un pago mensual por cada niño como en Polonia: la baraja de medidas que aplicaron otros países y que ahora entran en debate en Uruguay
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24 de octubre de 2023 a las 05:03

En Uruguay nacen cada vez menos niños. Los demógrafos ya no escatiman en adjetivaciones y reconocen que, tras “la gran caída” de nacimientos en el país, a un ritmo “inusual” que llevó a que el promedio de hijos por mujer en edad de ser madre cayera de 1,9 a menos de 1,3 en solo seis años, es probable que las llamadas “políticas familiares” entren al ruedo programático.

Es bien sencillo: el sistema de salud, la seguridad social, los cuidados y hasta los derechos reproductivos más elementales cabalgan a la par de estas discusiones que van más allá de un ciclo electoral.

Pese a esta premura, que confirmarán los resultados del censo cuando se dé cuenta de que la población uruguaya tiene menos gente que la que se proyectaba para la época, el escenario de Uruguay no dista demasiado a lo que ya atravesaron otros países. Otras decenas de países.

Porque más de la mitad de los países que reportan estadísticas oficiales a Naciones Unidas (126 entre 266) registran niveles de fecundidad bajo el umbral de reemplazo, como le dicen los demógrafos a esas tasas inferiores a 2,1 hijos por mujer. Así lo informó un reciente estudio del Programa de Población de la Universidad de la República que, en base a evidencia científica, analiza las medidas que adoptaron otros países y qué resultados obtuvieron (si es que obtuvieron).

Más allá de los planes específicos, los énfasis de los países suelen dividirse entre las medidas “pronatalistas” que buscan incentivos (dinero) a cambio de parir, o la política que intentan distribuir la carga de la crianza y que estén garantizados los cuidados para tener los hijos que se quiere. Mientras las primeras las aplican, por lo general, países del oriente de Europa, los nórdicos apuestan más al Estado de bienestar.

El problema, dicen el estudio de la Universidad de la República, es que no siempre es sencillo medir el efecto de estas políticas sobre los nacimientos (al menos separado de otras medidas y marchas culturales que se dan a la par). Por eso, sugieren los demógrafos, las políticas deben sostenerse en el tiempo, conjugarse unas con otras, y deben apuntar a mejorar las condiciones en las que se crían los hijos para que den buenos resultados.

“La evidencia sugiere la necesidad de objetivos de mejora de las condiciones de crianza, más que cualquier otra cosa. No solo porque sostener políticas así podría generar un ambiente amigable con la concreción futura de intenciones reproductivas hoy frustradas, sino porque es necesario para mejorar el bienestar de los niños ya nacidos (crucial en un país donde la proporción de pobreza infantil duplica a la total) y de los adultos que ejercen de padres y madres”, reza el informe.

En esa línea, los demógrafos advierten que han sido poco exitosos aquellos países que se fijaron metas de tasas globales de fecundidad. El ejemplo más evidente es Japón. Este país, que ya hace medio siglo tenía una baja fecundidad, que creó un ministerio específico para incentivar la natalidad, y que pasó de invertir 0,36% del PIB a más de 1,3% en políticas familiares, llegó a la conclusión de que “la baja fecundidad es resistente a las políticas” y que el impacto de las políticas es tan pequeño que “no hay final a la vista”.

En Japón, donde hay licencias iguales para varones que mujeres, ellos casi no hacen uso de ese beneficio. Más de la cuarta parte de las mujeres no tienen (o no quieren tener) hijos. Y todavía no lograron una alta matriculación en cuidados y educación en la primera infancia pese a que se da ese servicio gratuito para quienes lo requieran. En definitiva: allí pesa la cultura, el concepto de familia, la división del trabajo. Y por ese el país asiático está lejos (muy lejos) de la meta de 1,8 hijos por mujer que se había propuesto (está en 1,36).

La exURSS

El territorio que hoy es Rusia venía con discusiones y medidas pronatalistas desde antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando el régimen soviético apenas llevaba una década. Era un momento de disputa territorial donde afloraban los nacionalismos, los discursos sobre un eventual apocalipsis por falta de población y los conceptos de grandeza (sobre todo en el fascismo de Benito Mussolini).

Pero en 2007 la actual Rusia dio una inyección a las medidas y duplicó el financiamiento a las políticas de familia: transferencias durante el embarazo y los primeros años de vida, licencias “generosamente remuneradas” desde dos meses antes de dar a luz, y la polémica Capital Maternal. Así le llaman en el gobierno ruso al dinero que se les da a las madres a partir del segundo hijo (no rige para primerizas) y que puede invertirse en vivienda, educación o jubilación de la madre sin necesidad de contraprestación (solo por el hecho de ser mamá de más de uno).

¿Qué resultados obtuvieron esas políticas? “A corto plazo, aumentaron los nacimientos de dos o más hijos. Sin embargo, investigaciones más recientes muestran que en pocos años el efecto fue disminuyendo” y ahora es casi nulo, dicen los investigadores Ignacio Pardo, Gabriela Pedetti y Mariana Fernández Soto del Programa de Población de la Udelar.

Hungría y Polonia, otros países que integraron el bloque soviético, impulsaron planes “agresivos” pronatalistas. Hungría, por ejemplo, acabó invirtiendo un 4% de su PBI en políticas familiares (similar al esfuerzo que hace la sociedad uruguaya en todo el sistema educativo).

Allí el dinero y los beneficios varían según la cantidad de hijos. Por ejemplo, hay deducciones de impuestos para un solo hijo, pero otras solo aplican para quienes tienen tres o más hijos.

Si se tienen tres hijos, además, se pueden acceder a préstamos de 25.000 dólares sin intereses y con posibilidad de cancelar la deuda. También hay subsidios para autos o camionetas de más de siete asientos pensando en familias numerosas.

Las licencias maternales son de 24 semanas, mientras que las parentales (para quien cuida al bebé en los primeros meses) se extienden por otras 136 semanas. Y eso aplica sin distinción de cantidad de hijos.

Como novedad, los abuelos también tienen licencia remunerada y las guarderías son gratuitas hasta los tres años. Pero ahí vuelve el factor cultural y de división de roles: menos del 10% de la población usa esos beneficios.

Pese a todo este esfuerzo, los demógrafos húngaros concluyeron que los efectos son “muy moderados” en relación a la inversión monetaria que implica. Tanto que, como ejemplo, “pasar de 1,4 a 1,6 hijos por mujer necesitaría de un aumento del 93% en estos beneficios”.

El mayor impacto, por ahora, es que crecieron las familias de más de tres hijos en los sectores más pobres, y entre los más altos por exoneraciones tributarias. Pero en el grueso de la población no surtió efecto.

Con una mentalidad similar, en Polonia a aquellas mujeres que tienen más de dos hijos se les da un tercio de salario mensual (cada mes) por cada hijo hasta que cumplan los 18 años.

El problema en Polonia fue que no se redujo la pobreza ni se hizo un reparto más equitativo de roles, entonces un 3% de las mujeres salió del mercado laboral cuando recibió el apoyo del Estado.

Los nórdicos

Fueron de los primeros países europeos en constatar la baja fecundidad y los primeros que apostaron al Estado de bienestar. En esta región del Viejo Continente los planes pasan por hacer más llevadera la carga de los cuidados de los hijos.

En Suecia, por ejemplo, está prohibido despedir a una mujer embarazada desde la década de 1950. Y ya en ese entonces las licencias por maternidad y paternidad pasaron a ser neutrales sin distinción de género.

Las licencias son tan generosas que “cada progenitor tiene 240 días de licencia parental, con bloques que pueden incluir tiempo completo o jornadas parciales, hasta los 12 años del niño”.

Una de las características de Suecia es que se fue acortando el tiempo que pasa entre que se tiene un hijo y el siguiente. Y eso pasó en todos los estratos sociales.

¿Dio resultado? Los demógrafos cuentan que la tasa global de fecundidad de Suecia sube y baja, aunque dejó de caer como lo hacía décadas atrás. Incluso ya no está entre las más bajas de Europa. En las épocas más prósperas, en que hay más salario, crece la fecundidad. Al contrario en tiempos de vacas flacas. “De todos modos, el uso de licencia de los padres se asocia positivamente con la continuidad de la fecundidad, en parejas con uno y dos hijos”, resumen los investigadores en base a la evidencia científica.

Más de Europa

Francia fue uno de los países que primero inició con políticas pronatalista. Ya en 1901 tenía una ley específica. Hay subsidios mensuales desde el séptimo mes del embarazo hasta que el niño cumpla tres años. Es un beneficio casi universal (menos del 10% de la población queda excluida). Y las semanas de licencia se estiran cuando se tienen más hijos.

Pero la medida estrella de la política familiar francesa actual son los cuidados de niños: “las cunas (crèches) y las escuelas maternales (écoles maternelles). Estas últimas implican la elección de guarderías colectivas (las hay públicas y privadas y están gestionadas por los gobiernos locales) o una cuidadora certificada a domicilio; cumplen un rol importante, en niños de hasta 11 años, a contra horario de la escuela, que es en sí misma extensa en horario: de 8.30 a 16.30 horas”.

Las cunas, además, están habilitadas desde que termina la licencia maternal, el abanico de horarios es tan amplio que se puede acomodar a los trabajos de los padres.

¿Y Uruguay?

Según la investigación de la Universidad de la República, la mitad de los países de América Latina no cuentan con políticas específicas que busquen incidir en los niveles de fecundidad. Uruguay se ubica entre las naciones que, dice la literatura demográfica, cuenta con un régimen de bienestar intermedio. Porque así como hay accesos universales a los sistemas de salud o educación, la informalidad laboral tiene cifras más próximas a América Latina que al mundo más desarrollado. Y la formalidad termina siendo clave en los derechos por licencias u otros beneficios.

Las semanas de licencia maternal y parental en Uruguay son más reducidas que en Europa. Y pese a que el medio horario hasta los seis meses del niño lo puede tomar alternadamente la madre o el padre, las cifras muestran que los varones casi no hacen uso (33 hombres frente a más de 2100 mujeres).

En Uruguay, además, la universalización de la enseñanza no se ha logrado debajo de los cuatro años. Y, a partir de los cuatro años, la mayoría de centros educativos son solo de la mitad del tiempo de una jornada laboral clásica de los padres.

Respecto a los beneficios fiscales o las transferencias monetarias, Uruguay tiene el problema del tamaño de cobertura. Ya sea por errores de timing, por informalidad o por el público al que apunta no les llega a todos. Existe una deducción de IRPF por hijo, pero los hogares más pobres no llegan siquiera la franja mínima de pagar IRPF por lo que este beneficio no surte efecto.

En una minuta que el Parlamento envió al Ejecutivo el año pasado, algunos legisladores refieren a la necesidad de fomentar la natalidad y, sobre todo, se lo ata al coste de la seguridad social.

Entre las medidas propuestas por legisladores oficialistas, por ejemplo, se sugiere al Ejecutivo el establecimiento de un incentivo para las empresas que establezcan centros de cuidados gratuitos para los hijos de los trabajadores. El problema, dice el estudio de la Udelar, es que eso solo lo pueden hacer las grandes compañías. Y en Uruguay sólo el 40% de las personas ocupadas trabaja en una empresa de más de 50 empleados.

Es en este contexto que surgen posibilidades más universales, como rentas básicas, licencias más prolongadas sin importar cantidad de hijos, extensión de los cuidados al estilo francés y un largo etcétera.

Eso sí, dicen los demógrafos: estos desafíos no deben mirarse de manera apocalíptica. Por un lado, buena parte de la baja de los nacimientos en Uruguay es por la reducción del embarazo en adolescente. Por otro lado, es probable que esas adolescentes que no son madres tan temprano sí lo sean más adelante, por lo que puede esperarse un “efecto rebote” en la tasa global de fecundidad. Y, por último, porque es parte del proceso en que se van equiparando los roles. El debate está abierto.

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