Era noviembre de 1992 cuando Leandro Añón, con 32 años, compró junto con un grupo de profesionales, 120 hectáreas ubicadas en Canelones, a cuatro kilómetros del aeropuerto de Carrasco, con la intención de desarrollar un club de campo con cancha de golf, una tendencia en auge en Buenos Aires que aterrizaba de forma incipiente en Uruguay.
“Esto era lejos, era un pedazo de campo con cuatro kilómetros de camino de balastro y lo habitual era venirse a vivir a un terreno en la costa, como El Pinar, Solymar. Nuestra competencia como concepto era esa”, recordó Añón.
En aquel momento, en Uruguay no existía una norma que enmarcara este tipo de proyectos de urbanización en propiedad horizontal, es decir, aquellos conjuntos inmobiliarios divididos en lotes para propiedad individual y que se complementan con servicios comunes. “Si no nos daban el permiso de hacer la idea original, nos íbamos a quedar con un pedazo de campo”, contó
A raíz de esta iniciativa, el grupo impulsó la creación de una norma nacional. Tras unos cinco años tratando de obtener los permisos para construir en el lugar, nació Lomas de La Tahona, el primero de los barrios privados de la empresa.
Obstáculo y aliado
En la mañana de un martes que mostraba los primeros signos de la cercana primavera, el tiempo en el barrio Altos de La Tahona parecía correr a otra velocidad; los carteles que indicaban un máximo de 30 kilómetros por hora para los vehículos, y los niños de uniforme y mochila que caminaban rumbo al colegio sin ningún apuro fueron el indicio de un ritmo que aparenta ser cotidiano en el lugar. El tiempo es un común denominador que atraviesa al mercado de barrios privados.
Diez años para cualquier sector puede parecer una eternidad. En estos desarrollos urbanos, ese es el tiempo que a veces lleva materializar un solo proyecto. Así fue como padre e hijo explicaron la línea de tiempo de 30 años de creación paulatina de los cinco barrios: Lomas, Altos, Viñedos, La Toscana y Mirador, donde en total viven unas 800 familias.
Camilo dos Santos
El segundo barrio, Altos, fue lanzado en el 2000, ocho años después del primero; el tercero, en 2010 y el cuarto, en 2015. “En todos los países es complejísimo. (Estos proyectos) tienen un ingrediente ambiental, una parte de servicios. La Tahona va a tener 500 hectáreas y tenés que tener una matriz eléctrica, agua potable, saneamiento. Es natural que lleve tiempo y sea complejo”, explicó Ignacio. Por eso, comprar un fragmento de tierra significa para la familia pensar a 10 años.
Emprendieron durante distintos gobiernos ¿Cuál fue el principal problema que se mantuvo en el país en todos ellos?
Leandro. Los tiempos. En Uruguay todo es lento, todo lo cuestionamos, lo demoramos. Si bien no es fácil urbanizar en ningún lugar del mundo, los tiempos son un temón. No es lo mismo desarrollar una inversión en cinco años que en 15. Yo te cuento que llevamos 30, y yo 30 más no voy a tener. Esa es una tarea para las nuevas generaciones.
Ignacio. Si tuviéramos tiempos burocráticos más competitivos, tendríamos un valor agregado frente al mundo.
El tope y el turismo
La Tahona se divide en dos partes. Una es el “núcleo duro”, donde se ubican los cinco barrios en área metropolitana que suman 250 hectáreas. En los próximos 10 años se proyecta alcanzar las 500 con La Tahona 2 y Arbosana, que incorporará también edificios de oficinas. Para Leandro Añón, agregar oficinas es consecuencia de los cambios en la forma de trabajar y el fenómeno del teletrabajo. “Hay gente que no precisa tener que ir al centro y puede tener una pata permanente o cowork”, indicó.
Otra parte incluye el desarrollo de nuevos negocios, para lo que se creó un fondo de tierras que está a estudio de 5.000 hectáreas distribuidas en el país, con proyectos en diferentes grados de maduración.
Con ellos, la empresa familiar planea dar un salto y entrar de lleno en el sector turístico. “La idea con todas estas carteras de tierras que estamos administrando es poder armar un modelo residencial pero también turístico, apuntando a en 10 o 15 años poder vender el metro cuadrado no solo al mercado local, si no también mundial y generar polos de desarrollo turístico, como Punta del Este”, apuntó.
Dos de los futuros proyectos se ubicarán en los balnearios Costa Azul y Guazuvirá, que suman 500 hectáreas ubicadas sobre dos kilómetros de costa. Uno incluirá un lago interno de 20 hectáreas. La elección de esta zona tiene varias explicaciones. Por un lado, por un fenómeno “difícil de analizar”, según Ignacio, que es el crecimiento de las ciudades hacia el este.
Camilo dos Santos
“Punta del Este creo que cumplió un rol y va a terminar siendo una ciudad residencial”, señaló. Los empresarios pronostican que la zona de la interbalnearia –por el kilómetro 50– se parecerá en los próximos años a Tigre, la ciudad argentina.
Por otra parte, consideran que esa parte de la costa del Río de la Plata está subexplotada. “Estamos convencidos de que eso va a valer una fortuna”, añadió Ignacio.
Otros proyectos apuntan al litoral. Uno de los que ya se lanzó es La Tahona Golf Paysandú. en tanto, para El Milagro, en Salto, se está ideando un predio que incluirá, entre otras cosas, un campus universitario.
Para la familia, en Uruguay aún hay mucho lugar para crecer. “A pesar de ser 3,5 millones de habitantes, Uruguay tiene un déficit de infraestructura residencial. Entonces hay mucha más demanda que oferta residencial y turística”, dijo Ignacio.
La seguridad y nueva apuesta
Por un lado, los empresarios apuntarán al turismo para “conectar con el mercado mundial”, dijo Ignacio. Leandro (“el viejo”, como le dice Ignacio), puso como ejemplo el suceso de José Ignacio, que se convirtió en “un centro mundial turístico, con valores que parecen irrisorios para lo que es el metro cuadrado en Uruguay”. “Ahí ves que con productos innovadores podés realmente armar un polo desarrollo. Si bien hoy suena medio utópico por la pandemia y la crisis turística, creo que habrá un efecto rebote una vez que se normalice”, agregó.
Pero la entrada en otros sectores más allá del residencial tiene detrás otro motivo menos evidente.
Los empresarios comentaron que hace 30 años las familias decidían mudarse a un barrio privado para vivir en un entorno “verde, rodeado de naturaleza”. Con el tiempo, la seguridad pasó a ser un factor cada vez más importante. Esto se vio reflejado en las inversiones de la empresa, que hace seis años apostó a la seguridad tecnológica de la mano de cámaras infrarrojas y radares, combinada con la física (guardias).
Leandro y sus hijos están convencidos de que la seguridad dejará de ser un problema en el largo plazo en Uruguay. Esta es la razón que los lleva a buscar ofrecer un valor agregado más allá de la seguridad y el mercado de barrios privados, que llegará a un tope.
“Si el día de mañana Uruguay es un país seguro, nosotros tendríamos el mismo valor agregado para ofrecer”, subrayó Ignacio Añón.
¿Qué opinan de la idea de segregación social que se tiene de los barrios privados?
Leandro. Eso es una película. Es como mirar algo de atrás de la reja. No solo tenemos integración con la gente que trabaja con nosotros, sino que somos una solución de laburo para la zona. Hay una oenegé que inventó y desarrolló el CAIF en Villa El Tato (Canelones), lo bancan y lo están ampliando. Hicieron una policlínica. Hay otro grupo de argentinos que no sabés lo solidarios que son, la plata que ponen a dos o tres instituciones acá en la vuelta, lo que empujan. Y más integración que el trabajo no hay. No hacemos ruido de eso pero hay un grupo de gente de buen poder adquisitivo, que tiene condiciones para ayudar.
Ignacio. Uruguay es muy distinto a Argentina. Nos contagiamos de la retórica argentina y Uruguay siempre fue un país republicano de clase media. Nunca hubo ricos y pobres y creo que esa imagen de “el rico de La Tahona vive segregado” es algo que pasa más en Argentina.
Leandro. Pero sí, existe esa mística de que acá estamos blindados. La gente lo que viene a buscar acá es tranquilidad, que a veces la ciudad ya no la tiene.
Sobre la noción de aislamiento o “burbuja” que se tiene de los barrios privados, Leandro piensa que el problema es el aumento de la inseguridad en las ciudades. “¿Es ese nuestro diferencial? Se jodió la ciudad. Para nosotros la seguridad es una cosa que está incorporada”, indicó.
Incorporación natural
Ignacio (37) era niño cuando participaba de los lanzamientos de los barrios de La Tahona. Contó que tanto su incorporación como la de sus hermanos al negocio se dio de forma natural.
“Se dio de forma tan natural que es difícil analizarlo. Participamos de todos los emprendimientos que desarrolló (Leandro)”, comentó.
Los tres hermanos empezaron a involucrarse por voluntad propia “en todos los detalles” de los emprendimientos de su padre al cumplir 18 años. Uno de los aportes de la nueva generación fue lanzar una estrategia comercial para Mirador de La Tahona, con precios “más accesibles”, que captaron un público de clase media. “Por lo general vendíamos los proyectos en tres años. Bajamos el precio y Mirador se vendió en un mes”, recuerda.
Uno de los desafíos de emprender en familia es el choque generacional. Pese a las discusiones que a veces provoca, es visto como una ventaja. “A ellos se les ocurren cosas que a mí no”, confesó Leandro. Ignacio no cree que un equipo de trabajo entre familiares se diferencie en mucho de cualquier otro.
La armonía y balance entre relación familiar y laboral “sale con naturalidad”: “No es algo que tenemos que forzar. Siempre fue así”. Es que para el empresario se trata más de la relación que exista entre las personas que de ser o no familiares. “Depende mucho más de las personas. Tenemos suerte de que a pesar de ser familia tenemos buena relación, pero me parece que va en la característica de cada uno más que en ser familia”, manifestó.
Una visita inesperada
A la media hora de entrevista sonó el timbre en el club house de Altos de la Tahona. La recepcionista abrió la puerta y dejó pasar a dos vecinos del barrio. Eran el excapitán de la selección uruguaya Diego Lugano y el exfutbolista uruguayo Gianni Guigou que entraron con termo y mate bajo el brazo, saludaron con el puño y se sentaron a esperar el fin de la entrevista para reunirse con Leandro e Ignacio. Los futbolistas, atentos a la charla, no se limitaron a ser meros oyentes y lanzaron algún que otro comentario.
“Es más barato vivir en La Tahona que en un apartamento en Pocitos”, dijo Lugano en respuesta a la idea de segregación que se tiene de los barrios privados.