Hay un dicho popular que rodea a las empresas familiares como una especie de ley. Algunos lo consideran hasta un maleficio. Cuando Leandro Añón, uno de los fundadores de La Tahona, habló de su deseo de “pasar a la retaguardia” y dejar la empresa en manos de sus hijos, a Ignacio Añón –uno de sus hijos– se le vinieron a la mente aquellas tan repetidas palabras: que el padre funda, el hijo hace crecer el negocio y el nieto lo hunde.
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