INTI OCON / AFP

Una canción urgente para Nicaragua

El país lleva casi un mes de violenta represión interna y persecución política que han llevado a una veintena de opositores tras las rejas

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25 de junio de 2021 a las 05:04

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Cuando yo era estudiante en los 80 Nicaragua era un tema ineludible. Los revolucionarios sandinistas al mando de Daniel Ortega habían derrocado a la dictadura de los Somoza y puesto fin a casi ochenta años de un intervencionismo ominoso de Washington que, desde la famosa Nota Knox en 1909, ponía y sacaba presidentes a su antojo. Hasta que en 1934 se quedó con el que le hizo el trabajo sucio de traicionar y fusilar al liberal patriota Augusto César Sandino: Anastasio Somoza padre (el ‘Tacho’), a la sazón jefe de la Guardia Nacional. 

“Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, habría dicho de él entonces el presidente Franklin D. Roosevelt.

Más allá del legado antimperialista de Sandino, Ortega y sus camaradas del Frente Sandinista nada tenían que ver con el pensamiento del revolucionario que a principios de los 30 había derrotado y expulsado al ejército de ocupación estadounidense. Aquel era un liberal nacionalista y estos, marxista-leninistas, pro soviéticos. 

A pesar de ello, o tal vez por eso mismo, gozaban de una gran propaganda en toda América Latina. Para mediados de los ochenta, la izquierda latinoamericana había construido toda una épica en torno al FSLN que se colaba por los salones de clase y las mesas de café; Ernesto Cardenal, el de los famosos “Epigramas”, el más grande poeta nicaragüense después de Darío, era ministro de Cultura de la revolución; y Silvio Rodríguez cantaba ‘Canción urgente para Nicaragua’ en recitales por todo el continente. 

¡Cuántos “paros por Nicaragua”! ¡Cuántos “Nicaragua Nicaragüita”! ¡Cuánta manija! 

Encima, The Clash titulaba por entonces uno de sus mejores álbumes ‘Sandinista!’.

Hoy “lo punk”, como se dice, lo rupturista, difícilmente podría pasar por apoyar al régimen de Ortega, que se ha convertido en un autócrata de manual. 

Por lo pronto lleva casi un mes (28 días) de violenta represión interna y persecución política que han llevado a una veintena de opositores tras las rejas, con especial hostigamiento de quien hasta hace poco encabezaba las encuestas para las presidenciales del 7 de noviembre,  Cristiana Chamorro, hija del mítico director de La Prensa Pedro Joaquín Chamorro, asesinado en 1978 por la dictadura de Anastasio Somoza hijo (el ‘Tachito’), y Violeta Barrios de Chamorro, ante quien en 1990 el Frente Sandinista perdió el poder en las urnas.

Ortega lo recuperó en 2007, también en elecciones, tras lo que ha copado todas las instituciones del Estado, los medios de comunicación y se ha perpetuado en el mando desatando la más brutal represión que Nicaragua haya visto en décadas; lo que, como quien se mira en un abismo, lo ha terminado mimetizando con el Somoza que de joven combatió. Hasta grupos de choque tiene, o como la gente los llama en Nicaragua, las tenebrosas “turbas”, que al estilo de los Tonton Macoute de François ‘Papa Doc’ Duvalier en el Haití de los 60, se dedican a perseguir, violentar a la gente en sus hogares y hasta a asesinar opositores. 

No pocos de estos forajidos a sueldo son responsables por las más 300 muertes que dejó la última ola represiva tras las protestas de abril de 2018.

Hipilla maquiavélica

La Rasputín del régimen es la esposa de Ortega, la desalmada Rosario Murillo, vicepresidenta en funciones desde 2016 y el verdadero poder detrás del trono. Taimada, pseudoespiritualista, mezcla de gitana venida a más con hippie chic, Murillo se ganó la “confianza eterna” de Ortega de la manera más vil que uno pueda imaginar: haciéndose cómplice del monstruo que durante casi dos décadas violó y abusó de su hija, Zoilamérica. 

Hija de Murillo con una pareja anterior a Ortega, Zoilamérica Narváez denunció a Ortega y a su madre en 1998. El testimonio es desgarrador; se estima que Ortega abusó de ella sexualmente, o directamente la violó, en más de mil quinientas ocasiones —durante varios períodos, en forma diaria— desde que tenía nueve años de edad, entre 1977 y 1996, con el consentimiento de Murillo.

O sea que mientras nosotros acá parábamos por Nicaragua, cantábamos Silvio y celebrábamos a Ortega y sus secuaces, este señor estaba violando sistemáticamente a una niña.

En el juicio, una jueza cercana a Ortega dictaminó la prescripción de la pena por denuncia fuera de tiempo, como si fuera cosa de todos los días iniciar acción legal contra Daniel Ortega en Nicaragua. Y Zoilamérica debió marchar al exilio en Costa Rica, donde vive desde entonces.

No acostumbro ni considero válido tomar episodios de la vida privada para juzgar a un gobernante. 

Pero en este caso no solo se trata de un dato demasiado siniestro, ¡tétrico!, para pasarlo por alto, sino que además creo que Ortega y Murillo le están haciendo ahora al país lo mismo que durante tantos años le hicieron a Zoilamérica.

Todo ha sido una patraña monumental e infame. Primero se valieron del legado antimperialista de Sandino para hacer la revolución e implantar un régimen marxista-leninista con apoyo soviético en plena Guerra Fría; lo cual, por angas o por mangas, terminó llevando al país a la debacle económica y social. 

Y luego aprovecharon la democracia incipiente —además de la crisis económica provocada por el huracán Mitch y la crisis moral provocada por el huracán de la corrupción— para recuperar el poder e inaugurar una nueva dictadura, esta vez de corte socialista del siglo XXI.

¡Pobre Nicaragua! ¿Quién le va a cantar ahora una canción urgente?

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