Una megaquinta orgánica en las sierras de Minas

Siguiendo el legado de su suegro, lo que Lía Riccetto produce en su predio, solo con recursos naturales, es para su familia y sus amigos

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22 de marzo de 2020 a las 05:00

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Hace 40 años Brígido Diano sembró por primera vez en la que hoy es una quinta orgánica modelo, certificada como tal, en Minas. Diano fue un vanguardista en eso, dado que recien varios años después la producción orgánica tomó mayor relevancia en la alimentación de las personas y se ha ido convirtiendo en algo más conocido.

Comenzó plantando lo clásico –como zanahorias, papas, ajo y cebollas–, pero llegó a tener de todo en la huerta. Plantó diversos frutales también. Su objetivo era tener muchos árboles. También produjo compost. No curaba absolutamente nada. Y cuando la gente le preguntaba por qué plantaba tantos árboles, él respondía: “Por los pájaros, por los gusanos y por nosotros”.

Diano falleció, pero desde el año 2000 la quinta la lleva adelante Lía Riccetto, su nuera, que la trabaja bajo las mismas condiciones de su suegro: utilizando cero productos tóxicos.

La chacra pertenece al establecimiento El Reposo, ubicado en el km 135 dela ruta 8, a pocos kilómetros de la ciudad de Minas.

Para seguir adelante con este proyecto, Riccetto debió estudiar e informarse sobre el cuidado de una quinta. Realizó varios cursos de huertas, de hierbas aromáticas y de hierbas medicinales. Todo lo aprendido lo volcó a su megaemprendimiento, que hoy es un hobbie, dado que su producción la reparte entre sus cuatro hijos y seis nietos y algunos amigos de la familia. No vende al público.

En cuanto tomó las riendas de la huerta, consiguió la certificación oficial de quintas orgánicas, otorgada por el Centro Uruguayo de Tecnologías Apropiadas, previa una inspección por el establecimiento.

La certificación de productos orgánicos es el respaldo que tienen los agricultores responsables de todo el mundo para demostrar un trabajo limpio de agrotóxicos.

Para obtener esa certificación, entre otras cosas, se requiere la no utilización de ese tipo de productos, ni de abonos no naturales, ni nada que sea químico.
“Mi huerta tiene un toque femenino: desde que comencé a trabajar en ella, empecé a emplear el mismo sistema que utilizo en mi cocina”, contó Riccetto a El Observador. 

La receta para el éxito 

Primero prepara la tierra con los compost que anteriormente había realizado, le agrega el humus, arena de arroyo y le pone lo que ella denomina “el royal” de la tierra: un poco de carbonato de calcio producido en la cantera familiar. Ese producto modifica el PH de la tierra, explicó. “Es muy poco lo que le hecho a la tierra de carbonato. Más bien lo espolvoreo. Es el royal de la tierra”, graficó.

Actualmente la quinta se está preparando para pasar el invierno, comentó. Y las labores actuales consisten en desarmar las tomateras que ya cumplieron con su producción anual.

Para realizar el mantenimiento de la quinta, se va dando vuelta la tierra e incorporando los tres productos (compost, humus y arena) para que cuando se vuelva a plantar –en agosto es cuando se trabaja al 100%–, la producción de la huerta tenga la tierra preparada y con una buena dosis de sol y aire acumulada.

La gran pregunta que le hacen las personas a esta especialista en huertas es qué abono utiliza para cosechar verduras tan buenas.

Su secreto es dejar descansar la tierra. Ponerle el compost, la arena y el humus y “media cucharadita de carbonato”. Luego da vuelta la tierra y espera uno o dos meses para volver a trabajarla. Una vez finalizado ese proceso, es hora de sembrar la tierra, “que va a estar en un estado y con una calidad espectacular”.

“Ese es mi secreto y por eso tengo un fruto final tan bueno, sin hacerle ningún proceso químico”, confesó.

La huerta se compone de 200 metros por 100 metros. Pero, además, el establecimiento tiene cerca de 140 frutales de todo tipo: ciruelos, damascos, durazneros, parrales de kiwis –que son de la época de su suegro–, tangerinos, pomelos rojos, pomelos amarillos, limones y, entre otros, un naranjo de parral, que su suegro lo trajo hace muchos años desde Brasil.

En el invernáculo –100% natural, dado que no tiene calefacción– produce las papayas, los famosos mamones brasileros.

También tiene toda clase de verduras, desde zanahorias, remolachas, puerros, espárragos y hasta diversas hierbas aromáticas.

Una tercera generación 

A una de las nietas de Lía Riccetto le gusta mucho el tema de las plantas y, junto a su abuela, intercambian plantines para que la niña los enseñe en la escuela. Para saber si esa niña le dará continuidad a esta huerta familiar, que lleva 40 años y dos generaciones enriqueciéndola, habrá que esperar algunos años más.

Los yerberos

En esa extensa lista, tal vez lo que más llama la atención de la megaquinta de Riccetto son los árboles yerberos.

Su marido quería tener un monte indígena y cuando comenzó a armar un parque se le ocurrió comprar esos yerberos. Son cuatro y al ser árboles muy delicados cuando hay heladas están plantados junto a otros árboles nativos, para que los protejan del frío.

Al momento no son muy grandes, miden algo más de un metro, por lo tanto no han probado su producción.
Riccetto es optimista en que logrará hacerlo, porque los árboles están mostrando un buen desarrollo. Y para cuando lo haga ya conoce el procedimiento: “Hay que sacar las hojas, ponerlas en un secadero y ahumarlas con árboles de Quebracho o alguna madera autóctona, que le da un sabor especial. Al menos ese era el método que se usaba anteriormente para consumir los yerberos”, contó.

Por ahora, un hobbie

Por ahora es un emprendimiento familiar, y para su dueña un hobbie. “Para mí es una satisfacción haber logrado esto, el retorno de la tierra, que es lo más noble que hay”, aseguró.

Mantener una huerta no es un trabajo menor y, al principio, conseguir a alguien para ayudarla con las labores no fue fácil. Con el tiempo encontró una persona que  disfruta de la huerta y de la tierra tanto como ella. Sin embargo, siempre está en busca de personas que quieran aprender todo lo que ella tiene para enseñar.

El retorno vale la pena

A lo largo de su vida, Riccetto tuvo la oportunidad de hacer muchos cursos y ha dedicado su vida a este emprendimiento, porque, según contó, “el retorno vale la pena”.

Para sacar mayor provecho de todo su conocimiento, trabajó en huertas comunitarias y formó un grupo de mujeres, y logró que algunas de ellas armaran su huerta particular.

También tuvo la oportunidad de enseñarle a unas ingenieras agrónomas que querían aprender sobre la quinta. Por eso, durante el año pasado brindó un curso de dos semanas en el que impartió conocimientos, desde el momento en el que se da vuelta la tierra. Su teoría es “para saber mandar hay que saber hacer”.

“Enseño desde el momento de agarrar una pala de diente. Plantar un frutal no es hacer un pozo, meterlo y esperar a que crezca. No es así nomás. Para tener éxito tenés que poner varias cosas de uno mismo”, aseguró.

Por el momento será ella quien se siga haciendo cargo del emprendimiento. “Soy una  persona mayor, mis hijos también son grandes. Ninguno vive conmigo, uno está en Estados Unidos, otro en Flores, otra en Montevideo. La única que vive en Minas tiene un vivero forestal que le insume el 100% de su tiempo. Por eso, esto es lo mío y nada más”, narró. 

El compost

Todos los procesos de la quinta provienen del trabajo familiar, y el compost también. Todo lo que se corta, como pasto, podas y frutas o verduras que no sirven para el consumo, todo se destina a la elaboración del compost. Luego de un año, aproximadamente, toda esa producción se desintegra hasta formar una tierra parecida al tabaco. “Esa tierra es espectacular y se genera con todo lo que no sirve. Es realmente maravilloso es proceso de descomposición”, indicó Lía Riccetto.
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