Salvatore

Urexit

Columna de opinión publicada en El Observador Agropecuario

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08 de julio de 2016 a las 05:00

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En contra de todos los razonables análisis económicos, políticos y sociológicos que se pueden hacer respecto al Brexit, no puedo evitar ponerme de pie para saludar la decisión del gran pueblo británico. Este arresto de independencia y valor para buscar su propio destino encuentra sus raíces en la mejor historia de esa nación.

Por Luis Romero Álvarez, especial para El Observador

Está representado en la afirmación de Churchill a De Gaulle, en plena segunda guerra mundial: "Cada vez que tengamos que elegir entre Europa y el mar abierto, elegiremos el mar abierto".

No es casualidad que un pueblo así pudo enfrentar con éxito primero al imperio español en su época de mayor gloria, luego al imperio francés conducido por el genio militar Napoleón y finalmente al poderío alemán de la época nazi.

Tampoco es por la fuerza del azar que la Revolución Industrial, con la cual Occidente pasó de largo al resto del planeta en crecimiento económico, haya nacido en esa isla. Allí mismo le pusieron a un rey por primera vez una Constitución que lo frenara y luego un Parlamento que defendiera al ciudadano de a pie.

Gran Bretaña entró a la Comunidad Europea con grandes dudas, incluso conservando su propia moneda y no aceptando participar en rescates de miembros endeudados. Aun así, no pudo tolerar el futuro predicho por Max Weber, según el cual, la burocracia iba a triunfar, dominando al mundo.

La Comunidad Europea es una gran construcción burocrática que, como corresponde a su esencia, quiere expandirse más, regulando más, planificando más, controlando más. La verdad es que personalmente no me gusta la burocracia, desconfío de las autoridades, prefiero defender al individuo frente a la masa (el colectivo, como se dice ahora), me rechinan las regulaciones y me sublevan los controles y penalidades que las burocracias quieren aplicar a todos salvo a la propia burocracia (las empresas públicas no se ligan multas, las intendencias tampoco y los ministerios menos, pero todos incumplen normas y ordenanzas todo el tiempo).

Por todo eso respeto mucho la decisión británica, tomada básicamente por los viejos ingleses y no por los jóvenes postmodernos globalizados. Y me quedo pensando en el Urexit del Mercosur. Hoy un productor de arroz en Brasil vende su bolsa del cereal a 16 dólares mientras su colega uruguayo enfrenta un precio de su bolsa del mismo arroz de US$ 10,45 con costos más altos. ¿Para esto queremos Mercosur? No nos mientan más.

¿No era mejor el tiempo del Cauce y el PEC cuando vendíamos y comprábamos sin aranceles entre vecinos y nada más, como ahora hace Chile con el Mercosur? ¿No necesitamos en Uruguay ese espíritu indómito y corajudo de salir a ganar nuestro propio destino, sin tener que pedirle permiso al canciller de al lado antes de dar un paso?

Claro, la respuesta depende de quién la dé: los funcionarios públicos adoran la burocracia propia e internacional y siempre la justifican porque ella los ampara en su mundo seguro y lleno de beneficios; pero los empresarios que deben crear su propio sustento no lo ven así, salvo los que viven de rentas estatales o los que aprendieron a corromper al sistema.

Y los trabajadores si consiguen pensar en el futuro y desatarse del interés de hoy, también verán que el Estado no crea riqueza y que para prosperar, no sólo hoy sino también mañana, hay que tener empresas privadas fuertes y empresarios exitosos.

La verdad es que creo que los ingleses nos dieron una lección. Ahora van a hacer acuerdos de libre comercio con EEUU, China, Canadá, Mercosur y muchos otros, mientras Europa pasó los últimos 43 años negociando todos esos acuerdos sin firmar ninguno.

Y entonces Gran Bretaña, abierta al mundo y al comercio, va a crecer más, mucho más que Europa, enredada en sus problemas. El humanismo liberal al que se afilian estos ingleses del Brexit defiende la libertad, mientras que el humanismo socialista que está predominando en Europa defiende la igualdad.

¡Viva la libertad! Recuperemos como país, la bandera de Artigas: libertad o muerte.
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