El aterrizaje en las Islas Malvinas
A pesar de las dificultades técnicas y la escasez de combustible, la aeronave finalmente alcanzó las Islas Malvinas tras más de dos horas de vuelo adicional. El 28 de septiembre a las 08:42, el Douglas DC-4 aterrizó en una pista de carreras de caballos, ubicada cerca del poblado de Puerto Stanley (conocido hoy como Puerto Argentino), en las Malvinas. El aterrizaje fue accidentado, ya que la pista improvisada no estaba preparada para recibir un avión de ese tamaño, pero no se produjeron mayores daños.
Una vez en tierra, los secuestradores descendieron del avión utilizando sogas y se atrincheraron alrededor de la aeronave. Portaban banderas argentinas que izaron en diferentes puntos cercanos al avión y en los alambrados de la zona, como símbolo de la reivindicación territorial. A la vista de los habitantes locales, conocidos como kelpers, el grupo distribuía panfletos en inglés explicando que no eran una fuerza de ocupación violenta, sino un grupo de jóvenes que buscaban reclamar lo que consideraban legítimamente suyo: la soberanía argentina sobre las islas.
Los secuestradores también tomaron como rehenes a algunas de las autoridades locales, entre ellas el jefe de policía y un oficial de los Marines británicos que se encontraban en la zona. El ambiente, aunque tenso, se mantenía controlado; no se registraron incidentes violentos ni enfrentamientos entre el grupo y las fuerzas locales.
Tras el aterrizaje en las Islas Malvinas, el grupo de secuestradores, liderado por Dardo Cabo, comenzó a tomar control de la situación en tierra. Una de sus primeras acciones fue rebautizar el lugar como Puerto Rivero, en honor a Antonio Rivero, el gaucho argentino que en 1833 había liderado una breve resistencia contra las fuerzas británicas tras la ocupación de las islas. La elección del nombre buscaba reforzar el sentido histórico y simbólico del operativo, apuntando a una narrativa de resistencia nacional que databa de más de un siglo atrás.
Mientras los secuestradores izaban banderas argentinas y desplegaban panfletos explicativos, los habitantes locales comenzaron a acercarse al lugar para observar qué estaba ocurriendo. El grupo argentino buscaba dejar en claro que su acto no debía interpretarse como un ataque o una amenaza directa, sino como una manifestación simbólica en reclamo de soberanía. Sin embargo, algunos isleños fueron tomados como rehenes por precaución, entre ellos el jefe de policía y un oficial de los Marines británicos, quienes intentaron evaluar la situación.
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El Comando Cóndor con la bandera argentina que flameó en Malvina
Héctor Ricardo García/Diario Crónica
En el transcurso de las primeras horas de ocupación, el grupo también hizo uso de la radio del avión para transmitir un mensaje a las autoridades en el continente. En él, confirmaban que el Operativo Cóndor había sido un éxito, y que tanto los pasajeros como la tripulación se encontraban en buen estado. El mensaje llegó a ser captado por el radioaficionado Anthony Hardy, quien retransmitió la señal desde las islas hacia Trelew, Punta Arenas y Río Gallegos. De esta manera, las noticias de lo que estaba ocurriendo en las Malvinas no tardaron en llegar a Buenos Aires, provocando un revuelo mediático inmediato.
El mensaje fue claro: "Operación Cóndor cumplida. Pasajeros, tripulantes y equipo sin novedad. Autoridades inglesas nos consideran detenidos. Jefe de Policía e Infantería tomados como rehenes por nosotros hasta tanto gobernador inglés anule detención y reconozca que estamos en territorio argentino". A medida que las horas pasaban, la situación en las islas se tornaba cada vez más delicada, ya que la Fuerza de Defensa de las Islas Malvinas comenzó a movilizar a sus efectivos, rodeando el avión y posicionando civiles armados en las cercanías.
El conflicto, aunque todavía en una etapa relativamente pacífica, se veía cada vez más tenso. Durante la mañana del 28 de septiembre, los secuestradores hicieron un llamado solicitando la presencia del padre Rodolfo Roel, un sacerdote católico de origen neerlandés que oficiaba en las islas. La intención de Cabo y su grupo era buscar una mediación pacífica que evitara un desenlace violento. Roel accedió a visitar a los jóvenes y a realizar una misa en español en el interior del avión, brindando a los secuestradores un momento de calma en medio de una situación incierta.
La respuesta británica y la mediación del sacerdote
Mientras el gobernador británico Cosmo Haskard regresaba apresuradamente a Puerto Stanley, las fuerzas locales comenzaron a organizarse para enfrentar la situación. Aunque al principio no hubo un enfrentamiento directo, la postura británica fue clara: no permitirían que la ocupación simbólica se prolongara. A las 04:30 del 29 de septiembre, Haskard emitió un comunicado exigiendo la rendición incondicional del grupo argentino. En su mensaje, el gobernador advirtió que las fuerzas británicas habían recibido órdenes de disparar si los secuestradores intentaban salir del avión o continuar con la ocupación.
El ultimátum no surtió efecto inmediato, ya que el grupo liderado por Cabo se negó rotundamente a entregar las armas o a capitular ante las autoridades inglesas. En su lugar, solicitaron más tiempo para negociar una salida que no involucrara una rendición formal. En ese contexto, el padre Roel fue nuevamente convocado para servir como mediador, buscando calmar los ánimos y facilitar un diálogo entre ambas partes.
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Andrés Castillo y Dardo Cabo durante el Operativo Cóndor
Héctor Ricardo García / Crónica
Durante la tarde del 29 de septiembre, las negociaciones alcanzaron un punto crítico. A medida que la tensión en el exterior del avión aumentaba, los secuestradores comenzaron a barajar la posibilidad de entregar las armas bajo ciertas condiciones, con la esperanza de evitar un enfrentamiento directo. Finalmente, se llegó a un acuerdo: los jóvenes dejarían las armas en el avión, el cual consideraban territorio argentino, y serían acogidos por la Iglesia Católica, quedando bajo la custodia del padre Roel.
Los secuestradores fueron trasladados a una iglesia local, donde permanecieron bajo vigilancia durante las siguientes horas. Según el acuerdo alcanzado, ninguno de los jóvenes entregó las banderas argentinas que habían izado en las inmediaciones del avión, las cuales consideraban un símbolo de la misión cumplida. En lugar de rendirse, Cabo y su grupo salieron del avión con las banderas en mano, entonando el himno nacional argentino mientras marchaban hacia el lugar de su resguardo.
El desenlace del operativo tuvo un amplio impacto mediático en Argentina. La noticia del desvío del avión y la ocupación temporal de las Malvinas se había difundido rápidamente, generando una cobertura masiva en los medios de comunicación. Héctor Ricardo García, fundador del diario Crónica y testigo presencial de los hechos, se encargó de documentar cada detalle de lo sucedido, publicando una extensa crónica en las ediciones del diario y en la revista Así. El titular "Yo vi flamear la bandera argentina en las Malvinas" capturó la atención del público y avivó el debate sobre la soberanía argentina en el Atlántico Sur.
El regreso al continente
El 1 de octubre de 1966, dos días después del desvío del avión, los jóvenes del Operativo Cóndor fueron finalmente trasladados desde la iglesia hasta el buque argentino ARA Bahía Buen Suceso, que los aguardaba en alta mar. El traslado se realizó en una lancha británica, que los llevó desde la costa de Puerto Stanley hasta el barco argentino. Durante el traspaso, Dardo Cabo entregó las banderas argentinas al almirante José María Guzmán, quien las recibió en una ceremonia informal pero cargada de simbolismo. "Señor gobernador de nuestras islas Malvinas, le entrego como máxima autoridad aquí de nuestra patria, estas siete banderas. Una de ellas flameó durante 36 horas en estas islas y bajo su amparo se cantó por primera vez el Himno Nacional", fueron las palabras de Cabo en ese momento.
El regreso del grupo al continente fue discreto, pero las repercusiones del operativo seguían generando eco en el ámbito político y social. En Buenos Aires, las manifestaciones en apoyo a los jóvenes no se hicieron esperar. Aunque el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía emitió un comunicado rechazando la acción del grupo, numerosas manifestaciones populares en ciudades como Buenos Aires, La Plata y Córdoba celebraron el operativo como una muestra de coraje y nacionalismo.
Tras el regreso del grupo al continente, los 18 integrantes del Operativo Cóndor fueron detenidos y enviados al Penal de Ushuaia, en Tierra del Fuego. El juicio comenzó semanas después, y los cargos principales incluyeron privación de la libertad calificada y tenencia de armas de guerra. Sin embargo, como el secuestro de un avión no estaba tipificado en la legislación argentina de la época, la acusación más importante no pudo ser formalizada, lo que contribuyó a que las penas fueran relativamente leves. La mayoría de los secuestradores recuperó su libertad tras pasar nueve meses en prisión preventiva.
No obstante, algunos de los líderes del grupo, como Dardo Cabo, Alejandro Giovenco y Juan Carlos Rodríguez, permanecieron encarcelados durante tres años debido a sus antecedentes judiciales. Durante su estadía en prisión, Cabo se casó con su compañera de operativo, Cristina Verrier, en una ceremonia realizada en el penal.
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Héctor Ricardo García, fundador y director del diario Crónica
A nivel político, el Operativo Cóndor generó una gran incomodidad para el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía, que había asumido el poder solo tres meses antes, tras derrocar al presidente constitucional Arturo Illia. Onganía, un militar que planeaba establecer una dictadura de largo plazo bajo el lema de la Revolución Argentina, se vio sorprendido por el amplio apoyo popular que recibió el operativo, a pesar de que su gobierno lo condenó oficialmente.
Una de las circunstancias más incómodas fue la presencia en el país del príncipe Felipe de Edimburgo, esposo de la reina Isabel II, quien se encontraba de visita en Argentina en su calidad de presidente de la Federación Ecuestre Internacional, asistiendo a un campeonato mundial de equitación. La coincidencia del secuestro del avión y la presencia de un miembro de la familia real británica en suelo argentino amplificó la tensión diplomática. El gobierno británico, por su parte, decidió incrementar su presencia militar en las islas, expandiendo el destacamento de Marines Reales de seis a cuarenta efectivos.
El destino de los protagonistas
El futuro de los participantes del Operativo Cóndor fue variado y, en algunos casos, trágico. Dardo Cabo, quien había sido un joven militante destacado en las filas del peronismo nacionalista, continuó su participación en la política y en grupos armados. En la década de 1970, se unió a la organización guerrillera Montoneros. Sin embargo, su vida llegó a un abrupto y violento final en 1977, durante la dictadura militar autodenominada Proceso de Reorganización Nacional. Cabo fue abatido junto con otros detenidos en un supuesto intento de fuga durante un traslado, un modus operandi utilizado frecuentemente por las fuerzas represivas de la dictadura.
Otros miembros del grupo también tuvieron destinos difíciles. Alejandro Giovenco, quien había participado activamente en el operativo, murió en 1974 cuando una granada que manipulaba explotó accidentalmente. Por otro lado, Andrés Castillo, otro de los secuestradores, fue uno de los fundadores de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) y sobrevivió a la represión de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los centros clandestinos de detención más notorios de la dictadura.
El Operativo Cóndor, a pesar de su fracaso en términos de lograr un cambio en la situación de las Islas Malvinas, dejó una huella indeleble en la historia argentina. Para muchos, simbolizó la reivindicación de un derecho territorial largamente disputado; para otros, fue un acto temerario y peligroso que complicó la posición diplomática de Argentina en el escenario internacional. En cualquier caso, el hecho de que un grupo de jóvenes decidiera llevar adelante una misión tan arriesgada reflejaba el clima de época, un momento de fuerte convulsión política y social en el país.