En Argentina, el tiempo de las excusas parece haber terminado. Mientras el gobierno despide a 15 empleados de Intercargo por medidas de fuerza y evalúa la intervención de Aerolíneas Argentinas, lo que vemos es una determinación política clara para frenar lo que ellos consideran "mecanismos de extorsión". Este es un mensaje directo, que busca contener a los caudillos sindicales como Pablo Biró, cuya posición intransigente pone en jaque a la aerolínea de bandera. No hay margen para el lockout sindical: el riesgo de que los sindicalistas se "lleven puesta" la empresa es real.
Ricardo Cirielli, una voz respetada del sector, advierte sobre los efectos de estos personalismos que podrían desestabilizar la compañía. Desde el gobierno, el ministro Luis Caputo anticipa: “En la Argentina que estamos construyendo no vamos a permitir estos mecanismos de extorsión”. Sin embargo, este enfoque del Ejecutivo no solo abre un frente con los sindicatos; también implica una visión integral de las finanzas del país, enfocada en una estrategia de superávit fiscal que, al menos en la teoría, debería generar un círculo virtuoso.
Una economía que, por primera vez, se apoya en el superávit fiscal
El panorama económico actual nos enfrenta a una pregunta crucial: ¿puede Argentina sostener su estabilidad solo con un superávit fiscal? Desde un enfoque monetarista, algunos economistas consideran que el gobierno está evitando una mayor caída del dólar para proteger la economía real. Con el superávit primario y financiero, la administración actual asegura que este enfoque es esencial para consolidar un modelo sostenible a largo plazo, en el que el dólar no debería ser el único termómetro.
Economistas como Ricardo Arriazu han resaltado que Argentina, con este esquema, se "va a volver cara" y que la competitividad no puede lograrse únicamente por la apreciación de la moneda. Es decir, la estabilidad de la economía debería venir de la productividad real, no de ajustes artificiales en el tipo de cambio. Este es un camino más largo, un desafío para el empresariado argentino, que ahora debe mejorar su competitividad mediante innovación y eficiencia.
La dependencia de nuestra economía frente a los gigantes internacionales, como Estados Unidos y China, se ha vuelto más evidente. En un contexto en el que el dólar podría revalorizarse globalmente bajo la política de EE.UU., Argentina enfrenta una disyuntiva: una moneda fuerte podría significar una pérdida de competitividad en exportaciones, mientras que una moneda débil afectaría la estabilidad interna. En este delicado equilibrio, el gobierno mantiene una posición fiscalista férrea, sin precedentes recientes, con la esperanza de que un superávit fiscal sólido permita contener el impacto de la inflación sin controles de precios drásticos ni restricciones extremas.
Un desafío fiscal y sindical para el gobierno
La promesa del gobierno es una economía donde los impuestos bajen gracias a una reducción estructural del gasto público. No obstante, este desafío parece tan complicado como el equilibrio monetario. La Argentina "es cara en impuestos", no en dólares, sostienen algunos expertos. ¿Cómo reducir impuestos cuando el gasto público es tan alto y los ingresos fiscales son insuficientes para cubrir el déficit estructural? Es el clásico perro que se muerde la cola.
Es evidente que el camino hacia la estabilidad no será fácil ni rápido. Desde los despidos en el ámbito aeroportuario hasta la posibilidad de reformular la gestión de Aerolíneas Argentinas con la intervención de Austral o una nueva empresa estatal, el gobierno parece decidido a implementar cambios profundos. Pero la pregunta sigue abierta: ¿se sostendrá esta determinación cuando los costos políticos se vuelvan inevitables? En Argentina, ningún ajuste es simple, y el peso de los conflictos sindicales y económicos sigue siendo una carga pesada para cualquier administración.
Los industriales y empresarios, por su parte, miran hacia afuera en busca de una mayor competitividad. Algunos ya se cuestionan si no sería mejor convertirse en importadores que en productores locales. La devaluación del real brasileño y la crisis del mercado automotriz son ejemplos de los desequilibrios externos que impactan en nuestra economía, y que nos obligan a repensar nuestra competitividad y el rol del Estado en un mercado global cada vez más demandante.
Conclusión: en busca de un equilibrio que aún no llega
La Argentina enfrenta hoy un desafío que exige firmeza, pero también una visión de largo plazo. A diferencia de otros tiempos, parece que hay una voluntad real de cambio y un intento de gestionar los conflictos sin las herramientas que llevaron a crisis anteriores, como el control de precios o las confiscaciones. Sin embargo, las economías no son de laboratorio; cada ajuste o política tiene impactos que no siempre pueden preverse ni evitarse.
En este escenario de transición, las expectativas crecen y el reloj corre. Un superávit fiscal sólido, mejoras en la competitividad real y un ajuste en la relación con el sindicalismo parecen ser las claves para alcanzar la estabilidad. Pero Argentina sigue en el laberinto de sus crisis cíclicas. Solo el tiempo dirá si esta vez lograremos salir.