La obispa de Londres, Sarah Mullally, ha sido nombrada este viernes como la nueva arzobispa de Canterbury, lo que la convierte en la primera mujer en liderar la Iglesia Anglicana y en la figura espiritual máxima de los anglicanos a nivel mundial, según lo anunciado por el gobierno británico.
El relevo de Justin Welby
Mullally, de 63 años, madre de dos hijos y exenfermera, reemplazará a Justin Welby, quien se vio forzado a renunciar en noviembre de 2024 debido a su gestión del escándalo relacionado con agresiones físicas y sexuales. Welby, de 68 años, fue una figura clave en la Iglesia Anglicana y presidió varios eventos reales, incluidos el funeral de la reina Isabel II y la coronación de Carlos III.
Una carrera dedicada a la fe
La nueva arzobispa, que dejó su carrera como enfermera en 2004 para dedicarse por completo al sacerdocio, se convierte en la 106ª persona en ocupar el cargo de arzobispo de Canterbury. En un comunicado oficial, Mullally expresó sentirse "en paz" con la "gran responsabilidad" que asume, confiando en "Dios para cumplir con la tarea".
El escándalo que marcó la renuncia de Welby
El escándalo que desencadenó la renuncia de Welby está relacionado con las denuncias de abuso sexual y físico de menores por parte de John Smyth, un abogado vinculado a la Iglesia Anglicana. Smyth, que organizaba campamentos para niños y jóvenes, abusó de al menos 130 personas entre la década de 1970 y 2010, en el Reino Unido y África, principalmente en Zimbabue y Sudáfrica. A pesar de que la Iglesia Anglicana fue informada de estos abusos en 2013, una investigación reveló que muchos responsables conocían los hechos desde la década de 1980 y decidieron encubrirlos.
El informe concluyó que el arzobispo de Canterbury en funciones en 2013, Justin Welby, "podría y debería haber denunciado" los hechos ante la policía. A raíz de este escándalo, el liderazgo de la Iglesia Anglicana se vio afectado y la necesidad de un cambio en la cúpula fue evidente.
Con este nombramiento, Sarah Mullally marca una nueva etapa en la historia de la Iglesia de Inglaterra, llevando consigo el reto de restaurar la confianza en la institución y abordar los desafíos internos que han marcado los últimos años de la organización.