17 de junio 2025 - 8:52hs

Las últimas desventuras de Pedro Sánchez y Cristina Kirchner ocuparon tanto la primera plana de los periódicos como el prime time de las televisiones de sus respectivos países.

Y, como no podía ser de otra manera, también se colaron en el debate de las redes sociales, donde suele transcurrir lo más sugerente y creativo, cuando no lo más malicioso.

De todos modos, en ningún caso ni en cualquier formato hubo buenas noticias para ellos.

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Aun sin conocer el final de la trama, pareciera que presenciamos las etapas finales de sus liderazgos. Sin embargo, ambos transitan momentos diferentes.

La expresidenta argentina, ya fuera del poder, se encuentra condenada y próxima a cumplir prisión domiciliaria, beneficio que le corresponde por su edad avanzada.

El español, en cambio, aún se mantiene al frente del gobierno. Aunque, conociendo sus antecedentes —el Frank Underwood ibérico—, nadie puede asegurar cuánto tiempo logrará sostenerse, sobre todo porque su mandato formal concluye recién a fines de 2027.

Pedro Sánchez enfrenta crecientes acusaciones que salpican a su esposa y a su hermano. En paralelo, ha intentado desacreditar y presionar al Poder Judicial. Hasta ahora ha logrado surfear esa ola —y también la de las crisis nacionalistas—, pero las esquirlas del caso Santos Cerdán finalmente lo alcanzaron de lleno.

Cristina, dos veces presidenta y hasta hace un año y medio vicepresidenta del país, transita con velocidad los tramos finales de su vida política. La justicia argentina —con una mayoría de jueces y fiscales que ella misma o su difunto marido designaron— la condenó a seis años de prisión en un juicio que demoró hasta lo indecible.

Mientras Cristina pelea en una realidad social y política que ya no reconoce —y que, definitivamente, no es la que forjó su liderazgo—, Pedro Sánchez continúa beneficiándose de combatir en el ring que él mismo supo diseñar.

Pedro todavía tiene carrete, pero eso algún día cambiará.

Ya lo sabe Cristina: el poder se pierde con la misma velocidad que se esfuma la lealtad, y cuando eso ocurre, nadie responde al llamado.

La política, como la venganza, es implacable con los derrotados y sabe esperar: el plato se sirve frío.

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Cristina Kirchner, luego de la confirmación de su condena a prisión por corrupción.

Cristina Kirchner, luego de la confirmación de su condena a prisión por corrupción.

Del Olimpo al abismo

En general, pueden identificarse tres fases en la parábola de los políticos.

La primera transcurre entre la épica del ascenso y el pico de popularidad: es el momento en que el líder se vuelve inmune e impune. No importa cuánto se equivoque, destruya o robe, ni cuán visibles sean los defectos que unos pocos opositores se animan a señalar en voz alta.

La segunda fase es la caída. En ese momento, ni los mejores argumentos evitan el desprecio generalizado y, a veces, el linchamiento.

Así como en la primera etapa “los amigos del campeón” florecen por todos lados, en la caída no queda nadie, o apenas los más fanáticos. La justicia avanza, las delaciones se acumulan y las traiciones se vuelven rutina.

En el caso de Sánchez, reina la incertidumbre. Es un hombre joven, y queda por ver cómo y cuándo abandonará el poder para hacerse cargo de los platos rotos de su gestión, que no son pocos. Aunque, tratándose de Pedro Sánchez —de profesión: superviviente—, no habría que descartar sorpresas o reinvenciones.

La tercera fase de esta parábola suele comenzar muchos años después del apogeo y la caída, y por lo general se inicia tras la muerte de los líderes.

Cuando las pasiones se han apagado y las grietas ya no importan —porque las nuevas generaciones están enfrascadas en otras batallas—, incluso quienes vivieron aquellos años comienzan a verlos desde otra perspectiva.

La historia y el tiempo terminan por poner todo en su lugar, y recién entonces —cuando todo ha terminado— comenzará a construirse el legado definitivo.

Todo indica que el camino recorrido por Adolfo Suárez en España y Raúl Alfonsín en Argentina —auge, caída y una mirada benévola post mortem— no será el que transiten Pedro ni Cristina. Aunque, por ahora, es difícil saberlo con certeza.

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Santos Cerdán, Pedro Sánchez y Miriam Nogueras
Santos Cerdán, Pedro Sánchez y Miriam Nogueras

El peligro de la omnipotencia

En su afán por detener lo inevitable y mantenerse en el poder a toda costa, los líderes abren puertas inconvenientes.

Así, la degradación empieza a ocupar el lugar que antes pertenecía a la política, al debate de ideas y a la gestión de gobierno.

En los audios filtrados por la Guardia Civil española, algunos implicados detallan cómo parte del dinero proveniente de comisiones por contratos públicos —la mordida— se destinaba a fiestas con 'putas y cocaína', cenas opulentas y hoteles de lujo. Una celebración grotesca del delito.

Aunque aún no hay pruebas que involucren directamente a los dirigentes del PSOE, sus nombres se deslizan en las conversaciones con una naturalidad que delata costumbre y complicidad.

Más allá de lo legal, el caso exhibe un paisaje de impunidad, corrupción ramplona y una obscenidad que desmiente cualquier discurso de compromiso con lo público como con lo ideológico.

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Alberto Fernández y Cristina Kirchner, ex presidente y vice de Argentina.
Alberto Fernández y Cristina Kirchner, ex presidente y vice de Argentina.

Y apenas parece la punta de iceberg

Cristina Kirchner encabezó un esquema de corrupción de magnitudes inimaginables que comprometió penalmente a todo su círculo político, al de su marido —también expresidente— e incluso a su propia familia.

Además, llegó a designar como candidato a la presidencia a un dirigente totalmente amoral y sin ninguna calificación para ocupar el cargo, solo porque pensó que podría controlarlo fácilmente.

Así fue como Alberto Fernández condujo al país en una de las cuarentenas más irresponsables del mundo durante la pandemia de COVID-19.

Mientras tanto, en paralelo, organizaba fiestas privadas en la residencia presidencial y golpeaba a su esposa, todo esto mientras pronunciaba discursos grandilocuentes sobre el fin del patriarcado.

Cuando Cristina decidió romper el vínculo con su propia marioneta, el entonces presidente continuó entregado a su vida de placeres y desvaríos, mientras ella se desentendía de toda responsabilidad gubernamental, aunque sin renunciar al cargo de vicepresidenta.

Hay algo en común entre los últimos tiempos en el poder de Cristina Kirchner y la actualidad de Pedro Sánchez: la progresiva sustitución del ejercicio de gobierno por la mera supervivencia narrativa.

A medida que el poder real se erosiona, lo absurdo y lo grotesco comienzan a ocupar un lugar central.

Las instituciones se vacían, los escándalos se naturalizan y la sociedad pierde toda conexión con el gobierno de su país.

En ese escenario, los líderes ya no gobiernan ni lideran: se atrincheran en lo que fue, se refugian en las palabras y esperan resistir lo inevitable, como detenidos en un tiempo que ya no les pertenece.

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