Provenientes del norte de Europa, trajeron una forma práctica de transportar y conservar alimentos, especialmente para las grandes travesías por mar y tierra.
Fue ese método de elaboración de empanadas que se adaptó a la gastronomía gallega con su masa y relleno sellados, tal como la utilizaban en sus desplazamientos.
La empanada gallega aparece mencionada ya en el Codex Calixtinus, considerado uno de los documentos más importantes de la historia del arte y la cultura europea de la Edad Media, especialmente relacionado con el Camino de Santiago.
De hecho, en La Catedral de Santiago de Compostela se encuentran tallas que representan empanadas del siglo XII, mostrando su importancia histórica en la cultura gallega.
A esta preparación se la nombraba como alimento habitual en los hospedajes y monasterios.
Era ideal por su capacidad de conservarse durante los largos trayectos. Su origen tiene lógica: una masa de pan que envuelve un guiso, protegido del polvo, y resistente al calor o al frío.
A diferencia de otras empanadas, especialmente las que conocemos en América Latina tras la conquista, la versión gallega mantiene su fidelidad a la masa de pan (con levadura), que al hornearse queda bien firme, dorada y levemente crocante, capaz de absorber los jugos del relleno, pero sin romperse. Este punto es clave para entender su singularidad.
Los ingredientes atlánticos
La empanada gallega tradicional se prepara con una masa hecha a base de harina, agua, levadura y aceite de oliva.
El relleno se compone, casi siempre, de un sofrito de cebolla, pimientos y tomate, cocinado con aceite que luego se integra a la masa, aportando color y sabor.
Sobre esa base se añaden los ingredientes principales: xoubas (unas sardinas pequeñas gallegas ), atún, pulpo, bacalao o incluso carne de cerdo, según la zona y la temporada.
Las variantes según la región son numerosas: en La Coruña predomina la empanada de xoubas; en Lugo, las de carne o listos (relleno de panceta de cerdo, chorizo, y a veces cebolla o pimiento rojo); en Ourense, se apuesta por combinaciones con embutidos; mientras que en Pontevedra, la de zamburriñas es un manjar casi obligatorio.
Todas comparten un rasgo: no hay empanada gallega sin sofrito. No es solo un relleno, es una declaración de principios culinarios irrenunciable.
Más que un plato, una memoria colectiva
En Galicia, la empanada no es comida de lujo ni de moda: es plato de reunión, de campo, de romería.
Aparece siempre. Se lleva al mar, se comparte en ferias y es habitual que se horneen en hornos de leña de panaderías, que conservan las recetas y los secretos de abuelas .
Pero también se instaló en los restaurantes de alta cocina.
El chef con estrella Michelin, Pepe Solla, en su restaurante Casa Solla, ha reversionado la empanada manteniendo intacta su alma: “Lo importante no es innovar por innovar, sino respetar la memoria del gusto”, ha dicho.
¿Dónde probar la mejor empanada gallega?
Para vivir la experiencia auténtica, hay lugares donde la empanada no es un producto: es una institución.
Están presentes en cada aldea, o pueblo. Hay tantas variedades como lugares para visitar.
Hasta se puede armar una ruta desde el casco histórico de Santiago de Compostela como puntapié inicial para probar la diversidad, aunque todas tienen en común la calidad del producto y el horneado diario.
En La Coruña, el local Panadería Vilar, fundado en 1945, sigue elaborando la empanada como hace 70 años: con masa fermentada lentamente y rellenos que respetan la estacionalidad. Su empanada de pulpo con cebolla caramelizada es una oda al Atlántico.
Y si de fiesta se trata, ningún amante de la empanada puede perderse la Festa da Empanada de Bandeira, en Silleda (Pontevedra), que desde 1974 celebra a la empanada como bien cultural. Allí se organizan concursos de rellenos (hay empanadas de conejo, de grelos con chorizo, de berberechos) y los panaderos locales despliegan su arte ante los más de 30 mil visitantes que se dan cita cada año.
Una tradición que sigue viva
En tiempos de cocina de autor, de fusión y deconstrucción, la empanada gallega resiste.
No como reliquia, sino como acto cotidiano. En Galicia aún se hace en casa, con calma, amasando a mano y dejando que el sofrito impregne la masa. Solo necesita tiempo y cariño: su historia, su sabor y simbolismo la mantienen viva.
En cada bocado de empanada gallega celebramos una cultura, reconociendo un territorio. Y cuando estés en Galicia, no te vayas sin probarla.
¿Cómo que todavía no fuiste?, ¡pues anda a por ella de una buena vez!