¿Estamos más enojados o la culpa es de las redes sociales?

En las redes la mecha es especialmente corta y las discusiones, insultos y agravios están a la orden del día; ¿por qué pasa esto? Hablan los expertos

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10 de julio de 2019 a las 11:57

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En los primeros años de la Liga Uruguaya de Básquetbol, la época en que los equipos del interior tenían peso deportivo real o directamente existían, el estadio de la ciudad de Paysandú era un hervidero. No importaba mucho si el básquetbol no te gustaba, había que ir a ver al equipo de la ciudad. Era el 2003, se estaba saliendo de la crisis, y si no te quedabas sin entradas en las tribunas te encontrabas con todos: compañeros de trabajo, de liceo, de escuela, el pueblo entero. Pero esa situación particular y pueblerina comenzaba a contaminarse en cuanto al equipo no le iba bien. Ya fuera por una mala racha de partidos o por unos minutos mal jugados –incluso hasta por un libre errado en el primer cuarto– la ira del público reventaba. Dirá que eso sigue sucediendo en las canchas de todo el país. De fútbol y de básquetbol. Y puede ser, pero aquello llegaba a extremos salvajes. Un cambio mal hecho podía suscitar una reacción en cadena que terminaban en dos vecinos cruzando insultos en la tribuna, o en desmanes entre miembros de una parcialidad que, supuestamente, hinchaban por el mismo cuadro. El estadio era, claramente, un lugar para vomitar la ira acumulada.

Dieciséis años después, el equipo de Paysandú ya no existe. De hecho, dejó de existir algunos años después de su fundación. Pero el enojo aguanta. Hoy se vuelca en otros ámbitos. Hoy, el balde que recibe ese vómito es digital y es accesible. Ese balde son las redes sociales y están ahí, al alcance de un click, fáciles de utilizar, plataformas impunes.

La relación entre las redes y la ira tiene años. Es un vínculo que aumenta exponencialmente y que es evidente para cualquier usuario que las utilice con frecuencia. Pero hay algunas preguntas que todavía sobrevuelan y que parecen difícil de responder. ¿Son las propias redes las que producen la ira que padecen o son simples vehículos para descargarla? ¿Cuánto influye la “distancia digital” con el otro? Y sobre todo, ¿por qué estamos tan enojados? ¿Cuándo fue que el denominador común de la sociedad pasó a ser la furia?

De Weibo a Twitter

La primera parada es en China y en el año 2013, una época en la que las redes sociales estaban ya desarrolladas, pero no como hoy. Ese año, varios medios –El País de Madrid, el Washington Post, el New York Times– reprodujeron un estudio de la Universidad de Beihang que dictaminaba que en la plataforma Weibo –el Twitter chino, que en ese momento tenía 500 millones de usuarios– la emoción más influyente entre los usuarios era la ira, por encima de la alegría y la tristeza. La investigación fue amplia y prolongada en el tiempo, pero para dimensionar la escala de estos estudios se puede mencionar el dato de que se analizaron más de 70 millones de interacciones de unas 200 mil cuentas.

Buscar una equivalencia a ese fenómeno seis años después en nuestras redes no es complicado. Se hable de deportes, política –sobre todo política–, sociedad, gatos, Game of Thrones, el último disco de Morrisey o lo que sea, parece que siempre existe alguien dispuesto a saltar con la plancha al pecho y descargar un torrente furibundo de ira acumulada. Y sucede por fuera del fenómeno de los trolls, usuarios diseñados y creados para hacer justamente eso.

En ese sentido, un artículo del medio británico The Guardian publicado en mayo del año pasado y titulado ¿Por qué vivimos en la época de la ira? especifica que la cantidad de mensajes de este tipo que hoy se pueden encontrar en Twitter o Facebook –Instagram tiene un perfil más positivo e idílico– generan una “polución social” que termina contaminando la vida del usuario fuera de las redes. “La ira no procesada afecta la esfera social. Cada nueva descarga legitima la siguiente. Y hemos llegado a una época en que la tecnología perpetúa y amplifica esas situaciones sin ningún sentido”, dice. En ese sentido, no es extraño que de vez en cuando el usuario necesite descansar de la intensidad emocional de las redes. 

Estos insultos o descargas –incluso a un grado todavía más extremo– también se pueden leer en cualquier bloque de comentarios de una noticia de tráfico alto en alguno de los portales nacionales. Allí el nivel de violencia es alto, tanto que después de leerlos uno se va con la sensación de que perdió algo. ¿Unos gramos de estabilidad emocional, tal vez? ¿Un poco de humanidad? El patrón se repite, además, en cualquier ámbito donde exista la posibilidad de volcar opiniones digitales, como por ejemplo en determinados videos de Youtube.

Pero entonces, ¿qué? ¿Las redes disparan o generan ira entre sus usuarios? En una nota publicada en abril de este año por The New York Times y titulada No, no sos vos: el mundo a tu alrededor se está enojando cada vez más, se cita una encuesta de Gallup realizada en 142 países en la que se establece que el 22% elegiría la ira como su principal emoción, un récord desde que esa encuesta se creó en 2006. Se podría decir, entonces, que las redes solo transmiten una realidad tangible de este lado de la pantalla.

Sin embargo, el psicólogo experto en nuevas tecnologías Roberto Balaguer tiene otra teoría. Consultado sobre el tema por El Observador, Balaguer identificó tres etapas desde la creación de internet que generaron, a su vez, tres relacionamientos diferentes con las nuevas tecnologías. 

La primera es la de la década de 1990, la de los ideales de Silicon Valley, una época de anonimato que sin embargo pretendía crear un mundo idílico conectado en red. "La idea era generar un mundo más solidario, más romántico, típico del San Francisco de los 90", dice Balaguer. La segunda etapa ya tiene a las redes presentes, y si bien había algunas explosiones de ira, para el psicólogo “todavía había cierta posibilidad de intercambio, de generar discusiones con distintos puntos de vistas contrapuestos”.

En el tercer período, que comenzó en 2012, es cuando se da la explosión de la ira. “Empiezan a gestarse algoritmos que determinan lo que la plataforma cree que yo quiero ver. Eso empieza a incidir y se genera un fenómeno de brecha, de agrupamiento entre aquellos que pensamos de manera similar, y por lo tanto se da una mayor distancia con aquellos que están en la vereda de enfrente. Y cuando estamos en esas situaciones tendemos a polarizar más las opiniones, y en lugar de tratar de encontrar un punto de acuerdo o en común, nos distanciamos”, dice.

Balaguer está seguro de que “en este momento las redes catalizan y a la vez generan nuevas situaciones de violencia y de opiniones extremas” y que al estar bajo el régimen de un algoritmo que nos rodea de personas que nos validan cada vez más lo que decimos, vamos subiendo la apuesta y el tono. “Para decirlo en criollo: nos vamos manijeando. Tal y como están conformados los algoritmos, las redes hoy dan manija a distintos tipos de ideas. A las buenas y a las malas”. 

La pregunta final es si después de esta tercera etapa vendrá algo mejor o si el enojo que manejamos aumentará a límites estratoféricos. Para Balaguer, es más probable que suceda lo segundo. Pero quizás eso ayude a reconfigurar todo desde cero. “Tiendo a pensar que vamos camino a alguna implosión, de accidente o pared de choque que nos haga cambiar radicalmente el foco y las maneras, y nos deposite en un nuevo estado de las cosas”, concluyó.

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