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Linchamiento en redes sociales: cuando el insulto es demasiado

Para las figuras públicas, las redes se han convertido en un territorio espinoso donde el linchamiento y el insulto están a la orden del día
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31 de julio de 2018 a las 14:05
Para variar, tuvo un mal día. Ya se había levantado con el pie izquierdo y el trabajo solo lo empeoró todo. Ahora, mientras se cuelga del pasamanos del ómnibus que lo lleva a casa, apoya la cabeza en el antebrazo y cierra los ojos. Cuando llega a su hogar, busca algo para ver en la televisión, pero como no encuentra nada tira el control. Y agarra el celular. Mueve la ruleta infinita de Twitter y en medio del escroleo mecánico ve algo que le llama la atención. Muchos me gusta, muchos retuits. Hay algo en el mensaje que lo enerva. ¿Le molesta el contenido? ¿El emisor? ¿Es una manifestación terminal del pésimo día que está teniendo? No lo sabe. Pero los comentarios están habilitados. ¿Duda? No. Nunca duda. Ni él ni nadie. Abre el teclado, escribe furibundo, borra, piensa, vuelve a escupir odio, publica, cierra Twitter, se regodea, se va a dormir, se olvida de todo. En la noche, la pantalla del celular se enciende cuando más respuestas y me gustas fortalecen su ataque digital. Mientras todo eso pasa, él duerme tranquilo. Desahogado. Liberado.

Este podría ser un caso real, uno de los tantos que se ven a diario. Hay muchísimos, miles de ellos. Y el emisor siempre tiene características diferentes: es hombre o mujer, tiene familia o vive solo, es mayor de 50 o menor de 25, es de derecha o de izquierda. Todas las variables cambian, pero lo que siempre está presente es el agravio. El insulto y el odio, que se esparcen en las redes sociales como polvo.

Hace un rato largo que una de las funciones de Facebook es la de ser un centro gratuito de lapidaciones online. Twitter, su hermano más irónico, también va camino a eso o a ser un monstruo peor. Nunca fue tan fácil lastimar a alguien como ahora. O, al menos, nunca fue tan sencillo hacerlo a distancia. Hoy, gracias al milagroso avance de la tecnología, lo podemos hacer sin siquiera verle la cara al destinatario. Tenemos al alcance de un clic la posibilidad de destruir el día o la semana de otra persona, sin pasar por el mal trago de verlo caer al pozo en vivo. Pero lo mejor de todo es que ni siquiera hay que poner el rostro de forma virtual. Basta con crearse una cuenta con un nombre falso, poner un huevo, un gato o una caricatura como avatar y se está listo para asumirse como troll digital, listo para desparramar, para un lado y para el otro, semillas de malicia. Es el paraíso para el que pega y se esconde. La panacea del hater más cobarde.

Y en Uruguay es fácil pegar. Somos pocos y también son pocas las personas que tienen la exposición suficiente como para ser blancos de los ataques. No hay que escarbar demasiado para encontrar varios casos recientes y algunos nombres que se repiten. El más cercano en el tiempo es el del actor y conductor televisivo Petru Valensky.
Nunca fue tan fácil lastimar a alguien como ahora. O, al menos, nunca fue tan sencillo hacerlo a distancia. Hoy, gracias al milagroso avance de la tecnología, lo podemos hacer sin siquiera verle la cara al destinatario. Tenemos al alcance de un clic la posibilidad de destruir el día o la semana de otra persona, sin pasar por el mal trago de verlo caer al pozo en vivo.
El comunicador fue fotografiado junto al senador Jorge Larrañaga mientras firmaba por la campaña Vivir sin Miedo, impulsada por el político blanco. Casi de manera inmediata, la foto se propagó en las redes y el hachazo bajó contra Valensky, al que acusaron de no recordar las persecuciones durante la dictadura a la comunidad Lgbti, comunidad a la que él pertenece. El actor, dolido por los ataques, publicó un descargo donde explicó que su memoria sigue más que fresca, que la foto había sido desafortunada y que él solo quería más seguridad para el país.

"Desafortunada fue la foto y prolongado fue el tiempo que dejé pasar para que retiraran la referida foto (...) Sigo apoyando mi sector. Sigo apoyando a toda la comunidad Lgbti pues soy uno de ellos y no me olvido de la lucha para nuestros derechos", escribió en su cuenta de Facebook. ¿Sirvió su descargo? Para muchos, la inmensa mayoría, sí. Pero una porción de las redes continuó con la crucifixión.

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"Quise bajar la cortina. Me hizo demasiado daño", dice Valensky sobre un tema del que ya no quiere hablar. "Habrá mucha soledad en la gente, no tendrán otra cosa que hacer. Tiene que haber envidia, resentimiento, celos, qué sé yo. Será que la gente está muy mal y lo vuelca a las redes. La cuestión parece ser solo pegar y, amparados en el anonimato hablan, juzgan, censuran sin pudor ni nada. Y lo hacen libremente".

La libertad parece ser el gran problema. O, al menos, no saber cómo utilizarla. El exceso de libertad, de poder insultar porque se puede y porque la libertad de expresión lo ampara. La libertad de unirse a la ola uniforme de odio que choca contra una persona. ¿Es este derecho intrínseco un vehículo para la impunidad moral total? ¿Hasta dónde va el límite de la libertad de expresión?

"Internet se ha transformado en un lugar de libre expresión, pero la libre expresión debe ser medida acorde a la capacidad que tenga la persona que la utiliza de administrarla, porque es un tesoro. Hay cosas muy buenas en las redes, que llegaron gracias a esa libertad. Se han podido encontrar desaparecidos, se han hecho colectas para medicamentos, se junta ropa para carenciados, entre otras cosas. Pero desgraciadamente también se ha multiplicado lo malo, el insulto, el descrédito, las faltas a la honra, eso de lo que a veces las personas públicas somos objeto", opina, por su parte, Diego Delgrossi.

El actor, conductor televisivo y profesor de historia fue protagonista en el pasado de algunos episodios violentos en las redes. El primero de ellos surgió en Facebook, luego de un accidente de tránsito que protagonizó en 2014. El segundo tuvo lugar hace pocas semanas, cuando denunció un complot contra su programa El gran uruguayo (canal 10) en las redes por tener entre sus panelistas a la escritora Mercedes Vigil, resistida por un espectro de la sociedad importante debido a sus opiniones contrarias al gobierno del Frente Amplio.
"La cuestión parece ser solo pegar, y amparados en el anonimato hablan, juzgan, censuran sin pudor ni nada. Y lo hacen libremente" - Petru Valensky, actor y comunicador
"Las redes han democratizado de manera estupenda la comunicación entre los seres humanos. Bien utilizadas, son un gran instrumento. Mal utilizadas, es la misma reunión de viejas chusmas en la puerta o en la plaza, o de viejos locos que se reunían en el bar. Y acorde a eso hay que acostumbrarse a las nuevas reglas y mantener la conducta. El que se calienta, pierde", asegura el comunicador.

Delgrossi, como Valensky, pasó un mal momento virtual hace cuatro años, cuando luego de su accidente se encontró en Facebook con una serie de mensajes que amenazaban de muerte a sus hijos. "Yo tuve un accidente, fue una falta que cometí, asumí las responsabilidades como debía ser. Pero cuando vi que un desconocido, bajo un perfil falso, quería que mis dos hijos, los dos hijos de mi mujer, se murieran, dije 'Pará. Ya está. A otra cosa. Vamos a salir de acá un ratito'".

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Grandes hermanos

En la ficción orwelliana, el Gran Hermano vigila cada movimiento de la sociedad. Eso, de forma invertida, es lo que el psicólogo experto en nuevas tecnologías Roberto Balaguer estima que sucede con las redes sociales en la actualidad. Un Gran Hermano dinamitado en millones de partes que vigilan cada mensaje o cada opinión, y que están esperando el momento para saltar con el cuchillo entre los dientes.

"Las personas estamos cada vez más pendientes de un mayor número de opiniones. Y ese es el primer cambio con respecto a lo que pasaba décadas atrás. En aquella época, la gran mayoría de las personas estábamos pendientes de unos pocos, de nuestros círculos más íntimos. Esta nueva exposición hace que nuestros mensajes sean recibidos por muchos más ojos. Es como si en lugar de estar gobernados por un Gran Hermano, estemos como atados a millones de grandes hermanos fragmentados por todos lados. Miles y miles de ojos que permanentemente nos están mirando. Un vigilante descentralizado", explica Balaguer.

A la que miraron, y todavía miran, miles de ojos es a Fabiana Goyeneche. En la cuenta de Twitter de la directora de Desarrollo Social de la Intendencia de Montevideo, la ecuación es simple. Escribe sobre algo en lo que trabaja su departamento y la insultan. Escribe sobre sus ideas políticas y la mandan a trabajar. Escribe sobre su militancia en diversos temas y la hacen callar y le dicen que no le pagan para eso. Escribe que el domingo está lindo para salir a pasear y, después de insultarla, le dicen que tendría que darle vergüenza robarse la plata de los contribuyentes saliendo a pasear un domingo.

"Es desagradable por el clima que se genera. No es una persona que busca hacerte llegar un mensaje de repudio o rechazo a tus ideas o a tu propuesta o a tu forma de ver el mundo, sino que es parte de un clima de hostigamiento en el que hay un montón de gente haciendo ruido, un intercambio imposible donde se busca ver quién grita más fuerte. Es desagradable porque te muestra el nivel de violencia al que pueden llegar las personas, independientemente de la condición económica, edad, género. He visto cosas terribles de señoras que mirás su foto de perfil en Facebook con sus nietos y por mensaje privado te están diciendo que te quieren romper la cabeza contra el cordón de la vereda. Es una muestra clara del nivel de violencia con el que vive la gente", explica Goyeneche.
"Es desagradable porque te muestra el nivel de violencia al que pueden llegar las personas, independientemente de la condición económica, la edad, el género" - Fabiana Goyeneche, Directora de desarrollo social de la intendencia de montevideo
Ella tiene claro que todo comenzó cuando pasó a ser el rostro activo de la campaña de No a la Baja, en 2012. Sabía que si se ponía al frente de una movida que tenía –como recuerda– al 70% de la población en contra, este tipo de mensajes iban a llegar. Sin embargo, nunca pensó que el río se desbordaría tanto de su cauce. Ni que todavía hoy, en 2018, esos mensajes insultándola a ella y a su campaña iban a seguir apareciendo.

"La vez que tomé medidas de verdad fue enseguida después del plebiscito (que definió que la edad de la imputabilidad no se bajara a 16 años), porque llegué a recibir amenazas directas y tuve que hacer una denuncia policial. Sentí que podía llegar a ser violentada por fuera del mundo virtual. Con dos clics ya se sabía donde trabajaba. Era muy fácil llegar. Y el límite entre 'te insulto en las redes' y 'te violento en la calle' no sé dónde está".

A Goyeneche tampoco han podido hacerla callar. Como ella misma dice, la principal finalidad detrás de los insultos es que deje de emitir su opinión, algo que no piensa hacer. "A muchos les molesta que las mujeres hablen, que levanten la voz y se hagan escuchar. Cuando te empiezan a hostigar buscan que tu primera reacción sea dejar de opinar. Si yo mañana escribo un tuit, y me llueven 300 insultos, tengo claro que el origen de esos insultos no es el mensaje. Es algo más de fondo, y entonces si el origen no está ahí, no voy a dejar de hacerlo", dice.

Delgrossi, en tanto, nunca realizó una denuncia, pero cuando recibe algún hostigamiento directamente utiliza el botón de silenciar o bloquear y se olvida del tema. "Rehúyo el enfrentamiento. Si me tengo que enfrentar a alguien prefiero hacerlo cara a cara dialogando. Meterme como vieja chusma de barrio en las redes no es para mí".

Efectos colaterales

Hay que ser muy fuerte para recostar la cabeza en la almohada a la noche y no acordarse de todo lo que escribieron. Muchas veces, esas injurias terminan minando la autoestima de la persona de forma importante, aunque según establece Balaguer eso varía mucho de acuerdo a la personalidad de quien reciba los ataques.

"Tiene impacto sobre la vida familiar, personal, o laboral. Cuando alguien tiene un traspié en las redes y queda incendiado, la sensación que se tiene es la de ser linchado públicamente. Y eso en general tiene un efecto muy grave. Es un golpe siempre grande, nunca es menor y siempre deja huellas. Uno puede ser más o menos robusto y saber colocar más o menos el cuerpo, pero es un choque grande".

De manera desencantada, todos saben que estas son las reglas de juego a las que hay que adaptarse en el mundo virtual de hoy. Más allá de las posibilidades de dejar los casos a merced de la Justicia, estar en las redes y tener exposición equivale casi de manera inevitable a tener que pasar, más tarde o más temprano, por una situación de hostigamiento o de insultos. Como una analogía que le gusta utilizar a Delgrossi, las redes se han convertido en "el nuevo bar de la esquina".
Cuando alguien tiene un traspié en las redes y queda incendiado, la sensación que se tiene es la de ser linchado públicamente.
"Prefiero rescatar las cosas buenas de las redes. Hay que elevar eso y olvidar lo demás. Porque la misma persona que te reprocha que no retuiteaste la desaparición de una persona, es la que cuando vos tuiteás algo para ayudar nunca le da ni siquiera un like. Todos reivindican derechos pero ninguno se arroga para sí las obligaciones. Por eso, uno tiene que tratar de expandir valores en las redes sociales, porque allí ves lo mejor y lo peor del ser humano. Como se veía en el bar".

La legislación actual para redes

Las redes sociales son un terreno poco explorado para las leyes en el país. En un sonado caso entre la Asociación de Árbitros del Uruguay y el humorista Marcel Keoroglian –que trató a los jueces de chorros– el tema volvió al tapete. En aquella oportunidad, el abogado Ignacio Durán explicó que existe un vacío legal para estos casos, que usualmente son denuncias amparadas en el delito de difamación e injurias que establece el artículo 333 del Código Penal. En 2014, durante el gobierno de José Mujica, se presentó un proyecto de ley para regular este tipo de instancias, pero casi no tuvo trámite en el Parlamento y no prosperó.

Casos internacionales

Kelly Marie Tran, actriz de la saga de Star Wars, se fue de Instagram por agresiones virtuales. Como ella, otros famosos también han abandonado, temporal o permanentemente, sus cuentas en estos sitios. Algunos de ellos son Justin Bieber, Adele, Rihanna, Kanye West, Sam Smith y Ed Sheeran.

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