Leonardo Carreño

#MeLoDijeronEnLaFmed: cuando el hartazgo se transforma en una catarata de gritos

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15 de agosto de 2020 a las 05:03

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Miles de usuarios de redes sociales, la mayoría de ellas mujeres, denunciaron esta semana situaciones de abuso, acoso y misoginia en el ámbito de la Medicina bajo el hashtag #MeLoDijeronEnLaFmed. Algo quedó claro con esta movida: fue orgánica y no preparada por una minoría con intenciones malignas de perjudicar a tal o cual profesor o médico varón. Fue un grito colectivo desesperado, impulsado por la indignación y la vergüenza. Fue una señal más de que las cosas no han cambiado, o por lo menos no lo suficiente.

Cuando una o unas pocas mujeres salen a denunciar situaciones de este tipo, la reacción de una parte de los que la miran de afuera suele ser negativa. Es una histérica, está armando lío, debe ser que el tipo no le dio bola, es una feminazi, debe ser una burra a la que no le fue bien en la carrera. ¿Escuchaste o leíste alguna vez una reacción de este tipo? Esta vez fueron bastante menos, porque esta vez la histérica, la feminazi o la supuestamente vengativa y rechazada, eran miles.

Seis de cada 10 médicos son mujeres. Esa proporción, sin embargo, todavía no se traslada a los puestos más altos de la facultad ni de la mayoría de los centros de salud. Los grados 4 y 5 y los jefes siguen siendo por goleada hombres. En las especialidades anestésico-quirúrgicas no hay una sola grado 5. Esto es así en la mayoría de los ámbitos académicos y laborales y hay incontables estudios que lo corroboran y que explican el porqué, que de ninguna manera tiene relación con la preparación de las profesionales, ya que desde hace tiempo las mujeres superan el 60% de los egresos universitarios.

El ámbito de la ciencia ha sido particularmente complicado a la hora de mantener ese desequilibrio de género que, tantas veces, se torna en acoso y abuso. El año pasado la grado 5 en Matemática Jana Rodríguez Hertz denunció a través de su cuenta de Twitter que había sido sistemáticamente acosada y discriminada durante 15 años. “Desde que empecé mi tesis, mi orientador me tenía ganas. Y todos sabemos qué pasa cuando uno –una– le dice que no a un profesor poderoso. El señor era grado 5, fue nombrado Honoris Causa por la Udelar, gran amigo de María Simon y Carolina Cosse”.

Poco después unas cuantas mujeres más denunciaron que algo similar les había pasado en el ámbito de las matemáticas. El semanario Búsqueda publicó entonces un reportaje en el que se relataban abusos en las aulas pero también fuera, en fiestas y reuniones sociales, en los que los vericuetos de las relaciones humanas se entreveraban con los del poder y las jerarquías.

Luego silencio. No se habló más del tema. "En la Udelar se está investigando", te dicen cuando preguntás en qué está el tema.

El domingo pasado, una cirujana denunció en Santo y Seña que había sido acosada laboral y sexualmente por un colega mientras trabajaba en el hospital Maciel, del que Álvaro Villar –ahora candidato a la intendencia de Montevideo por el Frente Amplio– era entonces director. La subsecuente discusión fue sobre todo política (en medio de la campaña municipal), pero además surgió, a borbotones, el #MeLoDijeronEnLaFmed.

Este es uno de miles de mensajes que inundaron las redes.

Este es otro.

Lo que denunciaron y relataron miles en #MeLoDijeronEnLaFmed es solo una de las muchas manifestaciones que en todo el mundo han surgido de ámbitos académicos. Claro que no son los únicos en los que se abusa, acosa y discrimina por género. La paradoja es que los lugares donde se forman los nuevos profesionales, donde la educación y el respeto deberían ser los únicos nortes, son también los caldos de cultivo de vínculos tóxicos que tienen consecuencias en las carreras profesionales y en las vidas de miles de mujeres.

“Hacer una denuncia por acoso es complejo”, dijo Grazia Rey, integrante de la comisión de género de la Facultad de Medicina (recientemente creada) y de la comisión de Acoso de la Udelar, en el programa La letra chica, de TV Ciudad. “Las denuncias sobrepasan la capacidad de respuesta”, agregó. “Los mecanismos burocráticos están excedidos por la demanda y la Universidad no ha hecho los cambios más profundos”.

Esta vez el centro fue la Facultad de Medicina y la medicina en sí. El rector Rodrigo Arim dijo que hay mecanismos en la propia Udelar para denunciar, pero que la institución no puede investigar a partir de denuncias públicas que no se hacen de manera formal. El decano de Medicina dijo que reconocían que algo pasaba. El presidente del Sindicato Médico del Uruguay envió “un fuerte mensaje de rechazo a cualquier tipo de conducta machista” y dijo que había estructuras como la comisión de género.

Estos tres hombres al menos dieron la cara para explicar procedimientos que las miles de mujeres que sumaron tuits y mensajes en redes ya conocen pero que son, en el mejor de los casos, insuficientes. Pero de nuevo, no hay casualidades.

La primera mujer que se recibió de médica en Uruguay fue Paulina Luisi, en 1908. Pasaron 112 años. En 2020 los que dirigen cátedras, facultades y asociaciones son, en su gran mayoría, hombres. La variación en un lapso de 18 años demuestra que las mujeres están llegando más a todos los grados docentes, pero no tanto al grado superior, según un estudio de la investigadora de la Udelar Cecilia Tomassini. Entre 1999 y 2009 la participación de mujeres en grados 3 y 4 aumentó en 11% y 16%, respectivamente, mientras que en el grado 5 subió 7%. Todo esto con el telón de fondo de que desde hace al menos 30 años los ingresos de estudiantes mujeres superan a los varones en títulos de grado.

Fuente: Género y Ciencia: desafíos y propuestas para la Política de Ciencia, Tecnología e Innovación. Dra. Cecilia Tomassini

“Muchas veces nuestras compañeras tienen miedo de denunciar al acosador porque normalmente el acosador es hombre y es jefe o tiene un rango de jerarquía que puede llegar a dañar en lo que uno viene trabajando”, dijo Micaela González, integrante del colectivo Mujeres de Medicina. Eso es así, siempre. No todas las mujeres pueden o quieren iniciar una cruzada que, ya saben, es muy probable que perjudique su carrera y, seguro, hará que sean consideradas “complicadas y problemáticas” casi que de por vida.

Criamos hijos con la esperanza de que sean independientes, felices, responsables, respetuosos y libres. Y esos hijos luego se enfrentan a situaciones tan similares a las que nos enfrentamos nosotras y las que vinieron antes que nosotras... tan similares que da pena. Entran a un salón de clase en el que un profesor se carga a una alumna y si ella dice NO se encarga de hacérselo pagar. Si es mujer tendrá bronca, tal vez miedo, seguro vergüenza. Si es hombre es posible que sienta vergüenza y que no sepa muy bien ni cómo intervenir ni si intervenir. Mirará al costado, igual que deben mirar miles de mujeres porque hay que seguir apechugando, porque hay que seguir avanzando, porque no te van a creer, porque están hartas de ver cómo a su compañera que “armó lío” la tildan sistemáticamente de problemática y no la eligen para nuevos desafíos profesionales.

Leonardo Carreño

Hubo un # (un grito potente y angustiado) y seguimos silbando bajito, cabizbajos, con las manos en los bolsillos, como si no pasara nada pero conscientes de que pasa demasiado. Lo de esta semana es una catarata de pedidos de ayuda. ¿Vamos a mirar de nuevo para otro lado? Es hora de HACER; en tu salón de clases, en casa, en tu grupo de amigos y por supuesto en las facultades, con auditorías que confirmen qué y cómo está pasando, y den lugar, rápidamente, a campañas de concientización y buenas prácticas.

¿Así se soluciona el problema? Seguramente sea un comienzo lento, pero con comienzos se construyen evoluciones reales y duraderas.

 

“Cada generación de mujeres, incluidas las que ahora se encuentran entre el personal docente universitario con experiencia, empezaba creyendo que la discriminación por razón de género se «resolvió» en la generación anterior y que no les afectaba. Sin embargo, poco a poco se iban dando cuenta de que las condiciones no son igualitarias y de que, debido a ello, han pagado un precio muy alto, tanto personal como profesionalmente”. Mary-Lou Pardue, profesora emérita de MIT citada por Cecilia Tomassini en su tesis.

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