1985: el año del milagro colectivo

Se cumplen 35 años del que fue considerado un año mundialmente único, por varias razones

Tiempo de lectura: -'

20 de junio de 2020 a las 05:01

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 3 45 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 3 45 / mes

Póngale vida a los años que es mejor”, canta Ricardo Arjona en la que tal vez sea su canción mas potable. La vida, sin embargo, no es una rocola a la cual se le pueden poner monedas para que siga tocando canciones esenciales, aquellas capaces de encantar a la ilusión de felicidad, mostrando atributos de serpiente que engaña antes de envenenar. Cómo, entonces, ponerle años a la vida, sobre todo en tiempos de crisis sanitaria, mental, espiritual, deportiva (el covid-19 ha puesto a varios clubes al borde la extinción), cuando el tiempo no parece pasar y las cosas que suceden obligan a pensar en vidas de calidad superior, antes o después de estar anclada en el presente. Al futuro solo se puede llegar imaginando; al pasado se llega recordando. Sin embargo, los viajes hacia el recuerdo no siempre están librados de turbulencia. En Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida, Nietzsche refiere a lo importante que es olvidar para vivir de una manera superior. El recuerdo aleja de la felicidad. Por consiguiente, hay algo (que es bastante) de masoquista en quienes capitaneados por la memoria realizan viajes al pasado y recuerdan, ayudados antes por la imaginación que por otra cosa, tiempos en que la vida se sentía mejor, como bien casi todo el tiempo. 

En la memoria hay lugares favoritos, remansos en que la vida se libra por un rato del presente y es feliz marcha atrás, en el maravilloso espejismo de las cosas que pasaron cuando la juventud se veía al espejo todos los días, y se reconocía. Así era. En lugares que han ido quedando por el camino aparecen momentos que parecían más completos, tal vez porque lo eran, años que fueron mejores, que estuvieron menos llenos de asimetrías emocionales, de pérdidas, de realidades vapuleadas por las circunstancias, y que no invitaban a estar al mismo tiempo en otra parte. Me pregunta una estudiante al final de la clase online del viernes pasado, demostrando con el tono de su voz el impacto que está teniendo la actual incertidumbre (de “incerteza”, habla Vera Sienra en una canción que supera la condición de obra maestra) que caracteriza a nuestros días y que nos obliga a dormir y despertar en una montaña rusa: “¿Cree que algún día podremos vivir en una época mejor que esta?” Le respondo que no sé, y que cada vez sé menos. Siento que me excedí en mi realismo sinónimo de pesimismo, por lo que agrego para salir del trance y no parecer un amargado: “En aquel año, cuando creímos que los buenos tiempos permanecerían por mucho tiempo, terminamos dándonos cuenta que serían breves. Por lo tanto, ahora puede ocurrir al revés. Esto pinta para durar bastante, pero por ahí se acaba antes”.

De la misma manera que el personaje de Paris, Texas mira a través del vidrio como no sabiendo si conviene o no desconocer más, y hace de posdata la pregunta clave, usted, lector, también debe estar preguntándose, cuál es “aquel año” del que habla, ¿qué año fue ese? Fue el año en que sentimos cierta felicidad colectiva, o de esa forma percibimos la vida en ese entonces. Regresar a ese estado caracterizado por el entusiasmo ante los hechos asociados al presente inmediato solo es posible mediante el tren de la memoria, el cual solo para en algunas estaciones. Es también, un viaje a través de la arbitrariedad.

¿Por qué algunas cosas sí, y otras pasaron a residir en el olvido permanente? “La nostalgia […] es básicamente la historia desprovista de culpabilidad”, considera Michael Kammen, y algo de cierto hay en la afirmación. No hay cura para el amor, tampoco para la nostalgia, con su sucesión de hechos irrepetibles de regreso a donde ocurrieron no siempre tal como los recordamos. Fue por entonces, mediados exactos de la década de 1980, en que el mundo en su mayoría fue invadido por un estado de plenitud basado en el optimismo, uno que no ha vuelto a repetirse con semejante entusiasmo colectivo. Fue la primera y única vez que sobre varios escenarios los músicos más populares de la época tocaron juntos, convencidos de que la música redimiría al mundo y el dinero podía terminar en el bolsillo de quienes más lo necesitaban.

Corría, ya era hora que lo dijera, el año 1985 y en julio se realizó el espectáculo musical más plenipotenciario y mundial de todos los tiempos, aun no superado por nada organizado después. Han pasado 35 años –un aniversario que no quería pasar por alto– y nada ha conseguido desplazarlo de su sitial permanente. El acontecimiento musical y benéfico se llamó Live Aid. El 13 de ese mes se realizaron dos conciertos de manera simultánea, uno en el estadio Wembley de Londres, y el otro en el estadio JFK, de Filadelfia, los que fueron trasmitidos a todo el planeta por televisión y, como pocas veces antes y después, unieron a la gente de buen corazón y oído, quienes por un rato llegaron a creer que “todos éramos el mundo”, tal como decía la letra de la canción puesta a la venta en marzo de 1985 para recaudar fondos para Etiopía y Somalia.

Si la dejan, la memoria se entusiasma y exclama: “Qué gran año que fue el año 1985”. En música, sin duda, lo fue. Además de We Are the World (con 30 millones de copias vendidas integra la lista de las 30 canciones de la historia en vender por lo menos 10 millones de copias en todo el mundo), fue el año de: Shout y Everybody Wants to Rule the World (Tears For Fears); Money for Nothing (Dire Strait), Take On Me (A-ha), Can’t Fight This Feeling (REO Speedwagon), Everytime You Go Away (Paul Young), We Built This City (Starship), The Power of Love (Huey Lewis and the News), Don’t You Forget About Me (Simple Minds), Raspberry Beret (Prince), We Don’t Need Another Hero (Thunderdome) (Tina Turner), Some Like It Hot (The Power Station), One More Night y Sussudio (Phil Collins), That’s What Friends Are For (Dione Warwick and friends: Gladys Knight, Elton John, Stevie Wonder), A View To A Kill (Duran Duran), St. Elmo’s Fire (Man In Motion) (John Parr), y Never Surrender (Corey Hart), entre tantas otras inolvidables y todavía muy bailables. Estamos en junio, y cuesta encontrar canciones memorables asociadas a 2020, alguna o varias que definan las vivencias de este año patético que a nadie ha dejado apático. Y de eso no se puede culpar al coronavirus.

Tan buena, además, fue la música de 1985, y tan aguda es la nostalgia por ese año (¡por esa década!), que en 2005 el grupo de rock, de Dallas, Bowling for Soup, grabó la canción llamada, vaya originalidad, 1985. Hoy, 15 años después, tenemos también nostalgia de esa canción y de seguro en 20 años (en caso de que para entonces ‘recuerdo’ no sea una palabra olvidada) tendremos nostalgia de ambas; de la música de 1985 y de la canción que dos décadas después la celebró con originalidad y ritmo. Es decir, a su modo, habrá nostalgia de la nostalgia. Tal como decía párrafos atrás, ese año, 1985, annus mirabilis, fue muy especial para la música pues tuvo lugar el multitudinario concierto Live Aid, primera gran movida internacional contra las lacras que padece la olvidada África. No obstante, para intentar regresar a esos días con consecuencias que dejaron de ser inmediatas, no resulta necesario escuchar un puñado de canciones memorables que ayudan a rebobinar sentidos y sentimientos, actos del estímulo y del desenfreno llamados a declarar. Basta constatar que en África todo continúa casi como entonces, y en algunos aspectos incluso peor, pues se ha perdido la esperanza de que las cosas vayan a mejorar. Es decir, en ese aspecto, el tiempo sigue igual de igual, tan avaro y autista, privilegiando la nostalgia por lo que aún no ocurrió, ni mucho menos.

Hoy en día, tanto tiempo después, en este 2020 que será inolvidable, en radios del mundo proliferan las canciones de la década de 1980. Muchos de los solistas y grupos populares en 1985 aún siguen llenando teatros y estadios. Los niveles de reminiscencia mantienen su vigencia. Esa ola de entusiasmo planetario, que el paso del tiempo convirtió en nostalgia, nos ayuda, en la medida de lo posible, a disimular los oscuros paisajes que el futuro ya comenzó a insinuar, como obligándonos a creer que todo tiempo pasado fue mejor, y que de todos los pasados, al de 1985 nadie le gana. 
 

CONTENIDO EXCLUSIVO Member

Esta nota es exclusiva para suscriptores.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

Registrate gratis y seguí navegando.