Diego Battiste

Además de empatía, hace falta compasión

La compasión es padecer con el otro, es hacer mío su sufrimiento, pero su característica propia es que busca hacer todo lo posible para aliviar el sufrimiento de los demás

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03 de noviembre de 2021 a las 14:06

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Vivimos en un tiempo donde culturalmente se fortalecen diferentes formas de narcisismo y subjetivismo, donde cada uno vive en su propio mundo y crea su propia realidad, eliminando así la posibilidad de un mundo común que haga posible el encuentro, el intercambio, el diálogo y la negociación colectiva en vistas al bien de todos.

Las personas se ven motivadas a encerrarse en sí mismas y a querer transformar la realidad a sus deseos. La lógica consumista transforma las relaciones en instrumentales y las personas se valoran por lo que puedan aportar, por lo que “producen”, creando un natural miedo a ser vulnerables, a depender de otros, a no tener nada que ofrecer. Cuando la estima de la propia vida no depende del ser, sino del hacer, de la utilidad, cada vez más personas pueden sentir que su vida no tiene ningún sentido.

En este contexto cada vez más psicólogos y educadores han comenzado a insistir en la importancia de cultivar la empatía, porque hay tendencias socioculturales que empujan en sentido contrario: hacia el narcisismo. Cuando lo único que importa es que uno pueda “sentirse siempre bien”, cuidar a los demás, ocuparse de ellos, es vivido como una carga, como algo que “quita tiempo”. El problema es que solo podemos vivir juntos en sociedad si los otros nos importan, si descubrimos que nuestra condición humana es naturalmente dependiente y que desde que nacemos hasta que morimos dependemos más o menos, pero siempre dependemos de los cuidados de otros. 

En los actuales debates sociales y éticos sobre aquello que padecen quienes más sufren, un gran paso es crecer en empatía, siendo capaces de ponernos en los pies del otro, comprender su perspectiva, comprender sus sentimientos. Pero para ayudar, la empatía no es suficiente. Porque puedo ser empático y ante el sufrimiento ajeno comprender al otro, pero para poder ayudarlo realmente y entrar en su dolor se necesita algo más radical y profundo que la empatía: necesitamos compasión.

La etimología de estas dos palabras nos ayuda a comprender cuan necesarias son ambas, pero por qué con la empatía no alcanza en una sociedad donde pocas veces nos hacemos cargo de los más vulnerables. 

No solo es cuestión de palabras.

Aunque en su uso original del griego empatía refería a un sentimiento o dolor intenso (empátheia), en su uso actual refiere al proceso por el que captamos y comprendemos los estados emocionales de otras personas. Se distingue entre la empatía afectiva (o emocional) que consiste en la capacidad para responder con una emoción apropiada a la situación del otro y la empatía cognitiva que es la capacidad de comprender el estado mental del otro o su perspectiva. La empatía va más lejos que la simpatía, porque ve desde el otro. Pero para dar un paso más allá y hacer propio el dolor del otro, para incluso querer cambiar su situación, luchar contra su sufrimiento para aliviarle y sostenerle, se necesita compasión. 

La compasión es padecer con el otro, es hacer mío su sufrimiento, pero su característica propia es que busca hacer todo lo posible para aliviar el sufrimiento de los demás. No se queda comprendiendo el sentimiento del otro y contemplándolo, sino que lo rescata de su soledad haciendo propio el dolor ajeno.  En la historia del uso de las palabras simpatía, empatía y compasión, pueden verse muchas veces pequeños matices de diferencias y hasta se las confunde. Pero más allá de los usos que han tenido y tienen hoy, siempre es importante distinguir las experiencias a las que refieren en las diversas tradiciones culturales. En las religiones de la India (Sanatana Dharma) y en las tradiciones budistas, la compasión es de las acciones más importantes y más nobles de la condición humana. La compasión es de los más importantes méritos espirituales y un signo de santidad. En cambio, en las religiones de la tradición abrahámica como el judaísmo, el cristianismo y el islam, uno de los atributos más repetidos sobre Dios es que es “compasivo”, cuyo amor hace suyo el sufrimiento humano. Es posible rastrear en todas las culturas el sentimiento que mueve a rescatar a los más vulnerables y sufrientes, aunque se le llame de diferentes formas, sea un atributo humano o de los dioses, se lo pone por encima de cualquier otra acción ante el dolor de los otros. 

En nuestras sociedades posmodernas marcadas por un fuerte individualismo, la compasión es un acto de rebelión contra el egoísmo naturalizado, y en ella se revela el verdadero sentido de ayudar al que sufre: haciendo nuestro su dolor y hacer todo lo posible por eliminarlo, pero nunca desentendernos o abandonarle.

No alcanza con decir que respetamos y comprendemos al otro, o que entendemos por lo que está pasando, porque los que sufren necesitan algo más, necesitan que alguien les rescate de su soledad y de su dolor, necesitan seres compasivos a su lado. Cultivemos la simpatía, la empatía, pero más aun la necesaria compasión para construir una sociedad más humana y solidaria. 
 

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