El consumo problemático de noticias negativas se exacerbó con la pandemia
Nicolás Tabárez

Nicolás Tabárez

Periodista de cultura y espectáculos

Estilo de vida > DOOMSCROLLING

Adicción a las noticias negativas: un riesgo para la salud mental que crece en la era digital

El fenómeno, que en los últimos tiempos recibió el nombre Doomscrolling, trae el riesgo de potenciar las sensaciones de ansiedad y depresión
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19 de marzo de 2022 a las 05:02

Pico histórico de casos de covid. El dedo desliza sobre la pantalla. Vladimir Putin amenaza con usar armas nucleares y las potencias del mundo están en pie de guerra. El dedo vuelve a trazar una línea sobre el aparato. Un asesinato horrendo. Otra pasada. Los precios suben. Terremoto en tal lugar. Incendio gigante por allá. Una cepa nueva. Otra bomba que cae. Peleas, bombas, tiros, protestas, violencia, caos. El fin del mundo está cerca.

O capaz que no, pero uno puede verse tentado a llegar a esa conclusión si entra en el agujero de lo que se conoce desde hace un tiempo en el mundo anglosajón como doomscrolling, y que en criollo se traduce como el consumo adictivo de noticias negativas. A entrar en una vorágine de portales y de redes sociales, dedicando tiempo a perderse en los titulares, comentarios de internautas y en el exceso de información que provee el mundo digital, enfocándose específicamente en lo malo.

El término formal empezó a popularizarse en 2018, y la percepción del fenómeno se incrementó a partir del funesto 2020, sobre todo motivado por la pandemia. La incertidumbre generada por el covid alimentó una relación de oferta y demanda de información constante con respecto al virus, y el tiempo extra en casa –el que dispusieron los que teletrabajaron, los que se encerraron para protegerse o los que se quedaron sin algunas de sus actividades públicas– fue la yesca y chispa ideal para avivar las llamas del doomscrolling.

Una necesidad

La psicóloga Leticia Daguerre, magíster en psicología cognitiva y docente de la Universidad Católica, explica que el ser humano tiene una necesidad natural de informarse. El dicho dice que el conocimiento es poder, y no está muy lejos de los procesos que suceden al acceder a la información, que genera una sensación de seguridad y certeza que se puede ver no solo en el consumo de noticias, sino también en otras situaciones. Estudiar para un examen, o incluso pedirle a un médico que nos explique cómo se realiza el procedimiento al que nos vamos a someter, si estamos frente a una situación de ese tipo.

La información siempre se buscó y siempre estuvo ahí, pero ahora es más cercana y está disponible de forma constante y con un mayor volumen. Circunstancias como la pandemia, por otro lado, hacen que esa necesidad de informarse sea mayor, porque da como resultado una aparente sensación de seguridad, de que hay más control sobre la situación. Pero eso, considera Daguerre, es una “falsa ilusión”.

“Lo que puede aliviar esa ansiedad que generan estas situaciones ansiógenas es que uno diga ‘estoy informado’, pero termina siendo algo contraproducente, porque es una solución a corto plazo”, consideró la psicóloga.

El vaso medio vacío

Lorena Estefanell, magíster en terapias psicológicas, docente en la Universidad Católica y Directora de la Maestría en Psicoterapia de Adultos, Parejas y Familias en esa institución, explica que este fenómeno mental está vinculado al foco, a aquello a lo que le prestamos atención.

“Cada persona tiene una tendencia a ver el vaso medio vacío o medio lleno”, dijo Estefanell. “Ante las catástrofes, algunos son optimistas, ven lo mejor y un potencial de mejora en esa situación, mientras que otros son negativos y entran en la desesperanza. Eso es algo que se puede modificar, y que va cambiando a medida que avanza la vida. Está vinculado a la biología también”, agregó.

Ante la aparición de situaciones catastróficas –un desastre natural, una guerra, una pandemia– las personas pueden enfocarse en dos aspectos del problema: en lo que se puede controlar, y en lo que no. Dentro de los procesos que conducen a la ansiedad y a la depresión está el proceso mental de la rumiación. Como los animales que mastican y mastican su alimento, las personas rumiantes se quedan con los aspectos de estas situaciones que no pueden controlar, y entran en lo que Estefanell denomina “un loop de preocupación”, motivada por la búsqueda incesante de información.

Entra también en juego un segundo proceso, en el que la preocupación tiene valor para la persona, porque genera una seguridad y ayuda a mantenerse alerta, pero Estefanell señala que eso lleva a que se desvíe la atención de los elementos de la situación que el individuo puede controlar. En un mundo de redes sociales y acceso constante a la información, esos procesos se pueden descontrolar y generar un impacto negativo en la salud mental, con efectos como la ansiedad o la depresión, impulsadas por la sensación de indefensión que provoca este consumo constante de información negativa.

A lo largo del período pandémico, con su correspondiente incremento en el doomscrolling, se realizaron diversos estudios, publicados en revistas académicas, que ilustraron la relación entre el consumo excesivo de información y la calidad de la salud mental. Estos revelaron que, además de la ansiedad y la depresión, también se vieron elementos del síndrome de estrés postraumático en las personas afectadas.

Sin embargo, ese impacto también depende de cada persona. “Algunos evitan mirar noticias porque saben que les hacen mal, otros consumen de forma exagerada. Hay una necesidad de equilibrar el estar informado con la capacidad de desconectarse. En contextos como la pandemia, la información es necesaria, hay cosas, como los protocolos, que hay que saber y conocer”, considera Daguerre. “Pero es también un terreno fértil para las personas ansiosas que necesitan la información para reasegurarse. Para alimentar esa sensación de control y de menor riesgo”, comentó.

Esa predisposición también se vincula con el concepto de la desesperanza o indefensión aprendida, que está vinculada a la depresión, y que es la sensación de que no importa lo que se haga, nada va a mejorar ni a salir bien. Es la sensación de que se perdió el control, de ver cuestiones horribles e ir percibiendo que se está a merced de esa situación. Eso, aclara Daguerre, no es igual para todo el mundo, y hay personas más vulnerables y predispuestas a tener esa sensación.

Lo que sí es común a todos es la necesidad de compartimentar socialmente algunas emociones, algo que también entra en juego con el doomscrolling y el consumo excesivo de noticias negativas con la intención de buscar en esa información una seguridad de que la situación es horrible, pero que no le está pasando a quien la consume. Es como decir “qué horrible la guerra, pero no es acá, afecta a otros”.

Eso responde a la tendencia natural a enterarse de algo malo y sentir una necesidad de contarlo para sentir alivio. Es el “¿se enteraron de?” en un almuerzo de trabajo. El dar vuelta la cabeza cuando en la ruta nos cruzamos con un accidente de tránsito. “Así se hace más llevadero, se reparte la angustia y se diluye”, explicó Daguerre.

El doomscrolling no es cosa nueva

Twitter es la red social que más se presta para el doomscrolling, con su actualización constante de la timeline y el tono de inmediatez y brevedad que tienen las publicaciones que allí se realizan. Es la red ideal para estar informado, pero también es el lugar perfecto para entrar en “la manija”. Esa sensación que genera de que siempre hay algo más por mirar la hace un sitio que se presta para perderse minutos y minutos scrolleando y perder la noción del tiempo en el proceso, pero también ocurre en otras plataformas y en otros espacios de la web.

Y esa rosca permanente tiene el potencial de hacer percibir que el mundo está en un estado peor del que realmente está (aunque tampoco es que estemos viviendo en una utopía, ni mucho menos), además de generar un clima de negatividad y de ansiedad constante, que son los efectos más notorios y visibles de esta actividad que habitualmente se realiza de forma inconsciente.

A eso hay que sumarle que vivimos en la era del bolazo virtual. En las redes o a través de plataformas como Whatsapp nos puede llegar una fake news que agregue a esa dinámica de oscuridad permanente, y que algún distraído puede dar como válida, aprovechándose de la necesidad humana de obtener información y del interés que generan cierto tipo de situaciones, desde una pandemia hasta una campaña política.

Pero el doomscrolling no es algo del todo nuevo. Es más bien una nueva versión, o una encarnación potenciada de algo que sucede desde hace tiempo. Estefanell apunta que “la tecnología no crea el fenómeno, es algo de la persona, pero sí permite potenciarlo y hacerlo escalable, como todo".

"Lo potencia, lo transforma y lo hace difícil de manejar. Las guerras existen desde siempre, pero ahora escalan por la tecnología, antes nos tirábamos piedras y ahora tenemos armas más avanzadas. Con el consumo de información pasa lo mismo. Antes rumiabas con los chismes de barrio, hoy ves todo lo que puedas de Ucrania, y es información no agrega nada pero da sensación de control”, agrega.

Daguerre dice que si ahora hay un término específico para la actividad, es porque esta tiene una presencia mayor. “El fenómeno cambia y se hace patente”, considera. Y algo de eso puede tener que ver con la percepción de que el mundo está ante el colapso inminente.

Las situaciones de amenaza activan en los humanos ciertas herramientas de supervivencia y resiliencia. Estamos programados para pelear, para sobrevivir, para resistir a pesar de situaciones muy adversas. Aunque eso está cambiando, y lo estamos sintiendo. Así lo ilustra Estefanell: “en la sociedad de bienestar actual, en el que llegar a ese estado es una medida de éxito, nuestro cuerpo, que está preparado para las hambrunas, el frío, la enfermedad, no tiene sistema inmunológico. Este no es un tiempo especial, aunque a veces creamos que así es. Ya han pasado cosas como estas e incluso peores, las catástrofes siempre están y las hemos sobrevivido. Es espantoso lo que pasa pero lo podemos enfrentar”.

Remedios para el doomscrolling

Aunque tener toda la información posible en nuestro bolsillo suene muy tentador y esa posibilidad tenga el potencial de ser un camino de ida rumbo a un comportamiento peligroso, la solución tampoco es no mirar noticias y meterse en una burbuja de fantasía.

Para Estefanell, una de las enseñanzas que dejó la pandemia fue la de intentar controlar el consumo de información. “El sol de fines de diciembre al mediodía te quema, no importa la piel que tengas. Y esto es lo mismo: si vos te sentás al sol, con aceite de coco en la piel, te vas a quemar. La salud mental se cuida con hábitos, como el cuerpo, entonces hay que intentar pensar frente a los problemas qué se puede hacer y que no. Y lo que no está en nuestro poder, no intentar resolverlo”.

El control es una herramienta recomendada, y de hecho en Twitter se pueden encontrar bots (de momento, en inglés) programados para publicar tuits que advierten a quienes los siguen que se está “doomscrolleando” y que ese tiempo se puede dedicar a otras actividades o a cuidarse a uno mismo.

Daguerre agrega que una buena herramienta para marcar límites es hacerse algunas preguntas: ¿Para qué quiero esta información? ¿Qué me aporta?

“Así se establece un límite entre lo que es útil y lo que solamente está para regodearse en esos pensamientos de angustia”, explica la psicóloga. “Hay que encontrar un límite propio y una motivación para consumir esas noticias. Porque la respuesta tampoco es ‘no consumo más nada’. El equilibrio es lo más difícil, pero hay que cuestionarse nuestro accionar para llegar a él”.

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